miércoles, 2 de diciembre de 2020

1966- LONE SLOANE – Philippe Druillet (1)


No lo tuvo fácil el pequeño Philippe Druillet durante la infancia, pero quizá fueron sus dificultades lo que, al menos en parte, moldearon su espíritu creativo. Sus padres fueron acérrimos fascistas que le pusieron su nombre en homenaje al Secretario de Estado de Propaganda del colaboracionista régimen de Vichy, Phillipe Henriot, asesinado el mismo día de 1944 en que el nuevo miembro de la genealogía Druillet venía al mundo. El padre había participado en la Guerra Civil Española en el bando franquista y tanto él como su madre estaban involucrados en las milicias fascistas francesas. Cuando la marea de la guerra cambió, huyeron a Alemania con el aún bebé Philippe y terminaron por exiliarse en Figueras, España, huyendo de la acusación por colaboracionismo, lo que no les libró de ser condenados a muerte in absentia.

 

Philippe no descubrió el siniestro pasado de sus progenitores hasta mucho después. Tras la muerte de su padre, regresó a París en 1952, donde su madre encontró trabajo de portera en un inmueble. Ya por entonces, llevando una vida muy pobre en la que conoce el hambre y el frío, llena de dibujos cuaderno tras cuaderno y se alimenta ávidamente de cine hasta que en la adolescencia descubre la ciencia ficción y la literatura de H.P.Lovecraft. Tras terminar sus estudios, se hace fotógrafo y conoce al pintor e ilustrador Jean Boullet. Este peculiar personaje era un libertario, anticlerical y enemigo del orden establecido que estaba obsesionado por lo extraño y lo prohibido. Apasionado de la magia, la demonología y la mitología popular, abrió una librería especializada en estos temas donde también vendía comics. Además de enseñarle a Druillet las bases del dibujo y la pintura, Boullet probablemente también influyó, tanto gráfica como conceptualmente, en su gusto y sensibilidad creativa.

 

Tras cumplir el servicio militar en el Servicio Cinematográfico del Ejército, decide dedicarse al dibujo de comics. Era un fiel comprador de “Pilote”, la revista de referencia en la época, pero sentía que había una carencia a la hora de atender el gusto de lectores más adultos. Así que decide apostar en esa dirección y le muestra su trabajo al editor Eric Losfeld, que había publicado obras icónicas del nuevo comic francés de los sesenta como “Barbarella” o “Pravda”. Y así, en 1966, con 22 años, ve publicado su primer libro: “El Misterio de los Abismos”. Se trataba de una historia de ciencia ficción protagonizada por el que iba a ser su más famoso personaje, Lone Sloane (fue reeditado en 1977 como “Lone Sloane 66” por Humanoides Asociados y complementado con otras dos historias).

 

Aunque era un trabajo todavía algo burdo –y por el que no recibió prácticamente ningún derecho de autor-, sí llamó lo suficiente la atención como para que en Ediciones OPTA, especializada en novelas de misterio y ciencia ficción, le encargasen regularmente portadas e ilustraciones. Fue también en esta época que conoció a la que iba a ser su esposa, Nicole, cuya muerte años más tarde le inspiraría a hacer un comic tan devastador y nihilista como “La Noche”. 

 

Mientras tanto, su experiencia con el comic adulto no había sido todo lo satisfactoria que había esperado. Losfeld estaba haciendo una labor interesante desde el punto de vista de la selección del material, pero sus álbumes eran caros y se imprimían pocas copias, lo que les hacía difíciles de conseguir. Druillet pensaba que el comic adulto no tenía por que sér caro o minoritario y que necesitaba una plataforma popular que le diera mayor visibilidad. Y así, decide dirigirse a “Pilote”.

 

En 1969, muestra algunas de sus páginas a Jean Giraud-Moebius, ya por entonces uno de los artistas clave no sólo de “Pilote” sino de todo el comic europeo, y éste convence al editor de esa publicación, René Goscinny, para que, a pesar de no entender ni el arte y ni las historias de ese joven recién llegado, le deje ocho páginas. Y es ahí donde Druillet retoma y reformula a Lone Sloane en un estilo exuberante con el que innova en el medio utilizando colores muy saturados y composiciones de página inusuales. Druillet irrumpió en el mundo del comic como una apisonadora, apabullando a editores, lectores y colegas con un estilo visual nuevo y atrevido que no tenía precedentes en el medio y que se apoyaba en conceptos de escala cósmica, visiones titánicas de seres y arquitecturas que doblegaban las leyes de la física y una línea barroca y detallista que daba forma a imágenes desasosegantes dispuestas sin consideración alguna hacia las reglas canónicas de narración.

 

Su afición a dibujar estructuras colosales que mezclaban influencias del Art Nouveau, los templos hindúes y las catedrales góticas, le hicieron merecedor del sobrenombre de “Arquitecto Espacial” y el propio George Lucas lo mencionó como influencia en su trabajo. En 1972, los seis primeros relatos de su viajero espacial publicados en “Pilote” fueron recopilados en el álbum “Los 6 Viajes de Lone Sloane”, por muchos calificado como la obra cumbre de Druillet. Está compuesto por “El Trono del Dios Negro”, “Las Islas del Viento Salvaje”, “Rose”, “Torquedara Varenkor”, “O Sidarta” y “La Tierra”.

 

La primera historia, “El Trono del Dios Negro”, establece el tono para el resto de los relatos. La página de apertura nos presenta a Sloane, un viajero solitario de aspecto enfermizo sentado en la barroca cabina de control de su nave exploradora y con su mano reposando sobre una palanca (sí, en los años setenta las naves espaciales de la CF aún se manejaban con palancas). Tras esta primera imagen, todavía en la primera plancha, Druillet dibuja la nave en un plano general, un vehiculo que más parece una catedral cósmica. Pero como no separa los dibujos en viñetas autónomas para sugerir el paso del tiempo o el cambio de escena, la sensación es la de estar contemplando simultáneamente el exterior y el interior de la nave.

 

Acompañando a esta imaginería excesiva el autor incluye un globo de texto en el que, mediante una prosa muy florida, se comprime una considerable cantidad de información, un estilo propio de una revista pulp de los años treinta: “En el año 804 de la Nueva Era, tras el Gran Espanto, los humanos decidieron extender su poder por todo el universo: el río infinito de las estrellas debía de ostentar el blasón del imperio de la Humanidad, y esto por siempre jamás. Así pues, las grandes caravanas de hierro se lanzaron al asalto del cielo. Pasó el tiempo, pocos volvieron, el universo guardaba sus secretos. Un terrestre, rebelde entre los suyos, boga en solitario por los confines del gran océano cósmico”.

 

Una nébula arremolinada de intenso color escarlata guía al ojo del lector por estas imágenes hasta el borde inferior de la página, donde en tan solo tres viñetas se cuece el desastre que se consuma al inicio de la segunda plancha, cuando la nave explota en una mezla de verdes, rojos y amarillos. En la octava viñeta aparece de ninguna parte un recargado trono de piedra y en la novena ya vemos a Sloane sentado en él, surcando el cosmos. El texto nos informa de que se trata de una entidad cósmica conocida como “Aquel Que Busca”, un “sombrío mensajero de aquellos que no son hombres. Ese objeto maldito ha viajado durante siglos en busca de su presa. Ha recorrido universos y distancias que ni la imaginación puede concebir. Su objetivo es llevar a sus amos “El Ser Viviente”.

 

El trono desafía las leyes de la física y la biología porque Sloane sobrevive a un viaje de duración indefinida sin casco, oxígeno… ni siquiera un cinturón de seguridad. Tampoco se hace ningún esfuerzo en caracterizarlo, darle un pasado, una personalidad, una motivación… A Druillet no le importaba porque lo único que va a determinar la futura existencia de ese personaje es el Destino.

 

El resto de la historia está narrada a base de viñetas alargadas o giradas noventa grados, viñetas diminutas o páginas-viñeta en las que aparecen maquinarias imposibles, una monumental ciudad extraterrestre, un dios de tres caras, un calabozo cósmico y una intensa secuencia psicodélica en la que Sloane se sume en un delirio y adquiere cientos de cuerpos, algunos de ellos cabeza abajo (y todos ellos dibujados individualmente. En aquella época no había Photoshop que facilitara la vida a los artistas). El héroe consigue pronunciar una palabra cósmica de gran poder a través de sus miles de vocas, destruyendo a sus captores (que querían introducir en esa dimensión a un lovecraftiano Dios Negro, sembrador del caos) y regresando a continuación al espacio sentado de nuevo en su trono negro. Ocho páginas de terror espacial le bastaron a Druillet para atrapar al lector por el cuello y sumergirlo en su particular universo. Hasta las siguientes ocho páginas, claro.  

 

Este tipo de narrativa comprimida sería adoptada luego, por ejemplo, por la escuela de autores que surgieron de la revista inglesa “2000 AD” diez años más tarde. Pero “Lone Sloane” es algo más que un mero experimento narrativo: es la construcción de un delirante cosmos desbordante de visiones psicodélicas que desafían las bases de la realidad. En sus páginas encontramos máquinas imposibles, arquitectura fantástica, destrucción a escala planetaria… todo engarzado en tramas absurdas y giros forzados por deux ex machina.

 

Además de por su arte y sus enloquecidos conceptos, las historias son también destacables por la forma tan iconoclasta en que aborda el subgénero de la space opera, tradicionalmente poblado por héroes políticamente correctos que corrían aventuras bastante sencillas. Druillet, por el contrario, empapa las peripecias de Sloane de un tono pesimista y opresivo que mezcla los delirios psicodélicos con el terror existencial en una mezcla que sigue siendo única en el comic. En sus páginas nos vamos a encontrar tronos negros mágicos que viajan por el espacio, antiguos templos alienígenas, fortalezas tan colosales que sus cimientos se apoyan en varios planetas, dragones que surcan el vacío interespacial, órganos que se transforman en naves, inteligencias artificiales que se convierten en mujeres y declaran su amor por el héroe…  Como he dicho, no es que nada de todo esto tenga demasiado sentido y los acontecimientos van sucediéndose sin mucha coherencia. Pero eso no importa. Porque “Lone Sloane” es una obra tan ambiciosa, exagerada y grandiosa que medio siglo después de su publicación sigue estando vigente.

 

Suceden tantas cosas y tan rápidamente en este comic que las ideas y la imaginería no pueden constreñirse en una viñeta tradicional, así que Druillet desafía la narrativa convencional lanzándole al lector páginas-viñeta, viñetas rotas o de formas irregulares, planchas sin margen… Es una composición al servicio de la desorientación del lector, rompiendo las reglas y formas canónicas para hacer tambalear sus sentidos. Y sin embargo y al mismo tiempo, Druillet plasma las imágenes con una claridad impresionante. La precisión y la meticulosidad de sus dibujos aporta a su psicodélico universo una solidez inesperada.

 

“Los 6 Viajes de Lone Sloane” es un álbum excesivo y maniaco, comparable sólo con un puñado de productos culturales de la misma época. En el ámbito de los comics es difícil hacer comparaciones tan único es el planteamiento de Druillet. Se han querido ver paralelismos con las historias cósmicas que Stan Lee y Jack Kirby estaban por entonces creando para “Los Cuatro Fantásticos” y “Thor”, con seres de inmenso poder como Silver Surfer o Galactus; o incluso con los mundos y efectos místicos que Steve Ditko imaginaba para “Doctor Extraño”. Sin embargo, me parece que Druillet juega en una liga diferente que podría relacionarlo con obras tan extrañas y locas como los discos del grupo francés de rock progresivo Magma, álbumes conceptuales de alcance épico sobre una civilización extraterrestre que eran cantados en una lengua inventada; o con la película “La Montaña Sagrada”, de Alejandro Jodorowsky, un revoltijo de imágenes y simbolismos sin consideración alguna por conceptos tan burgueses como la trama o los personajes.

 

Por otra parte, y a pesar de que la escala cósmica de Lone Sloane y algunos de sus momentos psicodélicos puedan recordar los de ciertas aventuras del Doctor Extraño o Los Cuatro Fantásticos, existe una diferencia fundamental entre estas obras. La aproximación de Stan Lee a sus creaciones era humanista y optimista. Las fuerzas oscuras del universo podían contenerse gracias al irreductible espíritu humano, cuyas mejores virtudes estaban representadas por los superhéroes. Por el contrario, Druillet ofrece solo angustia, destrucción o locura en un cosmos que supera la comprensión y contra cuyas criaturas poco o nada puede hacer el hombre.

 

Algunas influencias claras en el estilo visual de “Lone Sloane” son el arte gráfico psicodélico de los sesenta y la meticulosidad y detallismo de los grabados de Gustavo Doré.  He mencionado a Kirby, un artista que intensificaba el dramatismo a base de distorsionar las figuras y las expresiones faciales. Druillet había conocido la obra de Kirby a comienzos de los sesenta y le había fascinado la energía de sus dibujos. Pero mientras que el americano mantenía las proporciones y escalas de la anatomía cuando dibujaba, digamos, a Galactus en comparación con Los Cuatro Fantásticos, Druillet no tiene reparos en saltarse deliberadamente todas las normas con el fin de aumentar la epicidad hasta niveles nunca vistos.

 

El mejor ejemplo de esto lo constituye la apertura de la sexta historia, “Torquedara Varenkor”, una doble página-viñeta en la que el autor le pide al lector que acepte la absurda escala de una imposible estructura arquitectónica. Se trata de una inacabable muralla edificada sobre un puente cuyos pilares, inmensos colosos de piedra, son más grandes que los planetas en los que se apoyan. Sobre esto, Druillet dibuja el tipo de torreones, ventanas, arcos y escalinatas que asociaríamos con un castillo de fantasía, si bien unidos de tal forma que parece una paradoja de Escher. Ahora bien, estos elementos arquitectónicos parecen tener una dimensión adecuada para ser habitados por humanoides -eso sí, de tamaño divino porque cada bloque de piedra sería tan grande como un continente-. Al obligar al lector a ver dos escalas diferentes en un mismo dibujo, el autor lo sumerge en un universo que tiene mucho de irreal y que va más allá de cualquier posible suspensión de la incredulidad exigida por una obra de CF. Lo imposible, lo absurdo, forma parte inherente de “Lone Sloane”.

 

Ya he mencionado a Lovecraft anteriormente y el espíritu de sus narraciones está también presente en el catálogo de influencias de Druillet, aunque aquí se manifiesta con un giro psicodélico. Ahí tenemos criaturas de incalculable edad, poder y malevolencia adoradas por sectas degeneradas en “El Trono del Dios Negro”; la puerta a una dimensión que vuelve locos y aniquila a los hombres en “Las Islas del Viento Salvaje”; los demonios que asedian la nave en “O Sidarta”; o la Tierra robada por los antiguos dioses y custodiada por tres colosales gigantes de bronce del tamaño de estrellas. Es el de “Lone Sloane” un universo hostil al que no importan las necesidades y preocupaciones de los hombres, insignificantes ante la infinitud de la eternidad. Gráficamente, Druillet toma el tema lovecraftiano de la locura y lo lleva un peldaño más alto añadiendo alucinaciones psicoactivas en la forma de arte pseudohindú fusionado con los excesos barrocos y las florituras modernistas en imágenes que desbordan el límite de página o que utilizan las formas geométricas de las viñetas como parte de la narración.

 

Puede que los préstamos compositivos y estilísticos del Art Nouveau (tómese como ejemplo la rotulación del título de la historia “Torquedara Varenkor”) estén hoy muy integrados en el comic pero cuando se publicaron estas páginas, a comienzos de los setenta, supusieron una bocanada de aire fresco en el medio (aunque en otros ámbitos ya habían sido utilizados, como en las cubiertas de discos de rock psicodélico). También la rotulación de las onomatopeyas está diseñada y colocada para ser parte integral de la ilustración. En sus mejores escenas, a diferencia de la dependencia de Kirby de una rígida composición de página para marcar la progresión de la historia, Druillet prescinde continuamente de los límites entre dibujos para enfatizar la sensación de extrañeza e inmensidad del universo desde la perspectiva meramente humana. 

 

(Finaliza en la siguiente entrada)

 


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