Desde que se estrenó “Tiburón” en 1975, las películas de escualos asesinos se han convertido en un subgénero propio. Desde la película de Spielberg y hasta la actualidad, han llegado a las pantallas una inmensa cantidad de titulos con igual o parecida premisa y, normalmente, de serie B. El subgénero llegó a sus niveles más atroces a finales de los 2000, con films como “Megatiburón contra Pulpo Gigante” (2009) y, sobre todo, “Sharknado” (2013) y sus secuelas. A esas alturas las películas de tiburones asesinos ya habían entrado en el campo de lo deliberadamente ridículo, combinando de forma incongruente escualos gigantes con todo tipo de situaciones y criaturas igualmente grotescas.
En
un subgénero dominado por films horrendos con poco o ningún presupuesto, la llegada
de “Megalodón” (2018) supuso toda una refrescante sorpresa. Y no porque se
tomara demasiado en serio a sí misma ni ofreciera nada mínimamente plausible
sino porque contaba con un presupuesto de 130 millones de dólares y un reparto
internacional encabezado por Jason Statham.
Pues bien, cinco años después llegó la secuela que ahora nos ocupa. La primera película estaba basada en una novela de 1997 escrita por Steve Alten, quien firmó otras siete secuelas literarias. “Megalodón 2: La Fosa” es una adaptación muy libre de la primera de esas continuaciones, “La Fosa” (1999).
La
película retoma a los personajes donde los dejó la entrega anterior. Jonas
Taylor (Jason Statham), que se ha convertido en un eco-guerrero que viaja por
el mundo enfrentándose a quienes dañan el medioambiente, arriesga la vida
documentando una operación de vertido ilegal en alta mar por parte de un
carguero. Jonas es un empleado del Instituto Zhang, una corporación dirigida
por Jiuming Zhang (Wu Jing), el tío de Meiying (Sophia Cai), la niña de la primera
película que perdió a sus padres y que ahora es ya una adolescente. Ese
instituto no parece tener más razón de ser que conservar vivo para su estudio
científico a un megalodón, al que retienen en un gran estanque. Todo remite de
forma muy poco sutil a la saga de Parque Jurásico, incluidos los intentos de
Jiuming por domar y adiestrar a la bestia. Naturalmente, sólo es cuestión de
tiempo que el animal escape.
Tras
finalizar su misión, Jonas regresa a la plataforma de investigación Mana One
para dirigir una inmersión en la Fosa de las Marianas a bordo de dos
sumergibles tripulados por él mismo, Jiuming, algunos otros personajes
prescindibles y su ahijada Meiying, que se ha colado en uno de ellos como
polizonte. Atraviesan la termoclina y se topan con que alguien ha montado una
carísima operación minera ilegal en el hábitat descubierto allí en la película
anterior.
Al
verse descubierto, el responsable del tinglado sobre el terreno, Montes (Serio
Peris Mencheta), hace detonar unos explosivos que, además de a varios de sus
hombres, sepultan a los sumergibles. Jonas se ve obligado así a liderar a los
supervivientes en una caminata por el fondo marino para alcanzar las
instalaciones mineras. Sin embargo, la explosión ha atraído la atención de
varios megalodones y otra fauna marina prehistórica. Luego descubren que Montes
tenía una cómplice en la superficie que resulta ser nada menos que la compañera
de Jonas, Hillary Driscoll (Sienna Guillory). Tras no pocas peripecias, los que
salen con vida del grupo de exploradores regresan a la superficie encontrándose
con que los megalodones y otros seres no menos peligrosos están dirigiéndose
hacia el cercano resort vacacional de Fun Island devorando todo lo que
encuentran en su camino.
La
elección del británico Ben Wheatley para encabezar este proyecto fue toda una
sorpresa dado que hasta ese momento había sido principalmente un director de
culto. Había llamado la atención ya con su primera película, una comedia
criminal titulada “Down Terrace” (2008), pero su reputación ganó enteros con su
siguiente film, “Kill List” (2011). Siguió trabajando como productor y director
en cine y televisión, realizando por ejemplo un remake de “Rebeca” (2020) y una
cinta de suspense y terror, “In The Earth” (2021).
Pero
independientemente de su director, lo cierto es que las películas de Megalodón
no son más que productos típicos de The Asylum –la productora de, entre otras,
las series de “Sharknado” y “Mega Tiburón”- sobre los que se han volcado
presupuestos multimillonarios. De hecho, conforme el grupo de exploradores
desciende a las profundidades abisales y empiezan a surgir los monstruos, es
fácil que los aficionados más avezados crean haberlo visto ya. Y así es: en la
producción de Asylum “Megalodón” (2018). Y, de hecho, la película incluye un
¿homenaje? ¿plagio? a
la lucha entre un tiburón y un pulpo gigantes visto en
“Mega Tiburón contra Pulpo Gigante”, también de Asylum. El argumento encaja
todos los clichés del subgénero: una niña sabihonda que se une al viaje, una
mujer de negocios despiadada y traicionera que trata de explotar los recursos
naturales de esa región, un resort vacacional en peligro… Incluso la caminata
por el fondo de la Fosa de las Marianas se había visto ya en “Underwater”
(2020).
No
hay nada en las escenas submarinas que sea verdaderamente nuevo pero es que,
además, tienen poco que ver con los megalodones que le dan título a la
película. Sí, merodean por ahí, tienen hambre y hay muchos, pero la trama los
aparta para centrarse en la explotación minera e incluir traiciones y
conspiraciones en lo que parece una mezcla de “Abyss” (1989), “Alien” (1979) y
“Avatar” (2009) pero sin ninguna de sus virtudes. El resultado no se puede
decir que sea aburrido pero tampoco particularmente emocionante, sorprendente…
ni mínimamente riguroso.
Por
supuesto y teniendo el cuenta el tipo de producto que es, a nadie puede
sorprender que la película ofrezca un sinfín de momentos absolutamente
implausibles. Quizá el peor de ellos se encuentre en estas escenas submarinas
que conforman una especie de minipelícula dentro de la principal. La forma en
que Wheatley las filma hace que el grupo de protagonistas no parezca en
absoluto que esté caminando por el lecho marino a varios kilómetros de
profundidad sometidos a una presión altísima, sino más bien que se estén dando
un paseo por la superficie de algún otro planeta enfundados en trajes
espaciales presurizados. Es más, el lecho marino de lo que es la zona más
profunda de la Tierra resulta estar absurdamente iluminada por una fauna
bioluminiscente, como si fuera una especie de Tierra de Oz.
En
uno de los momentos más desatinados de una trama repleta de ellos, Jonas se
aventura a salir de la instalación submarina sin siquiera un traje que le
proteja de la presión y la temperatura, simplemente conteniendo la respiración,
para abrir una esclusa de aire. En realidad, a casi 8 km de profundidad (como
nos informan los subtítulos), se ejercerían casi ocho toneladas de presión por
cada centímetro cuadrado y el héroe acabaría instantáneamente convertido en mermelada
de frambuesa, al igual que el resto del grupo tan pronto como se aventuran a
salir con sus trajes de buceo. (En nuestro mundo real, la mayor profundidad a la
que alguien ha buceado en apnea, esto es, sin ayuda de un equipo de respiración,
ha sido de 240 m).
Hay
que esperar a los últimos tres cuartos de hora, ya en el resort isleño, para
que “Megalodón 2” cobre auténtica fuerza. Es aquí, a plena luz, donde todos los
implicados se dan cuenta de que están haciendo una película absolutamente
estúpida que ni siquiera Michael Bay se habría atrevido a pergueñar (al fin y
al cabo, el productor de esto es Lorenzo di Bonaventura, que también se
encuentra detrás de toda la saga de “Transformers”), pierden por completo la
vergüenza y se abandonan al absoluto desenfreno para alinear el film con su
auténtico propósito. Al fin y el cabo, el sitio en el que tiene lugar el largo
clímax de este despropósito se llama Fun Island.
El
problema es que Ben Wheatley, a diferencia de Bay, que parece incapaz de hacer
nada más, es en realidad un cineasta inteligente hábil en películas de corte
más realista y oscuro que se ha embarcado en un proyecto muy por debajo de su
cualificación, y eso no se puede disimular fácilmente. Es como si –salvando las
distancias, claro- James Cameron o Steven Spielberg invirtieran su talento en rodar
una película de bajo presupuesto sobre monstruos o desastres producida por Syfy
Channel.
Y
así, la película parece haberse diseñado según el principio de mostrar algo
exagerado hasta el ridículo cada pocos minutos. Este último segmento en la isla
es un encadenamiento de escenas absurdas. Los megalodones se tragan barcos
enteros y sus tripulaciones; planos tomados desde el interior de la boca del
tiburón mientras “cosecha” la zona de bañistas; tentáculos de un kraken que emergen
del agua para atrapar gente o incluso derribar un helicóptero; Jonas huye
corriendo por un muelle con el megalodón devorando detrás de él metro tras
metro de troncos de madera; en otra escena, dos personajes tratan de repostar
un helicóptero mientras se halla en el aire despegando para huir del ataque de
unos dinosaurios…
Una
de las escenas más delirantes y entretenidas es aquella en la que Jonas,
conduciendo una moto de agua,surfea por un mini-tsunami para atacar de frente
al megalodón esgrimiendo una jabalina casera con un explosivo adherido. En otro
momento, Jonas tiene el predecible cara a cara con el villano Montes y,
simplemente, lo empuja al mar desde el muelle justo cuando surge del agua la
boca del megalodón, rematando la tarea con una de esas frases lapidarias dignas
del Schwarzenegger de los 80; y en otro, levanta a pulso el aspa de un
helicóptero derribado –lo que lo hace parecer uno de esos héroes de anime que
portan espadas tres veces más grandes que ellos- y la utiliza para empalar a un
megalodón que salta del agua hacia él.
Hay
un personaje en “Megalodón 2” que parece entender mejor que los demás el
espíritu de la película. Y no, no es Jason Statham, que aquí se limita a hacer
de sí mismo con una actitud muy similar al aburrimiento. Y tampoco el director o
los guionistas Dean Georgaris y Erich y Jon Hoeber. Se trata del secundario DJ,
interpretado por Page Kennedy, un personaje heredado de la primera “Megalodón”
y que aquí, en su versión renovada, se convierte en la personificación de lo
que le falta a la secuela en muchos de sus tramos. Siempre que irrumpe en la
pantalla, lo hace como un refrescante y excesivo bufón que parece sintonizar con
el auténtico espíritu del film. Por desgracia, no llega a desempeñar un papel
importante hasta el último tercio, lo cual es bastante revelador.
Si
se le glosa a alguien interesado en el cine de aventuras y acción todo lo que
aparece y sucede en “Megalodón 2: La Fosa”, probablemente le entren ganas de
verla. La película contiene todo lo que podría pedírsele a una historia de
monstruos y, concretamente, de tiburones gigantes asesinos: más megalodones y
más grandes que en la primera parte; escenas de acción frenética bajo el agua,
en helicóptero, motojets, muelles, botes, playas, selvas…; golpes de humor y tragedia; nuevas criaturas
terroríficas; muertes horribles; un héroe tan insensato como indestructible… Y,
sin embargo, esta secuela es un ejemplo perfecto de cómo disponer de los
ingredientes aparentemente adecuados no bastan para crear algo mínimamente
memorable. Para deleitar, sorprender y entretener al espectador no basta con
multiplicar por dos (o tres, o cuatro) las dimensiones de la criatura, el número
de ellas o la velocidad y efectos especiales de las escenas de acción.
Visual y narrativamente, todo es tan divertido de ver como rápido de olvidar. A pesar de mostrar en pantalla cosas absolutamente ridículas, Wheatley simplemente no puede dar con la tecla que permita al conjunto sobresalir de entre la inmensa colección de títulos con tiburones tan grandes, asesinos, indestructibles, inteligentes y malvados que se convierten en esperpentos de los que uno no puede sino reirse.
Lo
mejor que se puede decir de “Megalodón 2” es que lo intenta. Los diálogos son
siempre deliberadamente estúpidos; hay numerosos homenajes a películas famosas;
los personajes que parecen héroes acaban siendo villanos; Statham patea a un
tiburón en el morro... Las piezas están ahí, pero nunca llegan a combinarse
para lograr que el espectador recuerde la experiencia con afecto. Una película,
en fin, plana e inconexa que, sin ser horrible del todo, sí es muy olvidable.
¿Qué opinas de los libros? (Si los haz leído claro), mucha gente dice que son igual de malos que las películas.
ResponderEliminarPues la verdad es que no los he leído...
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