Junto a E.E.”Doc” Smith y Jack Williamson, el tercer gran autor en sobresalir dentro de la ciencia ficción de los años treinta en el ámbito de las revistas “pulp” fue una figura polémica cuya influencia sobre la industria y el propio género fue mayor que la de cualquier otro.
John W.Campbell (1910-71) fue uno de los intelectuales de la ciencia ficción. Tenía ideas muy claras sobre ella; y aunque a veces se equivocaba, sus méritos sobrepasaron con mucho a sus errores. En su papel de editor, animó y adiestró a muchos de los mejores autores de ciencia ficción de los siguientes veinte años.
Pero sus comienzos fueron los de un escritor más. Su primera historia apareció publicada en el número de enero de 1930 de “Amazing Stories”: “Cuando los átomos fallaron”. Rápidamente se hizo un nombre gracias a su capacidad para la ambivalencia. Por un lado, escribía megalomaníacas space operas al gusto de la época con títulos bien definitorios como “Islas del Espacio”, “Pasa la Estrella Negra”, “La Máquina más Poderosa” o “Invasores del Infinito”. Son historias sustentadas en el fetichismo tecnológico, con largas y aburridas explicaciones sobre el funcionamiento de complejas máquinas.
Pero a partir de 1934, Campbell inició un nuevo camino en su trayectoria literaria. Utilizando

Allí encuentra una civilización que ha cumplido los sueños más osados de los tecnócratas. Son las máquinas quienes realizan todo el trabajo: extraen los minerales y los procesan, iluminan las ciudades y controlan el tiempo, limpian las calles y realizan el mantenimiento; transportes automatizados trasladan las mercancías entre las ciudades y los planetas.
Pero no hay gente. El viajero entra en un restaurante vacío y, simplemente tocando un botón,


Cuando “Crepúsculo” fue reeditado como parte de una antología por la editorial Shasta,

Pero lo que sí hizo este relato fue introducir en la ciencia ficción “pulp” una alternativa al utilitarismo y el espíritu de evasión propio de la space opera. Su contención de estilo, construcción de atmósferas hipnóticas, invitación a la reflexión y asunción de riesgos narrativos –aunque no siempre con éxito: apenas hay un argumento reconocible y el recurso del narrador doble no está bien ejecutado- rompieron moldes y apuntaron una nueva dirección, dirección que hallaría continuidad en la docena de cuentos que Cambpell publicó en los siguientes tres años y en la que profundizaría tras convertirse en editor de “Astounding Science Fiction” en 1937.
Los hombres que crearon e impulsaron las revistas de ciencia ficción en los años treinta eran, sin duda, entusiastas de la Ciencia. Creían que la ésta y especialmente la tecnología, proporcionarían a la Humanidad las herramientas con las que remediar los problemas de la sociedad y avanzar hacia la perfección, fuera cual fuese ésta. Los lectores compartían aquella filosofía, compatible con el ciego optimismo propio de la psique colectiva norteamericana.

Y, sin embargo y hasta el final, Campbell no creyó que tal dilema fuera insoluble. “Todos los escritores de ciencia ficción son fundamentalmente optimistas”, le comentó a un periodista poco antes de su muerte en 1971. “¿Qué le hace ser tan optimista?”, le preguntó aquél a continuación. “Tres mil millones de años de experiencia”, le contestó.
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