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viernes, 16 de agosto de 2019
2009- SUMMER WARS – Mamoru Hosoda
Mamoru Hosoda es uno de los animadores japoneses con mayor proyección de la última década. Figuró como director de algunos episodios en la serie televisiva “Digimon: Digital Monsters” (1999-2003) y el subsiguiente film “Digimon: La Película” (2000). A continuación se ocupó de “One Piece. El Barón Omatsuri y la Isla de los Secretos” (2005), derivado de otra serie de anime; y fue designado para dirigir “El Castillo Ambulante” (2004) antes de ser reemplazado por Hayao Miyazaki. En 2006, consiguió éxito de crítica y público con “La chica que saltaba a través del tiempo” (2006). Pero donde alcanza plena madurez y demuestra su calidad en el ámbito de la animación mundial es con “Summer Wars”. Posteriormente confirmaría esa trayectoria ascendente con la entrañable “Los Niños Lobo” (2012), “El Niño y la Bestia” (2015) y “Mirai, mi hermana pequeña” (2018).
OZ es una red social y sitio web en la que mil millones de usuarios de todo el mundo interactúan a través de avatares y que se hecho tan popular que muchas empresas e instituciones han trasladado a ese entorno virtual sus centros de operaciones. El estudiante Kenji Koiso, uno de los moderadores de OZ, está enamorado de su compañera de instituto, Natsuki Shinohara y no se lo piensa mucho cuando ella le pide que durante las vacaciones de verano la acompañe a una reunión familiar en la gran finca rural de su abuela. Cuando llegan allí, Kenji descubre que van a celebrar el nonagésimo cumpleaños de la anciana, Sakae Jinnouchi, y que para complacer a su abuela, la joven quiere hacerle pasar por su prometido. Kenji le sigue el juego y recibe la bienvenida por parte del amplio y variopinto clan.
Kenji es también un genio de las matemáticas y cuando recibe en su portátil un código cifrado en un email anónimo, pasa toda la noche trabajando en él hasta que lo descifra y responde con la solución. A la mañana siguiente, descubre que su trabajo, lejos de un mero juego mental, ha servido para hackear y paralizar OZ. Aún peor, su identidad ha sido filtrada y no tarda en llegar la policía para arrestarlo por ciberdelincuente a pesar de sus súplicas y declaraciones de inocencia. Al final, lo liberan cuando se averigua que OZ ha sido infestada por una inteligencia artificial conocida como Love Machine, que está utilizando toda la información depositada en la red social para sumir en el caos a todos los sistemas de control y emergencias de Japón. Cuando los ataques de Love Machine empiezan a cobrarse víctimas, Kenji y los miembros del clan Jinnouchi, descendientes de ilustres samuráis, se dan cuenta de que la única solución es entrar virtualmente en Oz y enfrentarse a esa inteligencia artificial en su propio terreno.
Hay quien puede sentir la tentación de describir “Summer Wars” como una fábula que advierte sobre los peligros de la tecnología digital: la excesiva concentración de datos en sistemas vulnerables o la alienación de los adictos a las redes sociales. Este es un análisis demasiado simplista porque Hosoda y el guionista Satoko Okudera, teniendo algo que decir sobre el lugar que ocupa la tecnología en nuestras vidas y los riesgos que ello conlleva, tampoco la ven como un demonio deshumanizador capaz de deshacer las auténticas relaciones interpersonales. OZ es una combinación de Second Life y Facebook llevados a la enésima potencia y pasados por el filtro del peculiar artista japonés Takashi Murakami. Antes incluso de comenzar la trama propiamente dicha, la película nos zambulle, vía una ficticia cuña publicitaria, en OZ, donde la combinación e interacción de colores primarios, formas de todo tipo e hiperdetallismo arrollan al asombrado espectador con la riqueza del mundo virtual que han creado Hosoda y sus animadores. Hay tantos avatares y de configuraciones tan inmensamente diversas que casi se produce una sobrecarga sensorial tal es la densidad de información que se encaja en esas escenas de apertura.
En este sentido y en el último tercio de la película, encontramos algunas secuencias de acción verdaderamente asombrosas durante las batallas que se producen en OZ: peleas de kung fu al estilo Matrix entre un conejo antropomorfo y un demonio gigante; o una partida de cartas celestial jugada por millones de avatares… Hay sin embargo una tendencia a interpretar el mundo virtual como una mera extensión de los tópicos establecidos del anime. Así, en los combates que se producen en el clímax entre el avatar de Kenji y Love Machine, la derrota del adversario parece conseguirse a base de lanzar más y más poder contra él; los avatares/perfiles de una red social son tratados como almas que pueden ser intercambiadas como en un juego de cartas (me pregunto por qué los avatares son aquí tan importantes cuando uno bien puede crear otro nuevo fácilmente); los combatientes hacen posturas de karate antes de sentarse ante el teclado para manejar sus avatares introduciendo furiosamente comandos…
Ahora bien, Hosoda dista mucho de ser un fetichista de la cibertecnología y, de hecho, sospecho que mucho -si no todo- de lo relacionado con OZ y Love Machine está presente en la película sólo para facilitar su aceptación por parte de cierto segmento demográfico consumidor de anime y al que le encantan las escenas épicas de destrucción masiva. La historia pone en contraste la colosal red social de OZ, global, artificial, con infinidad de utilidades e impersonal, con la red social más básica y personal de todas: la familia. Ambas cumplen su función y ambas están sometidas a tensiones y amenazas internas y externas, pero la película lo tiene claro. Porque con todo lo espectacular y bello que es su representación del mundo virtual, lo que claramente más interesa al director es contar un drama familiar bien enraizado en el mundo real.
Toda esa información hiperrealista y agresivamente multicolor que caracteriza al mundo virtual de OZ contrasta con las escenas que transcurren en el mundo real, representadas con naturalismo y con unos colores de tonalidades más apagadas. El entorno rural en el que se asienta la finca del clan Jinnouchi transmite una sensación de belleza maravillosa en su simplicidad, con paisajes que uno se quedaría contemplando durante horas, el viento soplando con el sonido de las cigarras y los pájaros de fondo. Es este un amor por la naturaleza que Mamoru Hosoda ha heredado de Miyazaki –cuya influencia es patente en toda su obra- y que se expresa en planos concretos intercalados por toda la historia, como un saltamontes al extremo de una hoja, un capullo floreciendo o la línea del amanecer sobre el horizonte.
Por otra parte, las escenas en las que van llegando al hogar los miembros de la familia Jinnouchi y aquellas en las que se les ve interactuar y convivir bajo el mismo techo, tienen una gran naturalidad y energía. Hosoda concentra aquí toda la carga emotiva de la película en mucha mayor medida que en la batalla contra Love Machine. Hay genuino sentimiento y ternura en escenas como aquella en la que Kenji es arrestado y confiesa a la abuela su falta delante de todo el clan reconociendo que estar allí ha significado mucho para él; o durante el funeral de la abuela, cuando Kenji y Natsuki se sientan en el porche, ella dice simplemente “No puedo parar de llorar” y él extiende su mano para tocar la de ella.
Cada miembro del extenso y ancestral clan tiene su propio aspecto y personalidad y la forma en que interaccionan, bromean unos con otros, se regañan, celebran las caóticas y ruidosas comidas, bañan a los más pequeños, rememoran viejas historias familiares o reciben con frialdad al nieto que es la vergüenza de la familia, está escenificado con sinceridad y total credibilidad. De todos los personajes, la abuela, líder de ese matriarcado que es el clan Jinnouchi, es uno de los personajes más interesantes y entrañables no sólo de esta película sino de la nueva generación de animes gracias a su combinación de sabiduría –deja en su testamento que en su funeral se diga claro que “las peores cosas del mundo son sentirse hambriento y solo”-, formidable voluntad –como cuando decide que se debe hacer algo con la crisis desencadenada por Love Machine y se pone a contactar por teléfono con todos sus conocidos en cargos de responsabilidad para coordinarlos- y patente afecto que siente por su nieta.
Es cierto, no obstante, que el ritmo flaquea de vez en cuando y que el guión tiene dificultades a la hora de conjugar las diferentes subtramas que lo integran, desde la relacionada con el miembro expulsado de la familia a la del béisbol. Kenji, nominalmente el héroe de la historia, desaparece prácticamente de la película durante un buen rato. Pero está acumulación de personajes, que a veces entorpece el devenir de la trama, también consigue aportar un grado de verosimilitud a muchas escenas, como cuando el hijo pródigo regresa a casa; cuando la muerte golpea al hogar familiar o cuando todos dejan a un lado sus rencillas para compartir una última comida antes de la inminente catástrofe.
Hay una escena particularmente significativa y reveladora de lo buen director que es Hosoda: la cámara recorre una composición de los diferentes miembros de la familia mientras tratan de asimilar la tragedia de la muerte de la abuela. En tan sólo unos segundos, el director nos ofrece información sobre cada personaje a través de la forma en que encajan la pena, cómo se sientan o permanecen de pie, juntándose con otros familiares o prefiriendo la soledad… Es una escena emotiva y con un amor por el detalle que hace que esta película tenga una verosimilitud y cercanía de la que carecen muchos animes.
“Summer Wars” es una película que se resiste a la fácil categorización pero más que una historia de ciencia ficción sobre realidades virtuales e inteligencias artificiales y más allá de su mensaje admonitorio sobre los peligros de la tecnología, es un emotivo y nada edulcorado melodrama sobre el amor, la familia, la recuperación de la autoestima y la necesidad de hallar un lugar donde sentirse querido. Un film, en resumen, con una premisa original, de gran belleza visual, buenos personajes y del que pueden disfrutar también quienes no tengan un interés particular en la ciencia ficción.
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Me encanta Summer Wars. En mi último viaje a Japón (hace ya dos años, madre mía cómo pasa el tiempo) fui incluso a Ueda para buscar sitios que aparecieran en esta película. Lamentablemente no le daban bombo ninguno a esto, quitando una foto pequeñísima en un panfleto donde simplemente se decía como curiosidad que era el pueblo donde transcurría Summer Wars.
ResponderEliminarBuenísima crítica.