(Viene de la entrada anterior)
El protagonista, Billy Pilgrim, es la quintaesencia del hombre corriente y cuyo apellido (“Peregrino”) evoca el viaje que todos hacemos desde el nacimiento hasta la muerte. El don único que posee Billy es el de no estar atrapado por el tiempo en un presente concreto. La narración es un continuo salto de un punto a otro de su existencia, del pasado y del futuro, volviendo a revivir una y otra vez y aleatoriamente su aburrida infancia, su poco heroica experiencia como soldado y prisionero de guerra, su soso matrimonio, su estancia en un sanatorio mental, su exitosa pero gris carrera profesional como optometrista en el Nueva York de los cincuenta y sesenta del pasado siglo, su accidente de aviación y su muerte.
El as que Vonnegut se guarda en la manga es el de no dejar nunca claro si esos viajes en el tiempo son reales o una huida hacia la locura tras los horrores que Billy hubo de contemplar en la guerra. O quizá siempre tuvo problemas mentales y su participación en la contienda solo los agravó. En ultimo término, esa cuestión es irrelevante porque para Billy sí es real. Se ha convertido en una especie de náufrago eterno de las corrientes del Tiempo, siempre de una costa a otra pero sin recalar ni descansar en ninguna. Y si el Tiempo ya no es lineal para él, si no existe como una flecha que avanza inexorable en una sola dirección, tampoco lo hace la muerte. Ha visto la suya muchas veces, tantas como su infancia, y ya no la teme porque él existe en todos los puntos de su propio pasado simultáneamente.
Billy también cree que en un momento dado de su existencia, fue abducido por unos estrafalarios alienígenas del planeta Tralfamadore (creado por Vonnegut una década antes en “Las Sirenas de Titán”), que lo llevan a su lejano mundo y lo alojan para estudiarlo en un zoo, colocándolo en el interior de una jaula de cristal junto a objetos cotidianos robados de unos grandes almacenes y una exuberante mujer, Montana Wildhack, para que se aparee con ella.
Resulta que los tralfamadorianos, a diferencia de nosotros, tienen acceso a la dimension del Tiempo. Pueden verse a sí mismos y a los demás en todos los momentos del tiempo simultáneamente y, por tanto, tampoco temen a la muerte. Para ellos, cualquier ser que esté muerto en un punto determinado del tiempo está completamente vivo en otro. Y, por supuesto y dado que todo ocupa su lugar en la línea temporal, ¿qué opción queda sino adoptar una filosofía de resignación, incluso fatalismo? Un punto de vista que Billy adopta y que, de vuelta en la Tierra, se empeña en difundir para consternación de propios y extraños.
La narrativa no lineal de Vonnegut y su repetitiva imaginería y lenguaje evocan una sensación de extrañeza, desorientación e impotencia que imita lo que siente Billy respecto a su propia vida. Y especialmente en lo que se refiere a su participación en la guerra, donde no pasó de ser un soldado débil e ineficaz, una carga para sus compañeros que no hizo nada más que ser capturado por los alemanes y ser testigo de la muerte de miles de inocentes. Vonnegut repite una y otra vez la frase “Así fue” tras cada mención de una muerte. Aparece más de cien veces en el texto pero, en vez de ser un recurso irritante, le da al relato un inconfundible aire fatalista.
Vonnegut conecta en el subtexto de la historia los delirios de Billy con el destino, el libre albedrío y la naturaleza irracional de los humanos. El libre albedrío no existe porque todo está ocurriendo al mismo tiempo. El futuro ha ocurrido tanto como el pasado. La Historia avanza y el hombre no tiene poder alguno para influir en el futuro, ni siquiera en el presente. Tampoco lo pueden hacer los tralfamadorianos, que sí pueden ver la corriente temporal: saben que serán ellos quienes destruyan el universo a causa de un experimento fallido y no van a hacer nada para evitarlo porque no pueden. Ya ha sucedido en el futuro, si se me permite ese uso de los tiempos verbales, siempre tan inadecuados para este tipo de historias. Así que la única respuesta apropiada ante tal perspectiva es, como apuntaba antes, la aceptación resignada de nuestra propia insignificancia. Si hacemos lo que hacemos porque está escrito y nuestros destinos escapan a todo control ¿por qué desperdiciar una valiosa energía mental en sentimientos de temor y angustia? ¿No es mejor disfrutar de la belleza y la felicidad efímeras que nos aporte cada momento?
En cuanto a su mensaje antibelicista, “Matadero Cinco” ha sido puesto a la altura de otros clásicos de la literatura del siglo XX, como “Sin Novedad en el Frente” (1929). Pero lo cierto es que Vonnegut no es demasiado explícito al respecto. Billy Pilgrim nunca se ve involucrado en una batalla o acción importantes. De hecho, la mayor parte de su estancia en el frente la vive como prisionero de guerra en Dresde, poco antes del bombardeo. No hay aquí ni una sola de esas gestas heroicas tan comunes en la propaganda patriótica de Hollywood en lo que se refiere a su representación de los americanos combatientes. Los personajes que deambulan por los campos de batalla y de prisioneros son hombres desesperados que solo tratan de sobrevivir y que van endureciéndose y degradándose moralmente por el camino, como es el caso del personaje de Weary (otro apellido deliberadamente escogido, ya que significa “hastiado”). Y, aunque su descripción del Dresde arrasado es dura, aparece solo al final del libro, es bastante breve y no resulta tan sobrecogedor como otros testimonios contemporáneos.
Probablemente haya buenas razones para ello. Es posible que Vonnegut no quisiera convertir este libro en una crónica de horrores bélicos. Al fin y al cabo él, ya desde sus tiempos de estudiante, se había caracterizado por su aproximación satírica y el humor que ésta comporta no casa bien con un relato pormenorizado y explícito de la pesadilla que fue el Dresde bombardeado.
Y es que aunque la novela contiene elementos humorísticos como los tralfamadorianos y que, pese a su estructura fragmentada, ofrece una lectura engañosamente sencilla, “Matadero Cinco” no es una comedia. Una auténtica historia de guerra, una narración que no pretenda perpetuar la vieja mentira del patriotismo y la gloria por la que tantos han perdido la vida, la mente o el alma, nunca es agradable, no imparte lecciones morales ni debe ser optimista o vigorizante. Si la vida no es justa, la guerra lo es aún menos y Billy experimenta esto de primera mano a través de la deshumanización de quienes le rodean.
Así que el autor hace de Billy el observador distante por antonomasia, porque aunque está allí de cuerpo presente, la suya es una experiencia que lo aleja de sus congeneres humanos. Y por eso, ese mantra del “Así fue” que sigue a cada noticia relacionada con la muerte no tiene tanto que ver con el humor negro como con la resignación y la tristeza ante una situación que escapa a todo control. Ya es bastante malo que los seres humanos tengamos que morir al término de nuestro ciclo biológico; pero el colmo es que nos afanemos por acelerar el proceso diseñando máquinas de guerra cada vez más eficaces. El símbolo definitivo de semejante absurdo y de nuestra irracionalidad es que, tras el horror y la destrucción masiva del bombardeo de Dresde, los alemanes se preocupen por fusilar a un sargento Americano por haber cogido una tetera de entre los escombros, acusándole de saqueo. El libro termina con el piar de un pájaro, “Pío-pio-Pi”, que simboliza la ausencia de algo mínimamente inteligente que decir ante una guerra. De hecho, tras el bombardeo de Dresde, solo se escucha el trinar de los pájaros porque ninguna palabra puede describir tal horror:
“Mira, Sam, si este libro es tan corto, confuso y discutible, es porque no hay nada inteligente que decir sobre una matanza. Después de una carnicería sólo queda gente muerta que nada dice ni nada desea; todo queda silencioso para siempre. Solamente los pájaros cantan. ¿Y qué dicen los pájaros? Todo lo que se puede decir sobre una matanza; algo así como «¿Pío-pío-pi?»
Vonnegut elige no sermonear ni pontificar moralmente con una condena explícita y directa de la guerra. En cambio, adopta un tono fatalista que hace reflexionar sobre lo absurdo que es la guerra para unos seres como nosotros que, a diferencia de los tralfamadorianos –y de Billy- solo podemos vivir el momento presente una vez. Por otro lado, más allá de la peripecia del protagonista como soldado poco ejemplar, sufrido prisionero de guerra y testigo de una tragedia de enormes proporciones, el mensaje antibélico está también escondido en la mente fracturada de Billy, su trágica huida al delirio de la fantasia y sus esfuerzos, a la postre inútiles, por construir una vida ordinaria que le permita dar sentido a la aleatoriedad y crueldad de un destino indiferente.
A estas alturas ha quedado claro que “Matadero Cinco” es un libro que se inspira directamente en las vivencias de Vonnegut en la guerra. Pero además y en un ejercicio adicional propio de la metaficción, él mismo se inserta en el interior de su propio libro en el capítulo de apertura, un breve relato autobiográfico del tormento silencioso que le causan sus recuerdos y su reencuentro con Dresde décadas después. Ahí utiliza a su amigo –ignoro si totalmente ficticio o trasunto de alguien real- Bernard V. O'Hare, para explicar la tesis que da subtítulo a la obra (“La Cruzada de los Inocentes”): todas las guerras son cruzadas de los niños porque siempre están libradas por soldados apenas adolescentes que nunca habían dejado el hogar hasta el momento de ser llamados a filas por sus respectivos países para matar y morir por ellos.
Más adelante, Vonnegut vuelve a participar activamente en la trama bajo la forma de un avatar, el novelista de ciencia ficción Kilgore Trout, autor de talento pero exiliado a la marginalidad cultural y la escritura barata. Tanto, que sus libros los coloca en el escaparate un sex-shop clandestino que se hace pasar por librería, en la confianza de que nadie va a comprarlos nunca.
Y esto nos lleva a otro paralelismo entre Billy y Vonnegut. Ya he apuntado que nunca queda claro si los desplazamientos mentales por el tiempo del protagonista son auténticos o una reacción psicológica al trauma de haber asistido al grado máximo de la deshumanización colectiva y destrucción sin sentido. Y es que bien podría haber ocurrido que, mientras estaba convaleciente, Billy hubiera hallado en la ciencia ficción de los libros de Trout una tabla de salvación, una forma de dar sentido al dolor tan profundo que siente y un modo de evitarlo. A partir de ese momento, empezaría a confundir ficción y realidad, a perderse en sus fantasias. Quienes le rodean, como su hija, lo toman por un lunático, y puede que estén en lo cierto.
Pues bien, Vonnegut halló también en la ciencia ficción una forma de exorcizar sus demonios, aunque, hasta donde sabemos, no llegó a pisar el terreno de la psicosis. Para él, una novela no era tanto un vehículo para presentar ficciones fantasiosas como una ventana a la vida, reflejada, eso sí, por una variedad de espejos deformantes.
No es de extrañar que esta novela tuviera una honda repercusión en la generación de la Guerra de Vietnam. Se publicó en marzo de 1969, un cuarto de siglo después del bombardeo de Dresde pero solo uno tras la controvertida Ofensiva del Tet, justo cuando el movimiento civil en favor de la retirada del conflicto se hallaba en su cénit. “Matadero Cinco” dio perfecta forma al terror que el público sentía ante lo que estaba ocurriendo en Vietnam.
Desde su primera publicación, la novela ha sufrido censura oficial en varias comunidades educativas de los Estados Unidos y demandada formalmente en más de trescientas ocasiones por su contenido sexual, violencia, obscenidad y lenguaje “anti-religioso”. El caso más famoso tuvo lugar en 1973, cuando en un distrito escolar de Dakota del Norte llegaron a quemar públicamente treinta y dos copias del libro. Algo más tarde aquel mismo año, Vonnegut escribió al presidente del Consejo Escolar, Charles McCarthy, para expresar su enfado y decepción por tales actos y negar que su trabajo pudiera ser considerado “ofensivo”. Explicaba que sus libros “no eran sexuales ni promovían el salvajismo de ningún tipo. Suplicaban a la gente que fueran más amables y responsables de lo que habitualmente son”.
Las razones aducidas por los proclives a prohibir libros siempre son superficiales y subjetivas. El lenguaje duro y la violencia de “Matadero Cinco” son coherentes con la ambientación; y la relación de Billy con Montana Wildhack es más cínica y patética que provocativa (al fin y al cabo, están encerrados en una jaula de zoológico). Pero lo que probablemente subyacía en la ira que despertó entonces y ahora entre muchos conservadores era la idea, radical y polémica en un momento tan delicado como aquél, de que cualquier guerra –incluida la que libraron los idealizados Aliados contra el Eje- es vil, estúpida, cruel e inhumana. Y en “Matadero Cinco”, Vonnegut daba voz a los muertos y rompía el tabú del silencio. Seguramene pensó que se encontraría con alguna resistencia, pero la censura total le debió coger por sorpresa.
Pero no es éste tampoco uno de esos libros indisolublemente ligado a una época concreta. Varias décadas después, el mundo sigue librando conflictos, quizá no tan globales, pero sí igualmente violentos y capaces de dejar profundas cicatrices en el alma de quienes los viven, combatientes o no. Estados Unidos, por ejemplo, ha mandado a sus hombres a las Guerras del Golfo, a Irak y Afganistán, lugares todos ellos cruelmente castigados por las bombas también. La extraña odisea de Billy Pilgrim mantiene su actualidad. De quedar alguien liberado de las cadenas del Tiempo, seguro que haría por reencontrarse con sus seres queridos muertos en combate, soldados o no –o incluso con el propio Vonnegut, fallecido en 2007- para preguntarle: “¿Cómo hemos llegado a esto”? A lo mejor, se encogerían de hombros y contestarían, “Así fue”.
“Matadero Cinco”, tal y como apunté anteriormente, es uno de esos ejemplos de obra difícilmente clasificable. Para muchos lectores y comentaristas, no reúne los elementos necesarios como para considerarla una novela de ciencia ficción. Según este punto de vista, los viajes en el tiempo de Billy, aun en el caso de que fueran reales y no un delirio psicótico, son tan sólo una herramienta narrativa para darle al libro una estructura no lineal y como metáfora de la desorientación mental del protagonista; y el otro tópico, el de los alienígenas, es tanto un ingrediente cómico como un recurso con el que explicar que todo ocurre simultáneamente a lo largo de la misma corriente temporal. No hay interés alguno en crear una cultura extraterrestre mínimamente verosímil.
En una recopilación de ensayos y conferencias titulada “Guampeteros, Foma y Granfalunes” (1974), Vonnegut comienza con un escrito de título inequívoco: "Ciencia ficción". En él afirma que fue etiquetado como escritor de ese género al principio de su carrera porque incluyó detalles tecnológicos en sus obras. A continuación, opina que el género de ciencia ficción existe como tal porque a las personas que lo practican les gusta mantenerlo tal y como está. No hay ninguna indirecta siniestra sino la impresión personal de que la comunidad de autores y aficionados a la CF se ha convertido en un club intransigente que ya no recuerda de dónde viene y cuándo se separó de los demás.
Puede que Vonnegut no tuviera un interés particular en pertenecer a ese club y que sus miras siempre fueran más amplias, pero el caso es que la percepción general no coincidía con la suya. Fue nominado al Premio Hugo en tres ocasiones: en 1960 por “Las Sirenas de Titán”, en 1964 por “Cuna de Gato” y en 1970 por “Matadero Cinco”. Es cierto que ninguna de las novelas ganó, pero también que la competencia fue feroz en todas las ocasiones (“Las Sirenas” se enfrentó a “Cántico por Leibowitz”, de Walter Miller; mientras que “Matadero” se las tuvo que ver con “La Mano Izquierda de la Oscuridad” de Ursula K Le Guin). Lo relevante aquí es que sus libros contenían la suficiente “ciencia ficción” como para que los Hugos se apercibieran de ello.
Al comienzo de su carrera, independientemente de cómo lo percibiera él, sí fue un escritor de ciencia ficción. Su primera novela, “La Pianola” (1952) no contiene todavía ese ingenio satírico ni las absurdas ideas por las que luego alcanzaría notoriedad. En cambio, la sociedad distópica que describe es oscura y deprimente y Vonnegut lo expone todo de forma bastante clara y directa. De hecho, la obra se llegó a publicar con un título alternativo que suena más a CF: “Utopía 14”. Más tarde, una vez se hubo asentado como escritor y pudo explorar libremente otros géneros y formatos, se alejó de la CF, aunque volvería a ella en obras de su última época como “Galápagos” (1985).
Y, de todas formas, si las suficientes novelas de Vonnegut contienen elementos de CF, ¿puede considerársele un autor de género de pleno derecho? “Matadero Cinco”, ya lo hemos visto, tiene viajes en el tiempo y extraterrestres; “Las Sirenas de Titán” presenta una invasión marciana integrada por humanos, control mental y un robot alienígena; en “Cuna de Gato” encontramos una sustancia ficticia conocida como “Hielo 9”, que tiene capacidades increíblemente destructivas; “Galápagos” cuenta la historia de cómo los seres humanos evolucionan hasta convertirse en una especie de criaturas semiacuáticas y peludas.
Pero claro, hay Ciencia Ficción y Ciencia Ficción. En “Los Teleñecos en el Espacio” aparece una nave, pero a nadie le preocupa demasiado a qué género pertenece. El ejercicio a realizar debería ser eliminar todos los elementos de ciencia ficción y, si la historia deja de funcionar, probablemente pertenezca al género. Con Vonnegut, esto funciona para casi todos sus libros excepto, curiosamente, para su obra más famosa, “Matadero Cinco”, que carecería de sentido sin los viajes en el tiempo de su protagonista.
Parece que lo que impide que Vonnegut sea plenamente aceptado como autor de CF es la tendencia de muchos aficionados y comentaristas de línea dura a rodear al género de unos muros rígidos y excluyentes. Vonnegut no quiere construir un mundo verosímil ni que el lector se maraville ante alguna tecnología fantástica o medite sobre una idea genial. Su propósito es ir directo al drama humano y, si para ello necesita platillos voladores, los utilizará. Los extraterrestres, naves y robots de Vonnegut están en un plano mucho más visceral que los imaginados por Asimov.
¿Son por ello peores sus novelas que las de otros autores? ¿La metaficción excluye a una obra de figurar entre los clásicos de la CF? Mi respuesta es un rotundo no. Vonnegut es uno de los escritores más honestos, legibles, frescos y afilados de la literatura del siglo XX. Y quienes se resisten a verlo como un escritor de CF deberían recordar su amor por el género (por mucho que no deseara pertenecer a su “club”) y su valioso papel de mediador entre la literatura generalista más posmoderna y la de género.
Por terminar esta ya demasiado larga digresión, “Matadero Cinco” es un canto fatalista, imaginativo y cínico -y, al mismo tiempo, ligero y poético- a un mundo que todos deseamos pero que no parece que seamos capaces de conseguir, un mundo sin dolor, miedo ni muerte. Quizá el mejor resumen que se pueda hacer del espíritu de “Matadero Cinco” y del propósito de Vonnegut para esta obra sea el que él mismo apunta en boca de uno de los tralfamadorianos cuando describe la literatura que practica su especie:
“No puede haber ninguna relación concreta entre todos los mensajes, excepto la que el autor les otorga al seleccionarlos cuidadosamente. Así pues, cuando se ven todos a la vez dan una imagen de vida maravillosa, sorprendente e intensa. No hay principio, no hay mitad, no hay terminación, no hay «suspense», no hay moral, no hay causas, no hay efectos. Lo que a nosotros nos gusta de nuestros libros es la profundidad de muchos momentos maravillosos vistos todos a la vez”.
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