sábado, 1 de junio de 2024

1951 – LOS ASTRONAUTAS – Stanislaw Lem



Stanislaw Lem nació en septiembre de 1921 en Leópolis, una ciudad que hasta 1939 perteneció a Polonia y que hoy forma parte de Ucrania. De padre médico, Lem se interesó por esa rama de la ciencia, pero no lo tuvo fácil para seguir esa vocación. Cuando la Rusia soviética invadió el este de Polonia, a su padre se le acusó de “burgués” y a él se le negó el derecho a estudiar. Sin embargo, gracias a los contactos de su padre, consiguió entrar en la facultad de Medicina…por poco tiempo. La Segunda Guerra Mundial volvió a trastocar su vida. La invasión nazi a punto de estuvo de acabar con su familia, católica pero con raíces judías, y sólo la obtención de documentos falsos y la huida del gueto le permitieron salvar la vida.

 

Tras la guerra, durante la cual Lem colaboró con la resistencia clandestina contra los nazis, Polonia cayó bajo dominio soviético y, a insistencia de su padre, volvió a sus estudios de Medicina especializándose en Psicología. No se presentó, sin embargo, a los exámenes finales puesto que aprobarlos le habría valido ser destinado al ejército como médico militar. En su lugar, obtuvo un puesto de ayudante en un hospital y empezó a escribir historias, publicando la primera, “El Hombre de Marte”, en 1946, en las páginas de una revista juvenil, “Nowy Swiat Przygod” (“Nuevo Mundo de Aventuras”). Fue también en aquel año que se mudó a la ciudad universitaria de Cracovia.

 

Durante la mayor parte de su vida adulta, Lem vivió en Polonia sin viajar ni al Oeste de Berlín ni al Este de Moscú. Este aislamiento de las corrientes literarias y comerciales de la ciencia ficción angloamericana, modeló su estilo al margen de las fórmulas pulp, inspirándose en cambio en las tradiciones fantásticas de Europa central y oriental y en la ciencia ficción clásica –y europea- de Julio Verne, H.G.Wells y Olaf Stapledon.

 

Lem comenzó su carrera como redactor de una revista científica en la que se publicaban artículos occidentales contemporáneos. Fue desempeñando esa función cuando entró en contacto con la Cibernética, que en ese momento la esfera soviética demonizaba como una "ciencia burguesa". Lem se vio profundamente afectado por la reformulación radical de la realidad a que daba lugar la cibernética. Al derribar barreras entre Ciencia, Política y Filosofía y socavar la noción de un Homo sapiens como cima de la creación y medida del Universo, la teoría de los sistemas cibernéticos le proporcionó un lenguaje científico con el que construir y articular una visión profundamente irónica de la condición humana.

 

Durante una generación, Lem fue el escritor de ciencia ficción más popular e influyente del bloque soviético. Y, sin embargo, fue también alguien profundamente antiutópico. En su ficción, la tecnología y la ideología representaban fuerzas independientes pero complemantarias para la dominación del hombre que, al combinarse, producían resultados absurdos y desastrosos.

 

Las primeras novelas de Lem estaban escritas con un tono de realismo soviético, presentando protagonistas tecnólogos y científicos bastante tópicos que viajaban a planetas cuyas civilizaciones utópicas habían fracasado mucho tiempo atrás. Es el caso de “Los Astronautas”, su primera novela publicada… que no escrita. En 1948, siendo ayudante de investigación en la Academia Polaca de Ciencias, había empezado a trabajar en “El Hospital de la Transfiguración”, una novela semiautobiográfica acerca de la guerra. Pero los problemas con la censura retrasaron su publicación hasta 1955, después de que la muerte de Stalin en 1953 permitiera cierta relajación de las políticas represoras y de censura más opresivas y Lem satisficiera a las autoridades incluyendo algunos párrafos de realismo socialista.

 

En “Los Astronautas” encontramos algunos de los que acabarían convirtiéndose en temas recurrentes, especialmente la indescifrabilidad de lo auténticamente alienígena que podríamos algún día encontrar en nuestra exploración del Universo, un enfoque completamente fuera de las convenciones de la CF soviética, que prohibía la inclusión de vida extraterrestre no humanoide. Lem volvería sobre el tema en “Edén” (1959), “Solaris” (1961), “El Invencible” (1964) o “La Voz de su Amo” (1967).

 

Ahora bien, es necesario aclarar que “Los Astronautas” no justifica la reputación de Lem como uno de los mejores autores de la historia del género. El propio autor reconoció ya en vida que sentía cierto embarazo por los errores científicos cometidos aquí (en especial su visión de Venus), la ingenuidad con la que se especulaba sobre los maravillosos logros de la sociedad global comunista del siglo XXI y la alienación que inspiraban unos personajes retratados como científicos casi sobrehumanos.

 

En 1908, un meteorito gigante cayó en Siberia arrasando amplias zonas de la taiga en lo que se conocería como el evento de Tunguska. Se enviaron varias expediciones en busca de sus restos, pero ninguna tuvo éxito. Cien años más tarde, en 2003, ha caído el capitalismo y la Humanidad ha abrazado el socialismo. Han desaparecido las guerras, el hambre y la pobreza. Se ponen en marcha extensos programas de geoingeniería para modificar el clima de ciertas regiones, como la hidratación del Sáhara o la instalación de centrales en Gibraltar para suministrar energía a África. El siguiente paso es la construcción de reactores de fusión flotantes que harán las funciones de soles artificiales con los que fundir los casquetes polares. Todo esto suena extraño para los lectores modernos, conocedores como somos de los peligros del calentamiento global, pero a finales de los años 40 en la Unión Soviética se planificaron proyectos de este tipo –que, afortunadamente, nunca llegaron a ponerse en marcha-.

 

Durante los trabajos que se llevan a cabo en Siberia, cerca de Tunguska, para preparar la construcción de estructuras que mantengan el sol artificial suspendido en el aire, se descubre un artefacto de origen extraterrestre. Toda la primera parte de la novela describe los estudios que se efectúan para determinar la composición, origen y propósito del objeto y los intentos de desentrañar una mente completamente extraterrestre. La conclusión a la que se llega es que lo que impactó sobre Tunguska no fue un cometa o un meteorito sino una nave enviada desde Venus por una civilización que, según la interpretación de un documento hallado, podría tener intenciones invasoras.

 

Por ello, el gobierno de la Tierra (compuesto por hombres de Ciencia) decide reorientar el destino de la que iba a ser la primera nave espacial lanzada desde la Tierra y tripulada por un grupo multinacional, la Cosmocrátor, de Marte a Venus, con el fin de establecer contacto pacífico con sus habitantes y asegurarse de que sus intenciones no son hostiles.

 

Esta primera parte, de unas 130 páginas, es la más indigesta de la novela debido a sus largos pasajes didácticos y discusiones entre científicos sobre las intenciones venusianas, la naturaleza de su vehículo o el complejo ordenador que viajará a bordo de la nave humana y al que se bautiza como Marax (el tatarabuelo del DEUS que Lem imaginará para “Fiasco”, 1987).

 

El segundo bloque narra el viaje de varias semanas a Venus y la exploración de ese plaeta en un estilo que mezcla las novelas de aventuras de Verne y las inquietudes humanistas de Lem. No hay trazas de vida allí, pero sí restos extraños y ruinosos de enormes instalaciones y estructuras tecnológicas. De una forma que recuerda mucho a la que siguieron los exploradores antárticos de “Las Montañas de la Locura” (1936), de H.P.Lovecraft, los astronautas observan esas huellas dejadas atrás por una civilización extinta y llegan a la conclusión de que ésta fue víctima de sus propias aspiraciones imperialistas. Sus planes para exterminar a los hombres e invadir la Tierra, quedaron truncados por un conflicto nuclear que estalló entre diversas facciones.

 

Digámoslo desde el principio: “Los Astronautas”, no nos engañemos, no es un libro entretenido por mucho que contenga ideas interesantes que auguren el brillante futuro de su autor.

 

Muchos comentaristas han querido responsabilizar de los defectos de la novela a las concesiones que Lem tuvo que hacer para evitar problemas con la censura y que se concretan básicamente en el futuro que sirve de marco a la novela: un feliz paraíso socialista extendido por todo el planeta. La Humanidad, por fin, ha entrado en razón y, unida en los sabios dictados socialistas, ha conquistado los problemas que desde siempre han obstaculizado el progreso de la especie. La sociedad humana se ha convertido en una imparable máquina científico-tecnológica inmersa en ese tipo de proyectos colosales tan queridos por los regímenes totalitarios. En fin, la exaltación de un régimen con una Visión y una Misión que, a tenor de desastres perpetrados por la antigua URSS, como la desecación del Mar de Aral o Chernobyl, ha envejecido peor que mal. Con todo, podría haber resultado interesante una exploración más a fondo de ese futuro al estilo de una novela de ciencia ficción retrofuturista que sirviera de epitafio a una forma de ver el mundo.

 

Hay otros detalles interesantes derivados de las aspiraciones internacionalistas del comunismo, como ese congreso científico cuyos miembros de diferentes orígenes discuten en plano de igualdad; la diversidad de la tripulación (con expertos provenientes de la India, China, Rusia, Polonia o Alemania); o el protagonista, Robert Smith, nieto de un americano negro y comunista que se vio obligado a emigrar a Rusia y cuyo descendiente acaba pilotando el cohete más importante de la historia de la Humanidad. Habida cuenta de la escasez de mujeres en la novela, podría pensarse que esa movilidad social e igualdad de oportunidades no afecta al género femenino; pero, al menos las que se mencionan de pasada, suelen ser arquitectas o técnicas en lugar de sus más habituales roles literarios de amas de casa, amantes, camareras o secretarias. Independientemente de que la igualdad entre sexos fuera una realidad en el sistema socialista, al menos era un ideal al que aspirar, un logro deseable promovido por el Estado.

 

Asimismo, en la resolución de la historia, claramente antimilitarista (otra constante en la obra posterior de Lem), se ve obligado a introducir un pasaje que la convierta en profecía de la inevitable derrota del capitalismo.

 

Ahora bien, siendo indiscutible el problema de la censura, no es el único ni el más importante. Lem sigue siendo, en este estadio de su vida y carrera, alguien ingenuamente fascinado por la Ciencia y su potencial casi ilimitado para cambiar el mundo, presentando a los hombres que la practican como sabios pacientes y heroicos… en contraste con el piloto, un hombre de acción sin demasiadas luces cuyo papel es formular las preguntas que haría el lector y servir de vehículo para que éste participe en la historia. Esto da lugar a una dinámica entre personajes bastante planos que interactúan a la manera del antiguo teatro griego, ejerciendo el uno de actor y los otros de coro.

 

Pero además, y aquí está el meollo del problema, Lem siempre ha tratado de apoyar sus relatos en hechos científicos, esquivando las fantasías y delirios tan comunes en muchos escritores norteamericanos. Pero esa virtud aquí juega en su contra. La novela, ya lo he apuntado, abunda en largas disertaciones científicas sobre tecnologías obsoletas y teorías aburridas, desde la larga introducción que culmina en la conferencia científica hasta el extenso capítulo en el que, aún en la Tierra, un miembro de la tripulación muestra a unos estudiantes el Cosmocrátor explicándoles cada detalle de su diseño y funcionamiento. 

 

Así que el lector tiene que atravesar casi doscientas páginas bastante arduas antes de llegar al planeta Venus, donde, ahora sí, empiezan a pasar cosas y Lem se asemeja más al escritor que pronto llegará a ser. Ya en este primer trabajo largo, Lem sobresale en la descripción de los restos de una civilización completamente alienígena. Hay extensos pasajes dedicados a narrar cómo los exploradores recorren un mundo tan bello como incomprensible y peligroso. La absoluta incapacidad del hombre para entender nada que esté fuera de su inmediato marco de referencia se potenciaría en obras posteriores, pero aquí Lem decide arrojar cierto rayo de entendimiento sobre lo sucedido a la civilización venusina, articulando de paso un mensaje contra el peligro de combinar la violencia inherente a una especie inteligente con un desarrollo tecnológico avanzado. Independientemente del “recado” ideológico de la conclusión, que estos hombres de ciencia, hijos de una era luminosa, solidarios y alejados de los siniestros púlpitos políticos de la Tierra, sean capaces de averiguar lo sucedido, hace de esta una de las novelas más optimistas del autor.

 

“Los Astronautas” es una novela que no carece de interés, pero a la que le pesan los años, la bisoñez del autor y consideraciones ideológicas (la censura) y de público objetivo (juvenil). Aunque en su momento fue un éxito instantáneo (fue traducido a varios idiomas y en 1960 se produjo una adaptación al cine producida en Alemania Oriental), animando a Lem a dedicarse casi en exclusiva a la CF, su recomendación incondicional a un lector moderno es más dudosa. Interesará, desde luego, a los particularmente interesados en Lem y su evolución como escritor. Por otra parte, quienes no tengan inconveniente en saltarse las primeras cien páginas, podrán encontrar, ya en el segundo bloque, ideas y momentos interesantes que dan algo más de agilidad y emoción a la trama.

 

 

3 comentarios:

  1. He leído varias entradas tuyas, y luego encuentro en algunas esta expresión: "sentido de maravilla" o "sentido de lo maravilloso". ¿Qué significa?

    No soy un gran fan de este género, sino un mero curioso nuevo.

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    1. Básicamente, es un sentimiento de asombro provocado por una expansión de la conciencia de lo que es posible o por la confrontación con la inmensidad del espacio y el tiempo. Vamos, ideas que estimulan la mente por su originalidad, profundidad o alcance.

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  2. Es cierto que pesa el paso de los años sobre esta novela, pero es algo similar a lo que pasa con la mayoría de las primeras novelas de esta generación de autores. Pienso en Clarke o Asimov, aunque sea un poco mayor. Todos tenían mucha fe en la ciencia y leer hoy novelas como "El fin de la eternidad" o "Naufragio en el mar selenita" generan las mismas sensaciones que "Astronautas" aunque las primeras tengan un contenido mayor de fantasía si se quiere.

    Acostumbrado a la forma de escribir de Lem, cuando llegué a esta novela no me resultó una lectura tan ardua. "Invencible" me costó un poco más.

    Saludos,
    J.

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