Durante gran parte de la historia de Hollywood, las secuelas fueron vistas como algo poco edificante desde el punto de vista creativo. Siempre existieron, claro, pero el enfoque de la industria fue de usar y tirar. ¿El público lo exige (o cree que lo hace)? Pues ofrezcámoselo y luego olvidémonos de ello. “Drácula” (1931) engendró “La Hija de Drácula” (1936) y “El Hijo de Drácula” (1943). “El Hombre Lobo” (1941) desembocó en “crossovers” absurdos como “Frankenstein y el Hombre Lobo” (1943) y dio lugar a una serie de apariciones igualmente ridículos en, por ejemplo, “Frankenstein conoce al Hombre Lobo” o “Abbott y Costello contra los Fantasmas (1948). “El Planeta de los Simios” (1968) tuvo cuatro secuelas en otros tantos años, cada una más barata que la anterior.
Si
bien hubo puntualmente algún éxito artístico, como “La Novia de Frankenstein”
(1935), el objetivo de este tipo de productos era diáfano: ganar la mayor
cantidad de dinero lo más rápido posible. La esperanza de los implicados en
cada secuela era que los estudios no recortaran tanto el presupuesto como para
espantar al público y que, invirtiendo menos fondos, las cuentas siguieran
siendo positivas. Cuando “Tiburón” (1975) batió récords de taquilla y Universal
se apresuró a pedirle a Steven Spielberg que hiciera una secuela, el director
casi se sintió insultado y declaró que "hacer una secuela de cualquier cosa es simplemente un truco barato de
feria". Ni siquiera se molestó en responder.
Hollywood dejó de avergonzarse de las secuelas durante los años 70. Francis Ford Coppola se jactaría de ser el primer director estadounidense en poner la leyenda “Parte II” en el título de una película. “El Padrino II” (1974) se convertiría en la primera secuela en ganar el Oscar a la Mejor Película e inspiró una ola de imitadores, desde “French Connection II” (1975) hasta “El Exorcista II: El Hereje” (1977).
Pero
la película que lo cambió todo fue “”El Imperio Contraataca” (1981). Las
secuelas se convirtieron en un gran negocio. Aunque en su momento despreció
“Tiburón 2” (1978), Spielberg admitiría más tarde su arrepentimiento y no tuvo
problema alguno en dirigir secuelas de “En Busca del Arca Perdida” (1981) y ”Parque Jurásico” (1993). Es más, empezó a darse con mayor frecuencia el caso de que
las secuelas compitieran e incluso superaran en calidad al film original. Ahí
están la mencionada “El Imperio Contraataca”, “Aliens” (1986), “El Color del
Dinero” (1986), “Spiderman 2” (2004), “Batman: El Caballero Oscuro” (2008),
“Mad Max: Fury Road” (2015), “Logan” (2017)… Los gustos difieren, claro, y es
lícito y necesario debatir sobre qué es y qué no una secuela. Con todo, todas
esas películas son como mínimo equiparables en calidad a las originales de las
que dimanaron.
Se siguen haciendo secuelas interesantes e incluso notables. Para muchos, por ejemplo, “Top Gun: Maverick” (2022) es superior a la original de los años 80. Sin embargo, esto parece más la excepción que la regla. Y en un momento en el que los principales estudios de Hollywood parecen producir más secuelas que nunca (al menos en porcentaje sobre el total estrenado), eso es inquietante.
Y ahí es donde entra nuestro caso en cuestión. Porque todos los problemas que lastran “Jurassic World: Dominion” no son exclusivamente suyos, sino que reflejan las nefastas fuerzas que actualmente modelan el cine actual de franquicias, desde “Terminator” a “Star Wars” pasando por todo “Fast and Furious”.
“Jurassic
World: Dominion” fue la sexta entrega de la franquicia iniciada por Steven
Spielberg en 1993 con “Parque Jurásico”, una película que marcó un antes y un
después en el cine de aventuras y las técnicas de efectos especiales. Spielberg
también se encargó de la secuela, “El Mundo Perdido” (1997) antes de ceder las
riendas a otro director, Joe Johnston, para la tercera entrega, “Parque
Jurásico III” (2001). La saga cayó en un letargo de quince años antes de ser
reanimada con nuevos rostros en “Jurassic World” (2015), dirigida por Colin
Trevorrow. La segunda película de esta nueva trilogía, “Jurassic World: Reino Caído” corrió a cargo del director español Jose Antonio Bayona, pero Trevorrow
regresó para el cierre en “Dominion”.
Tras
los eventos narrados en “Jurassic World: El Reino Caído” (2018), los
dinosaurios se han extendido por todo el mundo, proliferando, adaptándose y presentando
nuevos desafíos y problemas para el hombre. Lewis Dodgson (Campbell Scott), el
CEO de Biosyn Genetics, ha fundado una reserva para estos animales en los
Montes Dolomitas, al norte de Italia, junto a un avanzado laboratorio donde
continúan investigándolos.
Mientras
tanto, Claire Reading (Bryce Dallas Howard) y Owen Grady (Chris Pratt) se han
establecido en una apartada cabaña en la Sierra Nevada californiana. Él trabaja
como cowboy atrapando dinosaurios extraviados y ella dirige un pequeño grupo de
activistas contra granjas ilegales de dinosaurios. Viviendo con ellos está
Maisie Lockwood (Isabella Sermon), a la que ocultan del resto del mundo para
evitar que, siendo el primer clon humano, alguien decida utilizarla como sujeto
experimental. Pero Maisie, ahora ya una adolescente, se rebela contra lo que
ella considera un injusto e injustificado cautiverio e insiste en acercarse frecuentemente
con su bicicleta al pueblo cercano.
En
otro lugar, Ellie Sattler (Laura Dern) investiga unas langostas prehistóricas
gigantes que han estado devorando cultivos por todo Estados Unidos… excepto los
sembrados con semillas genéticamente diseñadas por Biosyn. Recluta la ayuda de
su viejo colega y amante Alan Grant (Sam Neill) y utilizan su amistad con Ian
Malcolm (Jeff Goldblum), que ahora trabaja como asesor en Biosyn, para acceder
a las instalaciones de los Dolomitas y encontrar pruebas de la posible conspiración
en la que parece estar involucrada la empresa.
A
todo esto, Maisie es descubierta y secuestrada por unos mercenarios, que
también se llevan a la cría de Blue, el velocirraptor adiestrado años atrás por
Owen. Estos dos seres llevan en sus genes información que podría cambiarlo todo
y, claro, se han convertido en objeto de deseo de todos los científicos
villanescos de turno, especialmente Lewis Dodgson. Owen y Claire siguen su
pista hasta un mercado clandestino de dinosaurios en Malta. Y tras diversas
peripecias, acaban reuniéndose con Satller y Grant en Biosyn, donde estalla el
caos cuando las langostas que Dodgson ha estado manipulando genéticamente
escapan, obligando a evacuar la reserva y liberando a los dinosaurios.
Los
titulares más llamativos que generó la película previamente a su estreno fueron
relativos a su paralización durante cuatro meses a causa de la pandemia del
Covid después de que varios miembros del equipo dieran positivo. Esto desembocó
en un extenso conjunto de procedimientos de seguridad y tests en el set de
rodaje junto al alquiler de un hotel completo para poner en cuarentena al
elenco y equipo. De hecho, Judd Apatow hizo toda una comedia, “La Burbuja”
(2022), inspirada en los problemas que tuvo “Jurassic World: Dominion” durante
su rodaje.
Pero
todas esas dificultades no se tradujeron, a la postre, en resultados económicos
favorables. Cuando “Dominion” llegó a la pantalla, la mayoría de las críticas la
tacharon de aburrida y el público se mostró en gran medida indiferente. Así, de
las tres películas que componen este nuevo segmento de la franquicia jurásica,
“Dominion” es la que menos recaudó. Sí, obtuvo más dinero que las secuelas de
“Parque Jurásico” de dos décadas antes, pero sólo la mitad de “Jurassic World”.
Tengo
que admitir que acudí a ver “Dominion” con un inevitable sentimiento de hastío
hacia la franquicia. Pude ver en su estreno en cines la primera entrega de la
saga, “Parque Jurásico” y recuerdo el asombro del público cuando aparecieron en
pantalla por primera vez los dinosaurios generados por CGI. La triste verdad es
que, desde entonces, la saga ha pasado treinta años explotando el mismo
sentimiento a base de argumentos que no son sino variantes nada disimuladas del
primero: alguien intenta montar un parque o reserva y explotar económicamente a
los dinosaurios; éstos se liberan y siembran el caos. Es una fórmula tan
predecible que no sólo se torna aburrida sino inverosímil: tras tantos
catastróficos fracasos, es de suponer que alguien, en el algún lugar, acabaría
cayendo en la cuenta de que seguir resucitando dinosaurios no era tan buena
idea y que los gobiernos empezarían a implementar prohibiciones al respecto.
Para
ser justos, hay que admitir que “Reino Caído” tuvo la valentía suficiente como
para, a su término, abrir toda una panoplia de nuevas posibilidades con ese
monólogo de Ian Malcolm advirtiendo de que los dinosaurios ahora vivían en el
mundo y que debíamos aprender a coexistir con ellos. “Dominion” toma esta
premisa y la desarrolla apuntando algunas ideas interesantes: reservas de
dinosaurios, granjas ilegales y contrabando de esos animales, activistas por
los derechos de los dinosaurios, nuevas catástrofes ecológicas… La primera
parte modifica también hasta cierto punto la fórmula familiar, mostrando a dinosaurios
en diferentes entornos como las montañas ne
vadas, ciudades o bosques en los que
han pasado a actuar como depredadores. Colin Trevorrow construye esa magnífica
escena –sin duda tomada de “El Valle de Gwangi” (1969)- en la que Owen a
caballo echa el lazo a dinosaurios desbocados; o esa bella y optimista
secuencia final en la que se muestran diferentes imágenes de dinosaurios por
todo el mundo conviviendo en armonía con animales actuales (ignorando
convenientemente que algunos de los primeros se alimentarían sin duda de los
segundos).
Pero,
desgraciadamente, la película acaba volviendo a la senda ya trillada de las
entregas anteriores. Pasa casi hora y media hasta que los dos grupos de
personajes, los veteranos y los modernos, se encuentren en Biosyn justo cuando
la situación escapa a todo control, derivando en el esperable frenesí de
acción, espectáculo y nostalgia sin trama sensata alguna que lo sostenga.
De
todas formas, este segmento tiene un par de elementos que merece la pena
comentar. Uno de ellos es Lewis Dodgson, que viene a ser una versión más joven
de John Hammond filtrada por Mark Zuckerberg o Elon Musk, un emprendedor
excéntrico, ambicioso y egocéntrico, que ha quedado cegado por el éxito de sus
propios logros y exige a sus empleados que se sientan agradecidos por trabajar
para él. En la película original, John Hammond era un millonario que fracasaba
a la hora de entender las consecuencias de lo que había logrado, mientras que
Dodgson encaja por completo en el rol de villano tradicional (por cierto, que
su nombre combina el real y el seudónimo del autor de “Alicia en el País de las
Maravillas”, Lewis Carroll-Charles Dodgson).
El
otro es el regreso de Ian Malcolm, que sigue lanzando las mismas advertencias que
ya le escuchamos en 1993. Es un personaje un tanto problemático porque no
existe una disciplina como la que él dice practicar. Quienes estudian el caos
son matemáticos y normalmente se ocupan de sistemas complejos como el clima, la
física o la biología celular. Sin embargo, para la saga de Parque
Jurásico/Jurassic World, la Teoría del Caos no significa que los sistemas
complejos sean impredecibles, sino que los intentos de controlar la naturaleza
siempre están condenados a salir mal. A pesar de su fachada de científico, Ian
Malcolm se parece más, en el fondo, al lunático que pasea por la calle con un
cartel que dice “El Fin está Cerca. Estamos Todos Condenados”.
“Jurassic
World: Dominion” es lo que se viene llamando “secuela legado”, esto es, una
secuela que recupera a miembros del reparto de la película original. En esa
categoría se incluye toda la nueva trilogía de Star Wars, muchas de las nuevas
entregas televisivas de Star Trek, las últimas películas de “Halloween”,
“Cazafantasmas” o “Top Gun: Maverick”. Pero ese recurso, que podría ser una
herramienta valiosa para mantener cohesionada la trama, se desperdicia
miserablemente. En lugar de escenas verosímiles entre personajes realistas que
transmiten auténtica emoción, hay breves alusiones a secuencias de películas
anteriores.
Por
ejemplo, “Parque Jurásico” había presentado a Alan Grant y Ellie Satler en una
escena localizada en una excavación paleontológica. “Dominion” vuelve a
introducirlos en un contexto similar, aunque de forma más apresurada. Aquellos primeros
momentos de la película de Spielberg decían mucho sobre quiénes eran esos
personajes y qué deseaban de la vida. La interacción entre Grant y un niño un
tanto odioso no sólo le revelaba al público quién era él sino que establecía la
tensión clave con Sattler: ella quiere tener hijos y él no. Es una narración
eficaz porque establece su arco y su relación para el resto de la película.
Por
el contrario, las primeras escenas con Grant en “Dominion” son tan huecas que
parecen irrelevantes. Grant sigue excavando, tiene otro monólogo sin demasiado
interés, aparece un helicóptero, Sattler se reúne con él y queda claro que él
todavía la ama y que ella está divorciada después de haber criado a los hijos
que él no quiso darle. Es exposición, pero no personaje, arco o tema. De hecho,
desde un punto de vista narrativo, no hay ninguna razón por la que Grant y
Sattler no puedan volver a estar juntos desde ese mismo momento: todavía se
gustan, ya no hay obstáculos que los separen, ella ha tenido sus hijos y está
divorciada y él puede ser su amante sin tener que convertirse en padre. Sin
embargo, los dos han de esperar hasta rebasar el clímax de la película para
expresar su amor, sin ninguna razón o lógica narrativa para ello más allá de
que parece que es ahí donde el tópico ordena que deban besarse.
Sí,
Jeff Goldblum ofrece, como era de esperar en él, una actuación divertida y Sam
Neill conserva esa sonrisa tan fatigada como cálida. Pero eso no es suficiente.
La película se muestra incapaz de hacer nada con ninguno de los tres personajes
veteranos excepto colocarlos en situación de fuga perseguidos por dinosaurios.
Lo mismo puede decirse de Chris Pratt y Bryce Dallas Howard, las principales
estrellas de acción que ha tenido la franquicia (y a los que aquí se añade DeWanda
Wise como Kayla Watts, una piloto independiente que ayuda a los héroes en
cuanto aprende a encontrar la nobleza en su interior). El primero en particular
recurre tantas veces a su truco de mirar intensamente a los dinosaurios
mientras extiende la mano, que ya roza la autoparodia.
Todo
esto es indicativo de la forma que tiene de entender el cine moderno la
dinámica de las franquicias de éxito. La imaginería del “Parque Jurásico”
original se reverencian como sagradas a veces de la forma más estúpida.
“Dominion”, por ejemplo, recupera al personaje de Dodgson, que había aparecido en
una sola escena de “Parque Jurásico” (era quien sobornaba al informático del
parque, Dennis Nedry, si bien se decidió sustituir al actor original, Cameron
Thor, condenado por agresión sexual). A los guionistas de “Dominion”, Emily
Carmichael y el propio Colin Trevorrow, no les importa el significado de las imágenes
que heredan, sólo la familiaridad con el fan.
Objetos
como el sombrero de Grant se tratan como reliquias sagradas, aunque esos gags
parezcan robados de una película de Indiana Jones. Y a esto se añade un mal uso
de otros elementos, como el bote de espuma de afeitar que Dodgson entregó a
Nedry en “Parque Jurásico” para sacar material secreto clandestinamente y que
aquí aparece expuesto como un objeto histórico en el estudio del magnate,
ignorando al parecer que en la película original ese bote acababa extraviado
entre charcos de barro como recordatorio de la locura de los planes humanos.
Aunque,
como siempre, esto va a gustos, yo no afirmaría categóricamente que “Jurassic
World: Dominion” es una película más detestable que otras entregas de
franquicias hermanas. Es mejor que “Reino Caído” y, aunque el público ya está
más que acostumbrado a ver dinosaurios digitales, algunas de las escenas están
muy bien conseguidas, como esa en la que Claire es eyectada de un avión mientras
un pterodáctilo destroza su paracaídas en el aire; cuando la acecha un
tiranosaurio y se esconde bajo el agua conteniendo la respiración; la intensa secuencia
con los velocirraptores en las calles de Malta; aquella en la que el grupo
intenta refugiarse de un tiranosaurio en una plataforma de observación… son
momentos bien coreografiados y aliñados con unos excelentes efectos especiales.
Para
concluir este comentario y retomando las reflexiones iniciales sobre las
virtudes de las secuelas y el largo recorrido que atravesaron hasta conseguir
reconocimiento artístico, merece la pena detenerse un momento para poner el
foco sobre un punto fundamental del actual cine de franquicias. Muchas de las
mejores secuelas nacieron con la pretensión de igualarse o incluso sobrepasar a
sus predecesoras, de conectar lógicamente con el film original y desarrollar
sus temas y personajes. Pero, ¿qué sentido tiene hacer una secuela que no aspira
siquiera a esos objetivos que deberían ser básicos? ¿Qué propósito tienen más
allá de alimentar la nostalgia de los espectadores y recordarles que hay una
película mucho mejor que podrían estar revisitando? A Coppola le convencieron
para hacer “El Padrino II” retándole a que hiciera una secuela digna del
original, en vez de una que se limitara a existir a su sombra.
En un momento determinado de la película, Charlotte Lockwood se pregunta en su videodiario: “¿Puede una réplica superar al original?” Y, desgraciadamente –aunque no es una sorpresa- “Jurassic World: Dominion” no logra presentar un argumento convincente para que la respuesta a esa pregunta sea afirmativa. De hecho, la película nos ofrece el retrato de un mundo que se encamina hacia su ocaso. A tenor del camino que últimamente han tomado las franquicias modernas, su extinción quizá no sea tan mala alternativa.
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