lunes, 14 de octubre de 2024

2017- VALERIAN Y LA CIUDAD DE LOS MIL PLANETAS – Luc Besson

 

Luc Besson se dio a conocer en los años 80 gracias películas con un estilo muy personal, como “Subway” (1986) o “El Gran Azul” (1988). Su nombre se convirtió en sinónimo de éxito dentro del género de acción con dos títulos de gran éxito: “Nikita, Dura de Matar” (1990) y “León el Profesional” (1994). Poco después, empezó a manejar efectos especiales de última generación y grandes presupuestos con “El Quinto Elemento” (1997), film que anticipó la nueva e irregular dirección que seguiría su carrera en los siguientes veinte años. Sus incursiones en el cine con gran apoyo de efectos especiales oscilaron entre lo mediocre y lo olvidable, como “Juana de Arco” (1999) o “Arthur y los Minimoys” (2006), y productos algo más disfrutables como “Adele y el Misterio de la Momia” (2010) o “Lucy” (2014). Sin embargo, la mayoría de sus éxitos de este periodo vinieron de la mano de películas que no dirigió sino en las que intervino como productor, como “Distrito 13” (2004), “Transporter” (2002) y sus secuelas, “Venganza” (2008) y sus secuelas o “Colombiana” (2011) entre otras.

 

“El Quinto Elemento” (1997), en concreto, es una de esas películas que polarizan al público: o se ama o se odia, y normalmente por las mismas razones. Sobre ella ya hablé con cierto detalle en su respectiva entrada así que no me repetiré ahora. Baste decir aquí que es un espectáculo extraño que parece una barroca ensoñación febril al tiempo surreal e inolvidable. Su mayor atractivo reside en su espectacularidad. Es exuberante, a veces grotesca, un pastiche bullicioso, ruidoso, divertido, torpe pero lleno de detalles hipnóticos y cuidadosamente diseñados. Es el equivalente cinematográfico de las obras de arte rococó o los fuegos artificiales de Nochevieja. Nada que ver, en definitiva, con prácticamente ninguna de las producciones de CF que salían de las factorías de Hollywood.

 

Luc Besson contrató al prestigioso diseñador de moda Jean Paul Gaultier para que creara el extravagante vestuario de esa película. También reunió a varios artistas de inmenso talento para que le ayudaran en el diseño general. Uno de ellos fue Jean Giraud, el famoso artista de comics, diseñador conceptual e ilustrador que también es mundialmente conocido por su alias de “Moebius”. El otro fue Jean-Claude Méziéres, cocreador del veterano cómic “Valerian y Laureline”.

 

La participación de Méziéres en “El Quinto Elemento” no fue en absoluto una coincidencia. Besson siempre había soñado con llevar a la pantalla grande las aventuras de esos agentes espacio-temporales a los cuales había seguido desde que era un niño (la serie empezó a publicarse en 1967, cuando él tenía ocho años). En 2016, declaró ante los asistentes a una charla en la Comic Con de San Diego que comenzó a leer los cómics de Valerian cuando tenía diez años. "Quería ser Valerian", dijo, "pero me enamoré de Laureline". A pesar de ser un fan de toda la vida, Besson nunca vio una forma plausible de hacer esa película de sus sueños. Cualquiera que haya leído los comics de Valerian se habrá percatado de que las suyas no son el tipo de historias que puedan llevarse fácilmente a la pantalla (al menos, claro, sin perder su espíritu). Hasta que el rápido desarrollo de la tecnología CGI cambió las reglas del juego.

 

Besson reconoció que Avatar (2009), de James Cameron, le insufló el coraje necesario para dar el paso y abordar seriamente el proyecto, el sueño de toda su vida. "Pensé que, tal vez, la tecnología para hacerlo realidad estaba finalmente ahí. Unos años antes, ya había escrito varios borradores de una adaptación, pero fue “Avatar” lo que lo hizo posible". Sin el respaldo de ningún gran estudio, Besson reunió la financiación él mismo, alrededor de 200 millones de dólares de productoras francesas, chinas, alemanas, belgas y de los Emiratos, para, por fin, llevar Valerian a la pantalla en la forma de la película más cara jamás realizada por un estudio no estadounidense. “Valerian y la Ciudad de los Mil Planetas” llegó a los cines en el verano de 2017. Los amantes de “El Quinto Elemento” estaban eufóricos, listos para disfrutar una vez más de una space opera extravagante salida de la imaginación de Luc Besson.

 

En el siglo XXVIII, la Humanidad es sólo una más de entre los millones de especies alienígenas que pueblan la galaxia. El mayor Valerian (Dane DeHaan) y su compañera, la sargento Laureline (Cara Delevingne), agentes especiales de las fuerzas de seguridad intergalácticas, forman un equipo para afrontar misiones peligrosas al tiempo que mantienen una relación de flirteo y tira y afloja sentimental.

 

Al comenzar la película, son enviados al planeta que alberga el Gran Mercado, un inmenso bazar que existe en múltiples dimensiones, para recuperar una rara criatura conocida como Transmutador, capaz de reproducir en su cuerpo y luego expulsar grandes cantidades de todo aquello que ingiere. Tras el éxito de su misión, viajan a Alfa, la antigua Estación Espacial Internacional, empujada al espacio profundo después de que su tamaño la convirtiera en un peligro para la Tierra si continuaba en órbita. Ahora, a base de innumerables añadidos aportados por multitud de especies y civilizaciones, se ha convertido en una inmensa y desordenada estructura que alberga numerosos entornos que sirven de hogar a miles de especies alienígenas.

 

Nada más llegar, se presentan ante el comandante Arun Filitt (Clive Owen), que les informa de que en el corazón de Alfa ha aparecido una misteriosa fuerza en forma de zona radioactiva e impenetrable que pone en riesgo toda la estación. Como Filitt, un militar agresivo y con un secreto que ocultar, no goza de la absoluta confianza de sus superiores, éstos ordenan que Valerian y Laureline ejerzan de sus guardaespaldas contra sus propios deseos, obviamente para asegurarse de que todo se haga conforme a las normas y evitar que los millones de habitantes de Alfa no acaben siendo víctimas colaterales de los actos de Filitt. Cuando éste se encuentra informando al Consejo de gobierno de Alfa de la situación y su propósito de afrontarla utilizando su propio destacamento de androides de batalla, unos alienígenas no identificados irrumpen en la sala y lo secuestran. Valerian les persigue, pero su nave se estrella en una de las zonas de la estación. Laureline, que no sabe si su compañero está vivo o muerto, desafía las órdenes de sus superiores y sale a rescatarlo.

 

Lo que sigue es un viaje por algunos de los fascinantes entornos de Alfa, primero por separado y luego ya juntos, donde se verán obligados a poner a prueba sus habilidades e intelecto con el fin de encontrar a Fillit y resolver el misterio que rodea esa “zona fantasma”. Al final, toda la crisis resultará ser obra de los alienígenas Pearl, supervivientes del planeta Mül y víctimas de una atrocidad que Fillit deseaba mantener oculta a toda costa.

 

En primer lugar, al tratarse de una adaptación, habría que poner algo de contexto. Como ya he apuntado, “Valerian y Laureline” fue una creación en viñetas del guionista Pierre Christin y el dibujante Jean-Claude Mezieres que empezó a publicarse en la revista “Pilote” en 1967, editada por Dargaud, que también se encargaría de publicar los 23 álbumes de que constó la serie antes de llegar a su término en 2013. El comic narra las aventuras de Valerian, agente del Servicio Espacio-Temporal con sede en Galaxity, y su compañera –profesional al principio, sentimental también más tarde- Laureline. Lo que la película, que es una space opera pura, no ha heredado del comic es que la mayoría de las aventuras del dúo protagonista no sólo tenían que ver con los viajes por el Espacio sino por el Tiempo. De hecho, Laureline era una campesina del siglo XI que Valerian llevó consigo al futuro (un origen que, desafortunadamente, es sustituido en el film por referencias a que ella pertenece a alguna familia acaudalada).  

 

Los comics ya tuvieron una adaptación audiovisual en forma de teleserie animada entre 2007 y 2008, producida por Europacorp, la compañía de Luc Besson que también está detrás de la película que ahora nos ocupa. Ésta, por otro lado, toma su nombre de la tercera aventura de Valerian en el comic, “El Imperio de los Mil Planetas” (1970), si bien la historia sigue muy libremente lo narrado en la octava, “El Embajador de las Sombras” (1975), quizá el inicio de la plena madurez de la colección y en la que se presentaba la superestación Punto Central, un lugar que volvería a aparecer más veces en la serie de comic, así como personajes también recurrentes como el Transmutador de Bluxte o los Shingouz.

 

Entrando ya en la película, “Valerian y la Ciudad de los Mil Planetas” tuvo un presupuesto de 185 millones de dólares recaudados en su totalidad fuera de los estudios de Besson, lo que la convirtió, como dije, en la cinta más cara jamás rodada en Francia. Besson, que abordó el proyecto con una pasión especial por las razones que ya comenté, puso todo su empeño en él, renunciando a sus honorarios como director y, posiblemente, colocando a su productora en camino a la quiebra tras los pésimos resultados de la película en taquilla (lo cual, junto a las acusaciones de agresión sexual dirigidas contra Besson, desplomaron el precio de la acción, obligando a vender parte de la empresa, ponerse en manos de un supervisor judicial, solicitar la quiebra en Estados Unidos y ser vendida a precio de derribo a un par de fondos de inversión norteamericanos).

 

En su estreno en Estados Unidos, la película sólo recaudó 17 millones de dólares, lo que la llevó a ser inmediatamente tachada de estrepitoso fracaso financiero, aunque el color de la situación cambia si se tienen en cuenta los 174 millones de dólares recaudados internacionalmente, una cantidad que, al menos, permitió cubrir el presupuesto.

 

Como dijo el presidente Kennedy, “el éxito tiene muchos padres, pero el fracaso es huérfano”, aunque en este caso sí pueden identificarse algunos responsables. Desde luego, no ayudó precisamente la quiebra de la distribuidora original, Relativity Media; ni tampoco los problemas que surgieron cuando, en enero de 2017, con muy poca antelación al estreno de la película (menos de seis meses), STX Films firmó un acuerdo de marketing y distribución con EuropaCorp Films USA, propiedad de Luc Besson, para estrenar su próxima lista de películas en Estados Unidos, siendo “Valerian”, la primera de ellas. Era un encargo difícil, en primer lugar, porque Valerian no era un personaje conocido ni mucho menos querido por el público norteamericano; y, por otra, porque el estreno tuvo lugar en un mes en el que hubo que competir con otros pesos pesados: “Dunkerque”, de Christopher Nolan; “Spider-Man: Homecoming” y “La Guerra del Planeta de los Simios”.

 

Con “Valerian”, Besson se propuso sentar las bases para un universo similar al que George Lucas construyó con las películas de Star Wars. Sin embargo, la adopción de un CGI de primera división, el uso de un refinado sistema de captura de movimiento para dar vida a creaciones digitales y el diseño de mundos y criaturas, sobrepasa ampliamente todo lo que Lucas consiguió en las precuelas de la trilogía original, de la misma forma que “Star Wars” (1977) superó con mucho a su modelo, los seriales de “Flash Gordon” de treinta años antes.

 

De principio a fin, la película es un festín visual de primer orden. La variedad de formas de vida, la riqueza del vestuario, el diseño de los decorados… son extraordinarios. Solamente las dos escenas de apertura, la de la progresiva ampliación de la Estación Espacial Internacional acompañada del sonido de “Space Odyssey” de David Bowie; y la del mundo paradisiaco de los Pearl, ya valen el precio de la entrada y colocan a la película al mismo nivel de fascinación que “Avatar”. Por mencionar sólo otra escena deslumbrante, la del Gran Mercado es no sólo maravillosa sino inmensamente original. Los visitantes están aparentemente deambulando dispersos por una explanada desértica, pero basta ponerse unas gafas especiales para descubrir la apabullante riqueza y bullicio de un mundo edificado en niveles verticales que se aloja en otra dimensión. Es difícil, por no decir imposible, encontrar nada semejante en el cine de CF previo o posterior.

 

Además, esos ricos escenarios sirven para ofrecer algunas espectaculares secuencias de acción, desde combates y persecuciones aéreas a tiroteos masivos pasando por peleas cuerpo a cuerpo o enfrentamientos con alienígenas hostiles. En este aspecto, hay que resaltar el trabajo del montador Julien Rey y el compositor de la banda sonora, Alexandre Desplat, que consiguen que todo lo que tenga que ver con la acción y la emoción en esta película funcione perfectamente.

 

El problema con todo este derroche visual es que tiende a asfixiar a los personajes. Y con esto, sí que tengo problemas insalvables. Para empezar, los dos actores protagonistas me parecen un error de casting incomprensible. No sólo no se parecen en nada al Valerian y Laureline de los comics (ni en su aspecto, ni en su edad ni en la relación que mantienen), sino que, incluso contemplándolos independientemente de la fuente original, no funcionan como pareja.

 

En primer lugar, no hay forma de creerse que estos dos jovencitos (aunque Dane DeHaan tenía 31 años por entonces y Clara Delevingne 25, aparentan incluso menos) sean agentes de élite experimentados capaces de ganarse el respeto de los militares veteranos con los que interactúan. Podría pensarse que se escogió a ambos actores por aparentar la edad del público al que se pretendía atraer y por creer entonces que tendrían una exitosa proyección profesional (DeHaan había participado en “Chronicle”, “The Amazing Spider-Man 2: El Poder de Electro” y “La Cura del Bienestar”; y Delevingne en ”Ciudades de Papel” y “Escuadrón Suicida”). No ocurrió ninguna de las dos cosas.

 

Los lectores del comic aprendieron a amar a los dos protagonistas gracias a la dinámica que mantenían. Valerian era un operativo ya maduro, quizá en la treintena, más valiente que inteligente, algo torpe en ocasiones pero con recursos para llevar a cabo sus misiones y con una fidelidad al cuerpo al que sirve superior al de la Laureline, encantadora, lista, empática y arrojada, pero con criterio propio y espíritu independiente. Como empezaron su andadura en una publicación destinada mayoritariamente a un público juvenil, su relación se presentaba como de amistad y camaradería, pero conforme la serie avanzó y los tiempos cambiaron, las historias y quienes las leían fueron madurando, permitiéndose los autores, ahora ya sí, mostrar que ambos mantenían una relación sentimental, si bien siempre lo mostraron con extremo cariño y elegancia.

 

Por alguna razón, Besson decidió en la película dar a Valerian y Laureline una orientación muy diferente. Valerian empieza como un muchachito arrogante y donjuanesco que trata de seducir a Laureline con sus encantos; ésta, obviamente, lo rechaza (uno incluso se pregunta cómo puede soportarlo misión tras misión), pero parece que, en el fondo y a pesar del reaccionario machismo de él, alberga algún sentimiento dentro de sí. Tanto los personajes como su dinámica son arquetipos mil veces vistos en el cine (ahí están Han Solo y la Princesa Leia) e, incluso, pasados de moda. Si en muchas otras películas esta interacción funcionaba era solamente gracias al carisma de los actores. Pero esto es algo de lo que carecen tanto DeHaan como Delevingne, por lo que la fórmula no tiene posibilidad de funcionar, especialmente si, para colmo de males, los diálogos de ambos están escritos de forma tosca y carente de ingenio.

 

Si la Laureline del comic era vivaz, sociable, alegre y hambrienta de vida, la que encarna Clara Delevingne es eficaz como agente (de hecho y como sucedía en el comic, tanto o más que Valerian), pero también ceñuda, cortante, sin sentido del humor, sarcástica y, en general, una compañía poco reconfortante. Es el clásico ejemplo de pensar erróneamente que una personalidad equivale al simple mal genio. Con semejantes mimbres, no es de extrañar que ni los personajes tengan química ni los actores consigan extraerla de la nada. Hay una escena hacia el final, en la que una conmovida Laureline trata de apelar al auténtico sentimiento de amor de Valerian para que éste haga lo correcto, en el que sí puede verse la esencia de los personajes del comic y, durante un instante, la química funciona. Pero es demasiado breve y llega demasiado tarde.

 

Dado que la película es un escaparate para que los protagonistas demuestren sus habilidades y la relación que los une, tener a un actor principal incapaz de transmitir algo parecido a una emoción genuina y a una actriz perpetuamente enfurruñada, es una catástrofe. La supuesta tensión sexual que quieren representar acaba siendo tan incómoda e inverosímil que en lugar de enriquecer la película termina lastrándola. Resulta chocante que en los extras del DVD se vea a ambos actores divirtiéndose juntos durante los ensayos y entre tomas. La razón por la que no pudieron aprovechar esa energía en la pantalla es algo que se me escapa.  

 

En cualquier caso, la elección de los actores terminó siendo un torpedo en toda la línea de flotación de la película. Dejando aparte lo mal escritos que están y el mínimo carisma que despliegan, los suyos no eran nombres lo suficientemente conocidos como para que su presencia en los carteles ayudara a promocionar la película internacionalmente.

 

En el reparto figuran otras caras conocidas, como Ethan Hawke haciendo de chapero en un registro poco habitual en él, sobreactuado pero muy divertido; o Alain Chabat, casi irreconocible bajo el maquillaje de Bob el Pirata; Clive Owen hace de predecible villano siendo fiel a su ya más que ensayado perfil de individuo duro y temperamental. Brilla especialmente la cantante Rihanna, cuyo debut en el cine con “Battleship” (2012) fue justificadamente denostado, pero que aquí domina las escenas en las que aparece como el alien metamorfo que ayuda a Valerian a rescatar a Laureline. Todos ellos son personajes secundarios con mayor presencia y carisma que la pareja protagonista, pero no con el suficiente peso en el guion como para compensar otros problemas más serios.

 

Dejando aparte los personajes y actores que los interpretan, “Valerian” es una película demasiado genérica, desordenada y larga. Al igual que había hecho en “El Quinto Elemento”, Besson impregna varias escenas de “Valerian” con su propio sentido de la extravagancia. A veces, este recurso funciona bien, pero otras resulta en algo demasiado extraño e innecesario. En este sentido, Besson también tiene inclinación a desviarse de la trama principal y llevar a sus protagonistas por un camino adyacente. Aunque estas distracciones dan pie a exhibir la inmensa imaginación de los creadores y explorar algo más de ese fascinante lugar que es Alfa, esos desvíos son, en su mayor parte, irrelevantes para el núcleo narrativo de la película.

 

Besson tiene muchas cosas interesantes que mostrar al espectador y quiere mostrarlas todas. Pero esto hace que cada secuencia parezca más el episodio de una serie que una parte cohesionada y bien integrada de una sola película. Así que, para cuando la trama principal vuelve al primer plano, ha pasado tanto tiempo que el director-guionista se ve obligado a explicarlo todo en un largo pasaje expositivo que visualmente sólo puede resolver con un montón de personajes de pie en una estancia. Después de haber atravesado un entorno cambiante, exuberante, dinámico y repleto de alienígenas, este final aparentemente estático y austero parece casi insignificante, muy alejado de la majestuosidad de que había presumido la película hasta ese momento.

 

Todo esto, además, afecta al ritmo general y al metraje, que asciende nada menos que a dos horas y dieciséis minutos y que pierde el foco durante la mayoría de su segunda mitad. Un ejemplo de esto es la extensa secuencia de presentación de Valerian y Laureline en Gran Mercado. Todo ese segmento está bien narrado, es interesante y visualmente asombroso, pero también excesivamente largo (casi veinte minutos). Sólo cuando el primer acto finaliza, pasados unos cuarenta minutos del inicio de la película, es cuando ambos protagonistas llegan a Alfa y empieza su verdadera aventura.

 

Esto nos lleva al otro problema principal de la película. La misma obsesión de Luc Besson por la creación del mundo en el que transcurre su ficción no sólo le hizo descuidar a los personajes sino a la propia historia que en ella se cuenta.

 

Para quien no esté familiarizado con los comics de Valerian, éstos fueron pioneros en el género en tanto en cuanto supieron mezclar de forma tan novedosa como inteligente ciertos tropos clásicos de la CF con comentarios sociopolíticos sobre cuestiones bien de la época bien atemporales. La película, por su parte, recurre para su base argumental a un tema frecuente en la ficción de género: la crueldad del ser humano con todo aquello que es diferente o se interpone en su camino. Esto, normalmente, se articula en la CF a través de alguna especie alienígena que tiene una perspectiva diferente a la nuestra (forma de vida, sociedad, creencias, etc.). En “Valerian”, este enfoque funciona, pero sólo hasta cierto punto. El problema aquí es que esta dinámica y el mensaje moral que la acompaña ha sido presentada infinidad de veces (por ejemplo, en otra fuente declarada de inspiración para Besson, “Avatar”, cuyos Na´vi parecen precursores de los Pearl) y la película aporta poco o nada a este respecto.

 

Además, debido a los múltiples desvíos y altos en el camino que, a ojos del espectador, convierten a Valerian y Laureline en una especie de guías no oficiales de Alfa, el hilo principal de la historia se pierde por el camino (cuando no se olvida por completo) y, en última instancia, queda sin desarrollar. En definitiva, las misiones secundarias de la película (obtener el Transmutador, rescatar a Valerian, rescatar a Laureline) le quitan peso a la historia principal, que, además, carece del peso emocional necesario pese a habérsele dedicado un metraje considerable al comienzo de la película. Por último, el final resulta algo precipitado y abrupto.

 

“Valerian y la Ciudad de los Mil Planetas”, a pesar de su ambiciosa escala, su atractivo visual y la calidad del material del que bebía, fue en no poca medida una decepción. Es una aventura espacial desordenada y demasiado larga que no acaba de cuajar. Es una delicia visual, pero también una historia superficial y a medio cocinar protagonizada por personajes exentos de carisma. Es una auténtica lástima que, siendo Valerian un clásico esencial del comic, su adaptación no pueda calificarse sino como caramelo sensorial y aspirante fallido a blockbuster. Personalmente, esperaba algo más estructurado y convincente habida cuenta de los recursos volcados en el proyecto y la gran visión que para él tenía Besson. Queda el magro consuelo de que la película consiguiera llamar la atención de muchos espectadores, antes y después del estreno, sobre la existencia del comic en el que se inspiró, lo que quizá les abrió la puerta a una obra, esta sí, fundamental dentro del género.

 

Los fans del cómic original y/o “El Quinto Elemento“ (de la que “Valerian” es, en cierto sentido, una continuación espiritual y estética) podrían darle una oportunidad a “Valerian y la Ciudad de los Mil Planetas”. El resto pueden acercarse a ella sobre todo en base a sus méritos visuales y el indiscutible derroche de imaginación y talento volcados en ese campo.

 


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