domingo, 3 de noviembre de 2024

1952- EL MILAGRO DE MARTE - Harry Horner

 

A menudo, las películas de Ciencia Ficción de la década de los 50 del pasado siglo han sido analizadas e interpretadas como alegorías sobre el miedo al comunismo, un reflejo en clave de entretenimiento de las advertencias, incluso paranoia, propiciadas por las autoridades norteamericanas de la época. Hay que decir que los historiadores del cine y de este género en particular han caído no pocas veces en la sobreinterpretación, tendiendo a ver en todas las películas que incluían miedo a un enemigo sin rostro una alegoría de la infiltración comunista.

 

En no pocos casos, sin embargo, no había peligro de equivocarse porque productores y guionistas dejaban su mensaje muy claro. Ahí están como ejemplos, “La Mano Agresora” (1951), sobre un pueblo que alberga una quinta columna comunista que planea liberar un virus letal; “Invasión, Estados Unidos” (1952), con un ataque nuclear ruso sobre el país del título; “The 27th Day” (1957), en la que unos alienígenas entregaban a cinco personas otras tantas cajas que podrían destruir del mundo, terminando esos objetos salvando aquellos que buscaban utilizarlos para el bien y aniquilando a los que no (a saber, los soviéticos); “Rocket Attack USA” (1958), un falso documental que adoctrinaba sobre la necesidad de tener unas fuerzas de defensa fuertes para enfrentarse a la amenaza comunista. Y en esta línea y de forma aún más flagrante, se sitúa “El Milagro de Marte”.

 

El año 1952 no fue muy propicio para la CF en el cine y “El Milagro de Marte” fue una de sus escasas aportaciones. Vio la luz en primer lugar como una obra teatral escrita en 1932 por John L. Balderston, el coguionista de la obra original en la que se basó el “Drácula” (1931) de Bela Lugosi y en cuyo haber figuran otros clásicos del terror de los años 30, como “Frankenstein” (1931), “La Momia” (1932) o “Las Manos de Orlac” (1935) además de otras como, “El Último Mohicano” (1936) o “Luz de Gas” (1944, por la que obtuvo una nominación al Oscar).

 

Él mismo, junto a Anthony Veiller (dos veces nominado al Oscar y autor o colaborador de los guiones de películas como “Entre Bastidores”, 1937; “Los Asesinos”, 1946; “Moulin Rouge”, 1952; o “La Noche de la Iguana”, 1964) se encargó de realizar la adaptación a la gran pantalla de esta historia que, como la película “Contacto” (1997) muchos años después, plantea una situación de Primer Contacto con una civilización extraterrestre a través de señales de radio en lugar de la más clásica invasión y aterrizaje de alienígenas a bordo de ovnis. Pero mientras que el agnóstico Carl Sagan hacía que su astrofísica Ellie Arroway estableciera contacto con una suerte de “consciencia” galáctica benigna y poco definida, Balderston imaginó que los mensajes los enviaría directamente Dios. 

 

Un científico californiano, el doctor Chris Cronyn (Peter Graves) y su muy religiosa esposa Linda (Andrea King), captan señales de radio provenientes de Marte gracias a un equipo especial que utiliza una "válvula de hidrógeno" construido a partir de unos planos capturados a los nazis. Al mismo tiempo, otro astrónomo, el Dr. Mitchell (Lewis Martin), confirma la teoría de que las líneas visibles sobre la superficie de Marte son canales de irrigación y que los marcianos tienen una economía agrícola mucho más avanzada que cualquier sistema similar existente en la Tierra, siendo capaces de fundir y regenerar sus casquetes polares a una velocidad increíble. Este descubrimiento anima a Chris tanto como asusta a Linda.

 

Tras encontrar un lenguaje común con el que establecer contacto, se descrifan los mensajes enviados por los marcianos, que describen la vida utópica que allí llevan sus habitantes: longevidad de 300 años, ausencia de enfermedades y pobreza, energía ilimitada, alimento para todos… Esta noticia tiene terribles consecuencias sobre las economías occidentales: las bolsas se hunden, los trabajadores convocan huelgas… Todo parece dirigirse de cabeza al caos y el colapso.  

 

Sin embargo, todo esto no es sino un engaño urdido por un científico ex nazi, Franz Calder (Herbert Berghof), inventor de la válvula de hidrógeno y que ahora, financiado en secreto por los soviéticos e instalado en los Andes, hace rebotar en la ionosfera las ahora famosas señales de radio, en realidad emitidas por él con el fin de engañar a los receptores y sembrar el caos. Sin embargo, la situación toma un giro inesperado cuando los marcianos comienzan a criticar a los humanos por olvidar “el mensaje de amar el bien y odiar el mal” enviado a la Tierra por su “líder supremo” dos mil años atrás. Ante la estupefacción general, comienzan a citar la Biblia (la del Rey Jaime, no la católica). ¿Podría el líder supremo de Marte ser el mismísimo Jesús? ¿O incluso Dios?

 

Y de este modo, el plan acaba volviéndose en contra del gobierno comunista que lo había propiciado, siendo derrocado cuando intenta impedir que su enfervorizado pueblo practique el culto. Cuando el nazi es por fin detenido, un científico estadounidense descubre una discrepancia entre su guion y lo que decían efectivamente los mensajes recibidos. Después de todo, Dios sí está en Marte.

 

Esta película es, para empezar, hija temprana de la Guerra Fría. Chris Cronyn le pregunta a su esposa por qué tiene tanto miedo de que él se comunique por radio con Marte. Ella le responde: "Todo el mundo está asustado. Todas las mujeres del mundo. Todas vivimos con miedo. Miedo. Se ha convertido en nuestro estado natural. Miedo de que nuestros hijos tengan que luchar en otra guerra. O miedo de que se enfrenten a algo peor. Hemos vivido al borde de un volcán toda nuestra vida. Un día, tiene que estallar". Chris intenta consolarla recordándole que la Ciencia ofrece respuestas pacíficas, pero ella le replica: "¿No lo entiendes? La Ciencia ha creado este volcán en el que estamos sentados", refiriéndose a la bomba atómica.

 

La ingenuidad y maniqueísmo políticos de esta cinta de serie B es de tal envergadura que resultan incluso ofensivos. Los soviéticos son malvados, despiadados, un imperio de anticristianos… que resultan derrocados por un levantamiento popular de sus fervorosos ciudadanos. Pero es que no sólo identifica a la Unión Soviética con el mal absoluto, sino que los guionistas encajan además un mensaje religioso nada ambiguo.

 

La alegoría religiosa está articulada de forma tan torpe como la política. El villano ex nazi pronuncia un discurso en el que considera a Satán como el auténtico héroe de la Biblia; Dios se declara abiertamente de parte de los americanos y, al final, los ateos comunistas son destronados por una revolución de cristianos frustrados por no poder adorar a su Dios. La película termina con los líderes estadounidenses reflexionando con gran reverencia sobre el último fragmento del mensaje grabado en Marte (o del mismo Dios) y el presidente citando a los evangelios, concretamente Mateo 25:23: “Su señor le dijo: "¡Bien, siervo bueno y fiel… entra en el gozo de tu Señor." Después, hay un montaje que muestra congregaciones cantando y rezando, culminando en un zoom de la ventana del Despacho Oval que se detiene en los parteluces formando una cruz en la pantalla con unas palabras, “El Comienzo”.

 

En este sentido y para dar contexto a la película, conviene recordar que la década de 1950 fue en Estados Unidos un período de renovado fervor religioso: el carismático reverendo Billy Graham comenzó sus masivas cruzadas cristianas; existía una fuerte sensación de milenarismo, de que el fin del mundo se hallaba próximo, propiciado por la guerra nuclear que iniciarían los comunistas.

 

Esto se refleja perfectamente en la película, donde la Unión Soviética es presentada como un semillero de ateísmo y represión religiosa mientras que, en contraste, se alaba a los EE. UU. como una nación ejemplar en cuestión de familia y valores cristianos. De hecho, la idea de un Dios dirigiéndose a la especie humana a través de la radio ya había sido utilizada no mucho antes en “La Voz Que Escucharán” (1950), dirigida por William A. Wellman y también producto de ese estado de exaltación religiosa en el que vivía parte de la población estadounidense.

 

Como se vería poco después en la conclusión de “La Guerra de los Mundos” (1953), “El Milagro de Marte” ve a la religión como la salvadora del mundo, aquello que alejará a la sociedad del abismo de la guerra, que derribará a los gobiernos comunistas y mantendrá cerrada la caja de Pandora atómica. Sin embargo, la forma en que la película articula su mensaje está a mitad de camino entre la ridícula y exaltada oratoria del siglo XIX y sus referencias al Infierno y las imágenes empalagosamente sentimentales de los hogares felices temerosos de Dios. Además, al parecer Dios habla en inglés y prefiere usar una radio en lugar de manifestarse en la cima del Monte Sinaí. Los tiempos cambian y las deidades se adaptan.

 

Aunque a Balderston le han llovido no pocos palos por el guion de esta película, cabe preguntarse cuánta fue realmente su responsabilidad. Como ya dije, la cinta es una adaptación de la obra teatral que él mismo escribió junto a John Hoare. Lo irónico es que ese fervor religioso que la película trata de alimentar es en la obra teatral el blanco cómico de los ataques del autor. La obra comienza con un mensaje de Marte, que en realidad es un extracto del Sermón de la Montaña y que provoca que las calles de Londres (donde se desarrolla la acción) sean tomadas por cantantes de himnos; un banquero judío intenta hacerse con los derechos exclusivos sobre la Biblia y convierte todos los cines de Londres en iglesias; y un político oportunista se convierte en dictador mundial ondeando la bandera de Cristo. En la obra, el giro sorpresa consiste en que fue un radio operador desde un laboratorio de los Alpes quien envió todos los mensajes religiosos para causar el caos. Linda Cronyn hace estallar el laboratorio para proteger ese nuevo orden mundial religioso basado en una mentira.

 

Cuando se estrenó en el Teatro Cort de Broadway, la obra no gustó demasiado ni a los críticos ni al público. Parte del problema pudiera haber residido en la falta de referentes. La mayoría de los críticos –y del público asiduo al teatro- sólo tenía como referencia de fantasía científica a Julio Verne y en sus artículos para la prensa así la denominaron, lo cual era de todo punto incorrecto. Así que cuando los espectadores potencialmente interesados en una obra con elementos científicos fueron a verla, se sintieron decepcionados puesto que nada tenía que ver con la ciencia o el espacio. La obra fue cancelada después de sólo siete funciones.

 

Entonces, con esos antecedentes ¿cómo acabó saltando a Hollywood?

 

Para responder a eso hay que considerar el estado de ánimo nacional propiciado por la Caza de Brujas que estaba llevando a cabo el senador McCarthy, entonces en su máximo apogeo. Como los comunistas eran ateos, en Estados Unidos se defendieron elementos y discursos que exaltaban la libertad, el patriotismo y el fervor religioso. En concreto, el Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes, controlado por McCarthy, había acusado directamente a Hollywood de ser procomunista y de producir películas que promovían esa ideología. El resultado fueron las temidas "Listas Negras" en las que se incluyeron a directores, guionistas y actores, arruinando las carreras de muchos y obligando a otros a comparecer para inculpar a amigos y conocidos. Ante semejante situación, la mayoría de los estudios produjeron rápidamente una o dos películas claramente anticomunistas para demostrar que las acusaciones de ese Comité no iban dirigidas a ellos. Y ahí es donde entra “El Milagro de Marte”. Quizá la obra teatral hubiera sido un fracaso, pero United Artists pensó que contenía los elementos necesarios para, una vez adaptados a las circunstancias, desviar la atención de los paranoides de McCarthy.

 

“El Milagro de Marte” es una película mal escrita a todos los niveles.  Los unidimensionales personajes no son más que voceros ideológicos que se lanzan a dar pomposos discursos que no pueden sino abochornar al espectador, como ese en el que el Secretario de Defensa le aconseja al Presidente: “No puede enganchar su carro a esa estrella, señor Presidente”, respondiéndole este: “Hemos cambiado de estrella, señor Secretario. Estamos siguiendo la Estrella de Belén”. Lo más increíble de todo es que nadie, en ninguna parte y ni por un solo minuto, cuestiona los pronunciamientos divinos ni piensa que los marcianos, al referirse a su Líder Supremo, podrían no estar refiriéndose en realidad a su gobernante planetario. Pero es que, además, se cometen no pocos errores científicos que deshacen cualquier atisbo de plausibilidad.

 

Para empezar, el Marte que presenta la película responde a la ya por entonces muy superada teoría de Giovanni Schiaparelli de un planeta surcado por canales. Este astrónomo italiano fue el primero en informar sobre estos “canales” en 1877, después de observar una red de líneas rectas en la superficie. El que se interpretaran como canales artificiales probablemente tuvo mucho que ver con el hecho de que en esa época se acabara de completar la construcción del Canal de Suez y se estuviera acometiendo el primer intento de excavar el de Panamá. De hecho, Schiaparelli llamó a las líneas que observó “canali”, que se traduce como “canales naturales” y no artificiales. Una traducción incorrecta al inglés (que distingue entre “Channels”, cursos de agua naturales; y “Canals”, excavados por el hombre) hizo el resto. Quien más contribuyó a difundir la idea de que esas líneas eran canales de irrigación construidos por los marcianos fue el astrónomo estadounidense Percival Lowell. Su hipótesis fue muy discutida incluso en su momento, y en 1920 se desmintió por completo, explicándola como una ilusión óptica producida por telescopios de baja calidad que alineaban los puntos para formar líneas. Que “El Milagro de Marte” regrese a lo que ya por entonces había sido completamente refutado fue sin duda un error, al menos planteando la historia no como una comedia sino como un drama.

 

Otros errores científicos de la película son, por ejemplo, la interpretación incorrecta del número Pi. Aunque la mayoría de los científicos coinciden en que las Matemáticas y, especialmente, la Geometría podrían ser la clave para establecer una forma de comunicación con alienígenas, el uso de Pi requeriría que los marcianos utilizaran un sistema decimal, que es completamente aleatorio dado que fue creado a partir de los diez dedos de nuestras manos humanas y que ni siquiera es el que utilizan todos los pueblos de la Tierra. Las medidas de tiempo, por ejemplo, utilizan un sistema sexagesimal. E incluso si los marcianos tuvieran un equivalente de Pi, no lo necesitarían para dibujar un círculo, como dice la película. Durante milenios, los artesanos sólo han necesitado un trozo de cuerda y un lápiz para trazar círculos perfectos.

 

E incluso si los marcianos, por casualidad, utilizaran el mismo sistema decimal que nosotros, difícilmente ello desembocaría en una comprensión completa y casi inmediata de otros idiomas, como sucede tan a menudo en las películas de CF. Los niños pequeños pueden contar hasta diez, pero eso no les facilita la comprensión de otra lengua humana, no digamos ya conceptos complejos como los que los marcianos transmiten en sus mensajes.

 

Además, Einstein no dividió el átomo como Linda afirma en un momento dado, y las naciones rara vez colapsan sólo por tomar conciencia de ser menos eficaces que otras, como sí sucede en esta película. La razón exacta por la que estalla el caos cuando Marte informa a la Tierra de que cuentan con tecnología mucho más avanzada, no está bien explicada. En otro momento, el presidente norteamericano cita el verso de un poeta: “No hay solución, salvo en la Regla de Oro de Cristo”, y afirma que es de Ralph Waldo Emerson cuando en realidad pertenece al poema “El Problema”, del activista antiesclavista John Greenleaf Whittier, probablemente peor visto por las fuerzas conservadoras a las que la película quería aplacar.

 

La propaganda mal escrita es uno de los peores tipos de cine que pueda verse, porque el productor está dispuesto a disculpar un guion plagado de problemas siempre que se alinee con sus simpatías políticas o religiosas. Cuando es más importante transmitir un mensaje que hacer una buena película, cualquier proyecto está condenado al fracaso. Y ese es el caso de “El Milagro de Marte”.

 

Pero también, siendo una cinta mediocre, ejemplifica bien el estado de ánimo de los Estados Unidos en aquella época, reflejando en un envoltorio de CF los temores e ideología del país –o de una parte del mismo al menos-. “El Milagro de Marte” decepcionará a quienes esperen o exijan platillos volantes, extraterrestres o batallas espaciales con rayos láser. Toda la "acción" tiene lugar en la Tierra y la mayor parte del metraje consiste en diálogos. Los marcianos nunca llegan a verse. Es más una película propagandística que quiere seducir ideológica y espiritualmente al espectador que un thriller de acción.

 

Por otra parte, la película no carece por completo de cualidades. Claramente, cuenta con un presupuesto reducido, pero a pesar de estar rodada casi en su totalidad en un puñado de habitaciones redecoradas, no da la sensación de ser uno de esos dramas de planos cortos que tanto menudearon en la CF de escasos medios. La casa de los Cronyn está tan bien decorada que uno se pregunta si no se filmó en un hogar auténtico. Los decorados están bien realizados, al igual que los aparatos de laboratorio, incluida una enorme pantalla de osciloscopio (o algún chisme parecido), que hicieron su aparición en las películas de CF a principios de los años cincuenta. Los aciertos en el diseño no deberían ser una sorpresa dado que estuvieron a cargo de Charles D.Hall, que había participado en “Tiempos Modernos” (1936), “Luces de la Ciudad” (1931) o “Frankenstein” (1931).

 

El propio director, Oscar Harry Horner, nacido en Austria-Hungría (en lo que hoy sería la República Checa), había trabajado anteriormente como diseñador de producción en varias películas, ganando dos Oscar en esta categoría por “La Heredera” (1949) y “El Buscavidas” (1961). Considerando que “El Milagro de Marte” fue su primera película como realizador, el resultado no puede calificarse como desastroso. Hay cierto estatismo en toda la cinta, aunque los planos están bien compuestos, una virtud esta última probablemente atribuible al director de fotografía, Joseph F. Biroc, que había trabajado con Frank Capra en “Qué Bello es Vivir” (1946).

 

La interpretación actoral es acartonada cuando no más propia de un grupo de aficionados que de profesionales de la industria, en especial en lo que se refiere a los rusos. El actor principal, Peter Graves, se desenvuelve de una forma incómodamente rígida. Andrea King (cuyo verdadero nombre era Georgette André Barry) también era una intérprete respetada y con experiencia que llevaba actuando en Broadway casi quince años y diez en el cine. Desde luego, nadie podría adivinar su talento viéndola gritar sus absurdas frases apocalípticas en esta película, aunque no se la puede culpar del todo dado que hace lo mejor que puede con el material que se le proporciona. Pocos actores podrían haber logrado algo mínimamente sólido con ese papel. La mejor interpretación de la película la ofrece Herbert Berghof como el nazi amargado y alcohólico Franz Calder.

 

Si “El Milagro de Marte” se hubiera planteado como una comedia, habría funcionado mejor y, probablemente, registrado mayor éxito. Pero cuando planteas que Jesús –o Dios- es un marciano y utilizas ese concepto para tratar de construir a su alrededor una solemne fábula político-religiosa, estás bailando con el ridículo.

 

Dicho esto, “El Milagro de Marte” es también un anacronismo fascinante. ¿Podría Jesús ser un marciano? Esa es una idea que podría esperarse quizá en un guion de Quatermass de los 60 o 70, no en una cinta reaccionaria de principios de los 50. Despreciada por muchos debido a su conservadurismo y dogmatismo religioso y su recurso facilón al “peligro rojo”, no puede negársele que fue el único melodrama de CF de los años 50 que se molestó en abordar el impacto social y político de un primer contacto extraterrestre. La mayoría de las películas del género en aquella década incluían, ya lo he dicho, alienígenas a bordo de avanzadas naves que atacaban la Tierra o se infiltraban subrepticiamente entre nosotros para confundirnos y transformarnos. Pero “El Milagro de Marte” dedica algunas de sus más severas críticas a los desesperados responsables de la seguridad nacional, los líderes sindicales egoístas y los compatriotas obsesionados por el dinero.   

 

Por todo esto y por su forma de articular en clave de CF un mensaje de propaganda político-religiosa invitando a la reflexión, “El Milagro de Marte” merece una oportunidad si se es un estudioso del género con la mente abierta, aunque sólo sea para reírse de ella.

 


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