(Viene de la entrada anterior)
En “Al Oeste del Edén”, primera entrega de la trilogía de Edén, Harrison nos había presentado un mundo en el que el meteorito apocalíptico no había exterminado a los dinosaurios y éstos continuaron evolucionando durante millones de años. La historia nos contaba cómo una especie reptiliana bípeda evolucionada cultural y tecnológicamente, los Yilane, trataban de establecer una primera colonia en lo que hoy es Norteamérica, sabedores de que una era glacial estaba engullendo sus territorios originales y su biología no les permitiría sobrevivir a ella. Pero en el Nuevo Mundo se topaban con una nueva especie que desconocían, los humanos, quienes tampoco podían permitirse ceder sus territorios de caza por la misma razón que los recién llegados. Lo que seguía era un violento choque entre ambos pueblos que permitía al autor reflexionar sobre las relaciones entre especies, los ciclos de violencia, la otredad, la guerra, los prejuicios, la naturaleza de la civilización o el poder disruptivo de la religión.
En la segunda entrega de la trilogía, “Invierno en Edén” (1986), esas
ideas se desarrollan con mayor amplitud al tiempo que el conflicto se agrava y
extiende. La historia comienza en el punto exacto en el que terminó el primer
volumen, con los supervivientes de los Yilané, alejándose por mar en una de sus
embarcaciones vivientes, dejando atrás las humeantes ruinas de su colonia en el
Nuevo Mundo, Alpeasak, destruida por los humanos. Las 350 páginas siguientes
irán alternando cuatro subtramas principales que, en ciertos momentos,
intersectan unas con otras aportando nuevas perspectivas, escenarios,
personajes y dilemas.
En primer lugar, la de Kerrick, el líder de los humanos que atacaron
con éxito Alpeasak y que, como cautivo, había vivido con los Yilané durante muchos
años, siendo capaz de entender y hablar su lengua. Empezará la novela
quedándose atrás con un grupo reducido mientras el resto del ejército vuelve a
los territorios del norte, tratando de descifrar los secretos de la destruida
urbe y seguro de que, habiendo huído su lideresa, Vainté, se las arreglará para
volver y tratar de reconquistarla. Luego emprenderá un viaje hacia el norte
para reunirse con su esposa Armún y su hijo, encontrando que habían sido
acogidos por los Paramutan, un pueblo equivalente a nuestros inuit, aunque con un
vello que les cubre todo el cuerpo y una cola vestigial. Convencido de que la
solución definitiva a la amenaza Yilané se halla al otro lado del Atlántico, en
el imperio de esas criaturas, viaja con los Paramutan hacia el este,
participando en una expedición ballenera y luego recorriendo la costa hacia el
sur hasta que, tras muchas peripecias, establece una alianza de conveniencia con
una importante reina yilané y consigue que destierren a Vainté. Su arco es
básicamente uno de conflicto interior, tratando de reconciliar su herencia
biológica humana con su educación en buena medida Yilané, hallándose dividido
entre su instinto protector hacia su esposa e hijo y la necesidad que siente de
poner punto final a la guerra entre humanos y reptiles.
Armun, la esposa de Kerrick, tiene su propia subtrama hasta que se
reúne con éste, compartiendo a partir de ese punto su destino. Huyendo con su
hijo y un adolescente renegado de una tribu que ya no la respeta y no pudiendo soportar
más la incertidumbre sobre el destino de Kerrick, emprende viaje hacia el sur.
Cuando su situación se torna ya desesperada, encuentra una familia de
Paramutanes que los acogen. Éstos son un pueblo generoso, alegre, optimista y
siempre feliz y, ante la imposibilidad de continuar su camino, decide unirse a
ellos cuando regresan a sus helados páramos norteños.
La tercera subtrama es la de Vainté, que, deshonrada por la destrucción de la colonia que ella lideraba, regresa al Imperio y maniobra e intriga para obtener apoyos y reunir nuevos ejércitos y tecnologías con los que regresar al Nuevo Mundo y desatar una guerra genocida contra los humanos.
Por último, tenemos a Enge, una eminente científica Yilané que se ha
convertido en líder de conveniencia de las Hijas de la Vida, una pequeña secta
de pacifistas a las que el resto de su pueblo miran con recelo cuando no persiguen
o encarcelan. Los intereses de la una y las otras confluyen, puesto que Enge
desea viajar al Nuevo Mundo para saciar su ansia de conocimiento y las segundas
quieren escapar de la persecución y fundar una nueva colonia con una sociedad
no jerárquica. Roban una nave, cruzan el océano y se establecen en la
desembocadura de un gran río en Sudamérica, donde la pragmática y racional Enge
no tarda en chocar con sus religiosas compañeras. Mientras tanto, descubren una
especie nativa de Yilanés primitivos que no sólo tienen un color de piel
diferente, sino que su tecnología y estructura social son completamente distintas,
empezando porque es el masculino el género dominante.
“Invierno en Edén” mantiene la misma línea que la primera novela de la
trilogía y hace avanzar la historia de forma coherente respetando las mismas
premisas. Harrison trabajó con un grupo de académicos para dar forma a una
sociedad no humana con idioma y cultura propios, que se describe con detalle en
las 50 páginas de apéndices. Ha habido comentaristas que se han indignado por
las insensateces científicas que han encontrado en el texto, pero no creo que
ese sea el enfoque adecuado a la hora de abordar esta novela. Harrison quería
presentar una cultura no humana fascinante, compleja y verosímil que hubiera
evolucionado en un ecosistema coherente, no respetar escrupulosamente el corpus
de conocimiento paleontológico (que, por otra parte, cuenta con no pocas
divisiones y ha experimentando múltiples giros a lo largo de las décadas,
empezando porque no fue hasta finales de los 80 que se admitió la teoría del
meteoroide que cayó sobre la Tierra acabando con los dinosaurios).
Pero es que, además, Harrison compensa sobradamente los agujeros
científicos de su propuesta con unos personajes atractivos, ya sean villanos
como Vainté, héroes como Kerrick o neutros como Enge. Los personajes humanos tienen
emociones, impulsos y psicologías realistas que podemos comprender. “Invierno
en Edén” es, esencialmente, una novela de aventuras con largos viajes,
travesías marítimas, exploración de nuevos mundos, huidas y batallas… pero los
personajes actúan y reaccionan más como individuos reales que como héroes de
una película de acción. Por ejemplo, uno de los humanos, tras la guerra contra
los Yilané, padece lo que hoy llamaríamos trastorno de estrés postraumático;
Kerrick es el héroe titular de la historia, pero no le sobran méritos para
serlo: es un guerrero sólo medianamente competente, un cazador mediocre, sufre
de depresiones y su capacidad de liderazgo, cuando no su lucidez mental, es a
menudo cuestionada por sus iguales. Y ambos bandos desarrollan innovaciones lógicas
en la guerra que los enfrenta: los Yilané utilizan sus conocimientos en
genética para crear nuevas armas biológicas tanto ofensivas como defensivas,
mientras que los humanos se apoyan en su ingenio y su habilidad para el engaño
y las emboscadas.
Harrison también utiliza la sociedad reptiliana para presentar una
inversión de los estereotipos de género. Hay un pasaje en el que Kerrick se
queja de que, mientras que las hembras Yilané solo hablan cuando tienen algo
importante que decir, los machos parlotean sin sentido y sin parar. Éstos
también demuestran mayor sensibilidad y talento artístico que las mujeres; toda
la pintura y escultura de los Yilané son obra de los machos, mientras que las
figuras políticas y científicas, dispuestas a sacrificar todo y a todos con tal
de acumular más poder o conocimiento, son hembras; por no hablar de que son
éstas las que violan sistemáticamente a los machos sin ningún tipo de reparos,
manteniéndolos encerrados en recintos custodiados y privándolos de cualquier
posibilidad de desarrollo intelectual que pudiera convertirles en competidores
sociales.
La novela aborda asimismo el viejo dilema entre naturaleza y crianza,
biología y educación: ¿hasta qué punto los roles de género y otras formas de
entender y relacionarnos con el mundo, son resultado de la biología, y hasta
qué punto son decisiones conscientes tomadas por una sociedad (o sus miembros
más poderosos)? Kerrick tiene dificultades a la hora de integrarse en otros
grupos humanos debido a haber crecido entre los Yilané y absorbido su cultura.
Dos machos Yilané abandonados por las hembras en su retirada de Alpeasak,
empujados por Kerrick, deben superar su condicionamiento cultural para
aprender, a regañadientes, las tradicionales habilidades femeninas de la caza y
la supervivencia. La secta liderada por Enge, idealistas amantes de la paz,
perseguida por una sociedad que durante milenios ha estado dirigida por
dictadoras despiadadas sin oposición alguna, lucha por crear una nueva sociedad
viable sobre bases más igualitarias en una tierra remota habitada por otra
especie inteligente con ideas muy diferentes sobre los roles de género.
“Invierno en Edén” es una continuación muy digna que, quizá no aporte
nada demasiado novedoso desde el punto de vista conceptual o temático, pero
cuyo estilo ligero, atractivos personajes y ágil ritmo gracias al frecuente
cambio de escenarios al ir saltando de una subtrama a otra, lo convierten en
una lectura muy entretenida, consistente con lo anterior y que cumple con los
objetivos de una secuela: continuar el desarrollo de los personajes ampliando
el alcance de la historia y profundizando en las ideas y temas ya expuestos en
la primera entrega. Aunque no tiene sentido leerla independientemente, su
conclusión –menos dramática de lo que podría esperarse- bien puede tomarse como
un cierre para aquellos que no deseen enfrentarse al tercer y último volumen de
la serie.
(Finaliza en la próxima entrega)
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