En 2001, el suizo Frederik Peeters sorprendió a todo el mundo con un comic tan sincero e inusual como “Píldoras Azules”, un análisis muy personal de su relación con Cati, su esposa portadora del virus del sida, y el hijo de ésta. El anuncio un par de años después de la publicación de una serie de varios volúmenes en los que iba a internarse en la ciencia ficción, resultó algo desconcertante dado que su interés y estilo parecían encajar más dentro del comic costumbrista y autobiográfico que en el de un género a menudo dominado por la espectacularidad y la tecnología.
Sin embargo, esos temores resultaron
infundados porque muchas de las características de “Píldoras Azules” (la escala
humana, el plano emocional, el surrealismo, los personajes atormentados por las
dudas, los símbolos y referencias) están presentes en esta extraña obra, que
sirvió además de transición entre aquél primer éxito y sus trabajos
posteriores.
Siendo un autor salido del mundo del comic independiente, Peeters aborda aquí la ciencia ficción de una forma que ya descubrieron los escritores del género allá entre los años sesenta y setenta. Por entonces, autores como Robert Silverberg o J.G.Ballard se dieron cuenta de que si la ciencia ficción quería madurar no podía seguir limitándose a mero instrumento para relatos de acción espacial, sino que debía verse a sí misma como una “literatura de realidad”, alejándose del terreno de la épica y la aventura para internarse en el mundo de íntimo, lo filosófico, lo metafórico y lo emocional. Este es un camino que, en plena era de los blockbusters trufados de efectos especiales capaces de dar forma a cualquier cosa que uno pueda imaginar, han seguido también algunos cineastas modernos con mayor o menor fortuna, como Denis Villeneuve en “La Llegada” (2016) o James Gray en “Ad Astra” (2019).
Pero los comics de ciencia ficción, en general
y con las consabidas excepciones, se han resistido a abandonar lo espectacular
y lo maravilloso en favor de la introspección. Una de esas excepciones fue el
siempre moderno Moebius, del que Peeters extrae no poca inspiración. Sus dos
protagonistas iniciales en la obra que nos ocupa, Lupus y Tony, son vagabundos
que saltan de planeta en planeta en busca de drogas con las evadirse de la
realidad, lo que sitúa a este comic en la tradición de aquellas novelas en las
que el “espacio interior” desplazaba al “exterior”. La extrañeza y sentido de lo maravilloso que
tradicionalmente sustentan en la ficción los viajes espaciales, los planetas o
los alienígenas toma aquí la forma de nuevos descubrimientos de la propia
personalidad (no es coincidencia que el protagonista, cuyo nombre es el de una
enfermedad autoinmune, experimente una transformación tras conocer a Sanaa) o
personajes femeninos con psiques incomprensibles de acuerdo al consabido estereotipo
de género, en este caso reforzado por el hecho de que es el protagonista
masculino quien narra la historia en primera persona.
“Lupus” narra la peripecia de el carácter
homónimo, un estudiante de Xenobiología que se toma un año sabático para
embarcarse, en compañía de su amigo de la infancia, Tony, todavía más perdido
en la vida que él mismo, en un viaje por la galaxia a bordo de una vieja nave
de carga. Ambos han preparado su itinerario en función de las diferentes clases
de droga y modalidades de entretenimiento que podrán hallar en cada mundo. En
un bar del planeta Norad conocen a Sanaa, una joven misteriosa y desenfadada de
la que inmediatamente se enamora Lupus. Ella les pide que la lleven con ellos,
ruego que aceptan… sin saber que está huyendo de su padre, un poderoso hombre
de negocios que ha enviado a un asesino a sueldo tras ellos para llevarla de
vuelta.
Viajan hasta una desierta región de acantilados donde esperan pescar una de las enormes criaturas que pueblan las aguas de la zona. Pasan los días y las tensiones entre los dos amigos van haciéndose patentes, agravadas por el consumo de drogas y el ambiguo papel que desempeña Sanaa en el trío. Finalmente, el mercenario enviado por el padre de ésta da con ellos y, tras un tenso intercambio de amenazas, aquél muere no sin antes matar a Tony.
A partir de este punto, la historia se transforma
en una larga huida de los matones del padre de Sanaa. Primero tratarán de
esconderse en el planeta Necros, un mundo de grandes bosques y pantanos
administrado por un consorcio de compañías de seguros y habitado casi
exclusivamente por gente de la tercera edad. Allí encuentran refugio en una
apartada aldea en la que residen disidentes de la tecnología y las convenciones
sociales. El gruñón Nyargance les presentará a los vecinos y durante un tiempo,
encuentran cierta paz. Es aquí donde Lupus se entera de que Sanaa espera un
hijo… de su amigo Tony.
El tema de la paternidad (aunque sea
indirecta) le obliga a madurar rápido. Deja las drogas y rememora su propia
infancia y la relación con sus progenitores: una madre sobreprotectora e
infeliz y un padre mayormente ausente. Cuando sus perseguidores les encuentran
de nuevo, escapan a duras penas del poblado, atraviesan un pantano y consiguen
escabullirse en el interior de la ciudad en la que dejaron su nave, pero ésta
se halla vigilada y se ven obligados a robar a la fuerza otra, tripulada por
una enfermera alienígena (o quizá sólo deformada por algún accidente),
Darnelle, con la misión de transportar suministros médicos.
Sus recuerdos de infancia mezclados con pesadillas en las que se le aparece Tony, llevan a Lupus a poner rumbo a la estación orbital de Lumen, una antigua instalación turística que fue abandonada pero no destruida ni desactivada. Allí, piensa, podrán esconderse él y Sanaa mientras llega el niño y, de paso, reflexionar sobre su propia infancia, ya que, siendo un niño, pasó con sus padres unas vacaciones en esa estación que le dejaron una profunda huella.
Tras llegar a su destino y comprobar que es habitable, Darnelle los abandona y se lleva la nave, condenándolos o bien a llamar pidiendo auxilio –lo que equivaldría a entregarse al padre de Sanaa- o superar el embarazo y el parto de ella en total aislamiento y sin ayuda médica. Pasan los meses y, finalmente, el alumbramiento se produce felizmente gracias al auxilio de un robot que Lupus consigue reparar.
El destino de los tres parece ahora algo
incierto, pero aún no han decidido el camino a seguir cuando aparecen los
mercenarios y, tras anestesiar a Lupus, se llevan a la joven, dejando al bebé.
El propio padre de Lupus aparece providencialmente y los rescata a él y al
pequeño. Veremos cómo el protagonista, en las últimas páginas, se reúne con su
familia, le entrega el bebé a la madre de Tony y acepta un gris y, suponemos,
aburrido trabajo en el despacho anónimo de un enorme edificio de oficinas. Su viaje
a la madurez ha terminado, pero no está claro que ello haya supuesto una mejora
en su vida.
No son pocos los que han dicho que este comic no es ciencia ficción. Hasta cierto punto, tienen razón. Peeters toma las convenciones del género para que sirvan como decorado y, a veces, herramientas con las que contar una historia que en el fondo no depende de ellas. De hecho, el viaje emocional de Lupus y sus diferentes aventuras y desventuras podrían perfectamente haberse ambientado en la Tierra y en el presente sin que la esencia se hubiera diluido un ápice. El propio autor lo explicaba así:
“Me
encanta la ciencia ficción, pero no en el aspecto guerrero ni místico. A mí lo
que me interesa en este género es el viaje; es el único terreno en el que se
puede viajar a mundos desconocidos. Lo que yo quería era establecer un
paralelismo entre el estado de ánimo de mis personajes y el aspecto visual,
algo que no tiene límites en el campo de la ciencia-ficción. Moebius, que es
uno de mis maestros, decía en una entrevista que leí hace tiempo que le gustaba
la ciencia ficción porque le permitía proyectar hacia el exterior los espacios
interiores de los personajes.
(Lupus) empieza como un “Easy Rider” galáctico. Es la historia del tránsito hacia la edad adulta del protagonista. Es el momento en que uno se da cuenta de que hay que abandonar las ilusiones de la inocencia, de cuando uno se imaginaba que íbamos a crecer de una forma distinta al resto, pero en realidad vemos que vamos a integrarnos en el Sistema como cualquier otro. Y es la confrontación de este tipo de emociones. Por eso empieza como una road-movie a lo “Easy Rider”, con una visión muy adolescente de las cosas. Dicho sea sin ningún desprecio, por cierto, porque es como una especie de sueño. Pero es el momento en que el personaje termina con este tipo de esperanzas y sabe que terminará trabajando en cualquier despacho.
No es que a Peeters, por lo tanto, le interese
la ciencia ficción “dura” o la descripción minuciosa de, por ejemplo, los
ecosistemas de mundos alienígenas. Mientras que Christin y Mézières en
“Valerian” –por nombrar sólo un ejemplo- disfrutaban presentando el
funcionamiento de sociedades extraterrestres, Peeters no se separa demasiado,
por no decir nada, de la ya conocida sociedad humana terrestre del siglo XXI.
“Lupus” puede ser leído y comprendido fácilmente por analogía con nuestro
propio mundo y sin necesidad de las claves de lectura que exigen otras
ficciones del género para entender las extrapolaciones o metáforas a las que
recurren. A Peeters no le interesa cómo será el mundo del mañana, sino cómo es
hoy y por eso todo resulta tan familiar, tan cotidiano, desde las
conversaciones de bar a los pueblos vacacionales de jubilados.
Por otra parte, el autor juega con el
contraste gráfico y conceptual de lo pequeño, cercano y emocional (objetos
normales, intimidad, seres amados) con el macrocosmos (cuerpos celestiales, el frío
universo, incomprensibles fenómenos) en un juego que continuamente distancia o
acerca la narración de la realidad hacia la ciencia ficción y viceversa. Además,
Peeters impulsa el proceso vital y emocional que experimenta Lupus con
personajes como Tony o Sanaa que no expresan abierta e inequívocamente lo que
quieren, sino que sus relaciones con él se apoyan en pistas y señales que
exasperan al protagonista y le obligan a exprimir su memoria (en el caso de
Tony) y su empatía (en el de Sanaa).
El deseo de utilizar la ciencia ficción para
abordar un discurso adulto sobre temas complejos queda subrayado también por el
comportamiento del protagonista masculino –quién, además y siguiendo la
tradición de los comics autobiográficos, hereda ciertos rasgos físicos del
autor-; especialmente a partir de la escena en la esclusa de aire de la
estación espacial, una zona intermedia literal y figuradamente: entre lo
habitable y la muerte, entre el espacio interior (reservado a la pareja) y el
exterior (símbolo de la soledad). Cuando Sanaa, embarazada, decide ponerse un
traje presurizado y salir al vacío para experimentar la ingravidez, se ve
obligada a regresar cuando sufre un sangrado que la postra en cama. Esto
provocará un cambio radical en la actitud de Lupus, que se concentra intensa y
desesperadamente en tratar de reparar un robot médico que pueda ayudarla en el
parto.
A partir de este momento, Lupus va a asumir la responsabilidad de proteger a Sanaa y su todavía no nato hijo. Este rol de padre sustituto pone punto y final a sus “fantasías adolescentes” y permite que el autor profundice en los aspectos más puramente psicológicos de una historia que ahora está confinada físicamente a la estación y en la que ya no tiene cabida el componente aventurero y de viaje de los capítulos anteriores. Así, Peeters se aleja de la espectacularidad, exotismo, épica y sentido de lo maravilloso que han estado íntimamente asociados con el comic de ciencia ficción, reformulando muchos de los lugares comunes (el viaje a otros planetas, la persecución, la fauna y flora alienígenas, los robots) en clave humana y humanista.
La narración en primera persona es otro
recurso que lo acerca al campo autobiográfico, tal y como admitió el propio
Peeters. Siendo una obra en la que invirtió tres años de su vida, era
inevitable que fuera integrando en la misma acontecimientos, preocupaciones,
encuentros, accidentes, descubrimientos y ansiedades que puntearon su propia
existencia. El mejor ejemplo de ello fue el embarazo de su pareja, Cati,
mientras realizaba el segundo volumen de los cuatro de que consta la serie, una
vivencia que, sin tenerlo previsto de antemano, trasladó a la historia en el
personaje de Sanaa como madre y Lupus como preocupado “padre” que deberá
madurar a pasos agigantados.
Ahora bien, con todas sus virtudes, “Lupus” es
un comic que no puede recomendarse sin prevenciones y que incluso muchos
lectores encontrarán abstruso y fallido. Y es que el riesgo que corre el autor
de obras tan personales, introspectivas y poéticas es perder la conexión con el
lector, dejar que el mensaje quede oculto tras una maraña de referencias,
símbolos y alusiones difíciles de traducir. Hay imágenes y escenas que para el
autor tienen significado y sentido, sea como trasposición de vivencias propias
o como alegoría de determinados sentimientos o ideas. Algunas son fácilmente
interpretables con un mínimo de reflexión; pero otras son mucho más oscuras.
¿Por qué se inserta aquí esta imagen de unas formaciones cósmicas o de una
extraña criatura tentacular? ¿Qué significa este sueño que tiene el
protagonista? ¿Por qué alargar tanto esta escena aparentemente inocua? ¿Es
importante? ¿Qué significa? ¿Cuál es el mensaje final que me quiere transmitir
la obra? ¿Existe siquiera tal mensaje?
No estoy diciendo que un comic de estas características deba explicar absolutamente todo, como si el lector tuviera diez años. El lector inteligente siempre agradece que ciertos aspectos queden abiertos a la interpretación o que determinados pasajes obliguen a un esfuerzo de lectura y abstracción. Pero ese es un equilibrio muy delicado y es probable que con “Lupus” haya quien se quede con la sensación de haberse perdido algo -o mucho- de lo que Peeters quería transmitir.
Y no es esa la única dificultad a la que debe
enfrentarse el lector: los personajes principales no son fáciles de abrazar.
Lupus es un treintañero inmaduro, taciturno y toxicómano; y Sanaa es un ser
ambiguo cuyo propósito y sentimientos nunca llegan a estar claros. Tambien el
ritmo que impone Peeters a la narración puede resultar desconcertante,
alargando pasajes aparentemente insulsos y acortando los más dinámicos. Por no
hablar del tono general de melancolía y el ambiguo final…
El estilo gráfico de Peeters, un blanco y negro de trazo suelto y orgánico, se adapta sorprendentemente bien a una historia que incluye tanto momentos íntimos como panorámicas de mundos alienígenas y representaciones de extrañas criaturas; imágenes abstractas y otras cotidianas; pasajes oníricos y alucinatorios mezclados con otros de cruda realidad. Las viñetas oscilan entre el minimalismo y la simplicidad y el barroquismo según el tono emocional del pasaje. Los personajes tienen presencia, personalidad y expresividad, todo ello representado con naturalidad y contención; y el montaje de página y la transición entre viñetas están finamente trabajados.
“Lupus” es una obra que recoge y traslada al
comic una tradición de la CF literaria que socava los estereotipos del género
mediante su tema, su desarrollo, sus personajes y su dibujo. Es un tebeo
contemplativo, introspectivo e intelectual, incluso filosófico, en
contraposición con los mucho más habituales productos mainstream dominados por la
velocidad y la acción. Ajeno a las modas –y, por tanto, destinado a envejecer
mejor que la mayoría-, aquí no encontramos héroes al uso sino seres frágiles,
falibles e inseguros; y la aventura no es épica y galáctica sino interior y de
escala humana, abordando temas tan cercanos y a la vez profundos como la
paternidad, la asunción de responsabilidades, el deterioro de viejas amistades,
la reconciliación con el pasado y el miedo al futuro, la malinterpretación de
los sentimientos ajenos o la confusión ante los propios… Una obra, en fin, que
no es para quien busque una lectura convencional de ciencia ficción, que no es
fácil, que exige calma, reflexión… y que no garantiza respuesta alguna. Como la
propia vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario