(Viene de la entrada anterior)
El quinto y último volumen de la serie, que comprende los números 41 a 50 de la colección original más un especial, concluye la crónica del mandato del alcalde de Nueva York, Michell Hundred, narrando los traumáticos acontecimientos que marcaron su último año en el puesto además de ofrecernos un vistazo a su no muy ejemplarizante futuro.
Las razones por las que “Ex Machina” tuvo éxito y sigue siendo hoy, un
cuarto de siglo después, una lectura muy disfrutable, son las mismas por las
que triunfó “Y: el Último Hombre”. Vaughan es un guionista que no teme abordar
cuestiones de calado o temas complejos, pero tampoco se ata a ellos. Nunca se
tiene la sensación de que la historia esté centrada en subrayar un punto en
concreto o que el autor la utilice preferentemente como plataforma para airear
su ideología. Simplemente, las ideas, los diálogos y los sucesos dimanan
orgánicamente de una historia que fluye con un ritmo muy bien medido.
De hecho, Vaughan se atreve aquí a jugar con la ambigüedad en mucha
mayor medida de lo que lo había hecho en “Y: el Último Hombre”. En esta última,
la pandemia que eliminó del planeta a las criaturas de sexo masculino, no era
mas que un recurso argumental, una herramienta con la que empujar al
protagonista varón en su viaje de maduración al tiempo que con la que hacer un
comentario sobre cuestiones de género. La plaga nunca necesitó de una
explicación adicional y, claramente, Vaughan no estaba dispuesto a ofrecerla.
Quienes leyeron el comic creyendo que el misterio central a resolver era el
origen de la pandemia, se sintieron decepcionados, porque ésta no era más que
una preparación para contar lo que realmente le importaba al autor.
En cambio, los misterios y ambigüedades con que nos deja Vaughan al
término de “Ex Machina” son mucho más profundos. El guionista relaciona ahora
la subtrama de la “invasión” extradimensional con sus propias ideas respecto a
la naturaleza de la política. Desde hace más de un siglo (concretamente, desde
“La Guerra de los Mundos”, 1897, de H.G.Wells), las historias de invasiones
extraterrestres (o, como en este caso, extradimensionales) han servido para
articular metáforas del colonialismo. De esa política imperialista y
colonialista nacieron los Estados Unidos y su sistema democrático, que (incluso
hoy) rara vez reconoce a los residentes originales del país. “¿Fue una ‘invasión’ lo que arrebató esta
tierra a esos salvajes, o fue el destino?”, le pregunta uno de los villanos
a Mitchell, quien no parece estar seguro de qué responder.
“Ex Machina” se pregunta si los días de las invasiones y ocupaciones de tierras realmente han terminado. La colección, por ejemplo, trató en uno de sus arcos argumentales la invasión de Irak y ahora sugiere que algo mucho más sutil ha venido ocurriendo en el propio territorio de Estados Unidos. No se trata de una invasión violenta que recurre a la guerra y la destrucción; tampoco el delirio de Phearson, némesis de Hundred, de entregar el planeta a los animales. Es algo mucho más insidioso que consiste en la asunción del poder por parte de una nueva clase de personas, una revolución política sutil a cuyo lomo ascienden aquellos que, como Mitchell, evitan los debates y los acuerdos prefiriendo manipular y persuadir. Mitchell no gana debates, sino que recurre a trucos inteligentes con los que llevarse el gato al agua.
No niego que Mitchell sea un administrador eficaz –de hecho, su actitud
a la hora de abordar los problemas es la propia de un ingeniero, no de un
político–, pero sí que es, en su papel institucional, tóxico para la democracia
tal y como la entienden los estadounidenses. Se presenta como el sustituto del
obsoleto sistema bipartidista. Cuando se plantea la cuestión del aborto, algo
que los votantes consideran muy importante y sobre el que exigen pronunciarse a
sus funcionarios electos, Mitchell comenta: “Después de cuatro años logrando esquivar ese marronazo, ¿Ahora quieres
que empiece a utilizar el dinero de los contribuyentes en píldoras abortivas?”.
Argumenta, y es razonable, que “los
servidores públicos deben intentar evitar la política genital y concentrarse en
hacer bien sus mierdas”.
Sin embargo, es aquí donde vuelve a asomar el cinismo de Hundred. Uno
de sus amigos más cercanos le reprende por las excusas que pone y su recurso a
la táctica de tergiversar todo para que suene tan altruista como sea necesario
para mantenerse ideológicamente “limpio”: “Puedes
hacer que todo esto parezca tan desinteresado como quieras, pero es bastante
evidente que te estás moviendo hacia el centro porque quieres ser presidente”.
No es una crítica infundada.
Tampoco quiere decir esto que Mitchell sea una mala persona o que sus ideas no tengan validez. De hecho, sus posiciones políticas son astutas, imparciales, y probablemente mucho más honestas que algunas de las tácticas adoptadas por políticos más tradicionales. Por ejemplo, es digno de admiración que decida no presentarse a un segundo mandato para poder así concluir las medidas que quería implementar durante el primero sin tener que preocuparse por la reelección. Tal vez la política mejoraría si más de sus practicantes adoptaran esa filosofía. Igualmente, su decisión respecto a la Zona Cero es tan emotiva como racional. Incluso demuestra tener madera de auténtico héroe cuando, en mitad de la carnicería que se desata en Nueva York hacia el final de la serie, se lanza desinteresadamente a la contienda para ayudar a salvar vidas.
De hecho, Vaughan revela que Mitchell está mucho más comprometido con
su causa de lo que podríamos haber esperado; tanto que está dispuesto a cometer
pecados imperdonables. Por ejemplo, presiona a su amigo Bradbury para que
cargue con la culpa que le corresponde a él; y se le acusa de ser un
delincuente que logró “robar las elecciones” utilizando un dispositivo
“alienígena” capaz de subyugar a la población. Pero es que, además y tal y como
se descubre, el “anulador”, el artefacto que fabricó y entregó a Kremlin para detenerlo
si alguna vez perdía el control y que la ONU utilizó también para asegurarse de
que sus poderes no interferían con la tecnología electoral, resulta ser una
farsa, una maniobra publicitaria.
Vaughan, muy hábilmente, le hace al desconcertado lector preguntarse
cuánto de todo esto es achacable al propio Mitchell y cuánto a la influencia “alienígena”
que ha penetrado parcialmente en él y le ha otorgado sus poderes sobre la
tecnología. "¿Qué he hecho? ¿Qué he
hecho?", se pregunta Mitchell después de cometer un acto
verdaderamente terrible e imperdonable que demuestra hasta dónde es capaz de
llegar para protegerse. Antes de eso, su madre le reprende a Kremlin: “¿Por qué sigues actuando como si Mitchell
fuera una especie de amenaza?” ¿Recuerdas cuando se echaba a llorar con las
escenas violentas de los dibujos animados? ¿Cuándo estaba en el instituto? Ese
chico es el alma más delicada que esta mierda de ciudad haya producido nunca”.
Y, sin embargo, está hambriendo de poder y por eso la villana
proveniente de otra dimensión le provoca diciéndole: “Te conozco Hundred. Conozco tus más oscuros secretos. Sé que sabes que
mereces dirigir algo más que esta mierda rutinaria y esta burocracia sin
sentido”. Y él, sin duda y como demuestra su momento de vacilación, así lo
cree. Cuando él la mata finalmente enviándola de vuelta a su dimensión, le revela
la que quizá sea la verdad más importante de la serie: "Soy un político. Miento". Esas dos
palabras arrojan sobre todo lo ocurrido una luz completamente diferente.
"Miento". ¿Sobre qué ha mentido durante todo ese tiempo? No es que
esta revelación sea tan sorprendente, por supuesto. Todo el mundo miente, todo
el tiempo. Pero hay un matiz importante en la declaración de Hundred, y es que está
vinculando sus mentiras a la política y el poder.
La política corrompe. Incluso el alma del más entusiasta bienintencionado acaba siendo triturada en mayor o menor medida por el sistema, renunciando a sus principios y valores a cambio de unos cuantos votos más y mayor apoyo popular. Mitchell ha acabado su mandato mancillado por todo lo que ha tenido que vivir y Vaughan no esquiva mostrar el cinismo frío y calculador que, o bien fue cultivando durante su periodo en el cargo, o bien se lo impuso el mecanismo alienígena que le dio sus poderes… o bien siempre estuvo allí, esperando tan sólo una oportunidad para emerger.
A la luz de lo que se revela en este quinto volumen, se abren dos
formas distintas de reinterpretar todo lo visto anteriormente: la primera es
ver a Mitchell Hundred como un superhéroe y animal político honorable y
preocupado por el bienestar de sus conciudadanos; la segunda, como un agente
encubierto de un enemigo oculto originario de otra dimensión. El que ambas
visiones del personaje se encuentren inextricablemente entrelazadas y nunca
llegue a disiparse la ambigüedad es uno de los principales logros de este comic.
Lo que sucede “Vicio", el último número de la colección, no es
más que la prolongación y evolución lógica de la visión de Hundred como un
político cínico y egoísta. Vemos cómo su asociación con él ha destrozado la
vida de Rick Bradbury, privándole de familia, trabajo, autoestima y futuro.
Tras haberse dedicado por completo a Hundred cuando éste obtuvo los poderes y
se convirtió en la Gran Máquina, su sacrificio personal no desmereció en nada
al de aquél durante los ocho años que duró su asociación. Su lealtad fue
inquebrantable en todo momento, llegando a asumir la culpa que debería haber
recaído en su amigo y jefe. Y, cuando en su punto más bajo, acude a Hundred
suplicándole ayuda, éste lo descarta como si fuera basura. Quien fuera una vez
un amigo y socio de valor incalculable, ahora se ha convertido en una carga.
Utilizó a Bradbury como un escalón y luego como chivo expiatorio en su ascenso
al poder, pero ahora ya no le sirve de nada. Incluso los mafiosos y pandilleros
son más honorables.
La terrible escena de Bradbury palidece ante la siguiente, en la que Hundred se enfrenta a Kremlin, el hombre que en gran medida lo crió, su amigo más antiguo, un tercio del equipo de la Gran Máquina. Quizá al principio solo quería disuadirlo de hacerle chantaje, pero al final decide matarlo para cerrarle la boca para siempre y que no salga a la luz el fraude electoral.
La moraleja es clara: los políticos mienten, engañan, roban e incluso
matan con tal de ganar y conservar el poder. Son, simplemente, una clase no tipificada
de criminales. Algunos son corruptos y sirven a los deseos de terceros a cambio
de poder (o de la ilusión de poder); otros se arrastrarán sobre quien sea
necesario en su camino hacia la cima. Pero todos presumen de tanta honradez
como carecen por completo de la misma. Esta es, sin duda, una visión cínica y
amargada de la vida. Probablemente existan funcionarios electos que sólo
anhelen servir y alcancen su puesto sin malas tretas. Pero Mitchell Hundred, a
la postre, no es de esos. A pesar de todos los discursos que haya podido hacer
invocando la protección de la ciudad, el país o la especie humana, su fin
último siempre fue el poder. Y, al final, el único superhéroe del mundo, que
utilizó sus poderes para obtener el máximo poder político, que lo sacrificó
todo, incluidos sus amigos y a él mismo, termina sin el poder que anhelaba.
La segunda interpretación que comentaba es que cada una de las
acciones que ha realizado Mitchell Hundred desde que se convirtió en La Gran
Máquina ha respondido a una programación oculta al servicio de los villanos
extradimensionales. Su poder sobre las máquinas fue creación de una versión de
sí mismo procedente de un universo alternativo cuya intención era apoderarse del
de Hundred. En el multiverso existen infinitas versiones de Hundred que,
voluntariamente, allanaron el camino a estas fuerzas conquistadoras.
“Hundred-prime”, la mente maestra y directora de todas las Grandes Máquinas, le deja muy claro a su nueva víctima su papel: "Siempre has sido un embajador para nosotros. He estado en cientos de branas en el Bulk, y por cada paralelo en el que intentabas detenerme, había dos donde estabas el primero de la fila para ayudar (…) No soy tu reflejo, Mitchell. Yo soy él, como tú eres él y tú eres yo. Y estamos todos juntos”.
Hundred demuestra, a lo largo de toda la serie, una cierta rebeldía. A
cada paso, parece defraudar las expectativas de sus amos. Le dieron
superpoderes con el único propósito de allanar el camino para una toma de
control interdimensional. Pero cada vez que alguien intenta explicarle el
origen y propósito de sus poderes, lo rechaza de plano. No parece importarle.
No es descabellado creer que sea inmune a la programación que sí controla a
otros, como Pherson, Padilla y casi todas las demás versiones de sí mismo en
universos alternativos; que este Mitchell Hundred sí quiere detener la invasión
y salvar su mundo. Al fin y al cabo, interviene decisivamente en los ataques
terroristas del 11-S y detiene la invasión extradimensional.
Pero, ya lo he mencionado antes, cuando Padilla le ofrece la posibilidad de gobernar a la humanidad en nombre de los invasores que les otorgaron sus poderes, Hundred responde negativamente, sí, pero no sin antes vacilar. No es un “no” propio de un héroe de acción con las ideas muy claras, sino uno reflexionado y vacilante. Claramente, valora la oferta de Padilla y si la rechaza es porque considera que, a la postre, puede significar su muerte. Pero la toma en cuenta y ese detalle es muy ilustrativo del heroísmo de Hundred, marcado por una debilidad muy humana pero que, puesto a prueba, es capaz de sobreponerse y rechazar el poder.
Por desgracia, cualquier destello sobre la honradez y virtuosismo de
Hundred queda anulada por lo que ocurre en “Vicio”. Pretende el poder máximo,
la presidencia de la nación, justificándolo como única forma de detener la
próxima intentona de los invasores extradimensionales. Tal vez vea sus actos
justificados por los fines a los que aspira. Reniega de Bradbury y asesina a
Kremlin. ¿Fueron “actos políticos” o consecuencia de su programación?
Todo lo que hace Hundred en la serie puede interpretarse como fruto de la programación oculta de sus creadores. Hace referencia varias veces a visiones y sueños, que bien podrían provenir de los circuitos extradimensionales que se fusionaron con su cerebro. Todo lo que diseña, desde el equipo de la Gran Máquina a la pistola de rayos que abre la puerta al otro universo o la Caja Blanca con la que manipuló las elecciones, fueron un eco de esa programación. En fin, que no es solo el típico político intrigante sino un agente enemigo encubierto que trata de rebelarse contra una programación que ignora.
Pero esa posibilidad tampoco le absuelve. Cuando mata a Kremlin, es
casi como una respuesta automática disparada desde su interior. Mira el cuerpo
de su antiguo amigo con incredulidad. Casi no puede creerse lo que ha hecho.
Sin embargo, incluso si fue alguna influencia externa que desde el interior de
su mente lo llevó a apretar el gatillo, lo hizo solo cuando sabía que estaba a
salvo de ser descubierto. Y deja que su amigo caído se pudra, solo y olvidado.
Se trate de una programación encubierta o una cuestión de despiadada supervivencia
política, la complicidad de Hundred es innegable.
Sea como sea, ese número final obliga al lector a reconsiderar todo lo que ha visto y creído hasta ese momento.
Pero más allá de las reflexiones sobre la vida política y la
caracterización del protagonista, este último volumen de “Ex Machina” también
nos ofrece una narración inteligente, divertida y emocionante en la que ocurren
múltiples cosas simultáneamente. Por ejemplo, el sustrato sobre el que se apoya
la trama de los invasores extradimensionales, con una sonda cuyas “instrucciones de uso son para comunicarse solo
en las supersticiones predominantes de la división del objetivo”, lo que en
el caso de nuestra Tierra es la religión, la ideología y las creencias
dominantes. Es una idea muy interesante derivada de la Tercera Ley de Clarke
que relaciona la fantasía con la ciencia.
En este volumen, Vaughan decide posicionarse favorablemente respecto a
la figura del superhéroe. A lo largo de la serie, nunca quedaba del todo claro
si estaba realizando un ejercicio de deconstrucción del concepto superheroico
como fuerza del Bien o si, por el contrario, abogaba por la validez del mismo. Tal
vez sea algo demasiado complejo como para encajar fácilmente en cualquiera de
esas dos categorías, pero en cualquier caso es refrescante ver en el clímax un
encadenamiento de tropos del género, introducidos de forma natural y coherente
con la historia y no enchufados a la fuerza para congraciarse con los lectores:
la recurrente reaparición de la némesis; la existencia de una Tierra paralela
que es una versión “oscura” de nuestra realidad; villanos capaces de volar porque
sí; el héroe de civil que se abre su camisa al estilo del clásico Superman para
indicar su paso a la identidad “secreta”; una variación del archiconocido “Es
un pájaro, es un avión…”; y un clímax muy apegado a los parámetros del género.
Pero, al mismo tiempo, Vaughan se niega a finalizar la serie de una
forma falsamente exultante e incoherente con la deriva del personaje. De hecho,
el último número probablemente dejará a muchos lectores con una sensación de
amargura. En sus primeras páginas, el guionista nos ofrece a través de las
palabras de un Hundred meditabundo y cariacontecido, una reflexión sobre la
naturaleza de los comics de superhéroes y la razón por las que resultan tan
atractivos: “Los finales felices son una
puta patraña. Sólo hay pausas felices. Si sigues cualquier historia hasta su
verdadero final, siempre encuentras lo mismo. Pesar. Dolor. Pérdida. Por eso me
gustan los comics de superhéroes. Mes tras mes siguen adelante. Da igual las
cosas terribles que ocurran, siempre sabes que habrá otra oportunidad para que
lo malo termine bien. Es como si, sin un último acto, esas historias nunca
llegaran a convertirse en tragedias. Supongo que por eso los llaman comics.
Pero en el mundo real, no hay cosas como las batallas sin fin, ¿no? Tarde o temprano,
alguien gana. Y todos los demás pierden”. “Vicio” es la antítesis de la
mayoría de las ficciones superheroicas, mostrando específica y explícitamente
el cambio, la muerte y la pérdida, saltando años hacia el futuro para poner en
cuestión nuestras percepciones iniciales y destrozar el statu quo.
“Ex Machina” es un comic que, a través de una lente correctora de las
deformidades propias del género superheroico, nos habla del poder. Pero no solo
de los superpoderes de los héroes del comic, sino también del poder político, examinando
sus consecuencias sobre quienes lo buscan a toda costa, sean o no honradas sus
intenciones iniciales. En estas páginas y apoyado por el extraordinario dibujo
de Tony Harris, Vaughan explora no sólo la naturaleza de los superhéroes y las
dificultades que tendrían éstos de vivir en un mundo más parecido al nuestro,
sino cuestiones de alcance moral, ético, filosófico y político que siguen
estando tan vigentes hoy como cuando el comic se publicó por primera vez.
Igualmente sobresaliente es la caracterización de los personajes. Mitchell Hundred es mucho más que un alter ego genérico de un glorioso superhéroe. Es un individuo vivo, con aspiraciones, conflictos, traumas e inseguridades propias y derivadas de su pasado. Le rodea un elenco muy variado de secundarios igualmente realistas y carismáticos que no se limitan a dar la réplica conveniente a cada momento sino a debatir y expresarse con sus propias y diferenciadas voces.
Un comic, en fin, entretenido y eficaz como historia de superhéroes, drama y thriller político e historia de ciencia ficción, que no defrauda en su ambición y que bien podría recomendarse especialmente a quienes a estas alturas todavía piensen que el género de superhéroes es tan solo un escapismo adolescente incapaz de abordar temas de calado.
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