No creo que haya nadie que a estas alturas ponga en duda lo mucho que la tecnología ha cambiado nuestra forma de relacionarnos con el entorno y con el prójimo: la forma de comprar, de consumir ocio, de trabajar… y de buscar pareja. Las webs y apps que prometen encontrar personas ideales para nosotros proliferan y no son pocos los que, en una época en la que la propia tecnología y la forma de vida y trabajo nos han aislado socialmente al tiempo que nos han abierto el mundo, ponen sus esperanzas en esas fichas con fotografía que se recorren rápidamente con un simple click.
Pues
bien, la serie francesa de televisión “Ósmosis”, creada por Audrey Fouche,
lleva esta situación un paso más allá y la convierte en un thriller de ciencia
ficción ambientado en un futuro cercano en el que siguen muy presentes las
ansiedades de hoy mismo.
El
episodio piloto, de 54 minutos, explica perfectamente la premisa de partida –que
le ha merecido, por cierto, comparaciones con el episodio “Cuelguen al DJ” de
“Black Mirror”-. Òsmosis es un implante experimental en forma de píldora que
contiene nanobots. El individuo la ingiere, los bots llegan al cerebro y
analizan toda la información referente a sus gustos, preferencias e imagen
ideal de la persona que desea como pareja. Luego conectan con la nube para
encontrar a quien mejor se ajuste a esa descripción mental. Además, si esa otra
persona también toma la pastilla, ambos gozarán de una conexión mental directa
e increíblemente íntima.
La
empresa, en directa competencia con otro servicio de búsqueda de pareja,
“Perfect Match” –que utiliza la realidad virtual-, selecciona a un grupo de doce
voluntarios para probar Ósmosis: ingieren la pastilla y luego se les monitoriza
a través de Martin, una inteligencia artificial que es el corazón tecnológico
del proyecto. El problema, claro, es que se trata de una tecnología intrusiva
que depende del buen funcionamiento de un sofisticado ordenador. Y cuando se
producen ciberataques, usos indebidos de esa tecnología por parte de quien debería
ser su custodio y aplicación de la misma en individuos inestables, afloran
todas las debilidades y peligros del sistema.
Desde
el punto de vista dramático, la serie se desarrolla en París, en el plazo de
unos pocos meses previos al lanzamiento oficial de Ósmosis y a tres niveles no
del todo estancos. Por una parte, lo que sucede en el seno de la empresa en un
momento muy delicado para ésta: la incertidumbre acerca de los resultados que
arrojaran los sujetos de prueba, las dificultades de financiación, las
tensiones en el consejo de administración respecto a la dirección a seguir, las
luchas por el poder, el espionaje industrial, los peligros de verse absorbidos
por grupos más grandes y con sus propias agendas, la oposición de movimientos
humanistas que niegan que los ordenadores y los algoritmos sean la solución
para hallar el amor y la felicidad, los sabotajes…. Aparte de los dos hermanos
fundadores de Ósmosis, Paul y Esther, de los que hablo a continuación, en el
ámbito científico-empresarial juegan un papel importante la investigadora jefe
y neuróloga a cargo de supervisar el proceso de testeo, Billie (Yuming Hey); y
Gabriel (Gael Kamilindi), responsable de las finanzas de la compañía.
Por
otra parte esta el drama familiar centrado en los dos hermanos impulsores de
Ósmosis: Esther (Agathe Bonitzer) y Paul (Hugo Becker). La primera es el genio
tecnológico que ha desarrollado la inteligencia artificial y el software de
control; el segundo es el talento empresarial y rostro público de la compañía
(una especie de Steve Jobs). Y ambos son introvertidos, testarudos, individualistas
y de trato difícil. Paul es un tiburón empresarial que tiene pocos escrúpulos a
la hora de probar y comercializar su invención y que está casado con la
bailarina Josephine (Philypa Phoenix). Su ciega confianza en Ósmosis deriva de
su experiencia personal con los nanobots: él mismo fue el primero en tomar la
pastilla y ahora lo único que necesita es tocar el tatuaje brillante de su
muñeca para activar la conexión y transportarse mentalmente a un espacio
virtual vacío, negro e ingrávido en el que él y Josephine se encuentran
flotando desnudos en un mantenido estado de éxtasis físico y emocional.
Por
el contrario, Esther es una mujer pasiva y más sensible de lo que quiere reconocer.
Irónicamente, siendo el genio del desarrollo de Ósmosis, Esther no está
interesada en encontrar una media naranja o siquiera la idea del amor
romántico. De hecho, cuando siente necesidad de contacto humano lo que hace es
utilizar el sistema de la competencia, Perfect Match, para entrar en espacios
virtuales con los que tener encuentros sexuales con un desconocido.
Además,
las motivaciones de ambos hermanos para desarrollar el proyecto son muy diferentes
y los dos se internan en sus respectivos pantanos éticos no saliendo muy
airosos al respecto. Toda la energía de Paul se invierte en conseguir
financiación para sacar adelante la última fase de Ósmosis, rechazar los
ataques de la competencia y mantenerse como consejero delegado de la empresa.
Comete imprudencias y miente a su hermana y sus empleados.
Por
su parte y a diferencia de su hermano, Esther no está obsesionada por la
carrera empresarial o por la idea de transformar el mundo. Lo que a ella le
interesa es utilizar la tecnología de enlace cerebral de Ósmosis para revivir a
su comatosa madre (por la que Paul, por razones que se revelan hacia el final
de la temporada, no siente el mejor aprecio). El problema es que ello exige no
solamente ordenar a Martin que viole los protocolos éticos del experimento sino
poner en posible peligro a los sujetos de prueba.
El
tercer plano dramático es el integrado por los sujetos de prueba a los que
Ósmosis proporciona la pastilla de nanobots, individuos variopintos con sus
propios problemas a cuestas. Lucas (Stephan Pitti) es un gay que mantiene una
buena relación con su pareja, Antoine, pero que no está seguro acerca de si es
verdaderamente “el hombre de su vida”. Ósmosis le indicará otra opción: un
antiguo amante al que dejó por ser un individuo tóxico y poco inclinado al
compromiso. Ana (Luana Silva) es una mujer culta pero de físico poco agraciado
que no tiene esperanzas de encontrar a su media naranja socializando. Pero
también esconde un secreto: va a ser el topo en Ósmosis de los Humanistas, un
grupo radical antitecnológico. El tercer sujeto de prueba en el que se centrará
la historia es Niels (Manoel Dupont), un adolescente adicto al sexo por
internet y con un problema de control de ira al que Esther se empeña en aceptar
en el grupo contraviniendo la opinión de Billie.
No
quiero revelar los giros y sorpresas que se van produciendo a partir de la
mitad de la temporada y en los que salen a la luz secretos e intrigas diversos
conforme se van desarrollando los arcos de cada personaje. Ósmosis, la empresa,
luchará por mantener limpia su imagen pública, a la que atacan no sólo fuerzas
externas (poderosos grupos de inversión, movimientos en contra de la intrusión
tecnológica en el cerebro…) sino internas. Además de a esas amenazas, Paul y
Esther tendrán que enfrentarse a sus demonios internos, afrontar su complicada
relación con la madre y lidiar con una inteligencia artificial que ha
desarrollado emociones en secreto y que se convierte en un jugador activo. Por
su parte, los sujetos de prueba habrán de afrontar sus propios problemas
personales, que Ósmosis hace aflorar o agravar.
Es
necesario, evidentemente, un cierto grado de suspensión de la incredulidad para
meterse en la historia porque la ciencia que se nos presenta está todavía más
lejos de lo que podría pensarse habida cuenta del futuro cercano en que
transcurre la acción y el tono realista de la serie. Como he indicado, la
tecnología consiste en una grupo de nanobots que se implantan en el cerebro y
registran los gustos, expectativas y necesidades del usuario, conectando a
continuación y a través de Martin con la nube de datos (redes sociales,
profesionales, internet, etc..) y proporcionando al sujeto una visualización
mental e identidad de la persona idónea. Aparece entonces un tatuaje brillante
en la muñeca izquierda que actúa como “conector” entre las dos mentes –siempre
y cuando la otra persona también haya ingerido Ósmosis-. Además, el implante de
nanobots también funciona como un GPS y un medidor de estadísticas vitales que
son transmitidas en tiempo real a la empresa. Todo esto tiene lugar a través de
una ruta oral-neurológica que salva sin problemas la corriente sanguínea y los
tejidos cerebrales y que además no genera problemas de rechazo. Con todo, ya lo
he dicho, no se trata más que de una premisa –justificada con una jerga
científica verosímil que transmite con claridad al espectador lo que necesita
saber- a partir de la cual explorar otros temas de corte humano.
Y
es que, como suele hacer la buena ciencia ficción, “Ósmosis” plantea un avance
tecnológico y a partir de ahí explora las consecuencias que pueden derivarse de
él tanto a nivel individual como social. Dicho avance científico consiste en,
teóricamente, garantizar el hallazgo de la persona con la que puede alcanzarse el
mayor grado de compatibilidad a todos los niveles. ¿Es esto posible? ¿Existe
realmente la pareja ideal? ¿Se puede encontrar “científicamente”? ¿Qué puede
ocurrir si se nos da esa alternativa estando ya en una relación, puede que
satisfactoria, con otra persona¿ ¿La abandonaríamos en pos de algo quizá mejor?
¿En qué se convierte el amor cuando éste se transforma en un simple nombre calculado
por un algoritmo? ¿Que alguien sea mi pareja perfecta implica automáticamente
que yo sea la del otro? ¿Y qué ocurre cuando la relación se
deteriora? ¿Ósmosis
proporciona un nuevo nombre y ya está? En fin, una serie de cuestiones éticas,
morales y psicológicas completamente nuevas y que la sociedad aún no está preparada
para asumir.
Como ya he mencionado, hay un grupo opositor a Ósmosis que infiltra a un topo entre los sujetos de prueba, Ana, y que son presentados como los villanos luditas de esta historia. De alguna forma, se han dejado llevar por su pesimismo respecto al uso de esta tecnología tanto como Paul por su optimismo. La tecnología de Ósmosis, como cualquier otra, desde una piedra a un nanobot, no crea en sí misma una distopía ni una utopía. Es sólo una herramienta sobre la que diferentes personas proyectan sus esperanzas y temores.
Por
ejemplo, Lucas no trata de encontrar el amor verdadero sino que espera que
Ósmosis le ayude a aceptar su actual vida en pareja con Antoine. Sabe que éste
es una buena persona, alguien que tiene mucho que ofrecerle, pero no está
seguro. Lucas espera que Ósmosis le dará respuestas pero bien podría haber
solucionado su problema yendo a un consejero sentimental o tecleando en Google
“¿Debería romper con mi novio?”. Uno u otro recurso le pueden aportar
información y consejos, pero no pueden controlar su comportamiento, tomar
decisiones emocionales o resolver problemas.
Por
otra parte, puede que los métodos de los activistas anti-Ósmosis sean, como
mínimo, cuestionables (espionaje, infiltrados, sabotajes), pero sus
preocupaciones no son baladí. Porque el sistema de Paul y Esther lleva el Big
Data a sus últimas consecuencias. Aquí no se trata sólo de que una compañía
privada acceda, conserve y conozca nuestros hábitos de consumo, preferencias
sexuales o amistades en redes sociales, sino que penetran aún más profundamente
en nuestras emociones y expectativas, monitorizando de paso nuestra
localización y constantes vitales. Está claro que estas funcionalidades pueden
ser útiles, pero también una intromisión sin precedentes en la intimidad.
¿Quién garantiza el bueno uso de esos datos? ¿Qué seguridad tenemos de que un
ciberataque sobre la Inteligencia artificial, por
ejemplo, no va a causar daños
cerebrales por mal funcionamiento de los implantes? Y, efectivamente, la
tecnología, vía el mal uso que de ella se hace, acaba causando problemas. Por
ejemplo, cuando Esther, incapaz de negar auxilio a su madre, provoca un serio
percance en los sujetos de prueba; o cuando su compasión le lleva a aceptar en
el grupo a un muchacho con evidentes trastornos psicológicos.
Técnicamente,
“Ósmosis” es una serie que evidencia su ajustado presupuesto, no tanto en una
calidad visual deficiente como en la opción minimalista. No hay apenas acción
física y la mayoría de las revelaciones críticas y los momentos más dramáticos
se producen a través de diálogos. Desde el punto de vista estético, ese futuro
cercano se representa mediante estancias claustrofóbicas iluminadas con neón y
sutiles mejoras domésticas y cambios urbanos.
La
serie tiene algunos puntos mejorables. El drama se centra en solo tres sujetos
de prueba cuyas experiencias con Ósmosis no salen como ellos esperaban, pero
queda por saber qué ocurre con los otros nueve. Además, los seleccionados caen
en esterotipos evidentes. Es más, aunque la intención de Ósmosis es la de
buscar el auténtico amor para su usuario, a veces se cae en la tentación de
alimentar el morbo del espectador mediante la exhibición de sexo poco
convencional: Lucas acaba cayendo en un círculo vicioso de promiscuidad y
drogas arrastrado por su irresponsable compañero; Niels es un adicto a la
masturbación que sufre ataques violentos cuando se excita con su novia; los
personajes tienen sexo virtual en simulaciones informáticas o un turbio club de
sexo… Por otra parte, el misterio que anida en el meollo de la familia de Paul
y Esther se me antoja forzado y melodramático.
“Ósmosis”
es una serie interesante que consigue encajar muchos temas y géneros (suspense,
drama familiar, intriga empresarial, romance de diferentes tipos, reflexiones
filosóficas…) y personajes sin parecer que rebase sus propios límites ni
producir un pastiche confuso e indigesto. Tiene un buen ritmo –dentro de que,
como he apuntado, no hay acción física-, una puesta en escena minimalista pero
elegante, algunos actores que hacen un trabajo meritorio y un subtexto
filosófico sobre el que merece la pena meditar. Y, sobre todo y a pesar de su
improbable tecnología, no parece una situación totalmente implausible si tenemos
en cuenta la cantidad de apps y servicios de dating on-line que en la
actualidad tratan de atraer a sus usuarios con uno de los ganchos más
emocionalmente viscerales y universales del mundo: encontrar el amor verdadero;
y hacerlo, además, con las “garantías” de la ciencia y la tecnología más
avanzadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario