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jueves, 22 de agosto de 2019
2004- EL DIA DEL MAÑANA – Roland Emmerich
El director Roland Emmerich se dio a conocer en el panorama fílmico en su Alemania natal firmando películas como “El Principio del Arca de Noe” (1984), “El Secreto de Joey” (1986), “El Secreto de los Fantasmas” (1987) o “Estación Lunar 44” (1990) antes de triunfar internacionalmente con “Soldado Universal” (1992). Después de eso, Emmerich fue haciendo films cada vez más épicos en los que destacaban unos grandilocuentes efectos especiales: “Stargate” (1994), “Independence Day” (1996), “Godzilla” (1998) o, ya saliendo de la CF y tocando el tema histórico, “El Patriota” (2000).
Aunque la mayoría de estas películas fueron éxitos de taquilla, desde el punto de vista de la ciencia ficción no dejaban de estar en una segunda división debido a su tendencia a poblarlas de personajes simplones y estereotipados y confiar en exceso en la espectacularidad visual. El mismo patrón se repite en “El Día del Mañana”, una película que empezó a escribir durante la producción de “El Patriota” pero a la que tuvo que “congelar” tras los atentados del 11-S en 2001, por considerarla inapropiada para el clima emocional reinante en ese momento. Por fin, en 2004, se lleva a producción y estrena cosechando un resonante éxito económico.
Durante una conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, el paleoclimatólogo Jack Hall (Dennis Quaid) pone en evidencia al vicepresidente norteamericano (Kenneth Welsh) afirmando que la negativa de su país a firmar los acuerdos de Kyoto para la reducción de gases de invernadero es propio de ignorantes. Inmediatamente después, un colega británico de Hall, el profesor Terry Rapson (Ian Holm), le informa de un drástico descenso en la temperatura de las aguas del Atlántico cerca de Groenlandia, un fenómeno que se cree causado por la fusión de grandes bloques de hielo. Esto, a su vez, provoca enormes tormentas en el hemisferio norte con temperaturas que se desploman más de cien grados, congelando a la gente instantáneamente en cuanto salen al exterior. Conforme las tormentas glaciales asolan el norte de los Estados Unidos, Hall insta al vicepresidente a evacuar a la población hacia el sur, formándose una avalancha de refugiados norteamericanos que se agolpan en las fronteras de México pidiendo ayuda.
Mientras tanto, el hijo de Jake, Sam (Jake Gyllenhaal), que estaba en una excursión escolar en Nueva York, ha quedado atrapado en la ciudad debido a una gran inundación y junto a otras personas se refugia en el sólido edificio de la Biblioteca Pública. Al cabo de unos días de continuas y drásticas bajadas de temperatura, un grupo de ellos decide salir y caminar hacia el sur ignorando las advertencias de Sam acerca del peligro de congelación mientras la tormenta no cese. Él, por su parte, permanece junto a otros en la Biblioteca, donde progresivamente van quedando sepultados por metros de nieve y hielo. Jake, decidido a salvar a su hijo a toda costa, emprende un largo y peligroso viaje por tierra desde Washington para tratar de rescatarle.
La inspiración de Emmerich para esta película proviene del ensayo “The Coming Global Superstorm” (1999), de Art Bell y Whitley Strieber. En este libro, los autores defienden la tesis de que las fluctuaciones en las pautas meteorológicas son señales de advertencia de una supertormenta que podría arrasar el hemisferio norte con vientos de casi 400 km/h e iniciar una nueva glaciación que se tragaría la mayoría del norte de Europa y los Estados Unidos. Afirmaban además que tales supertormentas siempre habían anunciado el comienzo de una nueva Edad del Hielo. La comunidad científica criticó duramente a Bell y Striever en base a la escasa ciencia que sustentaba todas esas teorías.
Una cierta idea de la credibilidad de estos autores nos la pueden dar sus respectivas trayectorias: Art Bell había trabajado de presentador de un programa de radio especializado en fenómenos paranormales y cuyo principal éxito fue extender la idea de que había un ovni en el cometa Halle-Boppe (una idea que fue tomada en serio por la secta Puerta del Cielo, cuyos miembros acabaron suicidándose en masa en 1997); por su parte, Whitley Strieber era escritor de novelas de terror y afirmaba haber sido víctima de una abducción (con sonda anal incluida) a raíz de la cual podía captar mensajes alienígenas gracias a un implante que le dejaron en su oreja. Es más, decía que la información sobre el cambio climático que expuso en “The Coming Global Superstorm” le llegó a través de un misterioso individuo que se le apareció en una visión mientras estaba en un hotel de Toronto.
De ello podemos deducir, por tanto, el nivel científico que sustenta este libro. Y aún así, Roland Emmerich tuvo que descartar algunas de las teorías más extravagantes de Bell y Strieber en la tradición del inefable Erich Von Daniken, como que una de esas supertormentas exterminó hace miles de años una civilización tecnológicamente muy avanzada de la antigua Mesopotamia y que dejó tras de sí monumentos como la Esfinge. En cualquier caso, tanto ambos autores como el propio Emmerich bien pudieron haberse inspirado en un telefilm, “Hielo” (1998), que anticipaba ya prácticamente todo el argumento de “El Día del Mañana”.
Para esta película, Emmerich trató de blindarse contra las críticas que había recibido por sus películas anteriores en relación a los absurdos científicos sobre los que se apoyaban. Así, contrató asesores meteorológicos que pudieran revestir la producción de cierto “prestigio”. Pero cuando la 20th Century Fox organizó un pase previo para un grupo de científicos y analizó luego sus reacciones, ninguno de ellos se mostró demasiado impresionado aunque sí admitieron que era una tontería muy entretenida. A la vista de esto y adelantándose a los críticos, Emmerich declaró públicamente que era perfectamente consciente de que lo que la historia planteaba era imposible desde el punto de vista científico pero que, como recurso narrativo, había condensado el proceso de advenimiento de una Edad de Hielo de siglos a semanas.
Al margen del reconocimiento explícito de que “El Día del Mañana” es puro entretenimiento vacío de rigor científico, es cierto que la película contiene un fuerte mensaje ecologista, no sólo articulado en las protestas del personaje de Jake Hall acerca de la irresponsabilidad de los gobiernos con el medio ambiente, sino en detalles como que ese personaje utilice un coche eléctrico, la publicidad en los créditos finales de la web www.futureforests.com o el énfasis que hizo la promoción en que la película había sido neutra en sus emisiones: Emmerich pagó 200.000 dólares de su propio bolsillo para que todo el dióxido de carbono emitido durante la producción fuera compensado con la plantación de árboles y la inversión en energías renovables.
Resulta más interesante la polémica que despertó el film desde el momento de su estreno. Antes de comenzar el rodaje, el estudio solicitó asesoramiento de científicos de la NASA, pero esta institución consideró que los acontecimientos descritos en el guión eran tan absurdos que no sólamente se negó a colaborar sino que prohibió a su personal realizar comentarios públicos sobre la película. Una censura que fue enseguida retirada al comprobar que sólo había servido para suscitar mayor atención hacia aquélla y presentar al organismo gubernamental como tiránico y aspirante a carnaza para conspiranoicos. En el otro extremo, tanto Greenpeace como la web liberal www.moveon.org y el antiguo vicepresidente Al Gore -que un par de años más tarde se convertiría en el portavoz de los defensores del cambio climático con su documental “Una Verdad Incómoda” (2006)- prepararon una campaña de concienciación medioambiental aprovechándose del film. Si bien creo que es positivo que una película de CF sirva para promover debates y agitar conciencias sobre temas tan importantes como estos, al mismo tiempo no puedo evitar preguntarme si esas organizaciones y grupos no estarían cometiendo un error al vincularse con autores pseudocientíficos tan cuestionables como Art Bell y Whitley Strieber y un film que confiesa abiertamente su falta de rigor.
Tengo que confesar que “El Día del Mañana” me gustó más de lo que esperaba. Tanto en “Independence Day” como en “El Patriota” encontrábamos al alemán Emmerich sumido en la adulación más incondicional de los ideales de su país de adopción, los Estados Unidos. Ambas películas saludan a la bandera americana con absoluta reverencia y afirman solemnemente que esa nación es el parangón de la Libertad y la Democracia. Así que cuando el primer plano de “El Día del Mañana” resulta ser la bandera de las barras y estrellas, uno se teme que va a recibir otra dosis de adoctrinamiento por parte del converso europeo.
En cambio y en contaste con la línea conservadora y patriotera que habían seguido los anteriores films de Emmerich, esta película adopta una agenda claramente liberal. Sorprende lo explícitamente que critica la política medioambiental (si se puede llamar así) de George W.Bush en la escena en la que Jake Hall ataca al vicepresidente (sospechosamente parecido, por cierto, a Dick Cheney, auténtico vicepresidente de Bush) por su rechazo a firmar el Protocolo de Kyotto, a lo que el político responde con exactamente las mismas excusas que esgrimió la Casa Blanca de Bush: que ese acuerdo era perjudicial para los negocios americanos. Más adelante en la historia, al vicepresidente se le tacha de estúpido por su nulo conocimiento científico.
De hecho, hay algo de ingeniosamente subversivo en la orientación política de la película. Cuando la situación climática se deteriora ya avanzado el film, se ven imágenes de televisión de ciudadanos americanos que cruzan en masa e ilegalmente la frontera con México huyendo de la tormenta (rodado, por cierto, en la auténtica divisoria entre ambos países), una avalancha de refugiados que el gobierno mexicano sólo admite una vez que el presidente estadounidense condona toda la deuda latinoamericana. Al final de la historia, el vicepresidente –ahora nombrado presidente- se disculpa con los países del resto del mundo por los abusos y explotaciones a los que Estados Unidos les ha sometido en el pasado.
Es, por tanto, imposible pasar por alto el radical giro político de Emmerich entre “Independence Day” o “El Patriota” y “El Día del Mañana”. Las dos primeras películas preconizaban un retorno a los viejos valores del país y la agrupación en torno a la bandera y un líder fuerte. Pero “El Día del Mañana” fue la primera película del director tras los atentados del 11-S, el gobierno de Bush y la Guerra de Irak; y ahora se cuestiona si ese nacionalismo y liderazgo férreos eran, después de todo, una buena idea. En “Independence Day” y “El Patriota”, se nos decía que América necesitaba recuperar su identidad apoyándose en el orgullo nacional; “El Día del Mañana” nos presenta un país acobardado que cuestiona la forma en que ha tratado al resto del mundo (esta línea perduraría en la siguiente película de Emmerich, “2012”, que suscribe las tesis de Obama y aboga por desmantelar las políticas unilaterales dirigidas por los intereses de una élite a favor del multilateralismo y la cooperación global). Podría ser que, al menos en parte, este giro político venga explicado por la ausencia en la producción y guión del socio de Emmerich, el americano Dean Devlin, con quien había colaborado estrechamente en todas sus películas desde “Soldado Universal”.
Dejando al margen la política, “El Día del Mañana” es mejor película que “Independence Day” y demuestra que Emmerich ha aprendido algo de sus equivocaciones en films anteriores. Al menos, sus comentarios reconociendo las, valga la expresión, “fantasías científicas” en que incurre en esta historia implica el reconocimiento de uno de los problemas que aquejaban a sus anteriores cintas. Aunque dejó claro que su principal objetivo era entretener, parece evidente que Emmerich investigó lo suficiente sobre meteorología y climatología como para darle a la película una pátina de “verosimilitud” más consistente que el de otras obras de CF apocalíptica, desde “Cuando los Mundos Chocan” (1951) a “Armageddon” (1998) pasando por las novelas cataclísmicas de J.G.Ballard en los sesenta.
“El Día del Mañana” es una película de CF modestamente efectiva en su planteamiento: Emmerich imagina un desastre planetario y luego muestra, por una parte, el mundo cotidiano que damos por sentado e inmutable totalmente transformado en un entorno hostil; y, por otra, las distintas reacciones que tienen los supervivientes ante la nueva situación. En este sentido, hay pasajes bastante conseguidos, como cuando quienes se han refugiado en la Biblioteca Pública empiezan a quemar libros para calentarse y un bibliotecario se niega a destruir una copia de la Biblia de Gutenberg por la importancia histórica que tiene; los problemas que aparecen cuando nadie sabe cómo actuar ante una emergencia médica; los nuevos peligros que acechan en una ciudad congelada, ya sean hambrientos lobos escapados del zoo o las quebradizas cubiertas de cristal de los centros comerciales escondidas por la nieve y esperando ceder bajo el pie del incauto.
Siendo una película de Emmerich, no podían faltar las imágenes de gran impacto, como el plano que rota alrededor del Empire State Building conforme va quedando cubierto por una capa de hielo; la Estatua de la Libertad y el skyline de Manhattan enterrados por la nieve; o la pesadillesca visión de un carguero ruso a la deriva por las calles de la ciudad, su casco rascando el pavimento y aplastando los vehículos sumergidos que encuentra a su paso. Más de mil artistas digitales trabajaron en esta película y su labor se extendió incluso a insertar el vaho que salía de la boca de los actores.
Eso sí, Emmerich no consigue que sus personajes escapen al cliché del cine de desastres. Ahí tenemos al adolescente honesto y algo retraído, su atractivo interés romántico, el insoportable y prepotente rival por el afecto de la chica, el venerable científico que se sacrifica por el bien común, la pomposa figura de autoridad cuyo egoísmo aflora con el desastre, el genio tecnológico, el entrañable secundario que sacrifica su vida, el prescindible muchacho enfermo… En ningún caso el guión profundiza en ellos y evita resolver los conflictos desagradables como el que surge entre Sam y su arrogante compañero de buena familia; incluso, al final de la película, al vicepresidente se le brinda la oportunidad de redimirse.
A una escala más amplia, la película es algo irregular en cuanto a estructura. En su factura visual y ritmo, es una superproducción del siglo XXI pero su espíritu está anclado en las películas de desastres de los años setenta: van sucediéndose presagios y señales que aumentan la tensión hasta que ocurre la catástrofe y el resto de la trama consiste en ver cómo sobreviven –o no- los personajes. Así, la primera hora tiene el adecuado tono dramático, rebosa suspense y es tremendamente espectacular. Sin embargo, después del primer impacto del cataclismo, el foco de la historia se reduce mucho, la película pierde parte de su impulso y empieza a recurrir a giros y trucos de guión para arrojar un problema tras otro sobre los supervivientes de la Biblioteca: el ojo de la tormenta, una infección en la sangre, lobos sueltos…
Además, Emmerich no sabe imprimir la energía necesaria al remate de la película. Las historias que plantean cataclismos planetarios siempre tienen el mismo problema: son tragedias de unas dimensiones tan colosales que resulta difícil presentar un drama personal que les haga sombra. Es casi imposible introducir un héroe que salve al mundo de la destrucción cuando el enemigo es nada menos que la Naturaleza desatada. Emmerich se centra en el último tercio del metraje en la travesía de Jake por el país helado y la lucha de Sam por sobrevivir en Nueva York. El problema es que ninguno de los dos trances acaba de resultar enteramente satisfactorio. El drama de supervivencia en la Biblioteca no llega a ser verdaderamente grave. A pesar de la ordalía que sufren esos personajes, consiguen aparentemente encontrar suficiente agua para afeitarse y lavarse y no vemos que la falta de alimento les pase factura. No hay sensación de que estén de verdad luchando por sus vidas en un ambiente gélido (compárese, por ejemplo, con la excelente miniserie “Shackleton” (2001), la aventura histórica de un grupo de 28 hombres que en 1914 hubieron de sobrevivir cinco meses en el invierno antártico bajo unos botes salvavidas, realizar una heroica travesía marítima por aguas tormentosas a bordo de esquifes en mal estado y luego escalar las terribles montañas de una isla para llegar a un puesto ballenero).
Igualmente, la resolución de la historia se sirve de un deux ex machina tan conveniente como forzado: la supertormenta cesa de repente justo cuando Jake se reúne con Sam. No hay catarsis a un nivel humano; tan solo el reencuentro de un padre y un hijo, luego un corte al vicepresidente disculpándose con el resto del planeta y finalmente un plano de la Tierra vista desde el espacio por un astronauta que exclama con cierto placer que el aire vuelve a estar limpio otra vez. La moraleja parece ser que si podemos alcanzar la redención, si podemos reunirnos con los hijos a los que hemos descuidado y dejar de explotar salvajemente al planeta, todo lo malo desaparecerá. Sin embargo, lo que los climatólogos llevan décadas advirtiendo es de lo contrario: si no tomamos medidas ahora, ya no será posible detener el cataclismo, revertir sus consecuencias ni ganarnos la redención.
“El Día del Mañana”, como he apuntado al inicio, tuvo un excelente recorrido comercial confirmando la rentabilidad de Emmerich como director: sobre un presupuesto de 125 millones de dólares obtuvo una recaudación de 544 millones. Es una película entretenida si se ve con la actitud adecuada pero quien acuda a ella buscando algo más que un argumento muy básico se estará equivocando. Ofrece espectáculo y estallidos de acción y dramatismo en su primera hora, pero no personajes con matices con los que empatizar ni una trama sólida que permitan sostener la película hasta el final.
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La vi en su momento y apenas la recuerdo, quizás sea un buen momento para recuperarla.
ResponderEliminarUn saludo