Puede que una de las razones por las que la figura de Hitler haya ejercido tanta atracción y durante tanto tiempo en tantos escritores de CF es que, durante el siglo XX, hubiera algo de filonazi en las machistas fantasías de poder de una parte del género. El escritor norteamericano Norman Spinrad así lo comprendió y decidió denunciarlo a través de una novela ucrónica, “El Sueño de Hierro”, nominada al Premio Nébula de 1973.
“El Sueño de Hierro” es un libro difícil de comentar. Se trata de una
obra extraña y a menudo incomprendida que es, a la vez, producto de un genio y
un montón de basura ideológica. Y esto es así no por casualidad. Spinrad, un
genio subestimado, sabía muy bien que estaba escribiendo una inmundicia.
Norman Spinrad fue un escritor de CF de espíritu anarquista y progresista que a principios de los años 70 residía en Inglaterra, habiendo encontrado acomodo entre la nueva generación de autores de CF adscritos a la Nueva Ola. Él y su amigo, el editor y autor Michael Moorcock, hablaban un día sobre como construir una novela de Espada y Brujería. A Spinrad se le ocurrió que la naturaleza misma de la CF pulp necesitaba de un buen baño satírico. Hasta aquí, nada raro. Lo extraño es que la mayoría de las sátiras son divertidas, incisivas de una forma humorística. Este subgénero tiene una larga tradición en la CF que va desde Frederik Pohl a Douglas Adams pasando por Kurt Vonnegut. Sin embargo, “El Sueño de Hierro” es una sátira sin una pizca de humor, entre otras cosas porque su autor ficticio, Adolf Hitler, se toma muy en serio lo que escribe.
La obra comienza con una breve semblanza de ese Hitler alternativo. Tras
servir en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial, se asoció
brevemente con el naciente partido nacionalsocialista, el cual abandonó por
considerar ineficaz. En 1919, emigró a los Estados Unidos (consiguientemente,
en ese futuro nunca estalló la Segunda Guerra Mundial) y en la década de los 30
se convirtió en ilustrador muy solicitado por los editores pulp, empezando más
tarde a escribir artículos para fanzines de CF. Según se nos informa, era un
individuo popular entre los aficionados tanto por su trabajo en esas revistas
amateur como por sus ingeniosas bromas en las convenciones. Por desgracia, en
la industria no era considerado más que como un estajanovista sin demasiado
talento y pasó el resto de su vida en condiciones muy precarias.
No fue hasta su muerte por enfermedad (cuyos síntomas hacen pensar en
la sífilis) que le llegó el éxito a través de una obra póstuma, escrita en solo
seis semanas y en la que vertió todas las fantasías de poder y limpieza étnica cultivadas
en Alemania y que nunca desaparecieron de su mente: “El Señor de la Esvástica”,
cuyo texto ocupa la mayoría del volumen, el cual se cierra con un falso ensayo
escrito por un tal Homer Whipple.
La ambientación de “El Señor de la Esvástica” es postapocalíptica. La
mayor parte de la raza humana padece mutaciones inducidas por la radiación
liberada durante una antigua guerra nuclear. Por suerte, hay una nación,
Heldon, donde los Verdaderos Hombres luchan por preservar la pureza genética de
la especie. Uno de ellos es el protagonista, Feric Jaggar, cuya familia,
víctima de ciertas maquinaciones políticas, fue exiliada al impuro país vecino y
obligada a vivir entre la horda de mestizos. “El Señor de la Esvástica“ narra la
historia del regreso de Jagger a Heldon, sólo para encontrarse con una nación
en decadencia donde mutantes y mestizos caminan libremente por las calles, una
situación que le repugna. Enseguida, desenmascara un complot de los mutantes
(dirigidos por telépatas) para apoderarse del país y mancillar la pureza
genética de los últimos Verdaderos Hombres del planeta. Carismático, elocuente
y apasionado, asciende rápidamente al poder enfrentándose primero a un gobierno
corrupto y luego, apoyado por las masas enfervorizadas, uniendo a toda la
nación en una guerra total con la que limpiar la Tierra de subhumanos
genéticos, en especial los que rigen en el maléfico reducto mutante de Zind (obvio
trasunto de la Unión Soviética de nuestra realidad). Al final, Jaggar comienza
incluso un proyecto para colonizar las estrellas mediante clones de sí mismo y
sus puras tropas de élite.
“El Señor de la Esvástica” satiriza no sólo el estilo pulp sino ciertas
tendencias derechistas tanto en las novelas de ciencia ficción como en las de
fantasía, criticando fenómenos como el patriotismo exacerbado o el militarismo,
que constituyen el caldo de cultivo de esas obras y que, en el mundo real,
allanaron el ascenso de Hitler al poder. El grueso del texto, por tanto, no es
sino una larga, tediosa y apasionada diatriba nazi en la que, con un estilo
copiado del habitual en las revistas pulp de los años 30 y 40, se dan cita los
fetichismos, grandilocuencia ofensiva y delirantes fantasías racistas de un
Hitler desatado que, sin embargo, no se alejan tanto de muchas aventuras
clásicas de la CF protagonizadas por hombres fuertes que se lanzan a la acción
desmesurada, librando batallas y más batallas, con una ausencia total de
mujeres, enemigos que son criaturas inferiores y degeneradas, fetichismo de
uniformes y armas y la defensa de violencia como única forma de resolver los
problemas.
En su libro de ensayos “Science Fiction in the Real World” (1990), el
propio Spinrad señalaría: “Para
asegurarme de que hasta el lector históricamente ingenuo o totalmente ignorante
entendiera la idea [de que de ninguna manera respaldo el fascismo], adjunté un falso análisis crítico de “El
Señor de la Esvástica”, en el que un pedante tendencioso explicaba la
psicopatología de la historia de Hitler con palabras de una sílaba. Casi todo
el mundo entendió la idea…”. Pero en ese “casi” no entraron muchos miembros
de la comunidad de escritores y aficionados, que se sintieron ofendidos por la
acusación implícita en “El Sueño de Hierro” de que, de algún modo, la CF fue
cómplice del fascismo. Aunque Spinrad fue nominado al Hugo
en 1970 por “Incordie a Jack Barron” (otro hito de la Nueva Ola que, en su
momento, causó cierta polémica), no sorprende –y hasta ratifica su crítica al
fandom- que no lo volviera a ser tras la publicación de “El Sueño de Hierro”.
Hubieron de pasar bastantes años antes de que el rencor se hubiera disipado lo
suficiente como para permitirle presidir la Science Fiction and Fantasy Writers
of America (SFWA), en dos ocasiones, de 1980 a 1982 y de 2001 a 2002.
La guinda del pastel la añade Spinrad informándonos de que “El Señor
de la Esvástica”, en esa realidad alternativa, ganó póstumamente el premio Hugo
de 1954 (que en nuestra realidad fue concedido a “Fahrenheit 451”), enfatizando
todavía más su tesis de que la CF y su fandom ocultan una ideología totalitaria
bajo la fachada de sus heroicas ficciones. No es difícil imaginarse a ese
Hitler como un fanático de la CF, un tipo tan entusiasta como aburrido que
acorrala a sus víctimas en las convenciones parloteando sin parar sobre sus
ideas mientras éstas asienten cortésmente buscando una escapatoria. A veces,
este tipo de gente, como el Hitler escritor de esos años 30, cae en gracia. En
la semblanza del personaje que abre “El Sueño de Hierro” se nos dice que, tras
recibir el Premio Hugo “El Señor de la Esvástica”, los elegantes uniformes de
cuero negro omnipresentes en sus páginas se pusieron de moda: “Más importancia tiene la popularidad del
libro y el hecho de que la svástika y los colores inventados en la obra fueran
adoptados por un espectro de grupos y organizaciones sociales tan amplio como
la Legión Cristiana Anticomunista, distintas «pandillas de motociclistas al
margen de la ley», y los Caballeros Norteamericanos de Bushido. Evidentemente
esta obra de ciencia ficción ha tocado cierta cuerda de la mente contemporánea
no comunista, y por eso m
ismo ha interesado mucho más allá de los límites estrechos
del género de la fantasía
científica”. Esta ridícula idea,
lamentablemente, no parece tan inverosímil como nos gustaría.
La premisa metaficticia con la que arranca la obra es original y
prometedora: una novela dentro de otra que, a su vez, pertenece a una realidad
alternativa. El problema es que la novela de Hitler es una lectura pesada y
difícil. Hitler, incluso con la ayuda de Spinrad, resulta ser un autor de
ciencia ficción terrible. Por más interesante que sea el metacomentario, no
deja de ser una fantasía fascista pergeñada por un moribundo desequilibrado y
amargado. El ascenso de Jaggar al poder y sus campañas en pro de la expansión
de la raza aria se narran a base de repetitivos pasajes teñidos de violencia
exaltada y fanatismo que no pueden sino aburrir y asquear al lector, quien,
además, al adivinar con facilidad el desarrollo y desenlace de este delirio, caerá
casi inevitablemente en el aburrimiento. Constando de más de 200 páginas, la
novela dentro de la novela bien podría haberse recortado a la mitad, ahorrando
al lector muchos de los desarrollos predecibles, evitando caer en la tediosa
reiteración de ciertos pasajes y elementos y, no menos importante, igualando la
extensión que solían tener las historias de la Edad de Oro que satiriza.
Spinrad está más que dispuesto a que el mensaje llegue alto y claro y
para ello no le importa perder sutileza. Feric Jagger justifica el cínico
asesinato del líder de los Hijos de la Esvástica, Stag Stopa, del mismo modo
que Hitler lo hizo con el de Ernst Rohm, comandante en jefe de las SA. El autor
nos obsequia con constantes referencias a mutantes que orinan y defecan
incontrolablemente; un futuro en el que “fanatismo” es un término elogioso; las
maniobras militares se llevan a cabo como si fueran un desfile y las batallas
una ópera; hay recurrentes y obsesivas menciones a los colores rojo, blanco y
negro y a las esvásticas (que adornan incluso las baldosas del suelo); y el
genocidio y la esterilización forzada se presentan como actos misericordiosos. Spinrad
copia también la prosa histriónica y obsesiva de Hitler en “Mein Kampf”,
volviendo una y otra vez sobre ciertas obsesiones como la superioridad aria, la
absoluta carencia de cualidades positivas entre los mutantes, el fetichismo por
el cuero negro y las antorchas, las demostraciones multitudinarias de poder
ante masas entregadas…
Pero quizá lo más llamativo e hilarante sea la obvia imaginería sexual presente en toda la novela: motocicletas con sus palpitantes motores vibrando entre las piernas de los conductores; el homoerotismo apenas disimulado entre Feric Jagger y Best; el ejército de Helder penetrando las formaciones de Zind; las formas fálicas de torres y cohetes; la escena final de los clones de Jagger, su “semilla”, ascendiendo a las estrellas en un cohete como metáfora de una eyaculación; y los omnipresentes garrotes que portan los Verdaderos Hombres. Aunque cuentan con tecnología avanzada, los soldados de Helder prefieren ir al combate con esos palitroques, siendo el de Jagger, por supuesto, el más impresionante y poderoso (de hecho, es una suerte de talismán cuasimístico, un Excalibur nazi).
Pero todo lo que de monótono y estomagante tiene “El Señor de la
Esvástica” lo compensa el interesante epílogo pseudoacadémico de Homer Whipple,
en el que analiza pormenorizadamente al Hitler autor. Reconoce, expone y amplía
cada uno de los problemas que lastran la novela precedente, destrozándola junto
con su autor de la forma más intelectual imaginable. El comentarista se siente
incapaz de seguir la corriente de elogios que ha recibido esa obra por parte de
crítica y público, considerándola un horror: “Ha de reconocerse que la novela tiene cierta fuerza tosca, en muchos
pasajes; pero esa cualidad podrá atribuirse más a la psicopatología que a una
habilidad literaria consciente y vigilada (…) la novela revela contradicciones
internas aun en el nivel más grosero de la ciencia ficción comercial,
indicaciones claras de que el contacto del autor con la realidad era cada vez
más tenue, a medida que iba comprometiéndose con sus propias obsesiones,
mientras escribía algo que había comenzado sin duda como otro mero producto
comercial..”
En cuanto al protagonista, proyección del propio autor, Whipple afirma
que: “Por supuesto, un hombre así podría
conquistar el poder sólo en las fantasías extravagantes de una novela
patológica de ciencia ficción. Pues Feric Jaggar es esencialmente un monstruo:
un psicópata narcisista de obsesiones paranoicas”. Por otra parte, descarta
las implicaciones ideológicas de la novela como un simple fantasma de la
imaginación, no una obra que exponga un pensamiento potencialmente peligroso.
Además, los acontecimientos narrados en “El Señor de la Esvástica” no coinciden
en absoluto con la línea temporal alternativa de Whipple, así que su análisis
se tambalea tratando de conectar los principales actores y países con lo que
representan. Pero, por supuesto, todos sabemos que Hitler efectivamente mató a
millones y sumió al mundo en una guerra larga y terrible.
En “El Sueño de Hierro”, Spinrad consigue algo interesante y original
en el subgénero de las ucronías: adoptando un estilo netamente pulp, escribe
como Hitler, ampliando muchos aspectos ya conocidos de su personalidad pero
convirtiendo su perfil de líder nacional, carismático, poderoso e influyente en
el de un autor frustrado que propaga la misma ideología pero convertida en
fantasías desatadas en sus escritos de ficción. En este sentido, hay que
elogiar la idea de Spinrad y lo hábilmente que supo desarrollarla. Por
desgracia, los delirios fascistas de este Hitler alternativo no ofrecen una ficción
entretenida ni convincente y las pocas más de trescientas páginas del libro
pueden hacerse algo excesivas. Por otra parte, la sátira del estilo pulp pudo
tener más significado para los contemporáneos, pero hoy, setenta y cinco años
después de que ese tipo de literatura empezara a decaer, queda demasiado atrás
para los lectores modernos.
Lo cierto es que la punzante sátira –y denuncia- que Spinrad hizo de cierto tipo de CF, cayó en saco roto porque tan solo cinco años después triunfaría por todo lo alto precisamente una obra modelada bajo los mismos parámetros que él denunciaba: “Star Wars”.
En conclusión, “El Sueño de Hierro” es una sátira tan contundente que
entra en el terreno de la abierta crítica. Es irreverente e inteligentemente subversiva
(esto es, no rebelde por el simple hecho de serlo), desafiando las concepciones
del lector sobre la supuesta inocencia de la CF antigua al tiempo que deconstruye
a los héroes pulp, desde John Carter a Flash Gordon, cuestionándose quiénes son
realmente los villanos de ese tipo de historias. El fragmento correspondiente a
“El Señor de la Esvástica” cumple su propósito, pero, al final, es más una
reacción que una obra con entidad propia. Por lo tanto, son las últimas quince
páginas de “El Sueño de Hierro”, las que ofrecen el comentario crítico a todo lo
anterior, las que validan la novela y le dan auténtico sentido. Recomendada
para para los amantes de las ucronías (siendo, dentro de ellas, única en
tanto en cuanto nos ofrece una obra literaria de un mundo alternativo escrita
por una versión alternativa de un personaje de nuestra Historia), la ciencia
ficcion metaficcional y el subgénero satírico.
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