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miércoles, 28 de agosto de 2019
1983- PROYECTO BRAINSTORM – Douglas Trumbull
Douglas Trumbull es una figura interesante dentro del mundo de la ciencia ficción. Su principal campo profesional siempre ha sido el de los efectos especiales, campo donde desplegó su talento en películas de primera fila como “2001: Una Odisea del Espacio” (1968), “La Amenaza de Andrómeda” (1971), “Encuentros en la Tercera Fase” (1977), “Star Trek: La Película” (1979) o “Blade Runner” (1982). A finales de los setenta, estaba considerado como el mejor en su especialidad. De hecho y cuando se estrenó “Encuentros en la Tercera Fase”, su nombre sonó casi tanto como el de su director, Steven Spielberg. Deseando explorar otros campos, en 1971 dirigió su primera película, la interesante “Naves Misteriosas”. Tardaría mucho en sacar adelante su segundo proyecto, que se convertiría, además, en el último y su antesala a desaparecer del mundo cinematográfico: “Proyecto Brainstorm”.
Los científicos Michael Brace (Christopher Walken) y Lillian Reynolds (Louise Fletcher) fabrican una máquina capaz de grabar las ondas cerebrales que generan las emociones, sentimientos y experiencias sensoriales de una persona, y luego reproducirlas en el cerebro de otro sujeto a través de una especie de casco. Durante los experimentos dirigidos a explorar las posibilidades del invento, Lillian muere de ataque al corazón pero antes consigue enlazarse a la máquina para grabar su traumática experiencia. Es la excusa que necesitan los militares, que están financiando la idea, para arrebatársela a los civiles y empezar a investigar aplicaciones militares. Brace se enfrenta con el director del proyecto, Alex Terson (Cliff Robertson) y exige revisar la cinta de la muerte de Lillian, algo a lo que se niegan en redondo sus jefes. Con la ayuda de su esposa Karen (Natalie Wood), con quien está teniendo problemas matrimoniales, Brace organiza un hackeo del ordenador para acceder a la cinta y experimentar el paso a la otra vida más allá de la muerte.
La idea original para la historia fue de Bruce Joel Rubin, que acabaría escribiendo y/o dirigiendo otras películas sobre la muerte y la vida más allá, como “Ghost” (1990), “La Escalera de Jacob” (1990) o “Mi Vida” (1993), y cuya intención inicial había sido la de dirigir el film, sin obtener el respaldo financiero para ello. Por su parte, la razón por la que la eligió Trumbull fue para utilizarla como plataforma del formato panorámico Showscan de 70 mm, inventado a comienzos de los setenta y por el que llevaba tiempo interesándose. “Proyecto Brainstorm” se rodó en un estándar 35 mm pero para las escenas subjetivas del personaje que estuviera utilizando el artefacto grabador sensorial, Trumbull expandió el formato hasta los 70 mm. Durante la exhibición en cines, la pantalla cambiaba entre los dos formatos, un efecto que se pierde completamente tanto en sus emisiones televisivas como en los soportes domésticos.
La película se apoya en un intrigante concepto (aunque la mayor parte del guión fue robado de una novela de 1968 escrita por D.G.Compton: “Synthajoy”) que hace de “Proyecto Brainstorm” una de las primeras en abordar el tema de la Realidad Virtual, antes incluso de que se acuñara el término o siquiera se tuviera claro en qué consistía. Ciertamente, si se profundiza un poco en lo que pretenden los científicos, no resulta algo muy sólido. Al fin y al cabo, los pensamientos de una persona y la forma de procesar las impresiones sensoriales no son algo lineal y ordenado sino totalmente fragmentado.
Con todo, la idea y sus múltiples ramificaciones tenía potencial narrativo. Desgraciadamente, el guión no sabe sacar provecho de ello. Las partes más interesantes son aquellas que muestran la máquina en funcionamiento, sus aplicaciones y consecuencias tanto positivas como negativas más allá de las obvias tomas subjetivas, como experimentar un vuelo en ala delta o un recorrido en montaña rusa. Así, tenemos un hombre atrapado en un continuo bucle de experiencias sexuales (algo que recuerda bastante a los actuales adictos al porno de internet); cuando el hijo de Michael entra accidentalmente en la mente de un psicótico; o cómo el científico utiliza la grabadora para recopilar los mejores recuerdos de su matrimonio y se lo ofrece a su mujer para que se vea a sí misma a través de los ojos de él y tratar de salvar su relación. El resto es como un metraje de prueba para una película IMAX, con los mismos problemas que suelen tener ese tipo de proyecciones: un superformato extraordinario para sumergir al espectador en un entorno hiperrealista pero que resulta sensorialmente tan abrumador que anula cualquier pretensión de contar una historia sencilla.
Douglas Trumbull consigue transmitir verosimilitud en las escenas con científicos trabajando. La tecnología que utilizan no ha envejecido tan mal como la de tantas otras películas de la época, lo que demuestra el buen ojo para el detalle que tenía el director. Por desgracia, cuando empieza a desarrollar la historia, se limita a explotar los clichés de la paranoia militar incluyendo el torpe inserto de la destrucción del laboratorio. La historia se pierde en distintas direcciones y el ritmo resulta en exceso lento para un thriller. La subtrama romántica sobre la reconciliación de Michael y Karen diluye el suspense y, en general, el guión se resiente de la intervención de dos profesionales distintos, Robert Stitzel y Philip Frank Messina, ninguno de los cuales era el responsable de la idea original.
Asimismo, la edición y composición de escenas son francamente mejorables, como demuestra el clímax, cuya sensación de maravilla ante el traspaso de la barrera de la muerte y más allá queda arruinada por los constantes cortes para mostrarnos a Karen hackeando el ordenador. Trumbull es mejor en los efectos especiales que en la dirección y su visión del “Cielo” –muy al estilo “Tron” (1982)- sigue siendo sobresaliente (aun cuando resulte extraño pensar en ese “lugar” como el interior de un circuito de ordenador, algo que a nadie parece llamarle la atención). Lo que pretendía Trumbull con ese nebuloso clímax neorreligioso totalmente ajeno al tono del resto de la película, nunca quedó claro.
Por otra parte, la producción de la película sufrió un grave tropiezo cuando Natalie Wood murió accidentalmente ahogada en 1982, antes de terminar el rodaje. Aunque su personaje bien podría haberse retirado de la película sin que la trama hubiera sufrido en exceso, la actriz hace aquí un buen trabajo y “Proyecto Brainstorm” ha quedado como un digno cierre a su carrera y vida. El personaje de la doctora Lillian Reynolds, interpretado por Louis Fletcher como una mujer arisca y fumadora compulsiva está mucho mejor perfilado y roba las escenas en las que participa.
Ahora bien, el fallecimiento de Natalie Wood desencadenó otro tipo de problemas. Aunque se dice que su desaparición solo afectó a una escena todavía pendiente de rodar, MGM quiso dar carpetazo a la película. Según declaró el director, el estudio, en muy mala situación financiera, trató de utilizar la excusa de la muerte de Wood ante la compañía de seguros para archivar definitivamente la película sin llegar a estrenarla y cobrar así una indemnización. Pensaban que ganarían más dinero de esta forma que con la recaudación de su exhibición comercial. Trumbull se opuso a ello, argumentó que la película estaba prácticamente terminada y consiguió reactivarla recurriendo directamente al dinero de una póliza suscrita ante la aseguradora londinense Lloyds. Hizo unos cambios menores en el guión y utilizó a la hermana menor de Natalie Wood para doblarla en algunos planos restantes.
Todo el esfuerzo y los malos tragos que sufrió el equipo no fueron recompensados por el éxito, entre otras cosas porque Trumbull se había interpuesto en los planes de los ejecutivos y estos ejercieron su poder para llevar a cabo su venganza. Se hizo muy poca promoción de la película y se distribuyó en un número mínimo de salas de cine. A esto hay que añadir que “Proyecto Brainstorm” no fue bien recibida ni por los críticos ni por el público. Sobre un presupuesto de 18 millones recaudó solo poco más de 10.
Por todo ello, desilusionado con esta experiencia y quizá hasta colocado en una lista negra por los estudios, Douglas Trumbull abandonó el cine. Durante un tiempo, hasta mediados de los noventa, se concentró en seguir desarrollando y promocionando su sistema de proyección Showscan, rodando cortos de 70 mm proyectados en alta definición (60 fotogramas por segundo) en salas especialmente acondicionadas. Al final, el Showscan nunca llegó a cuajar y fue desplazado por el IMAX (Trumbull llegó a ser vicepresidente de la corporación canadiense IMAX). Se dedicó también a diseñar atracciones para museos de ciencia y parques temáticos, como el espectacular “Regreso al Futuro” de los Estudios Universal. En 2011, regresó al cine diseñando los efectos especiales de “El Árbol de la Vida”, de Terrence Malick.
Al final, “Proyecto Brainstorm” es una película que explora algunos temas e ideas filosóficas interesantes, como el de la Realidad Virtual, que apenas había tenido presencia en la ciencia ficción. Por desgracia, no remata bien ni los dilemas morales planteados ni sus derivadas metafísicas y la historia esta llevada con poco pulso y ritmo irregular y rematada de forma abrupta. Basta avanzar en el tiempo y ver “Días Extraños” (1995), que se apoya en conceptos muy similares, para ver lo que un director más competente puede conseguir con los mismos mimbres. “Días Extraños”, cuya inspiración en “Proyecto Brainstorm” es indiscutible, es más intensa y valiente a la hora de adentrarse en las facetas más oscuras de la tecnología y la sociedad. De hecho, podría incluso verse como una secuela ya que presenta un mundo en el que esa tecnología de grabación y reproducción sensorial está muy extendida y existe incluso un mercado negro con grabaciones sexuales y violentas.
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Me gusta la idea de Días Extraños como una secuela ni oficial. Recuerdo haber visto la película en su momento en el cine y coincido contigo en esa sensación de no rematar nada. Siempre pensé que fue por la muerte de Natalie Wood, pero probablemente tienes razón en que fue la impericia del director y un guión sin responsable final. Añadir que la secuencia del hombre al que se le ocurre la brillante idea de hacer una cinta sin fin con un orgasmo me educó en la adolescencia mejor que cualquier moralista, jeje
ResponderEliminarYa te puedo decir que de inventarse este artefacto uno de sus primeros usos sería el del sexo recreativo...así somos los humanos! Un saludo.
EliminarRecuerdo haber visto esta película en mi adolescencia, y se me hizo muy blanda, por no decir mediocre. Tengo entendido que además del problema del carpetazo que quiso meter el estudio con el fallecimiento de Natalie Wood, se dice que no fue un simple accidente y que su marido Robert Wagner estuvo involucrado... Creo que fue una de las razones por las que oí por primera vez de esta película :P
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