"Gaceta Junior", renombrada posteriormente "Gaceta Junior / Tintin", fue una revista infantil española con cadencia semanal que marcó un hito en la edición nacional de comics. Publicada entre 1968 y 1970 por UNISA (Editorial Universo Infantil, perteneciente al Grupo Godó), ofrecía una propuesta innovadora y variada, combinando obras de grandes autores italianos (Hugo Pratt, Dino Battaglia, Sergio Toppi) y franco-belgas (Duchateau, Albert Weinberg, Jean Graton) con creaciones nacionales y adaptaciones de obras literarias (Chiqui de la fuente, Beyloc, Antonio Abellán, Jordi Buixadé…). Además de historietas, incluía secciones de cuentos y artículos sobre ciencia, naturaleza e historia, teniendo como objetivo fomentar la curiosidad, la creatividad y la educación en los jóvenes lectores. Su diseño atractivo y cuidado, junto con la calidad de sus contenidos, la convirtieron en una referencia cultural para toda una generación de aficionados a los comics, un soplo de aire fresco en un panorama tebeístico nacional que oscilaba entre lo decadente y lo rancio.
En 1967, Carlos Giménez había colaborado con el guionista Víctor Mora en varios capítulos de “Delta 99”, un tebeo de CF lanzado con destino al extranjero por Josep Toutain dentro de su agencia Selecciones Ilustradas. Mora había quedado tan satisfecho con el trabajo realizado por Giménez que lo tuvo en cuenta para la siguiente oportunidad que se le presentó. Así que, tras realizar algunos breves trabajos de encargo con guiones de Manuel Yáñez (“Tom Berry”, “Kiko-2000”), el joven dibujante de 26 años se ve propuesto por Mora ante el director de “Gaceta Junior”, Jose María Echevarría, como colaborador para la nueva etapa que iba a comenzar esta cabecera, ya en 1969 y después de fusionarse con la revista “Tintin” (versión española de la veterana publicación francesa).
La idea presentada a la revista era la de un muchacho que, transportado al futuro, vive todo tipo de aventuras en el espacio. Su título: “Dani Futuro”. Tras una breve y anecdótica presentación en clave humorística en el Almanaque 1970 (diciembre 1969) titulada “Looocura musical”, el primer episodio “oficial” y origen del protagonista llegó en el número 75 de “Gaceta Junior” (19 de marzo de 1970), momento a partir del cual se convirtió en la serie principal de la revista, ocupando las ocho páginas centrales.
Para tener un héroe juvenil verdaderamente libre de ataduras y que pueda así vivir plenamente las aventuras que los lectores soñaban, era necesario desligarlo de cualquier obligación familiar. Y eso es lo que hace Víctor Mora desde la primera entrega, “Mundo Perdido, Mundo Ganado”. Ricardo Blancor es un prestigioso científico que trabaja en el Ártico y mientras su hijo Dani está viajando para hacerle una visita, su hidroavión sufre un accidente, cayendo a las gélidas aguas polares y colocándolo en un estado de extraña hibernación durante siglos. Cuando es encontrado por la gente del año 2104 y reanimado, dedica un breve momento a llorar por su padre muerto mucho tiempo atrás (aunque para él sólo han pasado segundos), pero la melancolía pronto deja paso a la maravilla y emoción de descubrir un mundo nuevo… y además junto a la atractiva Iris.
Este recurso de “dormir” al héroe durante siglos para transportarlo al futuro sin necesidad de recurrir a máquinas del tiempo, era ya por entonces viejísimo, incluso en el comic. De hecho, el primer tebeo de CF, Buck Rogers (1929), utilizó el mismo recurso: el protagonista titular quedaba sepultado y dormido en una mina solo para despertar siglos más tarde y encontrarse con un mundo completamente diferente al que había conocido. Como sus principales aliados se encontraban Wilma Deering, la chica; y el Doctor Huer, el genio científico multidisciplinar. Un reparto del mismo perfil encontramos en “Dani Futuro”: el trío central de casi todas las aventuras lo compondrán, además del muchacho llegado del pasado, la joven Iris y el tío de ésta, el Doctor Dosian.
Ya en la segunda historia, “El Tiburón Asesino”, Dani, de la mano de Iris, empieza a descubrir el mundo en el que va a vivir a partir de ese momento. Una excursión al mar le muestra que se ha conseguido establecer comunicación con los delfines; y otra a la Luna le revela que ésta ha sido terraformada en buena medida y ahora sus habitantes disponen de agua, fauna y espléndidas ciudades. Dani, el joven del pasado redivivo, se ha convertido en una celebridad y todo tipo de investigadores e historiadores quieren hablar con él. La visión del futuro que presenta Mora en este punto es inequívocamente positiva. El hombre ha superado muchos de sus problemas del pasado y ahora se halla en armonía con el entorno y ha salido al espacio para colonizarlo. Las páginas están demasiado cargadas de textos con cierto ánimo didáctico, lo cual ralentiza algo la lectura, aunque, por otra parte, esta prolijidad en los textos era bastante más frecuente que en los comics actuales.
La tercera historia, “Ciborg”, bien podría adscribirse al género fantástico en su estética y temática. Sin que se le haya explicado al lector cómo ni por qué, encontramos a Dani e Iris formando parte de la tripulación de una nave que se ve obligada a efectuar reparaciones en la órbita de un planetoide con atmósfera respirable. Cuando ambos bajan a la superficie a explorar, encuentran una comunidad de seres pacíficos (que aquí Giménez dibuja como encantadores enanitos, casi pitufos) amenazados por un cruel gigante que los devora, en este caso el ciborg del título, fabricado por una civilización hostil a la humana. El desenlace de la aventura (que recuerda al de “El Gigante Egoísta”, el cuento de Oscar Wilde) deja claro el tono que va a seguir la serie: optimista, ligera, luminosa y con un punto moralizante.
“La Expedición Perdida”, como el propio título indica, recurre a otro tropo clásico del género. Un veterano y bonachón capitán de la vieja escuela capta la señal de SOS de una nave expedicionaria perdida mucho tiempo atrás. Se organiza una misión de búsqueda con la nave de exploración Galaktos y, efectivamente, se encuentra el pecio en el planeta del que proviene la señal…junto a parte de sus tripulantes. Es una historia sencilla y con una resolución buenista y facilona pero acorde con la época y el público al que iba dirigida la serie.
En cambio, la siguiente aventura, “Mundo de Chatarra” sí presenta una idea más original, al menos para aquella época. Un pasaje expositivo al comienzo narra cómo la proliferación de vuelos espaciales acabó generando una peligrosa cantidad de basura orbital, desechos que empezaron a causar accidentes y ante los cuales hubo de encontrarse una solución. Ésta llegó en forma de dispositivos automáticos que rastreaban el espacio en busca de materiales a la deriva, se adhería a ellos y los impulsaba a un punto de reunión predeterminado. Con el paso del tiempo, la acumulación de basura metálica acabó creando una enorme estructura, Sargazia. El doctor Dosian ha aprovechado el entorno (que incluye segmentos bastante grandes de naves espaciales) para construir un huerto hidropónico automatizado que envía alimentos a las naves que lo solicitan (otra idea profética: un servicio de reparto de comida espacial bajo pedido por señal inalámbrica). La nave Galaktus acude al lugar para investigar la interrupción de ese servicio, encontrándose con un ambiente hostil que incluye un robot enloquecido y un sabio tronado (con sospechoso parecido al propio Carlos Giménez). Se incluye, por cierto, un fugaz guiño a Valerian en la forma de su nave de inconfundible silueta, incluida como parte de la chatarra acumulada en Sargazia. Sobre Valerian volveremos enseguida.
“Nova Venecia” se apoya en otro par de ideas, una clásica dentro de la CF y otra bastante popular en la época: la dicotomía ciencia-religión y el cambio climático. La colonia del título, construida a imagen y semejanza de su homóloga terrestre, está a punto de quedar sumergida por la subida del nivel de las aguas, pero la secta de fanáticos religiosos que la gobierna se niega a evacuarla. La misión de la Galaktos consiste en tratar de convencerlos para que abandonen el lugar antes de que todos perezcan ahogados. En esta ocasión, Victor Mora no acierta a rematar adecuadamente la propuesta: por una parte, opta por un final ambiguo, pero en cualquier caso amargo (la ciudad resulta destruida, sobre la población nada se dice) que queda deslucido por un poco afortunado (e inapropiado para el tono de la historia) gag con el robot Jorge.
En este punto, con su número 81 (30 de abril de 1970) y un extra primavera-verano (donde se publicó “Nova Venecia”), la revista “Gaceta Junior / Tintín” llegó a su término. Se había invertido mucho dinero en contratar a profesionales españoles de calidad y las cifras implicadas pusieron nervioso al presidente de UNISA, Javier Godó, que, antes de que pudieran materializarse los réditos en forma de cifras de ventas, dio orden de cerrar la revista. A esto se sumaron ciertos intereses personales y fiscales.
Por el momento, “Dani Futuro”, conseguiría un nuevo hogar sin salir de su casa madre, el Grupo Godó. A partir del 5 de abril de 1970, el diario “La Vanguardia” empieza a publicar todas las aventuras precedentes en formato de media página, añadiendo a continuación, desde el 20 de junio del mismo año una nueva peripecia, “El Planeta Nevermore”.
En esta ocasión, Victor Mora intenta algo nuevo. Una vez establecidos los personajes, el contexto y el tono de la aventura, nos ofrece una trama más extensa que las anteriores y que arranca con un evento inesperado. La Galaktos, a bordo de la cual habían viajado los protagonistas y que parecía iba a ser la herramienta de la que se servirían los autores para acercar a aquéllos a la aventura de turno, resulta destruida por una lluvia de meteoros (aunque en la siguiente entrega, como la Enterprise de Star Trek, volverá a lucir como nueva). Dani e Iris sobreviven en una cápsula de salvamento y el ordenador, dado que la radio ha resultado averiada y no puede enviar un SOS, los acerca al planeta Nevermore, una perspectiva que inquieta sobremanera a la joven.
Ese mundo le sirve al guionista para presentar otros dos tropos clásicos de la CF. Por una parte, los grupos luditas que se oponen a cualquier desarrollo científico-tecnológico con el argumento de que el ser humano, siempre presa de sus peores instintos, acabará utilizándolo para autodestruirse. Por otra, la famosa tercera Ley de Clarke, aquella que reza que “Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Y es que, generaciones atrás, en Nevermore se exiliaron aquellos miembros de la sociedad humana que renegaban del progreso y abogaban por un retorno a una Edad Media idealizada. Por supuesto, el resultado fue la caída en un feudalismo explotador y bárbaro, guerras intestinas, asaltos de merodeadores… Dani e Iris, tomados como hechiceros, contactan con un inventor que está siendo juzgado por herejía y se aprestan a derribar el sistema que mantiene a la sociedad en la ignorancia y la explotación. Es un planteamiento no muy original pero bien llevado -en buena medida gracias al dibujo de un Carlos Giménez en estado de gracia que ofrece composiciones de página y recursos narrativos muy eficaces- que, como ya venía siendo la norma, queda deslucido por un desenlace facilón y forzadamente optimista.
Giménez se encontraba en ese momento en un periodo de transición entre su fase de principiante y otra de plena madurez. No sólo planificar y dibujar le resultaba más sencillo, sino que el material que le proponía Mora sintonizaba con sus gustos y sensibilidad, lo que le hizo involucrarse de manera especial y empezar a experimentar más libremente con su estilo. Conforme las aventuras de “Dani Futuro” fueron ampliando su extensión, Giménez pudo ensayar con más comodidad soluciones narrativas y compositivas difíciles de encajar en una historia corta y que luego aplicará también a obras más sofisticadas y personales, como “Hom” o “Koolau”: viñetas de mayor tamaño, raccords, secuencias sin texto o fragmentadas en planos detalle…
Esta fue la última aventura de “Dani Futuro” que hicieron Víctor Mora y Carlos Giménez para el mercado español. A partir de este momento, comenzó una batalla de ambos contra UNISA por la recuperación de los derechos sobre el personaje. Los autores de “Gaceta Junior” habían firmado un contrato con UNISA en virtud del cual se fijaba una tarifa por página a cambio de la cesión tanto del derecho a publicar el comic en cuestión en la revista y/o en álbum como de la negociación con terceros para la edición en otros países a cambio de un porcentaje de las ventas. Ahora bien, UNISA había sido disuelta. Los locales y muebles podían reciclarse, los administradores se recolocaron en otros puestos y los creativos fueron despedidos. Pero, ¿qué hacer con las propiedades intelectuales? Los derechos intelectuales pertenecían a los autores, sí, pero los de edición a una empresa ya disuelta que decidió saldar parte de sus deudas con la francesa Ediciones Lombard (cuyo material había estado publicando en “Gaceta Junior”) mediante la cesión de los originales de “Dani Futuro” y los derechos de edición; y ello sin pagar nada a los autores. Para colmo, el contrato entre Giménez, Mora y UNISA relativo al personaje, que podría haberlo aclarado todo judicialmente, nunca apareció.
Negándose a renunciar al universo que habían creado y del que tan orgullosos estaban –por no hablar de su rentabilidad económica-, mientras se hallan inmersos en la lucha por recuperar sus derechos sobre “Dani Futuro”, Mora y Giménez lanzan en 1971 un spin-off protagonizado por la compañera del héroe: “Iris de Andrómeda: Un Planeta en Herencia”. Aunque la heroína es la misma joven que ejercía de novia más o menos oficial de Dani, en ningún momento se hacía referencia a éste o a las aventuras que ambos habían compartido. Los autores le asignaron como acompañante a Jorge, ese arquetipo de molesto robotito multiuso que pretende apelar a los lectores de menor edad con sus chistes simplones y carácter gruñón, pero que a la hora de la verdad limita las posibilidades de alcanzar un nivel más adulto. En esta ocasión, Iris viaja al planeta Alice´s Mirror para tomar posesión de él tras haberlo recibido en herencia de su tío abuelo. Pero lo que recordaba como un lugar paradisiaco se ha convertido ahora en un infierno arrasado e inhóspito. El origen de tal catástrofe se encuentra a mucha distancia de allí, en el planeta Garrity Land, dirigido por una multimillonaria codiciosa que ansía quedarse con ese planeta y ha establecido una base orbital desde la que altera el clima. Con ayuda de una pareja de artistas bohemios, Iris superará los intentos de la villana de acabar con ella y restaurar el antiguo esplendor de ese mundo.
Por desgracia, este spin-off puede calificarse de relativamente fallido. Aunque no carece de cierto encanto camp -en buena medida gracias al dibujo de Giménez-, la historia ni es interesante, ni ofrece giros sorpresa ni tiene personajes mínimamente carismáticos. Todo resulta muy tópico y previsible y, con la sensibilidad actual, incluso algo irritante en lo que se refiere a la protagonista. Por entonces, el comic juvenil europeo empezaba a introducir mujeres fuertes en sus aventuras, empezando por la Laureline de “Valerian”, pero también Yoko Tsuno o Natacha en la revista “Spirou”. Eran féminas atractivas físicamente, sí, pero, sobre todo, inteligentes, capaces, resueltas e independientes. Todas esas virtudes están presentes en Iris, pero también -y quizá como gancho para posibles lectoras- cae en el tópico romántico de las fantasías oníricas con el galán de turno.
En 1967, “Valerian”, creado por Pierre Christin y Jean-Claude Mezieres, había empezado a publicarse en “Pilote” recibiendo una muy buena acogida por parte de los lectores. A la vista del éxito, la antedicha editorial Lombard, propietaria de la principal revista de la competencia, “Tintin”, muestra interés por incorporar a su galería de personajes uno de CF, por lo que recibe con interés la propuesta de UNISA de saldar parte de su deuda pendiente con los originales de “Dani Futuro”, empezando a publicarlos en aquella revista a partir de 1971. De hecho, a priori, parecía un material más adecuado que “Valerian” para el público de este tipo de publicaciones. No sólo Dani era un protagonista más joven que Valerian y con el que, por tanto, los lectores podían verse reflejados con mayor facilidad, sino que, en ese punto, el dibujo de Giménez destacaba de forma especial sobre un todavía primerizo Jean-Claude Mezieres.
En los años siguientes, el estilo, intereses y trayectorias de ambos gigantes del comic discurrirían por caminos muy diferentes, aunque ambos de altísima calidad. Pero en este punto, “Dani Futuro” ofrecía de salida, en comparación con la primera aventura de Valerian (“Los Malos Sueños”), un estilo más realista con una línea de mayor elegancia, composiciones de página menos convencionales, personajes visualmente más atractivos, fondos más preciosistas y diseños con mayor encanto. Aunque la cadencia de publicación fue más estable y la vida de “Valerian” más prolongada que la de “Dani Futuro”, el tono de esta última se distanció rápidamente del de aquélla. Christin y Mezieres enseguida convirtieron su serie estrella en -sin renunciar a la aventura- una sucesión de alegorías y sátiras de problemas político-sociales de nuestro mundo y época, experimentando un rápido proceso de maduración y convirtiéndola en un referente mundial de la CF en viñetas. Por el contrario, Mora y Giménez prefirieron -ya fuera por criterio propio u obedeciendo directrices editoriales- apelar a un lector más infantil, como demuestra la temprana inclusión del robot-mascota Jorge con una inequívoca intencionalidad cómica, desarrollos ligeros, desenlaces moralistas, tratamiento poco sofisticado de los temas y personajes planos y luminosos.
Una vez finalizada la publicación en “Tintín” de las historias ya vistas en “Gaceta Junior”, Víctor Mora y Carlos Giménez, que por fin habían recuperado el control sobre su personaje, realizaron más historias de Dani Futuro, serializadas en esa cabecera hasta 1976. Es en esta etapa que las historias empiezan a aumentar su longitud de acuerdo a la fórmula habitual en esos países, a saber, serialización primero en revista y, confirmada su aceptación por parte de los lectores, posterior publicación en álbum (de los cuales “Dani Futuro” llegaría a tener siete en Francia).
Así, “Los Amos de Psicodelia” es una historia bastante extensa muy inspirada en el espíritu de la época. Por una parte, encontramos un mensaje ecologista en la forma de crítica a la caza de ballenas (que aquí se representan como unas enormes criaturas que surcan el vacío espacial en las cercanías de las estrellas); y, por otra, un mensaje admonitorio sobre la alienación de la realidad y la esclavitud a la que puede conducir el consumo de drogas. Es precisamente esto lo que sucede en un planeta al que van a parar accidentalmente Dani, Iris y Dosian junto a otro personaje femenino fuerte, una ballenera llamada Sigria.
Los nativos de ese mundo están subyugados por una droga que una élite vierte en forma de aerosol en la atmósfera -ellos viven en el subsuelo, donde no llegan los efectos de esa sustancia-, lo que los sume en un atontamiento extático que facilita su captura y posterior zombificación con el fin de convertirlos en sumisos esclavos. En esta ocasión los héroes van a tener más dificultades para salir con bien de la peligrosa situación, debiendo afrontar diversos peligros, pero, como es de esperar, triunfando al final.
“El Planeta de las Catástrofes” es otra alegoría de los problemas de nuestro mundo en clave de CF. Canada Again es un mundo en la galaxia de Ándrómeda rico en recursos forestales y fauna que está siendo explotado por una compañía terrestre. Cuando empiezan a suceder misteriosas explosiones aniquiladoras que no pueden achacarse a caídas de meteoritos o actividad geológica, las actividades forestales se detienen y el profesor Dosian, al mando de un equipo de científicos, se desplaza allí para intentar averiguar el origen de las enigmáticas catástrofes. Pero cuando sus comunicaciones se interrumpen, Dani e Iris viajan hasta allí para investigar lo sucedido. Como en la aventura anterior, se trata de un viaje por un planeta repleto de peligros que los protagonistas deberán ir sorteando, desde fieras y condiciones climáticas extremas hasta los iracundos nativos que desconfían de cualquier humano por responsabilizarlos de las explosiones que han diezmado su pueblo, pasando por unos asesinos a sueldo que quieren impedir que la pareja llegue a su destino y descubra la terrible verdad. Una vez más, Carlos Giménez hace un espléndido trabajo de diseño y narración.
En este punto queda claro que los autores están dirigiendo la serie hacia territorios no sólo más complejos sino más oscuros. Quizá el haber recuperado los derechos de su obra y encontrarse publicando en una importante cabecera europea ajena a los complejos y autocensura editoriales de España, les impulsó a dar a las aventuras de Dani Futuro un cariz, no sé si más adulto, pero, desde luego, no tan optimista como al comienzo. Sí, los finales seguían siendo convencionalmente ligeros y luminosos, pero todo lo que les precedía, no lo era tanto.
Y ese es el caso de la siguiente aventura, “El Fin de un Mundo”, en la que el Galaktos llega en visita de inspección al planeta Mydia, colonizado décadas atrás por humanos y del que nada se ha sabido desde entonces. Los protagonistas aterrizan primero en una de las dos ciudades importantes de ese mundo sólo para encontrarla arrasada y ser ellos mismos atacados por una banda de guerrilleros (entre cuyos miembros podemos identificar al propio Carlos Giménez, por ejemplo, o a su amigo y colega dibujante Adolfo Usero) que creen estar defendiéndose de los saqueadores que, están convencidos, provienen de la ciudad enemiga. Un pasaje expositivo nos revela la historia del planeta, que replicó las pautas de la política de bloques de la Guerra Fría llevadas hasta sus últimas consecuencias.
Una vez más, Dani e Iris, con la ayuda u oposición de otros personajes con los que van a cruzarse, van a viajar por el planeta para desentrañar varios misterios: ¿Qué ocurrió con la otra ciudad? ¿De dónde provienen realmente los saqueadores? ¿Cuál es el origen de las transmisiones de radio en las que dos jugadores libran una partida de ajedrez? ¿Qué papel desempeñan unos alienígenas insectoides que vigilan a distancia e intervienen cuando lo estiman necesario? Es una historia claramente inspirada por la impactante película “Forbin, el Proyecto Prohibido” (1970) y con otro final agridulce: los protagonistas salen con vida de la peripecia -y, sin saberlo, también protegen a la población alienígena de otro planeta del mismo sistema-, pero nada más. No queda ya nada que salvar en Mydia. Los viejos vicios y perniciosos instintos del ser humano hace ya tiempo que se encargaron de destruirlo todo.
Giménez continúa su evolución gráfica y narrativa, con una línea más suelta y gruesa pero sin perder su talento para el diseño de naves o tecnología (no tanto aquí con los alienígenas, que no resultan lo suficientemente extraños aunque sí inquietantes), la creación de atmósferas y entornos (el descubrimiento de la pulverizada ciudad de Hagasch está resuelta con un impresionante grado de detalle cuando otros artistas menos comprometidos habrían optado por atajos menos laboriosos) y las soluciones narrativas idóneas en las que demuestra la forma en que el lenguaje del comic puede jugar con la composición de página y los raccords de tiempo y espacio para transmitir sorpresa, terror, caos, velocidad… Un autor, en fin, ya plenamente maduro y con un buen dominio de las herramientas que el medio pone a su disposición para contar una historia con viñetas.
En “El Mago del Espacio”, la última de las aventuras clásicas del personaje, se repite la fórmula ya familiar. Dani Futuro, extraviado e inconsciente tras un accidente sufrido mientras competía con sus nuevos compañeros conocidos en la aventura anterior, es dirigido por su ordenador personal hacia un planeta cercano. Sus habitantes se hayan en pleno declive físico dado que sus organismos se alimentan de la luz generada por la enana blanca del sistema, cuya radiación ha empezado a quedar bloqueada por unas extrañas nubes. Dani conoce a una bella joven y la salva del sacrificio ritual con el que esa atrasada civilización -progenie de unos humanos naufragados allí tiempo ha y cuyos descendientes han mutado- pretende congraciarse con los dioses y que la situación se revierta. Y luego, se las arregla para reparar una vieja nave de rescate y aproximarse al origen del problema: una nave orbital que sirve de base para un traficante de armas que, encima, se dedica a “contaminar” la estrella, condenando a muerte a los habitantes del planeta.
También aquí, en un registro de aventura, Mora aborda los problemas no sólo del tráfico de armas y la contaminación, sino de la ignorancia derivada de la fe ciega, el fanatismo religioso y el trabajo esclavo. Giménez, por su parte, aprovecha para desviarse del tono futurista e introducir elementos y escenarios medievalizantes, no sólo en la civilización nativa sino en el propio Brujo, que a todos los efectos bien podría ser un auténtico hechicero, rodeado de arcanos, artefactos e instrumentos y lanzando hechizos “tecnológicos” que ponen bajo su control a Iris y el resto de sus compañeros. Por desgracia, pese a algunos momentos visualmente muy conseguidos (como las proyecciones lumínicas del Brujo, dibujadas con tanto gusto como meticulosidad por Giménez) el cierre alargado y ramplón de la aventura y el abuso de un humor infantil en la forma del ordenador personal (hoy lo llamaríamos IA) de Dani, impide a la serie evolucionar hacia una mayor madurez y sofisticación.
“Dani Futuro” fue la puesta de largo de Giménez como dibujante de vanguardia en el comic nacional, una obra que bebía de los nuevos vientos que soplaban para el medio desde Francia y que le permitió madurar como narrador para convertirse poco después en uno de los titanes del comic no solo nacional, sino mundial. Hoy puede que sus dinámicas y muy meditadas composiciones de página y soluciones narrativas no sorprendan tanto, pero entonces supuso un soplo de aire fresco que situaba a este personaje entre los más interesantes de la CF gráfica; de hecho, más valiente en su adopción y ejecución de los recursos del medio que la mayoría de los comics de consumo europeos de la época (la explosión creativa que supuso la aparición de “Metal Hurlant” aún no había tenido lugar).
Un comic, en fin, quizá hijo de su época en los temas que aborda, el tratamiento de los mismos y el perfil de los personajes, pero que gráficamente no ha envejecido un ápice y sigue ofreciendo una lectura amena para el aficionado que solo busque evasión y una auténtica lección de técnica para quien desee profundizar en el lenguaje del medio.
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