Las películas de monstruos gigantes fueron un subgénero boyante durante casi toda la década de los 50, generalmente en forma de dinosaurios, robots e insectos. En 1957, Universal tomó un interesante desvío con “El Increíble Hombre Menguante”, película que, paradójicamente, abrió la puerta a una nueva moda de films con gente que, por algún motivo, se convertía en gigantes. El realizador más vinculado a este tipo de producciones fue Bert I.Gordon, especializado en serie B y responsable nada menos que de tres títulos: “The Cyclops” (1957), “El Asombroso Hombre Creciente” (1957) y “La Guerra de la Bestia Gigante” (1958), así como otra cinta sobre gente diminuta, “La Rebelión de los Muñecos” (1958).
Tres hermanos residentes en Nueva Orleans, Bernard, David y Lawrence
Woolner, testigos de primera fila del éxito de este tipo de películas de serie
B (eran propietarios de dos autocines), quisieron sacar provecho de las mismas
no solo como exhibidores sino también como productores. Se pusieron en contacto
con el director de fotografía y productor Jacques Marquette, que en 1957 había
tenido un gran éxito con el thriller de ciencia ficción de bajo presupuesto,
“El Cerebro del Planeta Arous”, y que tenía vínculos con Allied Artists. Fue
Bernard Woolner quien tuvo la idea de convertir la amenaza gigante en una mujer
parcamente vestida, en lugar del hombre torpe y con pañales que había
protagonizado las películas de Bert I. Gordon.
Marquette se puso en contacto con su amigo Mark Hanna, que había escrito o coescrito varios guiones para American International Pictures, entre ellos el de “El Asombroso Hombre Creciente”. Marquette parece haber sido el productor de facto del proyecto, aunque los hermanos Woolner fueron también acreditados como productores. Casi con toda seguridad fue Marquette quien se encargó de elegir al equipo técnico y el reparto. Asumió él mismo las funciones de director de fotografía y contrató como director a Nathan Juran, con quien había colaborado en “El Cerebro del Planeta Arous”.
Nathan Juran, nacido Naftali Hertz en lo que hoy es Rumanía, se mudó a
Estados Unidos con sus padres en 1912, cuando tenía cinco años. Estudió
arquitectura y fundó su propia firma, pero debido a la paralización económica
durante la Gran Depresión, tuvo que trasladarse a Los Angeles a finales de los
años 30 y empezar a trabajar en los departamentos artísticos de los estudios
cinematográficos de Hollywood. Durante los años 40, ejerció de director
artístico para la 20th Century Fox, recibió un Oscar en 1942 por “Qué Verde era
Mi Valle” y otra nominación en 1946 por “El Filo de la Navaja”. En 1949, pasó a
Universal y mientras trabajaba en el film de terror “El Castillo del Ogro”
(1952), le pidieron que se hiciera cargo de la dirección cuando quien había
sido inicialmente designado para la tarea renunció dos semanas antes de empezar
el rodaje. Al estudio le gustó el resultado y empezó a darle más trabajos de
dirección, sobre todo en westerns de serie B, pero también en alguna producción
de capa y espada, como la serie de TV “Los Tres Mosqueteros”.
En 1957, le encargaron su primera película de CF, “The Deadly Mantis”. A continuación, hizo una de submarinos, “Hellcats of the Navy” (1957), protagonizada por Ronald Reagan y producida para la Columbia por Charles Schneer. Éste, que ya tenía una larga asociación con Ray Harryhausen, encargó luego a Juran que trabajara con éste en el clásico de CF “A 20 Millones de Millas de la Tierra” (1957). Le seguiría la mencionada “El Cerebro del Planeta Arous” y, por fin, la que ahora nos ocupa.
El presupuesto de la película, según los recuerdos de los partícipes, osciló entre 65.000 y 89.000 dólares, a los que los productores añadieron 10.000 dólares más temiendo que Allied Artists pensara que era demasiado barato como para que de ahí saliera nada bueno. El rodaje se realizó enteramente en Los Ángeles en el transcurso de ocho días.
La película comienza con un locutor televisivo informando de numerosos
avistamientos por todo el planeta de una esfera roja flotante. A continuación,
conocemos a la atormentada heredera Nancy Archer (Allison Hayes), que conduce a
toda velocidad por las carreteras del desierto tratando de olvidar sus
problemas cuando una de esas enigmáticas esferas aparece frente a su coche y de
ella emerge un gigante que trata de apresarla. Aterrada, regresa a la ciudad,
pero su marido Harry (William Hudson) está demasiado ocupado besándose con una
cazafortunas, Honey Parker (Yvette Vickers), como para preocuparse por ella y
la policía atribuye la historia que Nancy les cuenta a otra de sus frecuentes borracheras
que ya en el pasado la llevaron a ingresar una temporada en un sanatorio
mental.
Harry ve la situación como una oportunidad para que Nancy sea definitivamente
incapacitada legalmente y así tomar el control de su sustancioso patrimonio de 50
millones de dólares. Se muestra solícito y comprensivo y accede a acompañarla
de vuelta al desierto para comprobar la veracidad de su historia. Y sí,
encuentran al “satélite”, del que vuelve a salir un gigante, pero esta vez
Harry, presa del miedo, huye dejando a su suerte a su esposa. Más tarde, la
encuentran de regreso en su casa y el doctor la seda. Harry planea inyectarle
una dosis letal de calmante, pero cuando sube a su habitación, se encuentra con
que ella ha crecido hasta alcanzar un tamaño gigantesco.
El sheriff y el mayordomo de Nancy encuentran la nave extraterrestre y
averiguan que, aparentemente, el gigante busca diamantes, quizá como
combustible. El extraterrestre destroza su coche y se ven obligados a regresar
al pueblo caminando. Mientras tanto, Nancy despierta y se libera decidida a encontrar
y castigar a su traicionero marido. Atraviesa el tejado de la casa y siembra el
caos por la ciudad, arrancando el techo de un bar. Un rayo cae sobre Honey
matándola. Nancy coge a Harry y se marcha inmune a los disparos del sheriff
hasta que, accidentalmente, golpea un transformador de alta tensión y muere por
la explosión subsiguiente. Harry también fallece estrujado por su enorme mano.
“El Ataque de la Mujer de los 50 Pies” es una película de muy baja
calidad incluso para los estándares de la serie B de los años 50. Sin embargo,
ha conseguido sobrevivir en la cultura popular hasta nuestros días,
probablemente más debido a su poster que a la película que éste promociona, ya
que se ha convertido en un símbolo de la CF de aquella época incluso para gente
no particularmente familiarizada con el género.
A diferencia de otros títulos muy poco agraciados en los que, sin
embargo, puede encontrarse alguna cualidad, si no redentora, sí al menos
atenuante del desastre, ésta cinta no cuenta con demasiadas bazas en ese
sentido. Da la impresión ser un producto nacido exclusivamente con la intención
de plagiar a la inversa “El Increíble Hombre Menguante”, que causó bastante
impresión tan solo un año antes, mezclando el elemento de CF con una trama de
serie negra de los años 40. Y, al igual que “El Increíble Hombre Menguante”,
algunos han querido ver aquí casi una película protofeminista: la imagen de Nancy
abriéndose paso a través del tejado de su casa logra una momentánea sensación
de salvaje euforia. Pero si se escuchan con una mínima atención los diálogos y
se observan las decisiones de la protagonista, no puede detectarse ni mucho
menos un ideal feminista. Y es que Nancy, a pesar de toda su fortuna, es una
mujer que necesita desesperadamente a su marido, llegándole a perdonar engaños
y traiciones reiteradas. Cuando se convierte en una giganta, su único
pensamiento es recuperar a su hombre y proteger su matrimonio de la advenediza
Honey.
Y es que la alcohólica e histérica Nancy, que se niega a condeder el
divorcio a su marido pese a que ninguno de los dos se beneficia ya del mismo,
aparece retratada de una forma poco positiva. De hecho, podría incluso interpretarse
que la película se pone del lado de Harry, condonando su adulterio como inevitable
resultado de los problemas mentales y dipsomanía de ella. Hay un punto, sin
embargo, en el que éste cruza la línea de marido infeliz, apocado y agobiado
por el que podría sentirse cierta simpatía, a asesino en ciernes y villano de
la trama cuando decide envenenar a su esposa para librarse de ella y heredar el
dinero. En general, Harry Archer tiene pocas cualidades objetivas y, cuando la
película lo muestra bajo una luz positiva, lo desmiente poco después revelando
que su comportamiento aparentemente bondadoso hacia Nancy no es más que una
artimaña para controlarla. Por otro lado, también se puede ver a Harry como
víctima de dos mujeres manipuladoras. Es Honey Parker la que lo incita a matar
a su esposa, pero es difícil ver a aquél como una mera víctima. Al fin y al
cabo, no necesita mucha persuasión para tomar esa decisión.
La opinión que se tenga de la película respecto a su actitud hacia el
género depende de cómo quiera verse a Nancy Archer una vez ha alcanzado su
colosal estatura. ¿Es la víctima que al final se levanta para vengarse de Harry
y Honey? ¿O su cambio de tamaño simplemente desata al monstruo que realmente
anidaba en su interior? Personalmente, me resulta difícil aceptar esta última
conclusión, ya que, para que la fórmula del subgénero de monstruos funcione, una
criatura necesita un héroe que los contrarreste. Y, se mire como se mire, ni
Harry ni Honey pueden asumir ese papel. De acuerdo a la venerable tradición de
King Kong, el monstruo gigante es un personaje por el que, en última instancia,
el espectador debería sentir cierta simpatía; pero la muerte de Nancy aquí lo
que pretende suscitar es una punzada de tristeza. Que la película lo consiga o
no, es otra cuestión.
“El Ataque de la Mujer de 50 pies” es una película que puede verse con
cierta fascinación… por los motivos equivocados, a saber, la completa falta de verosimilitud
que transmiten los efectos especiales. No aparece acreditado ningún director
artístico, por lo que se puede suponer que Juran, que había desempeñado esa
función en otras películas, también la asumió aquí para ahorrar dinero. Tampoco
hay un equipo de efectos especiales propiamente dicho, por lo que se supone que
Marquette y Juran se encargaron de eso también. En cualquier caso, el resultado
fue muy pobre.
Durante el alboroto que provoca la protagonista por la ciudad, se
utiliza varias veces la misma toma de ella caminando, a veces invertida y otras
contra diferentes fondos que hacen variar su estatura aparente. Una escena con Nancy
detrás de una torre de alta tensión está realizada con una retroproyección
increíblemente chapucera; y el gigante alienígena es simplemente una doble
exposición tan inepta que la figura se ve translúcida. Nunca vemos al gigante y
a los humanos participar del mismo plano. El interior de su nave no son más que
planchas de metal perforadas y un montón de humo. Y cuando Nancy se abre paso a
través de los edificios, los primeros planos que la enfocan no coinciden de
ning
una manera con el movimiento de su ridícula mano gigante, que parece hecha
con papel maché por alumnos de primaria y de la cual, por otra parte, los
productores sacaron todo el provecho posible. Le pegaron pelo en los dedos y el dorso
para hacerla pasar por la mano del gigante que intentaba alcanzar a Nancy y
destrozaba su coche. Luego la reciclaron como mano de la Nancy gigante, primero
en una escena en la que aparece encadenada y luego en el bar agarrando a Harry.
Seguramente, esa mano de dos metros y medio, a pesar de ser uno de los peores
gadgets de la historia de la CF cinematográfica, fue lo más costoso de toda la
producción, así que claramente decidieron sacarle la máxima rentabilidad.
El disfraz del alienígena gigante es todo él un anacronismo. En lugar
del esperable traje plateado con grandes hombreras y un rayo en el pecho, este
ser lleva un chaleco de cuero tachonado y, para completar el incoherente toque
medieval, exhibe un escudo de armas bordado en el pecho con tres flores de lis.
O bien es una prueba de que los antiguos reyes franceses vencieron a los rusos
en la carrera espacial, o que los responsables de vestuario aprovecharon, sin
tiempo para retocarla, una prenda sacada de algún otro rodaje.
La trama transcurre en lo que se convirtió en escenario cliché de
tantos títulos de ciencia ficción de los años 50: una pequeña ciudad localizada
en el desértico suroeste de Estados Unidos. Este escenario fue presentado en el
guion que Ray Bradbury escribió para “Llegó del Más Allá" (1953), tratando de
simbolizar la somnolienta América profunda que se ve convulsionada por el
cambio y la amenaza provenientes de una fuerza exterior. Con el paso de los
años, ese subtexto simbólico fue desapareciendo gradualmente y, como ocurre con
muchas películas de CF, el decorado se convirtió en un simple cliché. Y,
además, uno muy conveniente, dado que era un entorno en el que resultaba barato
rodar exteriores.
Si el apartado técnico es vergonzante, el guión de Mark Hanna contiene
una generosa cantidad de errores. Está claro que el libreto se escribió con
prisas y que su autor o no tuvo tiempo o no vio sentido en esforzarse en tratar
de dar una explicación mínimamente coherente a los extraordinarios
acontecimientos que se describen. Ya la primera escena llama la atención: un boletín
de noticias de televisión señala las ubicaciones de los diversos avistamientos
de satélites, incluido Auckland, Nueva Zelanda (ciudad a la que localizan en
algún lugar al sur del Cabo de Hornos). ¿Satélites? ¿Pero qué amenaza supone
esto?
Pues resulta que, curiosamente, la fiebre de los ovnis que sirvió para
alimentar tantas fantasías sobre invasiones alienígenas en el cine de los 50,
fue sustituida, a raíz del lanzamiento del Sputnik a finales de 1957, por el
miedo a los satélites. “El Ataque de la Mujer de 50 Pies” se estrenó en mayo de
1958, unos ocho meses después del lanzamiento del satélite soviético y cuatro
meses después de que éste ardiera en su reentrada atmosférica. Los satélites
eran tema de conversación y preocupación. De hecho, la escasa duración de la
película que nos ocupa (poco más de una hora) responde a que fue estrenada como
parte de un programa doble que también incluía “War of the Satellites”, de
Roger Corman, cuya premisa era que una fuerza desconocida declaraba la guerra
contra el planeta Tierra cuando las Naciones Unidas desobedecían sus
advertencias de desistir en sus intentos por ensamblar el primer satélite
orbital. En la propia “El Ataque de la Mujer de 50 Pies” insisten de forma
bastante ridícula en llamar satélite a lo que obviamente es una nave
alienígena.
Por otra parte, tenemos aquí no uno sino dos de los “deux ex machina”
preferidos de los años 50 para poner en marcha las tramas y explicar lo
inexplicable: los extraterrestres y la radiación. El alienígena se limita a
aparecer, provocar la situación e irse sin tener conexión con ningún otro punto
de la trama. La radiación de su toque proporciona la magia necesaria para hacer
que la pobre Nancy crezca hasta los 15 metros de altura.
El “ataque” anunciado en el título no ocupa más de 10 minutos en el
final de la película y la mujer de
50 pies no aparece hasta ese momento, a
menos que se cuenten algunos breves atisbos de la infame mano gigante. Durante
la mayor parte del metraje, la historia consiste en un drama sobre la desintegración
de un matrimonio que algunos han querido ver como una crítica a las draconianas
leyes de divorcio de los años 50, que tendían a dificultar la disolución de
uniones legales claramente condenadas al fracaso y que solo generaban
infelicidad para todos los involucrados.
Independientemente de la calidad de la película, el foco sobre el
drama emocional de los personajes la convierte en una anomalía dentro del canon
de la CF cinematográfica de finales de los 50. Si se la analiza como un drama
convencional en lugar de como película de monstruos, se puede interpretar el desmesurado
crecimiento de Nancy como una metáfora de su enfermedad mental. Al final, por
lo tanto, no es Nancy la que crece quince metros sino su dolencia psiquiátrica
la que adquiere proporciones monstruosas. O, tal vez, su metamorfosis puede
entenderse como metáfora de toda la oscuridad y miseria acumuladas por la
enfermiza relación matrimonial de Nancy y Harry.
Resulta difícil de creer, a juzgar por la evidente justeza del
presupuesto y la mediocridad general de la producción, que el director fuera el
mismo que ese año firmara también la muy superior “Simbad y la Princesa”.
Posiblemente, al ver el tipo de producto en el que estaba involucrado,
decidiera figurar acreditado aquí como Nathan Hertz en lugar de Nathan Juran,
que es el nombre que utilizó para esa película de Fantasía y otras posteriores
de género fantacientífico, como “Jack el Matagigantes” (1962), “La Gran Sorpresa” (1964) o diversos episodios de series como “Perdidos en el Espacio”,
“Tierra de Gigantes” o “El Túnel del Tiempo”.
El único tanto que pudiera adjudicársele a Juran fue la elección del
elenco. Allison Hayes, una reina de la belleza que se ganó cierto estatus de
culto por la media docena de películas de serie B que protagonizó, hace un
trabajo razonablemente eficaz: en las escenas en las que recorre la ciudad
vestida sólo con un bikini de tela, irradia una belleza fría y sobrenatural.
Puede que “El Ataque de la Mujer de 50 Pies” no fuera su mejor película, pero
sin duda ha demostrado ser aquélla por la que más se la recuerda.
Allison Hayes nació en Virginia Occidental en 1930 y su participación
en concursos de belleza (llegó a representar a Washington en la competición de Miss
America de 1949) le abrió la puerta primero de una cadena local de televisión
en esa ciudad y luego las de Hollywood, donde firmó un contrato con Universal
en 1954. Sin embargo, a pesar de aparecer en un par de películas como actriz
secundaria, el estudio rescindió el contrato cuando la actriz los demandó por
haber sufrido daños físicos durante un rodaje, incluyendo unas costillas rotas.
Pasó luego a Columbia, donde apareció en “Chicago Syndicate” (1955), que ella consideró
su mejor papel aunque la mayoría de la prensa se centró en Joanne Woodward,
dejándola a ella de lado.
El contrato con Columbia tampoco duró mucho y, de pronto, se encontró
tratando de encontrar trabajo como actriz freelance. En 1956, la AIP de Roger
Corman la eligió para participar en el western “El Sheriff de Oracle”, lo que
la llevaría a participar en una serie de películas de terror y CF de serie B,
que es por las que hoy se la recuerda: “La No Muerta” (1957), “Zombies of Mora
Tau” (1957), “Terror en la Clínica” (1957) o “The Disembodied (1957),
culminando en “El Ataque de la Mujer de 50 Pies”, que no sólo protagonizó sino
que utilizó para mostrar sus dotes dramáticas. Al contrario que muchos otros
actores y actrices de Hollywood que trataban de abrirse camino como podían,
aceptando papeles en producciones menores, Hayes no tuvo inconveniente en
quedar asociada al género del terror y la CF, aunque sí es cierto que ello
perjudicó su carrera. Luchó por sobrevivir en la industria durante finales de
los 50 y primeros 60, participando en westerns y dramas policiales de
producción independiente.
En un trágico giro del destino, Hayes empezó a sufrir problemas graves
de salud en los años 60, cuando ella aun estaba en la treintena. Tuvo que utilizar
un bastón para caminar y experimentaba dolores agudos que la llevaron a perder
su anterior buen carácter y beber más de la cuenta. Su última aparición en
pantalla fue en una comedia de Elvis Presley, “Hazme Cosquillas” (1965), para
pasar a continuación a un par de programas de televisión antes de que dejara de
recibir ofertas de trabajo. Terminó por caer en la cuenta de que sus síntomas
eran similares a los experimentados por los trabajadores de ciertas industrias
y, tras consultar con un toxicólogo, descubrió que padecía un envenenamiento de
plomo resultado de consumir un suplemento dietético recetado por un médico.
Hayes empezó entonces una campaña para que ese medicamento fuera retirado de la
venta, pero su salud siguió empeorando y en 1975 se le diagnosticó leucemia.
Dos años más tarde, a los 46 años, falleció.
Sin embargo, es Yvette Vickers, que interpreta el papel de Honey
Parker, quien le robó el protagonismo en “El Ataque de la Mujer de 50 Pies” ejerciendo
de mujerzuela barata dentro de los límites que la censura imponía en los años
50. Vickers
lo hace muy bien como chica manipuladora y abiertamente sensual. Para muchos de
los adolescentes que acudieron a ver esta película, la escena en la que Vickers
abraza apasionadamente William Hudson fue probablemente la primera vez que
vieron un beso con boca abierta. Pero Vickers nunca interpreta a su personaje
como una caricatura, sino que le da una solidez y realismo que ayudan a vender
las líneas de diálogo un tanto inverosímiles que le adjudica el guion, como
cuando “casualmente” sugiere a Harry que mate a su esposa.
Yvette Vickers fue una actriz mucho mejor de lo que su irregular
historial cinematográfico sugiere. Tal vez era demasiado atractiva y sensual para
los productores de cine más convencionales, y su temprana participación en la
televisión y en películas de ciencia ficción de serie B tampoco la ayudó a
construir un perfil de actriz “respetable”. Nacida en 1928, empezó a estudiar
periodismo, pero se cambió a arte dramático y empezó a trabajar como modelo en
los años 40 y aparecer en anuncios televisivos primero y series después. Pudo
saltar al cine con una película para adolescentes de la AIP, “Reformatorio
Femenino” (1957), donde encarnó un personaje secundario. Inmediatamente, llamó
la atención de todos por su explosiva sensualidad y su imagen de “chica mala”,
lo que la encasilló en films de delincuentes juveniles y dramas criminales,
como “Atajo al Infierno” (1957, el debut como director de James Cagney) o “Juvenile
Jungle” (1958), aunque hoy es más recordada por su participación en las
películas de CF de serie B de la AIP, como la que ahora nos ocupa o “El Pantano
Diabólico” (1959). Aprovechó su reputación
de “sex bomb” para aparecer en el
poster central de “Playboy” en 1959, además de posar para otras revistas
masculinas. Su carrera como actriz, que nunca había llegado a ser gran cosa,
empezó a declinar a comienzos de los 60 y acabó dejando la industria del cine
en 1963.
A partir de entonces, sobre todo ya en los años 70 y 80 y gracias a la
popularización de formatos domésticos, Vickers se convirtió en una asidua de
las convenciones y eventos de los aficionados al género fantacientífico. Que hasta
su muerte siguió siendo querida por ellos lo demostró su buzón abarrotado de
cartas de admiradores ya enmohecidas, que fue precisamente lo que alertó a un
vecino sobre su defunción en la primavera de 2011. En los últimos años de su
vida, Vickers había empezado a sufrir problemas mentales que la llevaron a
recluirse en su casa, convencida de que alguien la acosaba y pretendía
secuestrarla. Rompió el contacto con su familia y amigos y, hasta que se
descubrió su cuerpo momificado en su deteriorada casa de Beverly Hills, nadie
se dio cuenta de que llevaba muerta más de seis meses.
Volviendo a la película, cuando se hizo una proyección previa para los
ejecutivos de Allied Artists, éstos se quedaron horrorizados por la mala
calidad de los efectos. Recordaron a los productores que la película había costado
menos del presupuesto asignado. Quedaban sin gastar 10.000 dólares y exigieron
que el equipo técnico regresara para volver a rodar los efectos. Jacques
Marquette dijo que tal cosa era imposible con esa cifra, ya que sería necesario
traer de vuelta a todos los actores y volver a rodar las escenas desde cero.
Por su parte, Bernard Woolner, quien, como dije al principio, tenía experiencia
en el mercado de los autocines, sabía que era allí donde la película iba a recaudar
la mayoría del dinero y que la calidad de los efectos importaba poco a los
espectadores. Le dijo a Allied Artists que nadie iba al autocine a ver arte,
sino a pasar el rato, enrollarse con la pareja y divertirse. Para la mayoría de
los espectadores, la calidad de la película era un factor secundario. Convenció
al estudio y éste la incluyó en el antes mencionado programa doble.
“El Ataque de la Mujer de 50 Pies” fue objeto de un remake, menos rídiculo y adornado con mejores efectos especiales, en 1993 y con Daryl Hannah en el papel protagonista. Por otra parte, la idea básica de esta película fue utilizada luego en otras como “The 30-Foot Bride of Candy Rock” (1959, con Lou Costello); y parodiada en muchos más, como “Attack of the 60 Foot Centerfolds” (1995), “Colega, ¿Dónde Está mi Coche?” (2000), “Monstruos Contra Alienígenas” (2009), “Attack of the 50 Foot Cheerleader” (2012) o “Attack of the 50 Foot CamGirl” (2022).
“El Ataque de la Mujer de 50 Pies” es una película extraña. Su guion
tiene más agujeros que un queso suizo, la premisa de ciencia ficción sobre la
que se apoya no es más que una ocurrencia que trata de aprovecharse de la idea
de otros films anteriores y algunos de sus momentos son tan ridículos que parecen
una parodia, aunque no sea así. Sus efectos visuales se encuentran entre los
peores de toda la CF estrenada en los años 50. Y, sin embargo, ofrece un
contenido dramático que supera por mucho a la mayoría de las películas de su
clase y un plantel de actores de segunda división pero muy sólidos. Sea como
sea, se ha convertido en un clásico de culto casi a pesar de sí misma y no sólo
uno de los que sirven para reírse sino de los que se referencian, debaten y
analizan hasta el día de hoy.
Desde luego, “El Ataque de la Mujer de 50 Pies” no está aconsejada para quienes se irriten o desesperen fácilmente con las producciones de bajo presupuesto o esperen ver una historia apasionante. Aquí no hay épica ni técnica. Recomendada, eso sí, para los aficionados a la CF cinematográfica de los 50 en todo su espectro porque aquí encontraran uno de sus hitos más perdurables.
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