“Antiviral” es una película sucia, incómoda, rara, desconcertante, incluso grotesca. No es para aprensivos. Y esto lo digo en el buen sentido, porque también es una cinta inteligente dentro del lúgubre panorama que propone. Se trata de una inquietante exploración de la relación que mantiene el público y los medios con los famosos y hasta dónde son capaces de llegar las personas para crearse la ilusión de estar cerca de sus ídolos.
En un
futuro cercano, el culto a la fama y a los famosos ha alcanzado tal nivel que
la gente paga para inyectarse en sus propios cuerpos virus que han afectado
previamente a sus ídolos. De esta manera, pueden compartir la “experiencia” de
su amado modelo y fantasear con él/ella a un nivel, literalmente, visceral. En
un momento dado, al principio de la película, el protagonista se prepara para
infectar a un joven con una cepa de herpes extraído directamente de una bella
famosa. Le pregunta a su cliente en qué lado del labio quiere la inyección: “Si te hubiera besado, sería en el lado
izquierdo”, le dice al cliente, a lo que éste accede ansioso. La enfermedad
le va a permitir al muchacho alimentar sus más oscuras fantasías románticas: llevar
sobre y dentro de su cuerpo algo que estuvo en el de su idolatrada actriz y
jugar con la fantasía de que intercambió saliva y células virales con alguien
“importante”.
Syd March (Caleb
Landry Jones) es uno de los vendedores de una de las principales empresas de
ese nauseabundo nicho de negocio, la Clínica Lucas. Vende e inocula virus no
letales (gripes, herpes…) a clientes obsesionados con los famosos que la
Clínica representa en exclusiva. Son virus recogidos directamente del famoso
por parte del personal del centro y tratados con una tecnologia que les imprime
una suerte de DRM, un sistema de protección contra la copia que,
consecuentemente, los vuelve no contagiosos.
Syd se
dedica también a sacar ilegalmente de las instalaciones de la clínica muestras
de los virus, eliminarles el DRM con una máquina que ha robado de los almacenes
de la empresa y que esconde en su domicilio, y luego venderlos a un traficante
que los copia y distribuye en un mercado clandestino. El problema es que para
esquivar los sistemas de detección que todos los empleados de Lucas tienen que
atravesar al terminar la jornada, se ve obligado a inyectarse el virus en su
propia sangre y luego “recuperarlo” extrayéndose una muestra de sangre ya en su
casa. Esto lo sitúa en un perpetuo estado febril, de agotamiento y náusea.
Un día, lo
envían al hotel donde se aloja la famosa más popular y mejor proveedora de
Lucas, Hannah Geist. Al parecer, ha enfermado y Syd debe tomar una muestra del
virus. Como de costumbre, escamotea una parte y se la inyecta a sí mismo. Esta
vez, enferma más rápida y gravemente y pronto se entera de que Hannah ha
fallecido. Syd descubre que el virus fue diseñado por una empresa rival y ahora
él, único superviviente –por el momento-, es el valioso portador de un
microorganismo buscado por diferentes individuos con intereses diversos.
Tras su
estreno en el Festival de Cannes y su paso por otros certámenes, “Antiviral”
fue una película de la que se habló bastante en su momento. Como casi cualquier
artículo que la comenta, digamos aquí que fue el debut como director de Brandon
Cronenberg, hijo del famoso director de culto David Cronenberg al que los
aficionados al género fantacientífico le deben una buena colección de clásicos:
“Scanners” (1981), “La Zona Muerta” (1983), “La Mosca” (1986), “Una Vez en la
Vida” (1988)… Brandon había trabajado antes con su padre como ayudante de
efectos especiales en “eXistenZ” (1999) y dirigido dos cortos previamente a
“Antiviral”.
Durante el
Festival Internacional de Cine de Vancouver, Brandon Cronenberg, hablando sobre
su progenitor e influencias, afirmó que no sentía la necesidad de abordar los mismos
temas que su padre pero, al mismo tiempo, tampoco la de ir en una dirección
opuesta para demostrar su independencia. Dijo no estar seguro de hasta qué
punto había quedado marcado por su padre pero que, desde luego, las películas de
éste fueron una parte fundamental en la historia de su familia. Lo que está
claro es que arrastrar tras su nombre la coletilla “hijo de David Cronenberg” le
abrió las puertas necesarias como para entrar en la industria.
Viendo “Antiviral”,
padre e hijo parecen estar cortados por el mismo patrón. La película está
ambientada en ese tipo de mundo frío y distante tan del gusto del primer David
Cronenberg, recordando a su cinta más surrealista, “Crímenes del Futuro”
(1970). Éste también recurrió a entornos postmodernos e higiénicamente
despersonalizados en “Los Parásitos Asesinos: Escalofrío Mortal” (1975). Asimismo,
encontramos en “Antiviral” otro tema recurrente del Cronenberg padre: el
fetichismo enfermizo, por ejemplo en “Los Parásitos Asesinos” o “Crash” (1996).
En este caso, se trata de perturbados (porque no se me ocurre otro calificativo
para definirlos) que se introducen en sus propios cuerpos virus padecidos por
celebrities o comen filetes cultivados a partir de células musculares de
famosos
También
aquí los personajes suelen expresarse a través de frases crípticas que bien
podrían haberse extraído de “Videodrome” (1983) o “Cosmópolis” (2012, donde,
por cierto, también aparece la actriz Sarah Gadon). Otras dos características
que Brandon comparte con su padre es, por una parte, el gusto por ponerles a
sus personajes nombres con una extraña e incluso desasosegante sonoridad (Syd
March, Hannah Geist, Arvid, el doctor Adendroth, Edward Porris, Myra Tesser, Derek
Lessing…-); y, por otra, la fascinación por los experimentos médicos, las
formas más perversas y desagradables de mutación corporal y el efecto sobre el
cuerpo de enfermedades aberrantes, presente todo ello de una u otra forma en
todo el cine de David Cronenberg desde los años 70 a los 90 y que se ha venido
en identificar como un subgénero en sí mismo, el “body horror”. Dado que, a
partir de los años 90, David Cronenberg se ha convertido en un realizador
difícil de encasillar exclusivamente dentro del cine de género, se diría que Brandon
está con esta película –y también la siguiente, “Possessor” (2020)- regresando
a las raíces de su padre y redescubriendo/defendiendo el conjunto de ideas que le
valieron a aquél su estátus.
Dicho todo
esto, “Antiviral” cuenta con la suficiente originalidad como para ser tomada en
cuenta y analizada de forma autónoma. En cierta forma, recuerda al cine de CF
de Andrew Niccol –“Gattaca” (1997), “In Time” (2011) y, hasta cierto punto, “El
Show de Truman” (1998)– en el sentido de que plantea un futuro extrapolado a
partir de un concepto central, algún tipo de tecnología que ha transformado el
mundo e impuesto nuevas reglas y dinámicas sociales distintas a las que hoy
consideramos inmutables. La película describe con fascinación morbosa el mundo
de los virus de famosos: la publicidad de las empresas que los comercializan;
la omnipresencia de aquéllos en los medios de comunicación; el impacto que sus noticias
tienen sobre las vidas de la gente común; la suavidad con la que Syd engatusa a
los clientes, presionando las teclas precisas de su fetichismo para que accedan
gustosos a enfermar con tal de sentirse más próximos al objeto de su obsesión;
el mercado negro de virus robados e incluso tiendas y restaurantes que venden
filetes hechos con células cultivadas de famosos.
En una
sociedad tal, el siguiente paso lógico sería que las empresas manipularan
genéticamente los virus para protegerlos contra copias, y que, al mismo tempo
los rivales recurrieran al espionaje industrial para robar muestras, aplicar ingeniería
inversa a la protección de los virus, patentarlos y luego inocularlos a
estrellas del cine o de la música. Puede que éstos tuvieran un contrato en
exclusiva con la competencia, pero los derechos de propiedad del virus serían
de la empresa pirata… Hay otro momento muy grimoso en el que el doctor
Adendroth (Malcolm McDowell) le muestra a Syd una serie de injertos en su brazo
fabricados con piel cultivada de diferentes famosos, describiéndole el gozo
casi religioso que le causa tenerlos adheridos a su propio cuerpo. La actual
fascinación por las noticias protagonizadas por famosos es aquí parodiada con
un humor negro y satírico, mostrando cómo las noticias se ocupan de los videos
sexuales de personajes conocidos, emiten fotografías borrosas de las vulvas de
tal o cual actriz o dejan que los tertulianos discutan sobre los bloqueos
anales que padecen las estrellas. Todo desemboca en un momento profundamente
descorazonador y repulsivo donde no sólo nadie ha aprendido nada sino que se ha
encontrado la forma de agravar todavía más el problema.
Rodada con
un presupuesto obviamente modesto, “Antiviral” no es una película con
demasiados elementos inmediatamente identificables con la ciencia ficción. Los
personajes comen en restaurantes ordinarios y viven en edificios corrientes. Los
callejones, los coches, el vestuario, las instalaciones y equipamiento medicos,
las noticias… todo es indistinguible de lo que vemos en nuestro mundo. No hay
nada demasiado “tecnológico” o inusual. Los detalles que distinguen este mundo
del nuestro son más sutiles.
Eso es, por
supuesto, parte de su atractivo. Este no es un mundo alternativo sino el
nuestro contemplado a través de una lente distorsionante que amplifica
exclusivamente la obsesión por los famosos: en este futuro –no tan futuro, en
realidad- los famosos son tratados como ganado, en algunos casos literalmente:
¿acaso no se hacen filetes de sus células y se venden como exquisiteces muy
demandadas?.
Una de las frases
pronunciadas por el dueño de la Clínica Lucas es muy significativa a este
respecto: “Los famosos no son personas.
Son una alucinación grupal”. No es casualidad que no se informe al
espectador de cómo o por qué los famosos que aparecen en la película alcanzaron
tal estatus. En la escena en la que Syd se encuentra con Hannah por primera
vez, ella no habla ni interactúa en absoluto. La extracción de su sangre
infectada se escenifica como un momento íntimo, casi sagrado, y ella ni
siquiera es consciente de su presencia.
Existe un
debate irónico en la película al respecto de si puede o no considerarse a un
virus como auténtica forma de vida. Sin embargo, en el mundo de “Antiviral”, se
trata con mayor consideración al virus que a su anfitrión. Al tornarlos no transmisibles,
a cada virus se le da una “cara” –modelada por una máquina a partir de las
características particulares de ese agente infeccioso- para que sea más fácil
identificarlo. Esto apunta a un claro intento de humanizar la enfermedad
mientras simultáneamente se deshumaniza a los famosos que se infectan. Mientras
que el protagonista y sus compañeros en la Clínica Lucas hablan de los famosos
como meras mercancías susceptibles de comprar, vender y explotar, incluso el
médico personal de la muy enferma Hannah, el Dr. Abendroth, considera que el
virus es un ser vivo. “Ahí está”, exclama
satisfecho al identificar una cepa.
Igualmente interesante es la forma en que la película explora la relación entre los famosos y el público que consume este flujo mediático ininterrumpido de chismes, medias verdades y mentiras. Esa relación adquiere incluso tintes de acto sexual: la fantasía de Syd implica perforarse lenta y sensualmente la piel con una jeringa. Sin embargo, ese elemento erótico está vinculado directamente con el ansia consumista: lo que la gente desea no es en realidad relacionarse o interactuar con los famosos, sino consumirlos en un sentido literal.
Por otra
parte, la faceta de “body horror” complementa a la perfección el retrato de
este mundo tan espiritualmente enfermo. Brandon Cronenberg convierte al cuerpo humano
en algo repugnante, sobre todo en las vívidas secuencias oníricas de Syd, pero
también en la forma en que se pone en escena la infección y la enfermedad. Syd
es un individuo que durante toda la película se siente enfermo y ello no puede
sino causar repulsión: está cansado, su escuálido cuerpo cubierto de manchas y
sarpullidos, vomita sangre… Es muy desagradable, sí, pero es que esa es la
emoción que busca suscitar en el espectador.
La película
también tiene sus problemas. Si bien el micromundo que presenta está bien descrito
y los temas que aborda son interesantes, la trama propiamente dicha se retuerce
más de la cuenta intentando tocar todos los puntos buscados por el director. La
historia salta de una escena a otra a veces con demasiada velocidad, sin
establecer claramente las conexiones y, por tanto, facilitando que el
espectador, de vez en cuando, pierda de vista quiénes son los jugadores y la
relación que existe entre ellos. El principio y el desenlace están bastante centrados,
pero la parte central adolece de ciertos altibajos producto de unos continuos
giros no del todo bien explicados.
El otro
problema que arrastra la película tiene nombre propio: Caleb Landry Jones. Es
un actor sólido, desde luego, y su físico acompaña al personaje que interpreta.
Desde el momento en que resulta infectado con el nuevo virus letal, ofrece un excelente
trabajo como moribundo desesperado que descubre que se ha metido en un asunto
que le viene grande y que no entiende del todo. Resulta creíble como joven
ambicioso, manipulador y de mente ágil. El problema es que, al principio de la
película, el guion nos pide que también nos lo creamos como vendedor. Para
ello, le dan unos monólogos que requieren de un carisma que Jones aún no ha
desarrollado. Desde el punto de vista de un potencial comprador de su producto,
no parece convincente sino espeluznante.
Se podría
argumentar que los clientes no se dan cuenta de lo grimoso de su presentación
porque están fascinados ante la imagen del famoso que adoran y la posibilidad,
ahora muy real e inmediata, de satisfacer sus fantasias. Pero es que todos en
la empresa parecen apreciar y respetar a Syd, incluso cuando se descubre que
hay un saboteador interno y que él está padeciendo problemas de salud cuando
menos sospechosos. Dada la forma en que Jones interpreta al protagonista,
resulta difícil de creer que no se le considere inmediatamente como el
principal sospechoso; por el contrario, todo el mundo parece confiar en él sin
reparos. En resumen, que Jones no es convincente como joven estrella corporativa
en meteórico ascenso.
A esto se
añade una falta de contexto emocional para el protagonista. Sí, lo vemos
haciendo gárgaras y sangrar, pero este tipo de intimidad no nos brinda
información acerca de sus motivaciones. Podríamos ignorar esta ausencia como
una elección creativa destinada a deshumanizar a los personajes, pero habida
cuenta de toda la información que se da sobre todo lo demás, cabe pensar que
esto responde a una mala decisión narrativa por parte de Cronenberg. Rebosa de
ideas –e información que desarrolla las mismas- pero tiene más problemas con
los personajes.
Brandon
Cronenberg no es un director que se haya prodigado mucho (tres películas en
doce años), pero este su debut ya lo define como una indiscutible promesa,
tanto en términos de plasmar su propio estilo en lo que se refiere a conceptos
y puesta en escena, como a la hora de desarrollar la trama hasta sus últimas
consecuencias sin perder coherencia ni lógica interna. Eso sí, como sucedía con
las primeras películas de su padre, no es un cine para todo el mundo ni para
todo momento. Quien se decida a verla debería tener en cuenta que va a
presenciar una historia trufada de momentos muy desasosegantes (yo mismo tuve
que apartar la mirada en más de una ocasión), ambientada en un mundo decadente
y protagonizada por individuos desagradables con los que resulta difícil
simpatizar.
“Antiviral” es, a la postre, una mirada cruel y cáustica sobre nuestra actitud como sociedad hacia quienes convertimos artificialmente en famosos para luego adorarlos. Puede que, como ciencia ficción que es, lo que nos presente Cronenberg sea una exageración, pero uno no puede evitar verla como algo no tan alejado como nos gustaría del mundo que estamos construyendo. Y esa, más allá de los herpes y la sangre, es la faceta más inquietante de esta propuesta: que podemos reconocerla como algo incómodamente próximo.
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