Wes Anderson es un director que, desde su debut con el corto “Bottle Rocket” (1996) y con el paso de los años, ha ido haciéndose con una considerable legión de seguidores. Su filmografía incluye películas tan inclasificables como “Academia Rushmore” (1998), “Los Tenenbaums: una Familia de Genios” (2001), “Life Aquatic” (2004), “Viaje a Darjeeling” (2007), “Moonrise Kingdom” (2012), “El Gran Hotel Budapest” (2014) o “La Crónica Francesa” (2021). Previamente a “Asteroid City”, ya había tocado el cine de género con dos trabajos de animación stop-motion, “Fantástico Sr.Fox” (2009) e “Isla de Perros” (2018).
Se
ha dicho que Anderson hace “cine de autor”. Y esto sin duda es así en una época
en la que los directores que empiezan en la industria de forma independiente y
destacando gracias a un estilo o estética personales, suelen ser rápidamente
contratados por algún gran estudio, donde su sensibilidad se diluye a golpe de
talonario. Por el contrario, Anderson lleva casi tres décadas haciendo
películas con un estilo claramente diferenciado y personal. En gran medida,
esto se lo debe a su particular estética visual: decorados impecablemente
diseñados, colores muy estudiados y una disposición teatral de los elementos, a
menudo en pautas geométricas, en planos recorridos por la cámara en paneos de
izquierda a derecha. Su integridad creativa y distintivo sello estético le ha
permitido reunir para sus films unos impresionantes repartos actorales (como es
el caso de la película que nos ocupa), a menudo encarnando a personajes
excéntricos y poco convencionales.
He
dicho que Anderson contaba con una legión de seguidores. En realidad, se ha
convertido más bien en un director de culto: sus defensores quizá no sean tan
numerosos como entregados. Y es que su cine es tan particular en su puesta en
escena, su ritmo, sus personajes y sus historias, que a mucha gente le cuesta
sintonizar con sus propuestas. Son películas en las que, al terminar, uno no
sabe muy bien qué pensar, si ha visto una genialidad o una tomadura de pelo, un
producto original y meditado o una ocurrencia disparatada. Parecen comedias,
pero no está claro si su propósito es hacer reir. Si se las aborda como dramas,
nos encontramos con mundos tan imposiblemente estilizados e hiperrealistas que
la sensación de distanciamiento emocional es casi inevitable; a lo que hay que
añadir que no suelen desembocar desenlaces emotivos o triunfantes. Por eso, a
falta de otras etiquetas más esclarecedoras, se califica tan a menudo a sus
films como “bonitos” o “extraños”. Y este es también el caso de “Asteroid City”,
escrita por Anderson y el hijo de Francis Ford Coppola, Roman, y rodada en
plena pandemia del Covid 19.
En
1955, el dramaturgo Conrad Earp (Edward Norton) y el director teatral Schubert
Green (Adrien Brody) presentan una obra titulada “Asteroid City”. En ella,
varios personajes acuden al lugar del título, una minúscula población en el
desierto (quizá de Arizona o Nevada) en cuyas proximidades no sólo existe un
antiguo cráter producto del impacto de un meteorito sino que los militares
estadounidenses están realizando pruebas atómicas. La ocasión para la que todos
se reúnen es la celebración anual del Día del Asteroide, que conmemora el
impacto de la roca del espacio en el 3007 a.C. En esta ocasión, además, se
realizará la observación de un infrecuente fenómeno cósmico dirigida por la
astrónoma residente, la doctora Hickenlooper (Tilda Swinton); y la concesión de
premios a varios niños por sus inventos científicos.
Entre
los asistentes se encuentra el fotógrafo de guerra Augie Steenbeck (Jason
Schwartzman), cuyo hijo Woodrow (Jake Ryan) ha inventado un sistema para
proyectar imágenes en la Luna y al que pretende comunicar allí que su madre
murió tres semanas atrás; o la actriz de Hollywood, Midge Campbell (Scarlett
Johansson), que está ensayando para su próxima película –con la que su vida
personal guarda incómodos paralelismos- mientras acompaña a su hija Dinah
(Grace Edwards), cuyo invento acelera el crecimiento de las plantas pero
también las torna tóxicas.
Cuando
se está celebrando el acto, aparece un ovni del que sale un alienígena que se
lleva el meteorito –con el tamaño de una pelota-. Los militares establecen
inmediatamente una cuarentena y todos los personajes se encuentran de repente
aislados y obligados a interactuar entre sí.
“Asteroid City” fue la primera película de Wes Anderson en internarse en el cine de género. Aunque la mayor parte de la historia gira alrededor del pequeño motel (dirigido por Steve Carrell) donde se alojan los personajes y sus respectivas historias, el punto de inflexión consiste en la aparición del alienígena a bordo de un ovni que baja por una escalera y se lleva el meteorito solo para devolverlo a su lugar hacia el final del film.
Durante
dos horas, los personajes “conviven” en Asteroid City en una película que
cuenta otra película que, a su vez, es la traslación de una obra de teatro.
Este marco metaficcional es presentado por Bryan Cranston y en él participan
también los “padres” de la obra teatral, Edward Norton y Adrien Brody,
colaborando en varias etapas de la producción de la misma junto a varios
miembros del reparto. En esencia, lo que estamos viendo es un documental
televisivo sobre la creación de una obra escénica que se presenta como una
película, pero dividida en escenas y actos como una pieza de teatro.
Los
personajes más importantes son el fotógrafo recientemente enviudado Augie
Steenbeck y la actriz Midge Campbell, que desarrollan un extraño y frío romance
en el que el uno fotografía a la otra y ésta lo utiliza a él para ensayar sus
líneas a través de las ventanas de las respectivas cabañas en las que se alojan
durante la cuarentena. Los hijos de uno y otra también inician una relacion
romántica acorde a su edad. Tom Hanks interpreta al suegro de Augie, el
potentado Stanley Zak, que llega a Asteroid City para hacerse cargo de sus
nietos. Maya Hawke encarna a la profesora de los niños superdotados; y Rupert
Friend a un cowboy cantarín.
Como
sucede en todas las películas de Anderson, los personajes son chocantes en
todos sus aspectos, desde la apariencia física al vestuario pasando por los
diálogos, a los que se asiste con cierta diversión aunque sin entender
realmente qué quieren decir, si pretende transmitirse algún mensaje o idea o
siquiera si todo va encaminado hacia alguna parte. Pueden vislumbrarse atisbos
de un estudio de personajes en el núcleo de la película, pero siendo al menos
doce los que tienen nombre y diálogo (e interpretados por actores conocidos),
todos con sus peculiaridades y, encima, con dos planos narrativos superpuestos
(la producción teatral y la película), “Asteroid City” acaba convertida en una amalgama
informe de las filias, trucos y tics de Wes Anderson, modificados hasta tal
punto que dejan de ser divertidos o entrañables.
Mientras
se ve, la película es disfrutable. Tiene suficiente encanto y escenas
peculiares e incluso divertidas. Pero una vez ha finalizado y ya con ánimo
analítico y cierta distancia, sus problemas se hacen dolorosamente evidentes.
El estilo visual pesa demasiado respecto a lo que debería ser lo más
importante: los personajes y la historia. Es de alabar que un director quiera
arriesgar, que utilice su prestigio y sus señas de identidad cinematográficas para
crear una obra de arte vibrante. Pero “Asteroid City” parece un plato con
demasiados ingredientes y cocinado más de la cuenta. Hay demasiadas estrellas,
demasiados personajes, demasiadas tramas y demasiada conversación –y monólogos-
que no llevan a ninguna parte y que no obtienen la redención gracias a un final
potente.
Todo
es extravagante e irónico. Hay incluso un momento, ya lo mencioné más arriba,
en el que Schwartzman sale de Asteroid City para ir a hablar con el director;
es una escena tan absurda que resulta difícil tomarse la película en serio; tan
poco natural que el descanso de Schwartzman se convierte también en el descanso
del espectador. Quizá carezco de la sensibilidad sofisticada y el sentido del
humor irónico que me permita entender y disfrutar plenamente de esa escena,
pero me parece el tipo de giro sorpresa metatextual del guion que tropieza y se
cae de bruces, restando valor a la narrativa general en lugar de aportar. El
alienígena, por otra parte, es claramente una figurita animada con la técnica
stop-motion (a partir de una actuación de Jeff Goldblum)-. Esta escena parece
sacada de algún corto como los que dirigió el propio Anderson con esa técnica,
lo que añade otra capa de artificialidad a la película.
La
obra de Wes Anderson ha sido frecuentemente descrita como onírica y “Asteroid
City” sería su más perfecto y refinado ejemplo. Sabemos que los sueños no son
una narración coherente, sino conjuntos aleatorios de imágenes y sensaciones.
Solo los recordamos si despertamos en mitad de ellos; y sólo los interpretamos
como narraciones ya en nuestro estado de vigilia, cuando entra en acción
nuestra instintiva búsqueda de patrones. Pues bien, “Asteroid City” está
repleta de eventos aparentemente aleatorios: el jovencito cuyos reiterados
desafíos son una desesperada llamada de atención; el extraño, autobiográfico e
inapropiadamente explícito discurso que el comandante del puesto militar (Jeffrey
Wright) dirige a los estudiantes premiados; o el automóvil que todos los días atraviesa
a toda velocidad la ciudad perseguido por un motorista y un coche de la
policía…
Y
esa parece ser la intención de Anderson: ensamblar, como en un sueño, elementos
de lo más dispar. En un momento dado, durante la recreación televisiva sobre la
producción de la obra, su autor, Conrad Earp visita la clase de interpretación
impartida por Saltzburg Keitel (Willem Dafoe) en busca de la ayuda de los
estudiantes para refinar un pasaje de la obra donde, como él dice, “todos mis personajes son amable y
privadamente seducidos hacia el sueño más profundo y onírico de sus vidas”.
Inspirado por tal concepto, Keitel comienza a especular sobre los posibles
escenarios que s
urgen de una noche de sueño, sugiriendo que Earp podría “despertarse con una nueva escena ya escrita
en su cabeza en sus tres cuartas partes…” Es posible que Anderson esté
haciendo con esto un comentario sobre su propio proceso creativo, tal vez
incluso dirigiéndose a sus críticos explicándoles cómo ve él mismo sus obras y
cómo deberíamos abordarlas también nosotros.
Hubo
un tiempo en el que Hollywood fue conocido como la Fábrica de Sueños. Y lo
cierto es que la experiencia de ver una película guarda muchos paralelismos con
lo que ocurre en nuestro cerebro durante el sueño. Nos rodeamos de oscuridad
mientras las imágenes se materializan mágicamente ante nuestros “ojos”. La
lógica de esas imágenes puede resultar evidente o quizá tengamos que descifrar
su significado después de salir del cine o “despertar”. Incluso el proceso de
montaje cinematográfico, en el que se pueden yuxtaponer imágenes no
relacionadas para darles un nuevo significado, refleja la mecánica de los
sueños.
Pero
hay algo importante que hay que tener en cuenta sobre los sueños, sobre el cine
y sobre el arte en general: en sí mismos no tienen un impacto tangible sobre el
mundo. Son representaciones, estilizaciones, sombras y luz en una pantalla. Lo
que acerca “Asteroid City” al Hollywood clásico es que, a causa del complicado
y aparatoso equipo que aquellos primeros cineastas debían manejar para conjurar
esos sueños, el cine de la Edad de Oro era todo artificio: decorados en
estudio, ciudades en platós, maquillaje y vestuario exagerado…
Pero
todo esto son abstracciones creativas expuestas en la película de una forma un
tanto hermética y retorcida que pueden interesar sólo a una porción minoritaria
del público. Personalmente, creo que el aspecto más destacable de “Asteroid
City” es, precisamente, aquello que también desequilibra el conjunto: el diseño
de producción. El pueblo del desierto (filmado en España, por cierto, en
Chinchón y Colmenar de Oreja) ha sido pensado deliberadamente para tener un
aspecto artificial: un puñado de edificios, un restaurante y un motel, el
comienzo de una rampa de autopista que termina en el aire, la base militar
cercana con nubes atómicas que
aparecen regularmente de fondo y el borde del
cráter del meteorito. Todos los elementos se fusionan en una visión perfecta
donde toda la población, actores incluidos, parecen un elegante anuncio publicitario
o una serie de televisión de los años 50 retocados con aerógrafo y donde
resulta imposible distinguir qué es acción real, qué es un decorado y qué es un
retoque CGI añadido en posproducción.
En
los últimos tiempos, las películas de Wes Anderson se han deslizado más hacia
el espectáculo visual que a la narración de una historia completa, y, en este
sentido, “Asteroid City” puede interpretarse como una exploración irónica de
ese devenir en el que la forma se sobrepone al fondo. Con unos actores de
talento atrapados en unos personajes inexpresivos y sin nada que decir, una
fotografía que oscila entre los intensos tonos pastel del desierto y el radical
blanco y negro del marco metaficcional que incluye otra obra, “Asteroid City”
es un ejercicio de control creativo autocomplaciente, vacío y sobreescrito. Una
película, imagino, que ha resultado difícil incluso para muchos seguidores del
director.
Da
la sensación de que en “Asteroid City” conviven incómodamente tres o cuatro
películas diferentes rodadas al mismo tiempo, todas ellas compitiendo por la
atención de Anderson. Todas estas pequeñas historias, variadas e interesantes a
su manera, podrían haber funcionado bien como una miniserie de televisión, pero
en un formato cinematográfico el resultado es el de un tiovivo que gira sin
moverse del sitio, brillante, bonito y divertido de ver, pero decepcionante
cuando se detiene y las luces y la música se apagan.
Dicho esto, vale la pena verla si uno ha degustado ya anteriormente una película de Anderson y ha quedado medianamente satisfecho. No puede negarse que “Asteroid City” sea, como mínimo, una jugada audaz para un director experimentado que sabe exactamente lo que quiere poner en pantalla aun cuando parezca que no sepa exactamente lo que quiere contar. Es una película convencida de su propia importancia, pero incapaz de convencer de ello al público.
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