domingo, 1 de agosto de 2021

1959 -LAS SIRENAS DE TITÁN - Kurt Vonnegut Jr.


Tras haber visto publicada su primera novela en 1952, “La Pianola”, con la que obtuvo críticas positivas al mismo tiempo que era etiquetado despectivamente como escritor de ciencia ficción, Vonnegut siguió escribiendo y vendiendo cuentos a diferentes revistas mientras trataba de sacar adelante lo que sólo tras muchos esfuerzos y unos cuantos años de trabajo acabaría siendo “Cuna de Gato” (1963). Mientras tanto, su familia continuaba aumentando y poniendo en crecientes apuros su situación económica.

 

Y es que, en 1951, Vonnegut renunció a su bien pagado empleo en el departamento de publicidad de General Electric, para mudarse a Cabo Cod, en Massachusetts, y dedicarse exclusivamente a escribir. Durante algún tiempo, el éxito de “La Pianola” pareció justificar tan arriesgada decisión, pero cuando en 1954 llegó su tercer hijo, quedó claro que los cuentos ayudaban a pagar facturas, pero no eran suficiente para sostener a la familia. En 1957, él y un socio inauguraron un concesionario de automóviles, que acabó en bancarrota al final de ese mismo año.

 

Para empeorar las cosas, su hermana Alice murió de cáncer dos días después de que su esposo falleciera en un accidente ferroviario. Kurt y su mujer Jane (compañera desde la guardería y su novia del instituto) se hicieron cargo de sus tres sobrinos con edades entre 9 y 14 años. Un cuarto estuvo con ellos un año antes de entregarlo a un pariente en Georgia. Así que la familia contaba ya con ocho miembros y podemos imaginar la presión que Vonnegut –que a sus 37 años ya no era un jovencito- pudo sentir sobre sí.

 

En ese contexto de apuro económico, escribe y publica, “Las Sirenas de Titán”. Aunque los críticos contemporáneos no sabían muy bien qué pensar de ella y que sólo era su segunda novela, no es en absoluto un texto inmaduro. Vonnegut no era el tipo de escritor que necesita de unos cuantos libros para foguearse y encontrar su estilo. No sólo tenía experiencia en el formato de cuento sino mucho talento.

 

De hecho, “Las Sirenas de Titán” fue nominada al Premio Hugo de su año, pero perdió ante un contrincante que no podía ser más opuesto en su mensaje y espíritu: “Tropas del Espacio”, de Robert A.Heinlein. Lo cual no ha sido un impedimento para que desde su aparición haya gozado de la consideración de clásico. Al mismo tiempo que Vonnegut defiende en ella la libre voluntad, satiriza con ingenio la estupidez humana que, a su juicio, supone la fe en la existencia de una divina mano rectora que guía nuestro destino. A lo largo de toda la novela, Vonnegut arremete contra la noción de omnisciencia divina, el fenómeno religioso, la institución familiar, la creencia en que la vida tenga algún sentido o que la existencia de la Humanidad obedezca a un gran plan.

 

Tras su fachada de novela picaresca, “Las Sirenas de Titán” es una obra conceptual cuyo propósito es el de obligar al lector a iniciar una autoreflexión. La narración, lo que ocurre y cómo ocurre, es secundario respecto al tema, lo que tiene como derivada que la trama y los personajes sean sacrificados en aras del mensaje, una decisión que tanto puede interpretarse como fortaleza o como debilidad.

 

Vonnegut arranca la historia a todo tren desde el comienzo, sin recurrir a prólogos o presentaciones para introducir el contexto. Mientras viaja de la Tierra a Marte a bordo de su nave personal, el aburrido astronauta playboy Winston Niles Rumfoord se lanza contra un extraño fenómeno espacio-temporal conocido como “infundibula crono-sinclástica” sólo para ver qué pasa. Y lo que pasa es que él y el gran perro que le acompaña, Kazak, se transforman en seres de pura energía desparramados en una espiral que empieza en el Sol y termina en Betelgeuse. Sólo pueden recuperar sus formas físicas una vez cada cincuenta y nueve días, cuando la Tierra intercepta su rastro ondulatorio.  

 

Desde la perspectiva de los humanos, Rumfoord y Kazak llevan nueve años materializándose en su antigua mansión de Newport, en Rhode Island, durante una hora cada cincuenta y nueve días. La perspectiva del exmillonario, sin embargo, es muy diferente, porque su forma ondulatoria le hace existir simultáneamente a lo largo de toda la corriente temporal, por lo que tiene conocimiento tanto del pasado como del futuro. Dado que puede predecir el futuro con una total certeza, llega un momento en que pasa de convertirse de curiosidad turística a dedidad que profetiza y hace milagros.

 

Por alguna razón sólo conocida por él, invita en una de esas apariciones a Malachi Constant, el hombre más rico del mundo, pero no por méritos propios. Su fortuna es heredada de su absurdamente suertudo padre, un tipo gris que se pasó toda la vida encerrado en la habitación cutre de un hotel apostando en Bolsa de acuerdo a una estrategia disparatada. Aunque le legó su riqueza, nunca se ocupó de su hijo y ahora éste busca respuestas. Pero en lugar de dárselas, Rumfoord le hace unas inquietantes profecías: pronto visitará Marte, Mercurio y Titán, se casará con su propia esposa, Beatrice, y tendrán un hijo. Aunque parece una concatenación imposible de eventos, tanto Malachi como Beatrice se esfuerzan por evitarlos a toda costa… sin éxito. Por mucho que ambos se esfuercen en escapar de la profecía, acaban víctimas de ella mientras Rumfoord manipula planetas enteros y juega con la guerra y la fe religiosa en aras de que suceda lo que tiene que suceder.

 

Todo está predestinado en este universo determinista e indiferente que nos presenta Vonnegut en “Las Sirenas de Titán”. Nada puede evitarse porque ya ha sucedido en el futuro. Al lector sólo le cabe contemplar cómo se desarrollan los acontecimientos para alcanzar el fin profetizado por Rumfoord. Y esto, en los tiempos que corren, puede jugar contra la novela ya que a los lectores modernos se nos ha enseñado a esperar giros argumentales impredecibles y misterios que sólo se desvelarán en el clímax. En “Las Sirenas de Titán”, lo único que hay que averiguar es cómo las predicciones de Rumfoord tomarán forma a lo largo de una desconcertante y estrambótica trama poblada por personajes poco simpáticos y superficiales. Es complicado conectar con Malachi, Rumfoord o Beatrice porque su función es principalmente simbólica.

 

Rumford sería el Dios Padre, el cerebro tras todo lo que acontece en la trama. Basado en el presidente Franklin Delano Roosevelt e incluso físicamente parecido a él, manipula sin piedad y miente sin dificultad (su omnisciencia y omnipotencia para alterar el curso de los acontecimientos, por otra parte, son asimismo las características propias de cualquier narrador). Secuestra a miles de desgraciados, les lava el cerebro y los lleva a Marte para convertirlos, mujeres y niños incluidos, en un ejército invasor antes de lanzarlos en platillos volantes contra la Tierra con el propósito de unir a la Humanidad ante un enemigo común y acabar con todas las rencillas y guerras que han lastrado nuestra Historia. Funda una nueva iglesia y escoge a Malachi como cordero sacrificial enviándolo a un largo periplo por el Sistema Solar para que sufra todo tipo de humillaciones, torturas y ordalías sirviendo de ejemplo al resto de sus congéneres. Castigado por su antigua vida libertina y decadente de heredero rico, a un nivel simbólico Malachi vendría a ser una suerte de Jesucristo destinado a purgar con su sufrimiento los pecados de toda la Humanidad.

 

Pero Rumfoord no es un altruista. Ni siquiera una buena persona. De hecho, bien podría ser el personaje más amargado de todo el reparto. Y no sólo porque se muestra indiferente a todo el sufrimiento que causa, sino porque probablemente su principal motivación sea castigar a su antigua esposa, Beatrice, por su arrogancia, orgullo y deseo de permanecer sexualmente pura. En esta analogía religiosa, Beatrice sería una Virgen María cuya obcecación por la pureza se ha convertido en pecado. Además, él sabe que por mucho que se divierta jugando a ser Dios y Diablo, es un ser inferior respecto al robot alienígena Salo, proveniente del planeta Tralfamadore, varado en Titán desde hace milenios mientras espera a que le envíen el repuesto de su nave averiada, lo que demuestra que no importa el poder que acumule un solo hombre, sigue siendo insignificante si se le compara con los misterios ignotos que nos esperan en el Universo.

 

Temáticamente, “Las Sirenas de Titán” supera con mucho las limitaciones impuestas por su extensión. En las menos de 250 páginas de que consta la edición de bolsillo, Vonnegut ridiculiza la obsesión de la Humanidad por imaginar y adorar creadores divinos y piadosos con un gran plan por medio de los actos de Rumfoord y su Iglesia de Dios, el Absolutamente Indiferente, cuyo lema es “Ocúpate de los hombres y Dios Todopoderoso se ocupará de sí mismo”: «Las dos principales enseñanzas de esta religión son las siguientes —dijo Rumfoord—: El hombre endeble no puede hacer nada para ayudar o agradar a Dios Todopoderoso, y la Suerte no es la mano de Dios. Los fieles de esta religión se comprometen a no sentirse superiores de ningún modo, físico o intelectual, a tomar las medidas necesarias para no destacar y, por tanto, a renegar de cualquier éxito en ningún campo del desarrollo humano.

 

Al desvelar que la Humanidad fue creada por el mencionado alienígena robótico al que se le estropeó la nave en Titán, con el exclusivo fin de mandar un mensaje a su mundo natal para que le envíen la pieza de repuesto que le permita proseguir su importantísima misión, Vonnegut se ríe de quienes creen que el Hombre está llamado a grandes cosas, tutelado por una deidad misericordiosa. Nadie está al mando, nadie controla nada, nos dice. La idea de que pudiéramos estar abandonados en un universo aleatorio e indiferente no es, desde luego, atractiva. Cuando la gente tiene buena suerte o las cosas salen a su convenciencia, le dan las gracias a su deidad elegida por haber derramado sobre ellos su benevolencia. Todo el mundo quiere creer que existe una mano a la que agarrarnos, un dedo que señala el camino correcto a seguir… y, al mismo tiempo, que gozamos de libre albedrío.

 

Para Vonnegut, la más absurda prueba de la arrogancia humana es creer que somos el centro de la Creacion, colocados donde estamos por una figura divina paternal y amorosa que nos hizo a su imagen y semejanza y que está dispuesta a cuidar de nosotros y atender nuestros ruegos siempre que nos postremos ante él. Su respuesta a esa visión religiosa profundamente egocéntrica es convertir a toda la especie humana en víctima de una colosal broma alienígena.

 

Si en la actualidad, la sátira religiosa sigue siendo un tema polémico a menudo evitado por los grandes medios de comunicación norteamericanos, imaginemos la valentía de Vonnegut a la hora de propinar esta bofetada a la fe en una época y una sociedad, la estadounidense de finales de los años cincuenta del pasado siglo. Lo mismo vale para la institución familiar, ensalzada en la América de Eisenhower como pilar y fortaleza nacional y moral, pero cuya disfuncional versión en “Las Sirenas de Titán” está compuesta por individuos tan tarados como Malachi, Beatrice y su cruel hijo Crono, asentados a la fuerza en Titán y viviendo cada cual a su aire.

 

Pero tras todo ese afilado cinismo y mordaz ironía que, dependiendo de su predisposición filosófica o espiritual, provoca en el lector tanto sonrisas como puro horror existencial, Vonnegut no era un misántropo sino un humanista de corazón, como lo demuestra que de vez en cuando atempere la crueldad de su cáustico ingenio con momentos o personajes como Boaz, el compañero de viaje de Malachi, quien experimenta una epifanía cuando, varados en Mercurio durante años, se da cuenta de que el sentido de su vida es tan sencillo como cuidar y proveer de sus necesidades más básicas –amor, seguridad y propósito- a los fascinantes habitantes de las cavernas de ese planeta, los harmoniums.

 

Y es que, al final, de eso es de lo que trata el libro, de descubrir el sentido de la vida. Tal y como dice el propio Vonnegut:

 

“Las religiones de pacotilla eran el gran negocio. La humanidad, ignorante de las verdades que yacen dentro de cada ser humano, miraba hacia afuera, pujaba siempre hacia afuera. En su impulso hacia afuera, la humanidad confiaba en llegar a saber quién era el responsable de toda la creación y en qué consistía toda la creación. La humanidad lanzaba sus agentes de avanzada hacia afuera, hacia afuera. En el momento preciso los lanzó al espacio, al incoloro, insípido, ingrávido mar de la exterioridad sin fin. Los lanzó como piedras.

 

Esos desdichados agentes encontraron lo que ya habían encontrado abundantemente en la Tierra: una pesadilla sin fin, falta de sentido. Los dones del espacio, de la infinita exterioridad, eran tres: heroísmo vacío, comedia barata y muerte fútil. La exterioridad perdió, por fin, sus imaginarios atractivos. Sólo quedaba por explorar la interioridad. Sólo el alma humana seguía siendo terra incógnita. Este fue el comienzo de la virtud y la sabiduría.”

 

Y esas “verdades que yacen dentro de cada ser humano” son, al final, muy simples, tal y como ejemplifica Boaz: encontrar un lugar en el que poder hacer el bien sin causar daño. Ya estemos solos en el Universo, nuestros destinos estén fijados o seamos producto de una broma cósmica, lo que verdaderamente importa es cómo escogemos vivir y cómo tratamos a quienes nos rodean. La vida no es absurda; lo que sí lo es, según Vonnegut, es buscar su sentido en una fuente externa a nosotros mismos. Y, por supuesto, no darnos más importancia de la que tenemos ni tomarnos muy en serio.

 

Ese humanismo de Vonnegut va más allá de recordarnos que la ética y el sentido de la vida no emanan de divinidades que nadie ha visto y que si debiera existir una religión, ésta tendría que propugnar la compasión por todos nuestros semejantes. Así, encontramos un mensaje claramente antimilitarista en el pasaje que transcurre en Marte, cuando Malachi es sometido a un lavado de cerebro y pasa a convertirse en un soldado zombificado que responde al nombre de Unk. Ya comenté en otra entrada la terrible experiencia que tuvo Vonnegut en la Segunda Guerra Mundial, así que no es de extrañar que en “Las Sirenas de Titán” retratara al ejército como una especie de monstruo que atrae a los jóvenes prometiéndoles un nuevo comienzo y un sólido futuro para luego convertirles en máquinas de matar carentes de voluntad propia.

 

Por otra parte, tampoco guarda demasiado cariño hacia los ricos. Sus tres personajes principales, Rumfoord, Malachi y Beatrice, pertenecen a la alta sociedad y los tres son gente deplorable, bien por su arrogancia, bien por su indiferencia, bien por su decadente estilo de vida.

 

Con Vonnegut siempre hay quien polemiza respecto a su adscripción a la ciencia ficción. Que es un escritor asociado al género, no se puede dudar. Una parte importante de la comunidad de aficionados así lo considera y, de hecho, fue nominado al Hugo. Es cierto que ese sentimiento no fue recíproco porque Vonnegut no deseaba ser identificado como escritor de ciencia ficción; en primer lugar, porque era muy consciente de que la mayoría de lo que producía el género tenía escasa calidad; y en segundo lugar y relacionado con lo anterior, porque temía que semejante categorización limitara su público y trivializara sus temas.

 

Como le pasa a todos los libros de CF de Vonnegut, lo que no es “Las Sirenas de Titán”, es una obra de su vertiente “dura”. Contiene grandes dosis de absurdo (su enloquecida, retorcida e imprevisible trama es como una versión luminosa de las ficciones de Philip K.Dick o A.E.van Vogt) e incluso fallos en la lógica interna (por ejemplo, ¿por qué Rumfoord sólo se materializa en su mansión de la Tierra? Su “accidente” espacio-temporal hizo irrelevante ese tipo de limitaciones geográficas). Además, utiliza con propósito paródico clichés del género como los platillos volantes, las invasiones marcianas o los alienígenas benevolentes que guian a la Humanidad para que encuentre su lugar entre las estrellas.

 

El propio viaje de Malachi es también una búsqueda de salvación espiritual que sigue las pautas del mito existencialista cuyo fin es el de encontrar el orden profundo y el sentido de la vida… aunque Vonnegut esquiva aquéllas encajando una resolución subversiva y demoledora. Así, con el antecedente literario de Dante y Beatrice en “La Divina Comedia”, Malachi atraviesa el infierno de Marte, el limbo de Mercurio y el purgatorio de la Tierra antes de ascender a las regiones celestials de Titán, culminando con un destello del Edén, aunque sea uno interior tomado de la obra de Milton, “El Paraíso Perdido”, justo antes de morir absurdamente en una parada de autobús en la Tierra.

 

Sin embargo y aunque “Las Sirenas de Titán” sea un ataque bajo la línea de flotación a las pretensiones míticas de tantas obras del género, sí es CF pura en tanto en cuanto satisface la misión primordial de ésta: hacernos cuestionar nuestra propia realidad y plantear preguntas sobre la misma y sobre nuestro papel en ella. La forma en la que Vonnegut diluye las fronteras del género haciendo difícil categorizar esta novela, sería una de las características de su obra y lo convirtió en un pionero en la fusión de la CF con la literatura mainstream y el vanguardismo.

 

Puede discutirse si “Las Sirenas de Titán” sigue siendo hoy un clásico o no. Es cierto que Vonnegut ofrece abundante materia para la reflexión y que su estilo y forma de ver las cosas ha influido a otros autores, como Douglas Adams; pero, aunque el tema del propósito de la Humanidad y la libre voluntad nunca pasarán de moda, también es cierto que el cristianismo como factor de autoridad social ha perdido fuerza en los últimos sesenta años. Desde que apareció la novela, el agnosticismo y el ateísmo se han convertido en opciones abrazadas por mucha gente y la sociedad se halla más alejada de la religión que entonces (ojo, me refiero al mundo occidental y en términos generales. Por supuesto que siguen existiendo reductos ultraconservadores inmunes a la laicización). Lo mismo puede decirse de la deconstrucción de la unidad familiar. Hoy en día, la familia disfuncional –y, con ello, me refiero a la que no respeta los cánones tradicionales, no solamente aquéllas afectadas por problemas emocionales o psicológicos- casi se ha convertido en lo normal.

 

Lo anterior significa que, en cierta medida, “Las Sirenas de Titán” han quedado como una obra hija de su tiempo. A ello hay que añadir que los lectores modernos no van a encontrar aquí su acostumbrado libro construido alrededor de una trama coherente y personajes tridimensionales. Así que, aunque creo que “Las Sirenas de Titán” es una buena novela, también opino que no encaja del todo bien en la categoría de “clásico inmortal”.

 

Independientemente de que se le pueda otorgar o no la categoría de clásico con mayúsculas, “Las Sirenas de Titán” es un ejemplo perfecto del estilo característico de Vonnegut: ingenioso, satírico, inteligente, abundante en humor negro y absurdo kafkiano, cinismo y carisma. Un buen lugar para conocer al autor y comenzar a apreciar su obra.

 


1 comentario:

  1. Me decepcionó bastante ésta novela. Tiene algunos momentos de destellos, pero en los general me dejó bastante frío. Coincido con lo que aclaras al final, se le notan bastante los años. Creo que quedó como una curiosidad y es claramente precursora de la misma premisa de Watchmen (de hecho Alan Moore debe haber tomado nota atenta de personajes como Rumfoord para Dr. Manhattan y Veidt)

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