(Viene de la entrada anterior)
Al término de la segunda temporada, Jonathan Dolgen, el jefazo de Paramount, convocó al equipo de producción de “Enterprise” y les dejó las cosas claras: la serie estaba teniendo graves problemas para retener su audiencia. Renovarían para una tercera temporada, pero era necesario probar algo nuevo. Brannon Braga y Rick Berman así lo hicieron: diseñar un arco central que diera coherencia a toda la temporada.
Y ese arco argumental
comenzaba donde acabó la anterior temporada: con la Enterprise internándose en
la ignota Expansión Delphi, desde cuyo interior los Xindi, una alianza de
diferentes especies, planeaban otro ataque que aniquilaría esta vez
definitivamente, a la raza humana. Esta región inexplorada del espacio brindó a
los guionistas nuevas oportunidades de presentar diferentes especies
alienígenas, fenómenos y peligros que afrontar mientras la Enterprise trataba
de encontrar pistas que la condujeran hasta su enemigo.
Archer era ahora un personaje más resuelto, más duro, transformándose de optimista explorador espacial a persecutor obsesionado. Desafortunadamente, su nuevo estilo de mando dejaba mucho que desear: en lugar de dirigir transmitiendo fortaleza y serenidad, ahora ladraba sus órdenes a los subordinados y sus facciones a menudo se retorcían en una mueca que revelaba su obsesión, ira y angustia interiores.

arrativo languidece; otros, supuestamente clave, demuestran a las claras que la serie no tenía ni idea del rumbo que iba a tomar a continuación. Parece como si el equipo de producción nunca se hubiera reunido antes de arrancar la temporada para ponerse de acuerdo en la historia que querían contar. El resultado es una sensación de irritante improvisación que lastra todo el conjunto.
Paradójicamente, fue
ésta también una temporada atrevida y ambiciosa que desplegó el nivel de
energía y emoción que tanto se había echado de menos en la franquicia desde que
finalizara “Espacio Profundo Nueve”. Es una temporada que no siempre funciona,
pero esto es algo esperable cuando se intenta algo nuevo. Los fracasos de las
primeras dos temporadas eran a menudo consecuencia de la falta de ambición; los
de la tercera, por el contrario, dimanan de un exceso de ella. Por eso es
difícil criticar con la misma dureza este tercer año que los dos primeros.
El arco de los Xindi
no siempre funciona tan bien como debiera, pero sí lo suficiente como para ser
indulgentes con los tropiezos que lo jalonan. Hay algo meritorio y digno de
alabanza en cualquier programa de Star Trek dispuesto a esforzarse por salir de
la zona de confort de la franquicia. La tercera temporada de “Enterprise”
transmite algo de ese espíritu aventurero que tanto se echaba de menos en las
dos primeras. Es una lástima que a la serie le costara tanto encontrar la autoconfianza
y audacia como para tomar este desvío.
Cualquier análisis
del tercer año de “Enterprise” debe empezar reconociendo y asumiendo los
defectos de la temporada en su conjunto. A un nivel superficial, pueden
identificarse tantos errores como en cualquier otra temporada de la franquicia.
Si se hubiera pensado previamente un arco argumental sólido para todo el año,
el rumbo habría estado mucho más claro, pero también se habrían evitado tropiezos
bochornosos. Hay episodios de la tercera temporada que merecen ser clasificados,
junto con “Carga Valiosa” o “Recompensa” (ambos del segundo año) entre los
peores de toda la serie.
Algunos de los
capítulos más flojos de la temporada no tienen nada que ver con el arco
principal (como “Extinción”), mientras que otros sí lo están (“La Calle Carpenter”,
“El Reino Elegido”), pero un mal episodio es un mal episodio. Cualquier
temporada de una serie de televisión que se vea en la obligación de totalizar veintitantos
episodios, forzosamente meterá la pata en algunos de ellos. Es la propia
naturaleza del medio televisivo que todos los bloques de 45 minutos no pueden
ser obras maestras. Incluso “Espacio Profundo Nueve” tuvo su propio catálogo de
desastres, como “Espejo Destrozado”, “La Musa” o “Encaje y Ganancia”, por
nombrar solo unos pocos.
También llama la
atención que, a mitad de temporada, el arco narrativo central tienda a
marginarse, dando paso a conceptos ya muy sobados en Star Trek, quizá en un
intento por retener la audiencia más conservadora. En “Terreno de Pruebas” se
trae de vuelta a Shran solo para olvidarlo una vez han finalizado los cuarenta
y cinco minutos del episodio. En “La Calle Carpenter”, se envía a Archer y
T´Pol hacia atrás en el Tiempo para desarticular un siniestro plan reptiliano.
Repetidas referencias a esa misión en “Azati Prime” y “Los Olvidados” no
consiguen justificar esa desviación sin sentido.
Dicho esto, el
endeble arco de los Xindi en los dos primeros tercios de la temporada no está
exento de ventajas, como la de permitir que los guionistas encajen episodios
como “Impulso” o “Estrella del Norte”, ninguno de los cuales es esencial para
la misión contra los Xindi aun cuando sí tengan conexiones temáticas con las
grandes cuestiones que se abordan en la temporada. Al menos, son aventuras muy
disfrutables de forma autónoma que encajan con la línea general de este tercer
año.
Si el arco
argumental central es algo confuso, los de los protagonistas no se quedan
atrás. El equipo de guionistas habría hecho bien en planificar con antelación
algunas de sus dinámicas porque la mayoría de los personajes principales
tienden a ir dando bandazos en los primeros episodios de la temporada. Fue el
caso de Archer, al que intentaron dar un barniz más duro, pero sin acertar en
las formas y reculando cuando no salía bien. Así, en “Anomalías”, el capitán
está dispuesto a torturar a un prisionero, el pirata Oosariano Orogth (un
episodio que levantó cierta polémica por oponerse frontalmente a los valores de
Star Trek); pero en “Impulso” le preocupa matar zombis vulcanos; en “Similitud”
no tiene demasiados reparos en criar un clon de Trip para luego extraerle los
órganos y matarlo, pero luego descuida tanto la seguridad en “El Reino Elegido”
que deja que un grupo de terroristas fanáticos pongan en peligro la nave.
De igual modo, el
arco de Trip tiende a avanzar y retroceder dependiendo de quién escriba uno u
otro guion. Episodios como “Los Xindi” o “Entre Dos Mundos”, subrayan el ansia
de venganza del ingeniero contra los alienígenas agresores; sin embargo, su
conversación con Shran en “Terreno de Pruebas” sugiere que ya ha asumido la posibilidad
de resolver la crisis mediante una solución pacífica. Pero más adelante, en
“Los Olvidados” y “El Consejo”, los guionistas vuelven a presentarlo colérico y
amargado para así poder trabajar esas emociones a través de él.
Quizá sea T´Pol la
que se lleve la peor parte. Da la impresión de que los guionistas nunca
llegaron a tener claro qué hacer con ella. El último episodio de la temporada
anterior, “La Expansión”, parecía dibujar para ella un rumbo interesante situándola
como voz del optimismo y el utopismo inherentes a la franquicia y en claro
contraste con la ira que bullía en el corazón de sus compañeros de tripulación.
Sin embargo, la tercera temporada no desarrolla este potencial, escogiendo en
cambio, hacia el final de la misma, convertirla en una drogadicta. Eso por no
hablar de la bochornosa escena de la descontaminación con T´Pol y Trip.
Varias escenas a lo
largo de “Enterprise” consistían en la exhibición lasciva de los cuerpos de los
personajes mientras éstos se desnudaban y se restregaban mutuamente con un gel
descontaminante. Más adelante, esas escenas subirían de tono y derivarían en
masajes terapéuticos mutuos entre T'Pol y el ingeniero jefe practicados, en
semidesnudez, en los aposentos de la primera. Todo esto parecía concebido para
una película de porno blando.
No es que este
elemento de fantasía sexual fuera nuevo en la franquicia. Cada serie había
contado con su fémina de curvas generosas resaltadas por un uniforme ajustado.
Esta obsesión puede rastrearse hasta la serie original concebida por Gene
Roddenberry, quien, por otra parte, era alguien que no hacía ascos al sexo. Las
oficiales de la Flota vestían minifaldas y cada pocos episodios aparecía alguna
alienígena ataviada con algún conjunto revelador de sus encantos. Claramente, a
Roddenberry le excitaba esta exaltación del amor libre que se produjo en
aquellos años y que se tradujo en el convencimiento de que en el futuro de Star
Trek, la gente debía sentirse cómoda con su cuerpo y no avergonzarse de
mostrarlo. Con todo, la intención de provocar y excitar al espectador en esas
escenas de “Enterprise” era tan poco sutil y tan innecesaria, que resultaba
chirriante (por no hablar de científicamente estúpido: ¿no sería más eficaz
para descontaminarse algún tipo de radiación? ¿qué pasa si tu compañero/a se
deja sin cubrir de gel una parte de tu cuerpo?)
Todas estas son
críticas perfectamente legítimas y cada una de ellas matiza y diluye los
aciertos de una temporada que, con todo lo dicho, en gran medida funciona.
Convertir todo el arco central de un año en una extensa y oscura metáfora de la
Guerra contra el Terror de nuestro mundo fue una propuesta arriesgada. Después
de todo, la tercera temporada arrancó tan sólo un día antes del segundo
aniversario del 11-S. Los sentimientos asociados a aquella tragedia aún estaban
muy frescos para la mayoría de los estadounidenses y el fandom de Star Trek suele
presumir del legado de comentario social de la franquicia… pero sólo cuando
encuentra en él los valores que considera “correctos”.
La serie original
abordó la Guerra de Vietnam mientras ésta tenía lugar. Muchos aficionados
señalan episodios antibélicos como “El Apocalipsis” o “Tentativa de Salvamento”
como ejemplos del mejor Star Trek. Sin embargo, esos mismos fans tienden a
pasar por alto el patrioterismo de guiones como el de “La Manzana” o “La Gloria
de Omega”. Por eso, tratar de encajar en la franquicia la política
contemporánea es una aventura arriesgada. Algunas veces, puedes acabar
involuntariamente y casi de inmediato en el bando equivocado de la historia,
como, por ejemplo emitiendo, “La Pequeña Guerra Privada” pocos días después de
la Ofensiva del Tet.
Comprometerse con
los grandes temas de la época tiene su mérito, aunque ese compromiso acabe
articulándose de forma torpe o incluso incómoda. La tercera temporada de “Enterprise”
se estrenó menos de un año después de la invasión de Irak. Independientemente
del acierto con el que se lleve a término, el decidir abordar algo tan
relevante, doloroso y reciente requiere de una gran dosis de valor. Por eso, a
pesar de todos los defectos que arrastra esta temporada, la serie merece reconocimiento
por tratar un tema tan arriesgado de forma tan directa.
Eso sí, hay que
apuntar que Brannon Braga negó tajantemente que estuvieran tratando de hacer
ninguna alegoría del 11-S. “La serie se
estrenó una o dos semanas después del 11-S. No imaginamos el arco Xindi como
metáfora del 11-S. Lo hicimos porque hacía tiempo que no se había hecho un
ataque a la Tierra. Pongamos a la Tierra en peligro para que haya más en juego”.
En cualquier caso, el
arco general de la temporada es interesante y convincente. Uno de los grandes
problemas de “Enterprise” es que transmite la sensación de estar cada vez más desfasada
respecto a un mundo cambiante, tanto en lo que se refiere al clima político de
principios del siglo XXI como a las nuevas exigencias de la televisión. Las dos
primeras temporadas de la serie fueron tan sobrias como anticuadas, ancladas en
una sensibilidad más propia de principios de los noventa que del nuevo milenio.
Es en su tercera temporada, que “Enterprise” se pregunta, por fin, cómo podría
ser el Star Trek del siglo XXI.
Esto resulta
evidente tanto en la estructura como en el contenido de la historia. La idea de
un arco argumental que se extienda toda una temporada fue algo
sorprendentemente atrevido para una serie de Star Trek en el año 2003. Mientras
que las ficciones televisivas habían ido alcanzando cada vez un mayor grado de
serialización, la franquicia de Star Trek había mantenido en gran medida su
estructura episódica. Sí, la obvia excepción había sido “Espacio Profundo Nueve”,
pero recordemos que esta serie había constituido un experimento narrativo
bastante controvertido en su momento entre los aficionados y que no gozó del
apoyo del estudio, que en “Voyager” escogió regresar a los episodios
autoconclusivos y básicamente intercambiables. Por otra parte, Ira Steven Behr,
responsable de “EP9”, no tenía una cadena ante la que responder (sólo el
estudio, Paramount) y Rick Berman perdió interés en “su” serie y le dejó hacer
para concentrarse en salvar “Voyager”.
Pero es que, además,
aunque “Espacio Profundo Nueve” suele ser citado como ejemplo de serialización
en la franquicia, lo cierto es que la Guerra del Dominio que fue desarrollando
a lo largo de sus siete temporadas ocupó sólo una parte de los episodios,
dedicándose la mayoría de éstos a narrar eventos alejados de la contienda o que
sólo contribuían indirectamente a la misma. De hecho, podría alterarse el orden
de esos episodios no relacionados con el arco principal y la continuidad
interna no sufriría alteración. Por ejemplo, “El Asalto al AR-558”, de la
séptima temporada, podría fácilmente haberse ambientado en otro sistema y
colocado en la sexta. A “Inquisición” también podría encontrársele otro lugar y
sólo habría que ajustar las acusaciones que se formulan contra Bashir. Con esto
no pretendo disminuir la validez de esos episodios sino distinguir entre lo que
hizo “Espacio Profundo Nueve” y lo que intentó “Enterprise”.
Aunque la tercera
temporada de “Enterprise” no siempre integra con elegancia los episodios
autónomos en el arco argumental central (algunos de los cuales se escribieron
sobre la marcha según se ponían ideas sobre la mesa), sí hay un esfuerzo
consciente por transmitir la sensación de que todo contribuye a avanzar la
trama. Existe una lógica interna que conecta incluso capítulos mediocres como “Rajiin”
y otros decepcionantes como “La Calle Carpenter”. La serie no se olvida de esas
historias, aunque al final resulten bastante embarazosas en cuanto a calidad.
Una vez más, da la
impresión de que, como mínimo, algunos de todos estos problemas derivan de las decisiones
que el equipo de producción fue tomando a trompicones durante el transcurso de
la temporada. Si se hubiera contratado como coordinador a alguno de los guionistas
de “Espacio Profundo Nueve” o se hubiera hecho un esfuerzo por cultivar y
preservar la experiencia obtenida en aquella serie hermana, con toda
probabilidad habría sido más sencillo para todos los implicados trazar el arco
de la tercera temporada.
De la misma forma,
habría sido más fácil estructurar la temporada si la serie ya hubiera
experimentado con el formato de narración extendida durante los dos primeros
años. Éstos fueron estrictamente conservadores en lo que se refiere a
narrativa, por lo que no es de extrañar que el equipo de producción tuviera
dificultades para adaptarse a un nuevo estilo. Con todo y aunque el resultado
podría haber sido mejor, esta tercera temporada aguanta el tipo razonablemente
bien.
En especial, el
bloque de los siete últimos capítulos. Como ya habían conseguido los guionistas
en el último tramo de “Espacio Profundo Nueve”, la historia de fondo resurge y
desaparece de episodio a episodio, pero se mantiene la sensación de progreso,
de avance hacia un desenlace ya prefijado. Incluso “E2”, que parece
una desviación innecesaria, satisface un propósito temático en el contexto del
arco general de la temporada: sugerir que hay un futuro para la serie y los
personajes más allá de la crisis Xindi y que es vital encontrar una resolución
satisfactoria y optimista a la misma.
Gran parte de la
tercera temporada funciona también como alegoría de las dificultades a las que
se enfrentaron la producción y el desarrollo de la propia serie. El castigo que
reciben nave y tripulación en “Azati Prime” quizás sea un reflejo del sentimiento
de quienes trabajaban en el programa, padeciendo la constante especulación de
los medios sobre una cancelación que parecía cada vez más inevitable. El
funeral con el que se abre “Los Olvidados” se emitió justo cuando arreciaban
los rumores sobre si “Enterprise” conseguiría asegurarse una cuarta temporada
en UPN. Compitiendo los miércoles por la noche con “American Idol” y
“Smallville”, la serie continuaba descendiendo en los rankings y ya había
perdido más de la mitad de la audiencia que había congregado el episodio piloto
dos años atrás. También tuvo que encajar otro golpe, este sufrido por la
franquicia en su conjunto, cuando la taquilla de la película “Star Trek:
Némesis” (2002), protagonizada por el reparto de “La Nueva Generación”, arrojó
unos números decepcionantes que apuntaban al agotamiento de todo este universo.
El futuro era motivo
de angustia recurrente en varias historias. Guiones como los de “Entre Dos
Mundos”, “Estratagema” y “E²” sugerían que el futuro mismo de la franquicia
estaba poniéndose en entredicho. Daniels se manifestó tanto en “Azati Prime”
como en “Hora Cero” para asegurarle a Archer que era una parte vital del canon
de Star Trek, un canon amenazado por un gran número de fuerzas externas. La
primera temporada de Enterprise se había estrenado con grandes expectativas,
pero la tercera ya se encontraba seriamente amenazada de cancelación.
La tercera temporada
de “Enterprise” no sólo debía enfrentarse a los desafíos de la serialización
sino también imaginar cómo integrar el idealismo utópico de la franquicia en un
panorama político, el del mundo real, dominado por el cinismo y la inseguridad.
Las primeras dos temporadas pretendían hacer creer al espectador que nada había
cambiado sirviéndose de metáforas insulsas como “El Séptimo” o “El Cruce”. Solamente
el hecho de reconocer que el contexto general de Star Trek debía ajustarse al
del mundo posterior al 11-S ya significó un gran paso para la franquicia.
Y ese esfuerzo
funcionó mejor de lo que muchos aficionados y comentaristas esperaban. Los
primeros episodios como “El Cargamento”, dejan claro que “Enterprise” no
renuncia por completo al ideal utópico. Archer quiere y debe encontrar una
solución diplomática a la crisis en curso y cualquier otro intento de resolver
la situación sólo costará más vidas. El arco troncal de la temporada se
resuelve en “El Consejo”, cuando Archer apela a los líderes Xindi y encuentra
un terreno común sobre el que poder negociar una alianza.
Aun cuando esta
tercera temporada hizo un esfuerzo por desviarse del formato narrativo
tradicional de la franquicia, había otra fuerza operando en sentido contrario
tratando de que la serie volviera a sus fueros en forma de tropos recurrentes
salpicando la temporada. En “El Heraldo” y “E²”, Mayweather tiene problemas para
encontrar su rumbo a través del espacio; en “Azati Prime” y “Los Olvidados”, Archer
anhela volver a su misión original de exploración pacífica. Por muy llamativos
que sean los elementos más sombríos y descarnados de los episodios de este año,
también hay en ellos un refuerzo de los valores tradicionales de Star Trek.
Y es que, de nuevo,
había tensiones en el departamento de guionistas. Fue en esta temporada cuando
se incorporó al equipo Manny Coto, quien había comenzado dirigiendo varias
películas de terror bastante populares, como “Dr. Rictus” (1992) antes de
ejercer de showrunner de su propia serie de CF para Showtime, “Odyssey 5”
(2002-2003) –más adelante trabajaría en “24”, “Dexter” o “American Horror
Story”-. Braga había visto esa serie y creyó que Coto podía encajar bien en
Star Trek. Además, tenía problemas para sustituir a uno de sus guionistas, John
Shiban, que se había marchado, y el resto de la plantilla no le ofrecía
historias que considerara a la altura de lo esperado.
Y es que ser
guionista de Star Trek no era precisamente una bicoca. Para empezar, la
franquicia hacía tiempo que había implementado un sistema de trabajo bastante
rígido al que cada recién llegado debía adaptarse rápidamente y sin
cuestionarlo. También había varios profesionales que llevaban allí desde hacía
mucho tiempo y resultaba complicado contradecirles o encontrar una voz propia
sin interferir con ellos. Pero es que, además, después de tantos episodios en
tantas series, prácticamente se habían utilizado todas las ideas disponibles,
por lo que demostrar la valía propia en términos de originalidad, era casi
imposible. Y, por último, existían toda clase de reglas que estaba prohibido
infringir, como, por ejemplo, que en los episodios nadie debía morir. John
Shiban tenía una historia en la que Archer debía hacer un paseo espacial por el
casco de la nave y morían varios tripulantes. Cuando le dijeron que de ninguna
manera eso iba a suceder, no pudo menos q
ue sentirse frustrado por esa
inflexibilidad que le impedía contar una historia que, pensaba, era
interesante.
Cuando Coto conoció a Braga y éste le expuso el arco central de los Xindi, aquél se sintió decepcionado. No tanto por la idea en sí, sino porque una de las cosas que esperaba hacer en Star Trek era aportar historias autónomas que exploraran conceptos de CF. En cualquier caso, supo adaptarse y esperar su momento y, junto a Chris Black, se convirtió en el principal guionista de Braga.
Inevitablemente, el
equipo cometió varios errores por el camino. El subtexto imperialista y racista
de “Extinción” sería injustificable en cualquier contexto, pero resulta particularmente
incómodo en una temporada que trata sobre la Guerra contra el Terror. El
tratamiento que recibe la religión (y el fanatismo religioso) en guiones como los
de “El Reino Elegido” y “El Consejo” es superficial y sin matices. Incluso en
el contexto geopolítico de 2003-2004, se debería haber tenido más cuidado a la
hora de abordar estos aspectos.
Igualmente, la
presentación y desarrollo de los Xindi reptiloides e insectoides está muy poco
trabajada, especialmente a la luz de los temas principales que dominan la
temporada, a saber, que es posible alcanzar un entendimiento mutuo entre sociedades
que inicialmente se mostraban como abiertamente hostiles. En el curso de aquel
año, Degra pasa de ser un diseñador de armas responsable de la muerte de siete
millones de humanos a defensor de una coexistencia pacífica; y Trip aprende a
perdonar al hombre que fabricó el arma que mató a su hermana.
En cambio, los Xindi
reptiloides e insectoides se retratan insistentemente como sociedades
monolíticas más allá de cualquier redención. Son ellos los Xindi que
intervienen en la trama cuando se requieren villanos en episodios como
“Raijin”, “Entre dos Mundos” o “La Calle Carpenter”. Cuando Archer trata de
salvar una nave incubadora llena de crías Xindi insectoides, no lo hace como
gesto de compasión o buena voluntad sino porque cae víctima de unas sustancias
químicas diseñadas para alterar su comportamiento. En ningún momento se ve
algún resquicio que permita pensar que es posible alcanzar la paz con esas dos
especies.
Y esto, repito, es
particularmente problemático en una temporada pensada como alegoría de la
Guerra contra el Terror y en la que se sugiere que podría ser posible
comprender y perdonar al enemigo… pero sólo si el enemigo se parece a ti. Lo
que nos plantean los guionistas es que hay algunos adversarios que son tan
diferentes de nosotros que se encuentran más allá de cualquier reconciliación o
negociación, una postura reforzada por la decisión de convertir a Dolim en un
villano sin más razón que la necesidad de tener uno en la temporada. Jamás se
le permite tener la misma complejidad en su personalidad que la que había hecho
grandes personajes a Dukat o Damar, por ejemplo.
Dicho esto, la
decisión de convertir a los Xindi reptiloides en villanos bidimensionales tiene
un claro propósito. A pesar de que el arco argumental de esta tercera temporada
trata sobre el regreso de la Enterprise a los valores tradicionales de Star
Trek, las limitaciones impuestas al equipo de guionistas les obligaban a
planificar un clímax dominado por la acción. Mientras que en “El Consejo” es
donde se resuelve gran parte del arco temático de la temporada, “Cuenta Atrás”
y “Hora Cero” cumplen con el objetivo de proporcionar la dosis de emoción que
se espera de un final como los de Star Trek. Y a tal fin, resulta bastante útil
tener ya listos unos villanos cuya aniquilación no suponga un problema de
conciencia para Archer y su tripulación.
Ojo, esto no es excusa
para la inexistente caracterización de esas especies, sino la explicación del
contexto en el que se mueven. Después de todo, la tercera temporada de “Enterprise”
supone también la recuperación de cierta sensibilidad “pulp”. Los Xindi
reptiloides, con su piel verde, sus antenas y sus atuendos púrpura parecen
extraídos de un viejo serial o comic-book de CF de los años 50; la propia arma
de destrucción final, no es más que otra versión de la Estrella de la Muerte
(que, a su vez, estaba inspirada por estructuras similares ideadas en space
operas de los años 30 por autores como EE.”Doc” Smith); los Xindi acuáticos
parecen sosias de los miembros de la Cofradía Espacial de “Dune” (1965).
Resulta difícil
imaginar una temporada de “La Nueva Generación” o de “Voyager” cuyo clímax colocara
a Picard o Janeway peleando contra un lagarto perverso sobre una bomba gigante
en órbita de la Tierra. Aunque la holocubierta brindaba todo tipo de excusas
para, de vez en cuando, introducir cierto grado de comicidad y extravagancia,
parece poco probable que ninguno de los guionistas de aquéllas series se
hubiera atrevido a hacer un plagio tan obvio de “Arena” o “El Escudero de
Gothos”. Se podía percibir un cambio en el ambiente y, probablemente, eso fue
un factor para la luz verde a una cuarta temporada.
La tercera temporada
marcó un punto de inflexión en la forma en que el equipo de producción abordó
la estética del Star Trek original. Durante el segundo año, los productores
vetaron los planes de Mike Sussman respecto a incluir la nave Defiant en el
episodio “Tiempo Futuro”. Cuando llegó la cuarta temporada, en cambio, le
dejaron que escribiera un capítulo doble, “Un Espejo Sombrío”, en el que
aparecía ese vehículo presentado originalmente en “Espacio Profundo Nueve”.
Por otra parte, el
enfoque pulp no es siempre la mejor de las ideas. “Extinción”, con sus ciudades
perdidas y civilizaciones muertas, es uno de los episodios más adscritos a esa
sensibilidad; pero precisamente por eso, queda lastrado por el sabor
imperialista y xenófobo que impregnaba muchas de aquellas aventuras de la época
colonial. De la misma forma, podría interpretarse la subtrama de la
drogadicción de T´Pol en “Daños” como parte de un plan más amplio por reforzar
el melodrama cutre en que se estaba convirtiendo su relación con Trip y que,
inevitablemente, se saldó en fracaso.
Con todo lo dicho,
es innegable que esta tercera temporada de “Enterprise” tiene una energía de la
que carecían las dos anteriores, como si, por fin, hubiera comprendido cuál era
su potencial. La serie ya no es en este punto una imitación de “La Nueva
Generación” o “Voyager”. Incluso asumiendo sus similitudes con “Espacio
Profundo Nueve”, construye algo diferente, más ambicioso, dentro del canon de
Star Trek, el tipo de aventura de largo recorrido que la serie venía
necesitando ya desde su primera temporada.
No es una temporada inmaculada, pero, como mínimo, no se limita a hacer lo mismo de siempre. Cuando funciona, el resultado es de calidad; y cuando no, al menos comete sus propios errores y no actualizaciones o reinterpretaciones de los que otros cometieron en el pasado.
En el capítulo final de la temporada, “Hora Cero”, Archer destruye el superarma de los Xindi antes de que desencadene su poder contra la Tierra. A continuación, el capitán desaparece en una explosión y reaparece en una Tierra en la que alienígenas y nazis unieron fuerzas durante la Segunda Guerra Mundial y en 1944 invaden y ocuparon Norteamérica.
Al final del rodaje de la temporada, el reparto y el equipo de producción recogieron los decorados y el atrezzo, se fueron de vacaciones y se sentaron a esperar el anuncio de la cancelación. Pero he aquí que la cadena, que probablemente no se había leído los guiones conforme se los enviaban Berman y Braga, se encuentra con que éstos habían desembocado en un enorme cliffhanger. Sabían que, si cancelaban la serie dejando sin resolver esa conclusión, recibirían un enorme varapalo mediático por parte de los aficionados. Trataron de eliminar ese final en la sala de edición o grabando algunas escenas con que sustituirlo, pero fue imposible.
Así que, para sorpresa de propios y extraños, “Enterprise” fue renovada para un cuarto año, aunque, eso sí, con un presupuesto más reducido. Paramount accedió a gravar menos a UPN por la licencia de Star Trek a cambio de que ésta renovara la serie, lo que permitiría aumentar el número de episodios y hacerla más atractiva para el mercado sindicado, por no hablar de prolongar la vida del merchandising. Al fin y al cabo, todos los implicados (propietario de los derechos, cadena) pertenecían al mismo grupo empresarial y si llegaban al centenar de episodios, tendrían un producto cerrado que vender a otras cadenas.
(Continua en la siguiente entrada)
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