(Viene de la entrada anterior)
Es interesante cómo cambian los tiempos sin que en el fondo parezcan cambiar demasiado las cosas. “Ex Machina” fue originalmente publicada en agosto de 2004, escrita por un neoyorquino como una especie de respuesta a los ataques terroristas del 11-S. Es un comic producto de un tiempo en el que el país necesitaba héroes y líderes más que políticos y diplomáticos. ¿Es la idea de un superhéroe ocupando la Mansión Gracie –la residencia del alcalde neoyorquino- más inverosímil que la de un actor de westerns en la Casa Blanca? Sin embargo, leída con la perspectiva que da el tiempo, puede decirse que la obra no ha perdido actualidad ni relevancia veinte años después de su aparición, lo cual dice mucho del talento de Vaughan como escritor.
La explosión de entusiasmo que suele acompañar a la elección de
candidatos presidenciales carismáticos en los Estados Unidos, suele diluirse en
los primeros años de sus mandatos. Se dice que los primeros cien días de una
administración son los que la definen y hay motivos para ello. Ese es el
periodo en el que el capital de popularidad está en su punto álgido y no hay
desgaste ni presiones por unas elecciones cercanas, por lo que la
administración puede llevar a cabo sus políticas más atrevidas. Pero el
problema cuando se articula una campaña electoral alrededor de la personalidad o
carisma del candidato y un puñado de eslóganes en vez de presentar claramente
las políticas que defiende, es que luego ese presidente tiene problemas para
sacarlas adelante una vez ocupa el cargo.
En “Ex Machina”, el Excelentísimo Alcalde de Nueva York, Mitchell
Hundred, se enfrenta a un problema similar. Su campaña se apoyó en la
celebridad que había alcanzado como “La Gran Máquina”, el vigilante enmascarado
que surcaba los cielos de la ciudad. Cuando un locutor radiofónico le está
entrevistando en este segundo volumen de la serie (que comprende los números 12
al 20 de la colección original), le exige que aclare su postura sobre la pena
de muerte, un asunto del que Mitchell había conseguido escabullirse en su
campaña aun cuando el resto de candidatos sí se habían pronunciado. “Señor Alcalde, durante los debates de 2001,
a la mayoría de los candidatos se les preguntó sobre su postura sobre la pena
de muerte. Pero como a usted se le consideró en gran medida una incógnita hasta
sus acciones del 11 de septiembre, nunca se le preguntó sobre esos temas”.
Hundred fue elegido en el momento álgido de una ola de emoción pública. Sus acciones heroicas al salvar la segunda torre del World Trade Center del avión que los terroristas iban a estrellar contra ella, tuvieron más fuerza que una promesa de “cambio” y “esperanza”, pero la idea es la misma. Hundred no se impuso a otros contrincantes en una plataforma política (de hecho, se presentó a los comicios como independiente), lo que ha socavado su autoridad para impulsar políticas controvertidas.
De hecho, Vaughan señala que la popularidad en política no está con
frecuencia vinculada a los resultados o las expectativas. Cuando se produce un
extraño ataque terrorista en Manhattan durante una marcha de protesta contra la
entrada en Irak, la popularidad del alcalde mejora entre sus electores mucho
más que con las políticas que impulsa relacionadas con el matrimonio homosexual
o los vales escolares. Bradbury, su amigo y guardaespaldas, le dice: “No se si has encendido la televisión, pero
todo el mundo en la ciudad se solidariza contigo. Si hablamos solo de
popularidad, algo como esto es lo mejor que le puede pasar a un político”.
El atentado cambia completamente la perspectiva de la ciudadanía y los medios
de comunicación respecto a su persona, pasando de tratarlo como una anomalía,
una caricatura, a un héroe nacional aun cuando todavía ha hecho relativamente
poco como alcalde de la ciudad. Y lo poco que consigue en esta crisis (rastrear
con sus poderes al responsable de la matanza) lo hace como vigilante, no como
cargo político.
De hecho, llama la atención en este volumen de la serie la pasividad
que demuestra Hundred como alcalde. Lo más cerca que hay de una decisión
política por su parte es cuando autoriza una marcha ciudadana contra la guerra
en el Golfo. Al ser acorralado para que explique su posición respecto a la pena
de muerte, Hundred empieza esquivando el tiro: “Tengo tanto que ver con la administración de la pena de muerte en este
estado como usted con la elección del próximo primer ministro de Canadá. El
gobierno local no es una clase de ética de instituto. Es un trabajo, y yo sigo
comprometido con cuestiones que afectan a la vida del día a día a mis…”. Pero
el periodista continúa presionando y, aunque finalmente explica su postura –que
es contraria y da argumentos solventes para ello- decide sabotear el programa
para que no pueda emitirse esa parte.
De hecho, al igual que con la sexualidad de Hundred en el primer
volumen, Vaughan parece mantener deliberadamente inseguro al lector respecto a
las posiciones políticas del alcalde. En este volumen, Hundred evita
pronunciarse públicamente sobre la pena de muerte y la guerra contra el
terrorismo, dos de los temas más polémicos de la agenda política estadounidense
de la época. Mitchell asegura que él no tiene poder para legislar y que su
trabajo no tiene que ver con ello.
Aunque su sexualidad es un asunto perteneciente a la esfera privada
del alcalde –y Vaughan está en lo cierto al cuestionar el “interés” público al
respecto- creo que no aporta argumentos de la misma solidez para justificar la reticencia
de éste en cuanto a posicionarse políticamente. Su cargo como alcalde es
–aunque parezca un puesto casi administrativo- un nombramiento político. Y
aunque lo que piense o deje de pensar en relación a los temas indicados, efectivamente,
no tiene que ver con su trabajo, sí resultaría revelador respecto a su
filosofía política, lo cual sí concierne a sus electores. De hecho, la
estrategia de esquivar esos temas potencialmente conflictivos parece una
muestra de cinismo tanto para el guionista como para el personaje. Esa pose de
neutralidad le evita a Vaughan convertirse en blanco de críticas por parte de
los lectores; sin embargo –y esto es más interesante- en el caso de Hundred
puede interpretarse como una pista de que su interés en escalar puestos
políticos más allá de la alcaldía es mayor de lo que asegura.
Sin embargo, el tema político ocupa un espacio relativamente menor en este volumen. Vaughan se centra sobre todo en perfilar y enriquecer al protagonista, explorando sus orígenes y relación con su madre, así como su faceta superheroica (aquí aparecen más vigilantes con tecnología similar a la que él utilizaba). Los arcos argumentales son más cortos que en el primer volumen, lo que transmite la impresión de que, habiendo establecido a grandes rasgos el trasfondo de este universo, Vaughan se dedica ahora a ampliarlo y refinarlo con detalles.
Destaca especialmente la sencillez con la que Vaughan retrata los
aspectos superheroicos de ese mundo. Por una parte, aparece un archienemigo de
Mitchell que le dará problemas durante bastante tiempo y que sirve de
contrapunto temático: en lugar de comunicarse con los aparatos y ordenarles que
cumplan sus deseos, lo hace con animales, lo que demuestra ser un poder
verdaderamente aterrador. Por otra parte, su identidad de Gran Máquina inspira
a un imitador. A pesar de lo cínico que pueda parecer Vaughan cuando aborda el
plano político de la historia, despliega en cambio un indudable optimismo sobre
la figura del superhéroe. No hay duda de que Hundred tuvo más impacto como
bienintencionado y torpe vigilante con una mochila propulsora que como
funcionario electo.
Por primera vez, vemos cómo sus superpoderes intervienen y entran en conflicto con su labor administrativa. Los utiliza para resolver una crisis con rehenes en los juzgados, pero también cuando rescata a su madre de la miserable vida en la que se encuentra o cuando persigue a los responsables del ataque terrorista. En varias ocasiones recuerda que prometió no utilizar sus poderes mientras ocupara el cargo, pero parece que esa es una promesa, y de eso no puede culpársele, que va a ser incapaz de cumplir. Igual que la conversación que Hundred mantiene con su vicealcalde y asesor Wylie sobre el dilema “Libertad-Seguridad”, dejar sus poderes al margen cuando pueden ayudar a salvar vidas es mucho más complicado en la realidad que en la teoría.
(Continúa en la siguiente entrada)
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