Si Lucian Rudaux fue el abuelo del “arte espacial”, Chesley Bonestell puede ser considerado el padre. Nacido el 1 de enero de 1888, quince años antes de que los hermanos Wright levantaran del suelo su primer avión y treinta ocho antes del primer cohete de propelente líquido, cuando murió a los noventa y ocho años, en 1986, había visto caminar al hombre sobre la luna y naves automáticas visitar la mayoría de los planetas y lunas del Sistema solar que tantas veces había dibujado.
Sus pinturas no solo anticiparon la exploración espacial del siglo XX sino que ayudaron a hacerla posible. Puede que no tuviera la viveza de otros ilustradores de la era pulp, pero sus representaciones casi fotográficas de paisajes espaciales y de otros planetas del Sistema solar publicadas en “Life” y otras publicaciones a finales de los años cuarenta y cincuenta calaron hondo en el imaginario popular. Parecían postales enviadas desde allí por algún astronauta e hicieron que imaginar nuestra presencia en esos lugares dejara de ser fantasía para entrar en el terreno de la futurible.
Bonestell empezó a dibujar a los cinco años e inició su educación artística formal a los doce. Cuando tenía diecisiete, visitó el Observatorio Lick, en Mount Hamilton, California (el primero del mundo en ocupar permanentemente la cima de una montaña) y quedó impactado por la visión de Saturno a través de las imágenes refractadas que le ofrecían las lentes. En cuanto regresó a su casa, abocetó una pintura del planeta, probablemente su primera incursión en el arte espacial.
Bonestell se convirtió en aparejador y dibujante. Uno de sus primeros trabajos profesionales fue para el legendario arquitecto Willis Polk en la reconstrucción de San Francisco tras el gran terremoto y el arrasador fuego de 1906. Polk no tardó en nombrarlo jefe de diseño. En Nueva York, ayudó a William van Allen en el diseño del edificio Chrysler (sus famosas gárgolas las creó él). Más tarde y de vuelta en San Francisco, trabajó en el Puente Golden Gate. Pero durante todo este tiempo nunca perdió el interés en la astronomía, llenando cuadernos enteros de paisajes extraterrestres.
En 1938, empezó una nueva carrera en Hollywood, como artista de pinturas de fondopara escenas de efectos especiales. Uno de los primeros films en que participó fue nada menos que “Ciudadano Kane” (1941), de Orson Wells. Todas las imágenes del Nueva York de cambio de siglo y de Xanadí, la mansión del protagonista, son pinturas de Bonestell. En “El Manantial” (1949), la adaptación de la novela homónima de Ayn Rand dirigida por King Vidor, Bonestell bien podía identificarse con el protagonista, el arquitecto Howard Roark porque todos los edificios creados por éste fueron en realidad pintados por él. Su talento era tan superlativo que acabó siendo el artista gráfico mejor pagado de Hollywood.
Bonestell se dio cuenta de que todo el conocimiento que había acumulado en la industria cinematográfica en cuanto a composición, maquetas y técnica visual podía aplicarse a su pasión por la astronomía. Y así, pintó una serie de imágenes de Saturno vistas desde sus diferentes lunas que apareció en el número de mayo de 1944 de la antes mencionada revista “Life”. Fue un éxito inmediato. No se había visto nunca nada parecido impreso en papel tal era su realismo. “Saturno visto desde Titán” quizá sea el paisaje astronómico más famoso de todos los tiempos y fue elaborado mediante una complicada combinación de modelos de arcilla, trucos fotográficos y diversas técnicas gráficas (aunque, en realidad, Titán, debido a su permanente nubosidad, en realidad no permitiría disfrutar de tales vistas).
Por aquella época, Bonestell empezó una larga colaboración con Willy Ley, un divulgador científico y entusiasta de los cohetes (además de fundador de la criptozoología) que en los años treinta había huido de la Alemania nazi. Siguiendo su consejo, Bonestell empezó a añadir naves espaciales a sus pinturas. En 1946, “Life” publicó otra colección de ilustraciones sobre un viaje tripulado a la Luna. A partir de aquí, su trabajo empezó a aparecer regularmente en cabeceras tan diversas como “Look”, “Coronet”, “Pic”, “Mechanix Illustrated”, “Air Trails”, “Scientific American” o “Astounding Science Fiction”. Se hizo tan popular que, en una ocasión, envió por error a otra publicación la portada elaborada para una revista de ciencia ficción… y su editor la utilizó sin rechistar. Su primer libro, “La Conquista del Espacio”, realizado en colaboración con Willy Ley, apareció en 1949 y reunía 48 de sus pinturas. Se convirtió en un éxito inmediato y la ilustración de su portada es hoy una de las imágenes icónicas de los años cincuenta.
Tras este periodo triunfal como “artista astronómico”, Bonestell regresó a Hollywood para colaborar con su talento en la producción de George Pal, “Con Destino a la Luna” (1950), la película que recuperaría para el cine y por la puerta triunfal, al género de la ciencia ficción. A ella seguirían participaciones en “Cuando los Mundos Chocan” (1951) y “La Guerra de los Mundos” (1953). Pintó también un magnífico mural de doce metros para el Museo de la Ciencia de Boston en el que se representaba un paisaje lunar con asombroso realismo (fue retirado tras la misión del Apolo 11 en 1969 por considerar que ya no era lo suficientemente fiel a la realidad).
Arthur C.Clarke explicó la popularidad de Bonestell diciendo que su “extraordinaria técnica produce un efecto de realismo tan impactante que sus pinturas a veces han sido confundidas con auténticas fotografías a color por aquellos no familiarizados con la situación actual del vuelo interplanetario. En los años venideros está probablemente destinado a inflamar muchas imaginaciones y, por tanto, cambiar muchas vidas”.
Clarke tuvo razón también en esto. En 1951, Cornelius Ryan, editor asociado de la revista “Collier´s”, invitó a Bonestell a ilustrar una serie de cinco artículos sobre el futuro del viaje espacial. El principal autor de los textos era Wernher von Braun. Y como le había sucedido a Clarke, el pionero de la astronáutica se quedó impresionado por el talento del artista. De esas ilustraciones escribió que “son más que reproducciones de pinturas de belleza etérea de Mundos Más Allá. Presentan la imagen más certera que la ciencia moderna puede ofrecer de aquellos lejanos cuerpos celestiales. No afirmo esto a la ligera. En mis muchos años de asociación con Chesley, he aprendido a respetar, no, a temer, la obsesión de este maravilloso artista con la perfección. Mi archivo está lleno de bocetos de cohetes que había preparado para ayudarle en sus pinturas… sólo para que me los devolviera acompañados de agudos y detallados comentarios o feroces críticas por alguna inconsistencia o descuido”.
La serie de “Collier´s”, publicada entre 1952 y 1954, fue otro enorme éxito y ayudó a que toda la nación se familiarizara con el espacio. Reproducciones e imitaciones de las pinturas de Bonestell se utilizaron en publicidad, programas televisivos o material escolar y fueron recopiladas en tres volúmenes: “Across The Space Frontier”, “Conquest of the Moon” y “Exploration of Mars”, todos ellos material de coleccionista en la actualidad. Está ampliamente reconocido que su arte influyó de manera profunda en el público norteamericano y, en última instancia, en el gobierno, facilitando así la inversión en exploración espacial.
En el curso de la década siguiente, Bonestell vio el sueño hecho realidad: el hombre salió al espacio y llegó a la Luna. Con cierto disgusto, hubo de reconocer que las suaves colinas lunares que encontraron los astronautas del Apolo se parecían poco a los agrietados paisajes que él había imaginado. Pero tales inexactitudes no sirvieron para reducir la importancia del trabajo de Bonestell. Sus ilustraciones dieron forma, belleza y verosimilitud a lo que hasta entonces no habían sido más que fríos datos astronómicos, columnas de números y borrosas imágenes de los telescopios.
En una época en la que el hombre aún luchaba por escapar de las cadenas gravitatorias de la Tierra, las pinturas de Bonestell inspiraron a toda una generación, no sólo de aficionados a la ciencia ficción, sino de científicos (como Carl Sagan), ingenieros y futuros astronautas, que mencionarían sus pinturas de Saturno como claves a la hora de elegir sus respectivas carreras profesionales. De hecho, “Saturno visto desde Titán” ha sido calificada como “la pintura que lanzó un millar de carreras”.
Bonestell continuó trabajando hasta su muerte en 1986 (el año del desastre del Challenger), dejando una pintura inacabada en su caballete. Como reconocimiento a su influencia y legado, se le dio su nombre a un asteroide (el 3129) y a un cráter de Marte.
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