Es el año 2078. Años atrás, en el planeta Sirius B, una alianza de mineros se alzaron contra sus amos corporativos, el Nuevo Bloque Económico o NEB, cuando se descubrió que el mineral de berinio que extraían era radioactivo. Siguió una larga guerra en la que la principal arma de la Alianza fueron un tipo de robots autoreplicantes llamados Screamers que se entierran en la arena y ceniza radiactivas y asesinan con sus afiladas sierras a todo aquel que no lleve en la muñeca una pulsera electrónica que lo identifica como miembro de la Alianza.
Un soldado del NEB consigue aproximarse a un bunker de
la Alianza antes de caer abatido por los screamers. Cuando los soldados salen a
revisar los restos, encuentran un mensaje en el que un mando de la facción
oponente les propone un acuerdo de paz. Sin embargo, cuando una nave transporte
de tropas de la Alianza se estrella ese mismo día en las cercanías, el único
superviviente, un tirador llamado Michael ‘Ace’ Jefferson (Andy Lauer),
confirma con la información que trae desde la Tierra que ese mensaje es falso.
El comandante del bunker, Joseph Hendricksson (Peter Weller) decide emprender,
en compañía de Ace, una caminata hasta el bunker NEB más cercano para averiguar
la verdad. Por el camino recogen a un niño superviviente y, cuando llegan a su
destino, los únicos supervivientes del NEB, dos soldados y una contrabandista,
abaten al infante, descubriéndose entonces que éste era un screamer con forma
humana. Éstos han evolucionado y ahora son capaces de imitar la fisonomía y
comportamientos humanos hasta ser indistiguibles de uno real.
Nadie queda ya en el puesto de mando NEB, habiendo
sido todos aniquilados por screamers que se infiltraron en el bunker haciéndose
pasar por humanos en apuros. La única esperanza para el grupo es regresar al
puesto de la Alianza. El problema es que no hay forma de saber si alguno o
varios de ellos son screamers esperando entrar en el otro bunker con ayuda de
Hendricksson y así matarlos a todos, puesto que estos modelos más evolucionados
ya no distinguen entre el bando propio y el ajeno.
Desde luego, el nombre más célebre que podemos
encontrar entre los créditos de “Asesinos Cibernéticos” es el de Dan O´Bannon,
un guionista que se especializó en la ciencia ficción más dura y cínica.
Escribió o participó en los libretos de clásicos como “Estrella Oscura” (1974),
“Alien” (1979), “El Trueno Azul” (1983), “Life Force: Fuerza Vital” (1985) o
“Desafío Total”; dirigió la película de
zombis “El Regreso de los Muertos Vivientes” (1985) y la adaptación del relato
de Lovecraft “El Resucitado” (1991). Una película de Dan O'Bannon siempre era bien
recibida, independientemente de la habilidad o torpeza del director asignado y
los recursos económicos invertidos porque sus guiones solían superar el nivel
medio de las cintas de género. Desafortunadamente, O'Bannon prácticamente
desapareció del mapa en la década de 1990 y hasta su fallecimiento en 2009. En
ese periodo, salvo “El Resucitado”, toda su obra -“Asesinos Cibernéticos” y la
película de terror “Hemoglobina” (1997)- se rodó en Canadá adaptando antiguos
guiones firmados por él.
De hecho, el guion de “Asesinos Cibernéticos” había
estado circulando durante una década antes de entrar en producción.
Inicialmente anunciada con el título del cuento de Philip K.Dick en el que se
basa, “La Segunda Variedad” (1953), O´Bannon la había escrito en 1981 más o
menos al mismo tiempo que otra adaptación de otro cuento de Dick, “Podemos
Recordarlo por Usted al Por Mayor” (1966), que vio la luz con el título
“Desafío Total” (1990). En 1983, el diseñador de efectos especiales de
“Atmósfera Cero” (1981), Tom Naud, compró los derechos pero tampoco entonces
pudo sacarlo adelante. Hubo de esperarse más de diez años para que, bajo la forma
de una coproducción estadounidense, japonesa y canadiense, completara su
recorrido con un guion revisado por Miguel Tejada-Flores, conocido por escribir
“La Revancha de los Novatos” (1984) o “El Rey León” (1994). Prueba de lo
apa
rtado que estaba O´Bannon de la industria en ese momento (en parte por
sufrir crónicamente de la Enfermedad de Crohn, la cual inspiró la famosa escena
del “chest-bursting” de “Alien” y por cuyas complicaciones moriría) es que
nadie le dijo que se había realizado “Asesinos Cibernéticos” hasta que se
estrenó y su agente le llamó para notificarle su acreditación como guionista.
Al menos, según dijo, los productores y Tejada-Flores habían conservado gran
parte de la trama y los personajes, si bien cambiaron sustancialmente los diálogos.
“Asesinos Cibernéticos” es una película algo irregular
pero que supera con creces la media de lo que solía verse en las producciones
de CF más modestas y las estrenadas directamente en video de los 90. Hay
quienes critican esos textos en pantalla previos a la película en los que se
explica el contexto, argumentando que un buen guionista o director sabró
integrar de forma orgánica la información necesaria en las imágenes y diálogos.
Sobre esto hay que recordar que algunas historias, en especial las de CF y
Fantasía, pueden necesitar transmitir bastante información al espectador para
que éste pueda sumergirse inmediatamente en la historia. Éste podría ser uno de
esos casos. Esos párrafos iniciales en pantalla describen un escenario complejo
que trata de establecer rápidamente el lugar donde transcurre la acción, el
origen de la guerra, las facciones en pugna, la situación del planeta y la
naturaleza de los apenas vislumbrados screamers.
Sorprendentemente, O´Bannon y Tejada-Flores se
mantienen más fieles de lo esperado al cuento original de Dick y, de hecho,
puede afirmarse que esta es la adaptación de su obra que menos altera el texto
original. Incluso, como el escritor, no delimitan claramente un bando “bueno” y
otro “malo”. Independientemente de las motivaciones de quienes den las órdenes
en las respectivas cúpulas de mando, lo que vemos aquí en ambas facciones son
soldados abandonados a su suerte que viven en unas condiciones miserables, algo
que el autor ya subrayaba en su relato. A medida que avanza la trama, pero
bastante claro ya desde el comienzo, es fácil darse cuenta de que aquí ya no
hay guerra. Ésta se libró y terminó, se ganó o se perdió y los que fueron
combatientes han quedado atascados y olvidados en el campo de batalla.
“Asesinos Cibernéticos” trata más sobre lo que queda después de la guerra que
sobre la arquetípica lucha eterna entre el Bien y el Mal.
Sí que hay dos cambios que modifican sustancialmente el impacto del final (ATENCIÓN: SPOILER).
En 1995, la desintegración de la Unión Soviética hacía
inviable la conservación del escenario bélico descrito por Dick, a saber una
confrontación global entre los soviéticos y las fuerzas de la ONU. Dado que el
miedo al apocalipsis nuclear había disminuido varios enteros y que en ese
momento aún no estaba claro qué teatro geopolítico iba a resultar de los profundos
cambios derivados de la caída del régimen de la URSS, lo más sencillo era
llevar el conflicto a otro planeta. El problema es que en el cuento de Dick, lo
que estaba en juego era la propia supervivencia de la especie, confinada en la
Tierra y una base en la Luna. Si los robots ganaban –y tenían buenas
posibilidades de hacerlo-, el hombre desaparecería. En la película, por el
contrario, lo que tenemos es una guerra en un alejado planeta minero. Lo que
ocurra allí no tendrá, en principio, efecto sobre otras colonias o la propia
Tierra y eso le resta a la trama dramatismo, urgencia y suspense. Aparte de los
propios soldados implicados, ¿a quién le importa que sobrevivan o no?
Por otra parte, el final en el que se descubría que el
personaje femenino y única superviviente junto a Hendricksson era en realidad
un androide asesino que conseguía llegar con la nave de salvamento a la colonia
lunar abandonando a su –funesta- suerte a aquél, era de un absoluto pesimismo:
el único reducto de la Humanidad, en la Luna, previsiblemente iba a sucumbir
engañada por la apariencia humana de esa máquina. Por el contrario, la
película, aunque conserva la revelación final de la auténtica naturaleza de
Jessica (Jennifer Rubin), también la convierte en un robot con sentimientos
cuyo amor por Hendricksson no sólamente es inexplicable sino que diluye por
completo la sensación de imparable y fría amenaza que, por ejemplo, James
Cameron había sabido insuflar en su Terminator diez años atrás. Y eso por no
hablar de que, en un final decepcionante e innecesariamente escrito para
satisfacer a un público convencional que probablemente no era el que más
interesado estaba en ver esta cinta, Jessica se enfrenta a una congénere
mecánica, sacrificando su “vida” para salvar la de Hendricksson.
Aunque no compense del todo su atroz trayectoria
posterior, hay que reconocer que el director Christian Duguay realiza un buen
trabajo en todo el segmento inicial en el que se describe la situación y entorno.
El viaje a través del hipnóticamente decrépito páramo industrial del planeta,
con planos que alternan instalaciones industriales y los nevados paisajes de
Montreal, realzados con pinturas mate, es excelente. Hay una sensación cautivadoramente
inquietante de que ese trayecto va a traer consigo perturbadores descubrimientos,
como el hallazgo del niño con el osito, los screamers acechantes o, algo más
adelante, el sentimiento de paranoia al no poder distinguir quién es humano y
quién androide.
Desafortunadamente, la película se construye apuntando
a un clímax que nunca termina de llegar: no hay un enfrentamiento total ni una
revelación deslumbrantemente trascendente sobre la naturaleza de los screamers
más allá de que casi todos los personajes llegado ese punto eso es lo que son.
Para entonces, cualquier aficionado al cine de CF ya había padecido su buena
colección de clones mediocres o malos de “Terminator” (1984) y este concepto de
androides asesinos con aspecto de humanos ya no era ninguna novedad. Así, tras
un desarrollo aceptable, la película se desploma en su tercer acto por la mera
acumulación de lugares comunes.
Peor aún, la trama viene lastrada por una gran
cantidad de lagunas e inverosimilitudes. ¿Quién envió el mensaje falso para
firmar la paz con la Alianza y por qué? ¿Fueron los screamers o los propios
mandos de la Alianza en la Tierra tratando de traicionarlos? Nunca lo llegamos
a saber. ¿Por qué los screamers se matan entre sí? (esto sí se medio explicaba
en el cuento de Dick) Es más, ¿qué necesidad tienen de exponer su auténtico ser?
Tanto la revelación sobre la naturaleza del androide infantil como la
advertencia sobre otra modalidad con la forma de soldados heridos, las hacen
otros screamers. Son estos agujeros e incoherencias propios de una serie B
ramplona los que estropean lo que, por lo demás, son dos tercios de una
película de ciencia ficción eficaz y razonablemente inteligente.
Sin embargo, puede que fueran otros factores los que
propiciaron el fracaso en taquilla (sobre un presupuesto de 14 millones de
dólares sólo recaudó 7 en todo el mundo). Y es que el espectador no descubre de
qué trata realmente la historia hasta transcurrido casi un tercio de la
película. En un lapso de unos 50 minutos, el objetivo cambia de “guerra” a “paz”,
luego de “paz” a “supervivencia”, y luego de “supervivencia de unos contra
otros” a “supervivencia contra nuestra propia criatura”. Porque resulta que “Asesinos
Cibernéticos” no trata tanto sobre esas temibles máquinas asesinas como sobre
la estupidez de un Hombre que se cree Dios y que fabrica seres que luego se
vuelven contra él. Los screamers son una simple distracción visual del tema
nuclear: la inutilidad de nuestros esfuerzos por controlar la Naturaleza, errónea
comprensión de la existencia y fallida omnisciencia. Todo esto empaquetado en
un guion que se presenta como una historia bélica de corte apocalíptico, de “hombre
contra hombre”, “hombre contra máquina” y, en definitiva, de “hombre contra sí
mismo”.
Por todo lo apuntado, “Asesinos Cibernéticos” no es
una película recomendable sin reservas. Si bien incluye una dosis generosa de
la paranoia y cinismo de Philip K. Dick, el guion divaga más de la cuenta en
lugar de presentar una progresión clara de principio a fin. Aunque imperfecta e
irregular sobre todo en su última parte y que quizá su formato más adecuado
hubiera sido el del episodio de una antología al estilo de “La Dimensión
Desconocida”, ofrece un entretenimiento ligero (quizá demasiado habida cuenta
de los temas tan importantes que apunta pero no desarrolla) con una interpretación
sólida de Peter Weller y unos efectos prácticos que, aunque un poco justos dado
el presupuesto que maneja, son más que suficientes para el tipo de historia que
se nos cuenta.
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