(Viene de la entrada anterior)
La dinámica de trabajo de Seron y Haro/Mittei era la siguiente: las historias cortas que se publicaban en “Spirou” entre una aventura larga y la siguiente, surgían de una idea del guionista; la premisa central de las segundas, en cambio, se apoyaban en conceptos aportados por Seron, que le pedía a su colaborador elaborar un guion completo a partir de los mismos, concretando los detalles por teléfono o correo.
“Los Guerreros del Pasado” (serializada en “Spirou” en 1973
y editada en álbum en 1975) presenta a unos Hombrecitos que aparecieron de
forma independiente durante la Segunda Guerra Mundial, en los campos de batalla
del norte de África donde combatían tropas alemanas e italianas contra las
inglesas. Un fragmento del mismo meteorito que veinticinco años después
transformaría a los habitantes de Eslapión, provoca el mismo efecto en soldados
de ambos bandos, los cuales se establecen, con sus vehículos y armamento
igualmente miniaturizados, en una isla del Mediterráneo. Pero he aquí que éstos
se enteran de la existencia de la comunidad de Eslapión y estudian asombrados
sus aviones (que toman por bombas voladoras) y tecnología, decidiendo que son
un peligro que hay que neutralizar. Aprestan como pueden su vetusto equipo y
lanzan un ataque aerotransportado relámpago que Renaud y sus amigos no pueden
contrarrestar… al menos al principio porque siendo ésta una historia de Dupuis,
todo debe terminar satisfactoriamente no sólo para el lector sino para los
personajes.
Esta aventura pone de manifiesto tanto una filia como una
fobia de Seron. Por una parte, su amor por las máquinas, en especial los
vehículos de todo tipo. Seron, ya lo dije, era, además, un entusiasta del
modelismo y realizaba maquetas a escala de aviones de guerra para luego
tomarlos como referencia para dibujar sus historias. Esa faceta ya había sido
trasladada a “Los Hombrecitos” en aventuras como “Sueño en Polvo” o la historia
corta “Alzando el Vuelo”. Para esta ocasión, Seron hizo cuarenta maquetas de
aviones de la Segunda Guerra Mundial que luego le sirvieron como modelo para representar
los combates aéreos que se ven en esta entrega. Además, vemos aeronaves
modernas, submarinos, tanques… todo ello dibujado con una meticulosidad
producto de su entusiasmo por estos artefactos. Mittei comparte la pasión de su
socio por estos artefactos, aportando además su interés por la Historia, lo que
garantiza la exactitud de los detalles tanto en aviones como en uniformes. Esta
extraña pero atractiva fusión entre la estética futurista que rodea a los
Hombrecitos en Eslapión con elementos retro, es una de las marcas de la casa y
volverá a presentarse en futuros álbumes.
En cuanto a la fobia de Seron –y esto no lo compartía
Mittei-, se trata del estamento castrense, por el que había desarrollado una
antipatía indeleble desde su paso por el servicio militar y que había impreso
en “Los Hombrecitos” desde su primera aventura, “Alerta en Eslapión”. Los
militares tampoco salían bien parados en “Los Hombrecitos en Brontóxico”; y en
“Los Guerreros del Pasado” vuelven a aparecer retratados como torpes, incompetentes,
cerriles e injustificadamente agresivos. La primera y única reacción de los dos
ridículos líderes de estos Hombrecitos del pasado, el alemán Erwin (por el
mariscal Erwin Rommel) y el británico Bernard (por el mariscal Bernard
Montgomery), ante lo desconocido, es atacar primero y preguntar después,
incluso aunque sus vehículos y armas, literalmente, se deshagan en pedazos.
“La Ermita de Rocaflor” (publicada en “Spirou” en 1973), no
es más que una simpática anécdota sin acción ni suspense en la que Renaud y una
amiga de Eslapión visitan una iglesia abandonada en el pueblo de Rocaflor del
Mar, donde vive un Hombrecito que ha elegido no unirse a la comunidad principal
y vivir como un ermitaño. Esta corta historia sirve para que Seron demuestre su
talento gráfico a la hora de dibujar algo más que vehículos futuristas,
contemporáneos o históricos. El interior del templo está maravillosamente
retratado, desde las vidrieras a las estatuas, de la sacristía al púlpito o los
confesionarios, ya se trate de cristal, piedra desgastada por el tiempo o
madera tallada.
Y esto nos lleva a otra de esas peculiares dualidades que
quizá fuera un factor en la longevidad de la serie: la mezcla entre el
futurismo dominante en Eslapión, con sus naves, aviones, submarinos,
arquitectura y decoración de interiores modernas… y su idealizado entorno
rural, compuesto de campiñas, bosques y pueblecitos encantadores que parecen
vivir dentro de una burbuja ajena al paso del tiempo. Posiblemente esto fuera
producto de la fusión o, mejor dicho, compatibilización, de dos sensibilidades a
la postre muy diferentes. Seron y Mittei se llevaban diez años. Puede no
parecer mucho, pero hay que tener en cuenta que el primero creció ya en la
posguerra y en un entorno de rápido desarrollo tecnológico y cambio social. El
segundo, por el contrario, fue un hombre de pueblo: toda su vida la pasó en
Cheratte, una localidad de la provincia belga de Lieja –y en la que también
residía, por cierto, Walthery, el creador de “Natacha”. Así que las ideas que
aportaba Mittei para las historias cortas que guionizaba abundaban en elementos
que formaban parte de su vida cotidiana, no solamente las iglesias, los curas y
los sacristanes (presentes también en otra historia corta anterior, “El Gallo
en su Salsa”) sino la tranquila vida en el mundo rural, donde los cambios
llegaban con un ritmo mucho más pausado que en las ciudades en las que, desde
finales de los 60, se estaba produciendo una auténtica revolución cultural.
Pero, además, “La Ermita de Rocaflor” incorpora otro elemento peculiar: una mujer. Hasta el momento, la comunidad de Eslapión parecía compuesta exclusivamente de “Hombrecitos”, sin que las “Mujercitas” hicieran acto de presencia más allá de mera decoración de fondo, jovencitas lozanas que bebían los vientos por Renaud o en las que éste se fijaba como futuras citas íntimas. Este enfoque resulta hoy chocante, puede que incluso molesto. Aunque las heroínas adultas como Barbarella, Jodelle, Valentina o Laureline (la compañera de Valerian) habían empezado a menudear en el comic europeo más moderno, Dupuis seguía siendo una editorial bastante tradicional en ese aspecto. Aun así, ya por entonces había empezado a dar espacio a autores cuyas protagonistas eran no sólo femeninas, sino mujeres con una carrera profesional, como “Yoko Tsuno” o “Natacha”, ambas nacidas en la revista “Spirou” en 1970.
Pues bien, Mittei y Seron presentan en “La Ermita de
Rocaflor” a Mirabela, una joven rubia que acompaña a Renaud en su breve visita
al ermitaño. Por desgracia, lo único positivo que puede decirse de este
personaje es que, a diferencia de otras féminas aparecidas en la serie
previamente, ésta no parece beber los vientos por Renaud –o, al menos, no lo
exterioriza-. Pero, por lo demás, no es más que un adorno, una comparsa
bastante sosa que bien podría haberse sustituido por alguno de los colegas
masculinos del protagonista, como Lapaja o Laviga. Habría que esperar aún casi
diez años a que Seron presentara un personaje femenino con mayor fuste.
En “El Garaje Submarino” (serializado en 1973, álbum en 1975), Renaud ve accidentalmente cómo un coche se sumerge en las aguas de un lago en el bosque próximo a Eslapión. Las investigaciones que durante días lleva a cabo con Lapaja y Laviga le llevan a descubrir unas instalaciones submarinas controladas desde un búnker cercano y desde las cuales se organiza un tráfico ilegal de perfumes adulterados y oro con el norte de África. Antes de que la policía de los “Grandes” pueda ser avisada e intervenir para desmantelar la banda, Renaud acompañará a uno de los cargamentos en un azaroso viaje que a punto está de costarle la vida. Es una aventura ligera y poco relevante (por no decir apoyada en la débil premisa de que unos perfumes falsos puedan tener un valor equivalente a varios lingotes de oro) que a Seron le da la oportunidad de añadir nuevos vehículos –en esta ocasión submarinos- a su repertorio.
En la historia corta “Los Corsarios del siglo XVII” (1974),
Renaud se topa en alta mar con un barco y una tripulación miniaturizados nada
menos que tres siglos atrás por otro fragmento del meteorito. Esto significa que
los efectos de esa roca no sólo son la reducción del tamaño sino la formidable
extensión de la longevidad. Para sorpresa de sus conciudadanos, Renaud guiará
al navío hasta Eslapión, donde, después de cientos de años navegando sin
posibilidad de regresar ya al mundo de los Grandes, los antiguos corsarios
podrán por fin tocar tierra e integrarse en una comunidad de iguales. “La Mansión
del Diente Verde” (1974) es otro caso policiaco, en este caso relacionado con
los secuestradores del hijo de un rico industrial. Una historia corta de
agradable lectura, aunque bastante intrascendente.
“El Ojo del Cíclope” (serializado en 1974, álbum en 1975)
es otra historia de investigación criminal llevada a cabo por Renaud y
relacionada con una serie de misteriosos robos cometidos por una banda que
utiliza una avanzada tecnología holográfica con la que confunden a sus
víctimas. En realidad, Renaud se convierte en un mero observador, alguien que
va desentrañando el enigma pero que, debido a su tamaño, no puede intervenir
directamente, al menos hasta la última página.
Esto nos apunta también a otra tendencia observable en las
aventuras largas de la serie: la marginación del micromundo de Eslapión y sus
ciudadanos en favor de peripecias de carácter policiaco o fantástico en el
exterior de esa comunidad. En las primeras entregas, el reparto de personajes
era considerablemente más amplio y se mostraba con algún detalle ciertas
interacciones sociales (recordemos al alcalde, por ejemplo, o el consejo asesor
de la comunidad; los eventos que se celebraban o cómo se superaban desafíos
como el de la alimentación). Pero en las últimas aventuras, el único personaje
con relevancia es Renaud, valiente, resolutivo y hábil en múltiples
disciplinas. Algunos de los personajes que antaño jugaron un mayor papel, como
Laviga o Lapaja (este último eliminado progresivamente por resultar reiterativo
respecto a su compañero) o, en el caso de “El Ojo del Cíclope”, el profesor
Hondegger, pasan a ser efímeros invitados que sirven para dar la réplica o
apoyar la narración en puntos muy concretos sin esperanza de obtener un mayor
desarrollo.
Ignoro las causas de esta dirección escogida por Seron y
Hao. Puede que no supieran ver el drama potencial que podría tener la vida en
una comunidad tan reducida y aislada, prefiriendo mantener su estatus de utopía
perfecta; o quizá aquellos primeros intentos de otorgar mayor presencia a
Eslapión y sus habitantes no diera los frutos deseados en términos de
popularidad. Siete años después de su creación, “Los Hombrecitos” seguía sin
posicionarse en las encuestas anuales de los lectores como una de las series
predilectas de éstos, pero tampoco quedaba en un puesto tan decepcionante como
para eliminarla definitivamente de la revista “Spirou”. De ahí que abundaran
más las historias cortas que las aventuras extensas, como forma de mantener la
serie viva en la mente de los lectores, pero sin arriesgar tanto como en otras
a la hora de publicar álbumes. Fuera cual fuese la razón, la estrategia seguida
por los autores acabaría dando resultado y en un par de años, “Los Hombrecitos”
se asentaría ya como uno de los ladrillos fundamentales del semanario. Las
historias cortas pasarían a ser las que con mayor frecuencia tendrían un aire
doméstico, ambientando sus tramas en la ciudad de Eslapión.
Por otra parte, “El Ojo de Cíclope” vuelve a introducir algunos elementos de continuidad. Ya lo habían hecho los autores en “El Garaje Submarino”, cuyo villano resultaba ser el jefe de la policía secreta de Brontóxico. En este caso, la mente maestra tras todos los delitos cometidos, el conocido como Cíclope, volverá a la carga en la siguiente historia larga, “El Buque Fantasma”. Asimismo, Renaud pilota al comienzo de esta aventura uno de los vetustos aviones aportados a la flota de Eslapión por los antiguos combatientes de la Segunda Guerra Mundial en “Los Guerreros del Pasado”.
Siempre que podía, Serón aprovechaba para introducir
aeronaves en sus historias. Es el caso de la siguiente, esta de corta
extensión, “Mosquito 417” (1975), que se abre con una magnífica secuencia de
combate aéreo sobre los fiordos “boruegos” entre los bombarderos británicos
Mosquito y los cazas Focke-Wulf alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Uno
de los Hombrecitos, Carballo, le pide ayuda a Renaud para averiguar qué fue de
su padre, cuyo avión se estrelló en la zona durante aquella batalla. Seron
diseña para la ocasión un nuevo deslizador futurista a bordo del cual viajan
los dos protagonistas para explorar fiordos, montañas y lagos helados hasta dar
con la solución –feliz, por supuesto- al enigma.
“La Casa Vacía” (1975) enfrenta a Renaud y un compañero sin
nombre a un problema directamente derivado de su tamaño. Mientras practican
paracaidismo, una ráfaga de viento los desvía y hace aterrizar en una casa
cuyos dueños se han ido de vacaciones dejándola completamente cerrada… y un
perro dentro. No les va a ser nada fácil esquivar al can y encontrar la forma
de salir del lugar. “Un Paseíto para Dos” (1975) es una simpática anécdota de
dos páginas protagonizadas por dos anónimos ciudadanos de Eslapión, un joven y
su prometida, cuando intentan encontrar un vehículo para pasar un día de asueto
al aire libre. La historia bien podría haber sido un descarte de la serie “La
Familia Fohal” que Seron y Mittei venían realizando para la revista “Pif
Gadget” desde 1973 –y que interrumpieron precisamente en 1975-.
La siguiente aventura larga llega con “El Barco Fantasma”
(1975, álbum en 1977). De nuevo Renaud en solitario se enfrenta a un enigma que
tiene confundido a todo el mundo: una serie de atracos a navíos cuyas
tripulaciones y pasajes, antes de ser desvalijados, caen dormidos tras ver un
espectral velero blanco del siglo XVII y una niebla de color naranja. A bordo
de uno de los Mirage de la flota de Eslapión, Renaud descubrirá que,
efectivamente, el responsable de los delitos es un barco a vela de espeluznante
color blanco y tripulado aparentemente por esqueletos. Jugándose la vida,
aterrizará en la embarcación y descubrirá que no se trata sino de un espejismo
generado por tecnología de última generación manejada por el Cíclope, la mente
criminal que había sido apresada al final de “El Ojo del Cíclope” y que había
conseguido fugarse del penal.
Un álbum, por tanto, que vuelve a mezclar vehículos modernos (cargueros, transatlánticos, cazas, hidroalas), futuristas (aerodeslizadores, coleópteros) y antiguos (el navío del título). Este último destaca de forma especial por el minucioso detalle con el que lo dibujó Serón. Con la paciencia de un artesano naval, montó una maqueta de 648 piezas representando el Royal Louis, buque insignia de la armada francesa en el siglo XVIII, que luego utilizó como referencia visual para transmitir con precisión la opulencia y el poderío de este gigante de los mares. El dibujante también admitió la influencia de clásicos del comic de aventuras navales como "Barbarroja" (1956) y las extensas investigaciones que realizó en manuales y enciclopedias especializadas.
“Un Viaje Pitufal” (1976) es el primero de los cruces que
tendrían “Los Hombrecitos” con otros personajes de la editorial, en este caso
con ocasión de un número especial de la revista “Spirou”, el 1973, lanzado con
ocasión del estreno de la película “La Flauta de los Pitufos” (1976). Renaud y
Lapaja, afectados por una turbulencia misteriosa, acaban haciendo un aterrizaje
de emergencia en nada menos que El País Maldito, donde se ubica el hogar de los
Pitufos. Otra historia corta deliciosamente dibujada es “El Terrorista en el
Tejado” (1976), en la que la pareja anterior acaba perdiendo el control del
coleóptero en el que viajan y entrando en el edificio de la Ópera justo la
noche en que se va a celebrar una velada en honor de un dignatario extranjero.
De nuevo, tendrán que arreglárselas para salir de allí sin descubrir su
presencia a los Grandes, con el problema añadido de frustrar un inminente
magnicidio.
En “La Sombra del Reflejo” (1976) volvemos a Eslapión para
conocer a varios personajes y lugares nuevos, en este caso relacionados con el
intento de robo del dinero que se custodia en un recinto no muy vigilado. Aunque
los Hombrecitos no utilizan dinero en su vida ordinaria, éste se guarda para la
adquisición de provisiones y materiales en el mundo de los Grandes. “¡Estamos
de Fiesta!” (1976) se incluyó en el número 2.000 de la revista y es otro gran
crossover: como invitados a la gran fiesta aniversario que están preparando,
Renaud, Laviga y Lapaja visitan, reducen de tamaño y trasladan a Eslapión a
otros personajes de la editorial: los Pitufos, Bill y Bolita, Buck Danny, Tif y
Tondu, Sammy, Natacha, Yoko Tsuno, Sam y el Oso, Lampil, Genial Oliver,
Barbanegra, Sofía, el conde de Champiñac, Marc Lebut, Gaston ElGafe… No será el
último de los cruces de Los Hombrecitos con sus compañeros de revista.
(Continúa en siguiente entrada)
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