(Viene de la entrada anterior)
La segunda temporada de “Star Trek: Enterprise” fue un año irregular que puede dividirse en tres partes.
La primera va del episodio de apertura, “Ondas de Choque Parte II” al quinto, “Una Noche en la Enfermería”, un corto y eficaz segmento que, además de la primera aparición de los Romulanos (en “Campo de Minas”), ofrece un cierto sentido de la continuidad entre episodios por otra parte autónomos, como “Campo de Minas” o “Parada Mortal”. “Carbon Creek” tiene un toque cómico moderado pero agradable y “Una Noche en la Enfermería” trata de hacer algo nuevo y emocionante aun cuando no acabe de conseguirlo del todo. Este primer bloque de la temporada es un desarrollo natural de la anterior, una colección de capítulos de calidad variable en los que se equilibra el deseo de probar cosas nuevas sin dejar de aferrarse a las ya demostradas fortalezas de la franquicia.
La tercera y última parte comprende los ocho episodios que van del 19, “El Juicio” hasta el 26, “La Expansión”. Si toda la temporada parece apoyarse en estos capítulos es porque auguran un cambio inminente, una despedida a una forma de entender la franquicia que se remonta a la tercera temporada de “La Nueva Generación”. “El Juicio” les brinda a los klingon una última y épica historia; “Regeneración” trae de vuelta a los Borg; “La Brecha” ofrece el tipo de dilema moral que cimentó la fama de la franquicia, mientras que “El Cogenitor” subvierte brutalmente esa misma fórmula. Incluso episodios como “Horizon” y “Primer Vuelo” remiten a los primeros de “Enterprise”, como si fueran una última reflexión sobre lo que podría haber sido la serie.
Sin embargo, lo que verdaderamente domina toda esta segunda temporada es el largo bloque central, desde el sexto episodio, “Merodeadores”, al decimoctavo, “El Cruce”. Si bien capítulos como “Tiempo Futuro” aportan un ocasional y bienvenido respiro, este tramo intermedio de la temporada es tan funcional como predecible; una especie de versión diluida de “Voyager” con el agravante de que ésta era, a su vez, una iteración descafeinada de “La Nueva Generación”. De hecho, bien podría pensarse que, en este largo y mayormente aburrido tramo intermedio, los guionistas se limitaron a sacar del cajón y desempolvar historias ya escritas para la séptima temporada de “La Nueva Generación”.
Y, por desgracia, aunque la primera y tercera partes de la temporada tienen mucho que recomendar, es la central la que sienta el tono general de la misma. Eso sí, incluyendo más episodios mediocres –por ser generosos- de los deseables (“Carga Valiosa”, “El Cruce” o “Recompensa”), el conjunto nunca llega a hundirse tanto y durante tanto tiempo como la tercera temporada de la serie original, la primera y segunda de La Nueva Generación o la segunda de Voyager. El problema es que a estas alturas y con tanta franquicia a las espaldas, el aficionado detecta con mayor facilidad y soporta con peor humor los episodios sosos, poco inspirados, elaborados a base de fórmulas utilizadas hasta gastarlas y generados a partir de capítulos anteriores o referentes de la cultura popular. “Merodeadores” es un calco de “Los Siete Magníficos”; “El Comunicador” recuerda demasiado al episodio “Una Tajada”, de la serie original, pasado por el filtro de “Primer Contacto” (1996); “Singularidad” es una mezcla de “Felicidad”, el episodio de Voyager, y “El Juego” de La Nueva Generación; “Punto de Fuga” es un mestizo de “El Reino del Miedo” y “Recuérdame”, ambos de la Nueva Generación; “Carga Valiosa” es “Elena de Troya”, de la serie original, mezclado con “La Compañera Perfecta”, de La Nueva Generación; “Amanecer” fusiona “Enemigo Mío” (1985) y “Darmok”…
El resultado es una temporada aburrida y decepcionante. Verla en su emisión original fue una experiencia descorazonadora: cada semana se servía una ración recalentada de un plato ya rancio, demostrando que la franquicia estaba exhausta y alienada no sólo del mundo real sino de las nuevas reglas narrativas que se habían impuesto en el medio televisivo. Si a eso añadimos el fracaso tan irrefutable como predecible de la película “Star Trek: Nemesis” (2002), no sorprende que muchos afirmaran que el destino de la franquicia estaba sellado.
Fue una auténtica lástima que las cosas discurrieran de ese modo. A pesar de que, como he dicho, el final de la segunda temporada registra una recuperación en calidad y chispa, fue demasiado poco y demasiado tarde. Para cuando esa revitalización da comienzo con el episodio “El Juicio”, Rick Berman ya había anunciado que la serie adoptaría una nueva dirección para la tercera temporada (una iniciativa que también acabaría en fracaso). Así que, en cierto modo, esta segunda temporada de “Enterprise” es como un microcosmos de la propia serie: una mejora en calidad y ambición narrativa cuando ya el destino final está fijado.
Con el despido de prácticamente todos los guionistas que habían sido contratados en la primera temporada (Chris Black no sólo se salvó de la quema sino que fue quien tuvo que notificar los despidos a sus compañeros), la segunda empezó con un par de nuevos nombres en el equipo: John Shiban, uno de los productores de “Expediente X” (y que también sería despedido al término de la temporada) y el veterano fan David A.Goodman, que había participado en muchas series de animación, incluyendo “Futurama”, para la que escribió el recordado homenaje a Star Trek titulado “Donde Ningún Fan Ha Ido Antes” y que hasta cierto punto le valió la contratación en “Enterprise”.
Como he apuntado, una de las principales críticas que se le han hecho a las dos primeras temporadas de “Enterprise” es que los productores y guionistas se contentaban con seguir los pasos de “La Nueva Generación” y “Voyager”, siendo muchos de los episodios reformulaciones de versiones de historias antiguas, fotocopias de fotocopias en definitiva. Es una crítica que, no siendo totalmente justa, tampoco es completamente incierta. Episodios como “El Cruce”, en el que se intenta encajar una metáfora de la Guerra contra el Terrorismo en estructuras narrativas de cuarenta años de antigüedad, hacen difícil interpretar que la serie haya encontrado una dirección ni nueva ni propia.
El mundo a nuestro alrededor está en un proceso perpetuo de cambio. De la misma forma que “La Nueva Generación” hubo de adaptar la filosofía central de la serie de los 60 al nuevo escenario tras el final de la Guerra Fría, “Enterprise” debería haber reflexionado sobre cómo contar historias de Star Trek tras la tragedia del 11-S. No es algo tan simple como renegar de la visión utópica con la que nació la franquicia (como parecen sugerir episodios como “El Cruce” o “El Séptimo”). La tarea debiera haber consistido en realizar una cuidadosa recalibración conceptual para ajustarse a la manera en que el público miraba un mundo que había cambiado drásticamente en los últimos quince años. Aunque es más fácil anhelar una utopía en tiempos de prosperidad, la esperanza es todavía más importante en tiempos de conflicto.
Y el problema con la segunda temporada de “Enterprise” es que sus historias parecen existir en una obstinada negación de esas circunstancias cambiantes. A pesar de que capítulos como “El Séptimo” y “El Cruce” están indiscutiblemente enraizados en la campaña militar estadounidense denominada Guerra contra el Terrorismo (War on Terror) iniciada en 2001, el programa en su conjunto parece reacio a admitirlo, como si la imagen que tratara de transmitir fuera de absoluta normalidad dentro de la franquicia. Pero el mundo distaba de estar en una coyuntura que pudiera calificarse de “normal” o, al menos, relativamente calma. El resultado es una disonancia entre la realidad que, como no podía ser de otra manera, alimentaba el espíritu de algunas de las historias de la temporada, y la pretensión de la misma de que tal cosa no sucedía.
Esta dinámica se aplica también a la narrativa. Los primeros episodios de la temporada tienen fuertes lazos de continuidad. “Campo de Minas”, por ejemplo, enlaza elegantemente con el siguiente capítulo, “Parada Mortal”, demostrando que era perfectamente posible escribir historias que fueran apoyándose en las anteriores haciendo avanzar la continuidad global. Sin embargo, esta estructura fue más la excepción que la regla. Así, por ejemplo, “Canamar” hubiera tenido mucho más sentido colocado en el lugar para el que fue originalmente concebido, esto es, como conclusión de “El Juicio”, en lugar de emitirlo dos episodios antes con un argumento autónomo.
Esta es una de las razones por las que “Enterprise” parece una serie desconectada del espíritu de la televisión contemporánea. Sigue recurriendo a la misma estructura narrativa sobre la que se habían apoyado “La Nueva Generación” y “Voyager” y que, básicamente, consistía en una serialización mínima. Los episodios debían estar claramente delimitados en su principio y final, narrando una historia independiente de 45 minutos para cuya comprensión no fuera necesario el visionado ni de las anteriores entregas ni de las posteriores.
Y así, muchos de los episodios supuestamente importantes de la temporada acaban pareciendo insustanciales. Los Andorianos sólo intervienen en “Cese de Hostilidades” aun cuando se tuviera la legítima expectativa de que la Enterprise debería de algún modo estar involucrada en la formación de la futura Federación de Planetas. Shran (interpretado por Jeffrey Combs) es un secundario con potencial, pero sólo aparece cinco veces en las tres primeras temporadas (y una de ellas como cameo menor). Aparte de “Ondas de Choque Parte II” y “La Expansión”, los Sulibanes y la Guerra Fría Temporal sólo intervienen en “Tiempo Futuro”, episodio en el que, además, no se aportan respuestas a los enigmas planteados anteriormente ni pistas nuevas que apunten a su solución.
De la misma forma, en “Estigma” se descubre que T´Pol contrajo el síndrome de Pa´Nar durante el episodio de “Fusión”, pero la historia no se molesta en preparar o aprovechar tal revelación. No hay mención alguna al estado de salud de T´Pol antes de la entradilla del capítulo ni indicación acerca de cómo esta enfermedad la afectará en el futuro. Se publicitó “Estigma” como una alegoría del SIDA, consiguiendo con ello bastantes comentarios positivos, pero queda claro que los guionistas, Rick Berman y Brannon Braga, ni sabían qué hacer con la historia ni tenían la energía para idear algo verdaderamente provocativo con ella.
Mike Sussman, uno de los productores, así lo reconocía: “En las temporadas primera y segunda ya no quedaba nada de lo vanguardista que había sido Star Trek. Pensamos: "Vamos a hacer episodios más centrados en los personajes". Y así terminamos haciendo algunos episodios con conceptos muy pobres y un trabajo de personajes que no era divertido. Seguíamos teniendo un enfoque de los personajes muy tradicional dentro de la franquicia, pero nos deshicimos de la premisa científica y de conceptos atrevidos, viajes en el tiempo y todo eso. Y no lo reemplazamos con algo que atrajera nuevos espectadores. Sencillamente, estábamos alienando a los fans veteranos”.
La temporada está continuamente haciendo guiños a la serialización y la narrativa a largo plazo, pero aferrándose al modelo episódico tradicional de la televisión que muchas otras series ya habían abandonado con excelentes resultados. La idea de la Federación avanza más en una trilogía de episodios de la cuarta temporada (“Babel Uno”, “Unidos” y “Los Aenar”) que en las dos primeras temporadas juntas. Al final de ese año, que cierra con el episodio “La Expansión”, no se había aportado ninguna información relevante sobre la Guerra Fría Temporal respecto a la temporada anterior. La sensación es que los guionistas se dedicaron a deambular y dejar pasar historia tras historia sin acabar de decidir hacia dónde querían dirigirse o siquiera si querían hacerlo.
Las declaraciones de Gennifer Hutchinson, ayudante de John Shiban, pueden dar una idea de la atmósfera reinante en el equipo de guionistas: “Creo que había una atmósfera de miedo. Si no lo haces bien, estás despedido. Puede que no fuera esa la intención, pero creo de verdad que era lo que estaban consiguiendo. En mi opinión, cuando la gente se encuentra en esa situación, hace el trabajo suficiente como para pasar desapercibido, lo necesario para que no te griten o no meterte en problemas. Y eso se aplica a cualquier negocio. Creo que podrías conseguir mucho más si dejas a la gente sentirse lo suficientemente segura y cómoda como para trabajar en esas ideas que pueden parecer extrañas al principio pero que terminan siendo algo grandioso”.
Es por eso que cualquier espectador mínimamente familiarizado con Star Trek detectará fácilmente trazas de episodios de otras series de la franquicia –algo que el propio equipo de guionistas reconoció-, como si los responsables hubieran puesto el piloto automático y se hubieran dejado llevar sin invertir demasiado esfuerzo ni energía. “Una Noche en la Enfermería” puede que sea el episodio más ambicioso de la temporada, pero es tan sólo el quinto y lo que sigue es básica y mayormente una cadena de historias muy conservadoras y predecibles.
Con todo esto no quiero negar la profesionalidad del equipo. Es fácil dar por sentado el considerable esfuerzo que supone realizar un episodio de Star Trek de 45 minutos de duración. Y no me refiero sólo al guion (concepto, estructura, diálogos, escenas) y la dirección, sino también a todo el apartado técnico, desde el diseño de producción y efectos especiales a maquillaje y sonido pasando por la música o el montaje. El grado de detalle y evidente cariño que pueden encontrarse en episodios como “Primer Vuelo” es testimonio de la capacidad y talento de todos los involucrados. Hay momentos en los que se rozan los límites de la tecnología CGI que entonces se estaba ya generalizando en la televisión (por ejemplo, las tomas iniciales de la conferencia en “Estigma”), pero, en general, la serie goza de un considerable nivel técnico.
También la dirección y escritura de guiones formaban una maquinaria bien engrasada. Al fin y al cabo, esta iteración de Star Trek llevaba en pantalla quince años y todos los que formaban parte de ella sabían a estas alturas lo que funcionaba y lo que no. Con todos los problemas que la lastraron, la segunda temporada de “Enterprise” nunca llega a ser un fracaso vergonzante. No incluye muchos más tropiezos que una temporada normal de “La Nueva Generación” o “Espacio Profundo Nueve” ni episodios abiertamente peores que otros de esas mismas series.
El problema quizá sea que tampoco ofrece ningún clásico. Aunque los primeros episodios tienen historias entretenidas e interesantes, pueden verse dos tercios de la temporada sin encontrar un solo capítulo que merezca la consideración de genuino clásico dentro de la franquicia. Y eso significa que la mayor parte del tiempo la tiene que invertir el aficionado –ya sea en su emisión semanal original o en un maratón de streaming- en episodios de relleno incapaces no ya de encontrar nuevas ideas sino nuevas formas de presentar ideas viejas.
Dejando aparte ese largo y agotador tramo central en el que se dan cita el conservadurismo conceptual y narrativo y la profesionalidad técnica, los mejores episodios, situados hacia el final de la temporada son, en general, bastante introspectivos e incluso autocríticos. “El Juicio” pone a Archer (y, con él, al programa) bajo un foco crítico y conecta la versión de los Klingons de la serie original con la de La Nueva Generación; “Regeneración” recupera las dudas morales sobre la colonización ya introducidas en La Nueva Generación al tiempo que se vincula a la continuidad; “Cogenitor” es muy crítico con esa moralidad limpia y sin matices que a menudo había defendido la franquicia. Se tiene la sensación de que, por fin, la temporada cobraba vida gracias a unos guionistas que empezaban a sentirse más libres.
Esa recta final dejaba bastante claro que ésta iba a ser la última temporada del Star Trek televisivo en adoptar la estructura narrativa que empezó con la primera temporada de La Nueva Generación y que fue refinada por Michael Piller a partir de la tercera. Era una herramienta que había sido útil tanto en esa serie como en “Voyager” y que el productor y guionista Ira Steven Behr remodeló y perfeccionó a su conveniencia para “Espacio Profundo Nueve”. A partir de aquí, todo cambiará para “Enterprise”.
Aunque da la sensación de que el equipo de guionistas no estaba seguro respecto a si la serie se renovaría para una nueva temporada, lo que sí sabían era que el programa no podría volver a la narrativa tradicional de la franquicia. Pese a sus buenas intenciones, lo cierto es que nunca serían capaces de encajar una gran historia de fondo desarrollada a lo largo de toda la temporada –no digamos ya la serie entera-, pero sí arcos más cortos de varios episodios y, de hecho, algunos de los más flojos de las dos últimas temporadas serían precisamente los autoconclusivos.
En este punto, parecía que “Enterprise” no había acabado del todo de empezar cuando ya se enfrentaba a su posible final. La amenaza de la cancelación flotaba en el aire debido a una variedad de razones: audiencia en caída libre, un cambio en la demografía de los espectadores, cambios en los puestos ejecutivos de UPN… Al final de la segunda temporada, Brannon Braga no estaba en condiciones de asegurar la permanencia más allá de la tercera. Si “La Nueva Generación”, en su momento de mayor éxito, había atraído cada semana a 20 millones de espectadores, “Enterprise” luchaba por mantener cuatro millones, desplomándose hasta el puesto 135 de 159 programas. La prensa especializada criticaba el reparto de personajes de escaso carisma, los finales predecibles, las conversaciones interminables y la falta de aura de líder de Scott Bakula.
En cierto modo, el episodio de cierre, “La Expansión”, representa el funeral de la forma tradicional de entender Star Trek. Desde finales de los años 80 hasta finales de los 90 del pasado siglo, Star Trek había disfrutado de un ascendiente increíble sobre la cultura popular. Aunque podría decirse que la franquicia había entrado en una etapa de decadencia tras el final de “La Nueva Generación” (si queremos medir el éxito en términos de audiencia) o la conclusión de “Espacio Profundo Nueve” (si lo hacemos atendiendo a las críticas), la segunda temporada de “Enterprise” parece que fue la primera vez que el equipo de producción reconoció que los tiempos y las realidades cambian, desembocando en una atmósfera casi fúnebre que recuerda a los fans que el cambio suele conllevar la muerte de algo viejo.
Dieciséis años es mucho tiempo desde cualquier punto de vista y en el mundo de la televisión equivale a una eternidad. Había llegado la hora de internarse en lo desconocido una vez más.
(Continúa en la siguiente entrada)
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