A menudo, las películas de Ciencia Ficción de la década de los 50 del pasado siglo han sido analizadas e interpretadas como alegorías sobre el miedo al comunismo, un reflejo en clave de entretenimiento de las advertencias, incluso paranoia, propiciadas por las autoridades norteamericanas de la época. Hay que decir que los historiadores del cine y de este género en particular han caído no pocas veces en la sobreinterpretación, tendiendo a ver en todas las películas que incluían miedo a un enemigo sin rostro una alegoría de la infiltración comunista.
En no
pocos casos, sin embargo, no había peligro de equivocarse porque productores y
guionistas dejaban su mensaje muy claro. Ahí están como ejemplos, “La Mano
Agresora” (1951), sobre un pueblo que alberga una quinta columna comunista que
planea liberar un virus letal; “Invasión, Estados Unidos” (1952), con un ataque
nuclear ruso sobre el país del título; “The 27th Day” (1957), en la que unos
alienígenas entregaban a cinco personas otras tantas cajas que podrían destruir
del mundo, terminando esos objetos salvando aquellos que buscaban utilizarlos
para el bien y aniquilando a los que no (a saber, los soviéticos); “Rocket
Attack USA” (1958), un falso documental que adoctrinaba sobre la necesidad de
tener unas fuerzas de defensa fuertes para enfrentarse a la amenaza comunista.
Y en esta línea y de forma aún más flagrante, se sitúa “El Milagro de Marte”.
El año 1952 no fue muy propicio para la CF en el cine y “El Milagro de Marte” fue una de sus escasas aportaciones. Vio la luz en primer lugar como una obra teatral escrita en 1932 por John L. Balderston, el coguionista de la obra original en la que se basó el “Drácula” (1931) de Bela Lugosi y en cuyo haber figuran otros clásicos del terror de los años 30, como “Frankenstein” (1931), “La Momia” (1932) o “Las Manos de Orlac” (1935) además de otras como, “El Último Mohicano” (1936) o “Luz de Gas” (1944, por la que obtuvo una nominación al Oscar).
Él mismo, junto a Anthony Veiller (dos veces nominado al Oscar y autor o colaborador de los guiones de películas como “Entre Bastidores”, 1937; “Los Asesinos”, 1946; “Moulin Rouge”, 1952; o “La Noche de la Iguana”, 1964) se encargó de realizar la adaptación a la gran pantalla de esta historia que, como la película “Contacto” (1997) muchos años después, plantea una situación de Primer Contacto con una civilización extraterrestre a través de señales de radio en lugar de la más clásica invasión y aterrizaje de alienígenas a bordo de ovnis. Pero mientras que el agnóstico Carl Sagan hacía que su astrofísica Ellie Arroway estableciera contacto con una suerte de “consciencia” galáctica benigna y poco definida, Balderston imaginó que los mensajes los enviaría directamente Dios.
Un
científico californiano, el doctor Chris Cronyn (Peter Graves) y su muy
religiosa esposa Linda (Andrea King), captan señales de radio provenientes de
Marte gracias a un equipo especial que utiliza una "válvula de
hidrógeno" construido a partir de unos planos capturados a los nazis. Al
mismo tiempo, otro astrónomo, el Dr. Mitchell (Lewis Martin), confirma la
teoría de que las líneas visibles sobre la superficie de Marte son canales de
irrigación y que los marcianos tienen una economía agrícola mucho más avanzada
que cualquier sistema similar existente en la Tierra, siendo capaces de fundir
y regenerar sus casquetes polares a una velocidad increíble. Este
descubrimiento anima a Chris tanto como asusta a Linda.
Tras encontrar un lenguaje común con el que establecer contacto, se descrifan los mensajes enviados por los marcianos, que describen la vida utópica que allí llevan sus habitantes: longevidad de 300 años, ausencia de enfermedades y pobreza, energía ilimitada, alimento para todos… Esta noticia tiene terribles consecuencias sobre las economías occidentales: las bolsas se hunden, los trabajadores convocan huelgas… Todo parece dirigirse de cabeza al caos y el colapso.
Sin
embargo, todo esto no es sino un engaño urdido por un científico ex nazi, Franz
Calder (Herbert Berghof), inventor de la válvula de hidrógeno y que ahora, financiado
en secreto por los soviéticos e instalado en los Andes, hace rebotar en la
ionosfera las ahora famosas señales de radio, en realidad emitidas por él con
el fin de engañar a los receptores y sembrar el caos. Sin embargo, la situación
toma un giro inesperado cuando los marcianos comienzan a criticar a los humanos
por olvidar “el mensaje de amar el bien y odiar el mal” enviado a la Tierra por
su “líder supremo” dos mil años atrás. Ante la estupefacción general, comienzan
a citar la Biblia (la del Rey Jaime, no la católica). ¿Podría el líder supremo
de Marte ser el mismísimo Jesús? ¿O incluso Dios?
Y de este modo, el plan acaba volviéndose en contra del gobierno comunista que lo había propiciado, siendo derrocado cuando intenta impedir que su enfervorizado pueblo practique el culto. Cuando el nazi es por fin detenido, un científico estadounidense descubre una discrepancia entre su guion y lo que decían efectivamente los mensajes recibidos. Después de todo, Dios sí está en Marte.
Esta
película es, para empezar, hija temprana de la Guerra Fría. Chris Cronyn le
pregunta a su esposa por qué tiene tanto miedo de que él se comunique por radio
con Marte. Ella le responde: "Todo
el mundo está asustado. Todas las mujeres del mundo. Todas vivimos con miedo.
Miedo. Se ha convertido en nuestro estado natural. Miedo de que nuestros hijos
tengan que luchar en otra guerra. O miedo de que se enfrenten a algo peor.
Hemos vivido al borde de un volcán toda nuestra vida. Un día, tiene que
estallar". Chris intenta consolarla recordándole que la Ciencia ofrece
respuestas pacíficas, pero ella le replica: "¿No
lo entiendes? La Ciencia ha creado este volcán en el que estamos sentados",
refiriéndose a la bomba atómica.
La ingenuidad y maniqueísmo políticos de esta cinta de serie B es de tal envergadura que resultan incluso ofensivos. Los soviéticos son malvados, despiadados, un imperio de anticristianos… que resultan derrocados por un levantamiento popular de sus fervorosos ciudadanos. Pero es que no sólo identifica a la Unión Soviética con el mal absoluto, sino que los guionistas encajan además un mensaje religioso nada ambiguo.
La
alegoría religiosa está articulada de forma tan torpe como la política. El
villano ex nazi pronuncia un discurso en el que considera a Satán como el
auténtico héroe de la Biblia; Dios se declara abiertamente de parte de los
americanos y, al final, los ateos comunistas son destronados por una revolución
de cristianos frustrados por no poder adorar a su Dios. La película termina con
los líderes estadounidenses reflexionando con gran reverencia sobre el último
fragmento del mensaje grabado en Marte (o del mismo Dios) y el presidente
citando a los evangelios, concretamente Mateo 25:23: “Su señor le dijo:
"¡Bien, siervo bueno y fiel… entra en el gozo de tu Señor." Después,
hay un montaje que muestra congregaciones cantando y rezando, culminando en un
zoom de la ventana del Despacho Oval que se detiene en los parteluces formando una
cruz en la pantalla con unas palabras, “El Comienzo”.
En este sentido y para dar contexto a la película, conviene recordar que la década de 1950 fue en Estados Unidos un período de renovado fervor religioso: el carismático reverendo Billy Graham comenzó sus masivas cruzadas cristianas; existía una fuerte sensación de milenarismo, de que el fin del mundo se hallaba próximo, propiciado por la guerra nuclear que iniciarían los comunistas.
Esto se
refleja perfectamente en la película, donde la Unión Soviética es presentada
como un semillero de ateísmo y represión religiosa mientras que, en contraste,
se alaba a los EE. UU. como una nación ejemplar en cuestión de familia y
valores cristianos. De hecho, la idea de un Dios dirigiéndose a la especie
humana a través de la radio ya había sido utilizada no mucho antes en “La Voz
Que Escucharán” (1950), dirigida por William A. Wellman y también producto de
ese estado de exaltación religiosa en el que vivía parte de la población
estadounidense.
Como se
vería poco después en la conclusión de “La Guerra de los Mundos” (1953), “El
Milagro de Marte” ve a la religión como la salvadora del mundo, aquello que
alejará a la sociedad del abismo de la guerra, que derribará a los gobiernos
comunistas y mantendrá cerrada la caja de Pandora atómica. Sin embargo, la
forma en que la película articula su mensaje está a mitad de camino entre la
ridícula y exaltada oratoria del siglo XIX y sus referencias al Infierno y las
imágenes empalagosamente sentimentales de los hogares felices temerosos de
Dios. Además, al parecer Dios habla en inglés y prefiere usar una radio en
lugar de manifestarse en la cima del Monte Sinaí. Los tiempos cambian y las
deidades se adaptan.
Aunque
a Balderston le han llovido no pocos palos por el guion de esta película, cabe
preguntarse cuánta fue realmente su responsabilidad. Como ya dije, la cinta es
una adaptación de la obra teatral que él mismo escribió junto a John Hoare. Lo
irónico es que ese fervor religioso que la película trata de alimentar es en la
obra teatral el blanco cómico de los ataques del autor. La obra comienza con un
mensaje de Marte, que en realidad es un extracto del Sermón de la Montaña y que
provoca que las calles de Londres (donde se desarrolla la acción) sean tomadas
por cantantes de himnos; un banquero judío intenta hacerse con los derechos
exclusivos sobre la Biblia y convierte todos los cines de Londres en iglesias;
y un político oportunista se convierte en dictador mundial ondeando la bandera
de Cristo. En la obra, el giro sorpresa consiste en que fue un radio operador desde
un laboratorio de los Alpes quien envió todos los mensajes religiosos para
causar el caos. Linda Cronyn hace estallar el laboratorio para proteger ese
nuevo orden mundial religioso basado en una mentira.
Cuando
se estrenó en el Teatro Cort de Broadway, la obra no gustó demasiado ni a los
críticos ni al público. Parte del problema pudiera haber residido en la falta
de referentes. La mayoría de los críticos –y del público asiduo al teatro- sólo
tenía como referencia de fantasía científica a Julio Verne y en sus artículos
para la prensa así la denominaron, lo cual era de todo punto incorrecto. Así
que cuando los espectadores potencialmente interesados en una obra con
elementos científicos fueron a verla, se sintieron decepcionados puesto que
nada tenía que ver con la ciencia o el espacio. La obra fue cancelada después
de sólo siete funciones.
Entonces, con esos antecedentes ¿cómo acabó saltando a Hollywood?
Para
responder a eso hay que considerar el estado de ánimo nacional propiciado por
la Caza de Brujas que estaba llevando a cabo el senador McCarthy, entonces en su
máximo apogeo. Como los comunistas eran ateos, en Estados Unidos se defendieron
elementos y discursos que exaltaban la libertad, el patriotismo y el fervor
religioso. En concreto, el Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de
Representantes, controlado por McCarthy, había acusado directamente a Hollywood
de ser procomunista y de producir películas que promovían esa ideología. El
resultado fueron las temidas "Listas Negras" en las que se incluyeron
a directores, guionistas y actores, arruinando las carreras de muchos y
obligando a otros a comparecer para inculpar a amigos y conocidos. Ante
semejante situación, la mayoría de los estudios produjeron rápidamente una o
dos películas claramente anticomunistas para demostrar que las acusaciones de
ese Comité no iban dirigidas a ellos. Y ahí es donde entra “El Milagro de
Marte”. Quizá la obra teatral hubiera sido un fracaso, pero United Artists
pensó que contenía los elementos necesarios para, una vez adaptados a las circunstancias,
desviar la atención de los paranoides de McCarthy.
“El
Milagro de Marte” es una película mal escrita a todos los niveles. Los unidimensionales personajes no son más que
voceros ideológicos que se lanzan a dar pomposos discursos que no pueden sino
abochornar al espectador, como ese en el que el Secretario de Defensa le
aconseja al Presidente: “No puede
enganchar su carro a esa estrella, señor Presidente”, respondiéndole este: “Hemos cambiado de estrella, señor
Secretario. Estamos siguiendo la Estrella de Belén”. Lo más increíble de
todo es que nadie, en ninguna parte y ni por un solo minuto, cuestiona los
pronunciamientos divinos ni piensa que los marcianos, al referirse a su Líder
Supremo, podrían no estar refiriéndose en realidad a su gobernante planetario. Pero
es que, además, se cometen no pocos errores científicos que deshacen cualquier
atisbo de plausibilidad.
Para
empezar, el Marte que presenta la película responde a la ya por entonces muy
superada teoría de Giovanni Schiaparelli de un planeta surcado por canales.
Este astrónomo italiano fue el primero en informar sobre estos “canales” en
1877, después de observar una red de líneas rectas en la superficie. El que se
interpretaran como canales artificiales probablemente tuvo mucho que ver con el
hecho de que en esa época se acabara de completar la construcción del Canal de
Suez y se estuviera acometiendo el primer intento de excavar el de Panamá. De
hecho, Schiaparelli llamó a las líneas que observó “canali”, que se traduce
como “canales naturales” y no artificiales. Una traducción incorrecta al inglés
(que distingue entre “Channels”, cursos de agua naturales; y “Canals”, excavados
por el hombre) hizo el resto. Quien más contribuyó a difundir la idea de que
esas líneas eran canales de irrigación construidos por los marcianos fue el
astrónomo estadounidense Percival Lowell. Su hipótesis fue muy discutida incluso
en su momento, y en 1920 se desmintió por completo, explicándola como una
ilusión óptica producida por telescopios de baja calidad que alineaban los
puntos para formar líneas. Que “El Milagro de Marte” regrese a lo que ya por
entonces había sido completamente refutado fue sin duda un error, al menos
planteando la historia no como una comedia sino como un drama.
Otros
errores científicos de la película son, por ejemplo, la interpretación
incorrecta del número Pi. Aunque la mayoría de los científicos coinciden en que
las Matemáticas y, especialmente, la Geometría podrían ser la clave para
establecer una forma de comunicación con alienígenas, el uso de Pi requeriría
que los marcianos utilizaran un sistema decimal, que es completamente aleatorio
dado que fue creado a partir de los diez dedos de nuestras manos humanas y que ni
siquiera es el que utilizan todos los pueblos de la Tierra. Las medidas de
tiempo, por ejemplo, utilizan un sistema sexagesimal. E incluso si los
marcianos tuvieran un equivalente de Pi, no lo necesitarían para dibujar un
círculo, como dice la película. Durante milenios, los artesanos sólo han
necesitado un trozo de cuerda y un lápiz para trazar círculos perfectos.
E incluso si los marcianos, por casualidad, utilizaran el mismo sistema decimal que nosotros, difícilmente ello desembocaría en una comprensión completa y casi inmediata de otros idiomas, como sucede tan a menudo en las películas de CF. Los niños pequeños pueden contar hasta diez, pero eso no les facilita la comprensión de otra lengua humana, no digamos ya conceptos complejos como los que los marcianos transmiten en sus mensajes.
Además,
Einstein no dividió el átomo como Linda afirma en un momento dado, y las
naciones rara vez colapsan sólo por tomar conciencia de ser menos eficaces que
otras, como sí sucede en esta película. La razón exacta por la que estalla el
caos cuando Marte informa a la Tierra de que cuentan con tecnología mucho más
avanzada, no está bien explicada. En otro momento, el presidente norteamericano
cita el verso de un poeta: “No hay
solución, salvo en la Regla de Oro de Cristo”, y afirma que es de Ralph
Waldo Emerson cuando en realidad pertenece al poema “El Problema”, del activista
antiesclavista John Greenleaf Whittier, probablemente peor visto por las
fuerzas conservadoras a las que la película quería aplacar.
La propaganda mal escrita es uno de los peores tipos de cine que pueda verse, porque el productor está dispuesto a disculpar un guion plagado de problemas siempre que se alinee con sus simpatías políticas o religiosas. Cuando es más importante transmitir un mensaje que hacer una buena película, cualquier proyecto está condenado al fracaso. Y ese es el caso de “El Milagro de Marte”.
Pero
también, siendo una cinta mediocre, ejemplifica bien el estado de ánimo de los
Estados Unidos en aquella época, reflejando en un envoltorio de CF los temores
e ideología del país –o de una parte del mismo al menos-. “El Milagro de Marte”
decepcionará a quienes esperen o exijan platillos volantes, extraterrestres o
batallas espaciales con rayos láser. Toda la "acción" tiene lugar en
la Tierra y la mayor parte del metraje consiste en diálogos. Los marcianos
nunca llegan a verse. Es más una película propagandística que quiere seducir
ideológica y espiritualmente al espectador que un thriller de acción.
Por
otra parte, la película no carece por completo de cualidades. Claramente,
cuenta con un presupuesto reducido, pero a pesar de estar rodada casi en su totalidad
en un puñado de habitaciones redecoradas, no da la sensación de ser uno de esos
dramas de planos cortos que tanto menudearon en la CF de escasos medios. La
casa de los Cronyn está tan bien decorada que uno se pregunta si no se filmó en
un hogar auténtico. Los decorados están bien realizados, al igual que los aparatos
de laboratorio, incluida una enorme pantalla de osciloscopio (o algún chisme
parecido), que hicieron su aparición en las películas de CF a principios de los
años cincuenta. Los aciertos en el diseño no deberían ser una sorpresa dado que
estuvieron a cargo de Charles D.Hall, que había participado en “Tiempos Modernos”
(1936), “Luces de la Ciudad” (1931) o “Frankenstein” (1931).
El
propio director, Oscar Harry Horner, nacido en Austria-Hungría (en lo que hoy
sería la República Checa), había trabajado anteriormente como diseñador de
producción en varias películas, ganando dos Oscar en esta categoría por “La
Heredera” (1949) y “El Buscavidas” (1961). Considerando que “El Milagro de
Marte” fue su primera película como realizador, el resultado no puede
calificarse como desastroso. Hay cierto estatismo en toda la cinta, aunque los
planos están bien compuestos, una virtud esta última probablemente atribuible
al director de fotografía, Joseph F. Biroc, que había trabajado con Frank Capra
en “Qué Bello es Vivir” (1946).
La
interpretación actoral es acartonada cuando no más propia de un grupo de
aficionados que de profesionales de la industria, en especial en lo que se
refiere a los rusos. El actor principal, Peter Graves, se desenvuelve de una
forma incómodamente rígida. Andrea King (cuyo verdadero nombre era Georgette
André Barry) también era una intérprete respetada y con experiencia que llevaba
actuando en Broadway casi quince años y diez en el cine. Desde luego, nadie
podría adivinar su talento viéndola gritar sus absurdas frases apocalípticas en
esta película, aunque no se la puede culpar del todo dado que hace lo mejor que
puede con el material que se le proporciona. Pocos actores podrían haber
logrado algo mínimamente sólido con ese papel. La mejor interpretación de la
película la ofrece Herbert Berghof como el nazi amargado y alcohólico Franz
Calder.
Si “El Milagro de Marte” se hubiera planteado como una comedia, habría funcionado mejor y, probablemente, registrado mayor éxito. Pero cuando planteas que Jesús –o Dios- es un marciano y utilizas ese concepto para tratar de construir a su alrededor una solemne fábula político-religiosa, estás bailando con el ridículo.
Dicho
esto, “El Milagro de Marte” es también un anacronismo fascinante. ¿Podría Jesús
ser un marciano? Esa es una idea que podría esperarse quizá en un guion de
Quatermass de los 60 o 70, no en una cinta reaccionaria de principios de los
50. Despreciada por muchos debido a su conservadurismo y dogmatismo religioso y
su recurso facilón al “peligro rojo”, no puede negársele que fue el único
melodrama de CF de los años 50 que se molestó en abordar el impacto social y
político de un primer contacto extraterrestre. La mayoría de las películas del
género en aquella década incluían, ya lo he dicho, alienígenas a bordo de
avanzadas naves que atacaban la Tierra o se infiltraban subrepticiamente entre
nosotros para confundirnos y transformarnos. Pero “El Milagro de Marte” dedica
algunas de sus más severas críticas a los desesperados responsables de la
seguridad nacional, los líderes sindicales egoístas y los compatriotas
obsesionados por el dinero.
Por todo esto y por su forma de articular en clave de CF un mensaje de propaganda político-religiosa invitando a la reflexión, “El Milagro de Marte” merece una oportunidad si se es un estudioso del género con la mente abierta, aunque sólo sea para reírse de ella.
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