jueves, 6 de abril de 2023

1970- LA MUERTE DEL CAOS - Joanna Russ

 

Joanna Russ fue muchas cosas a lo largo de su vida: profesora de Lengua Inglesa, dramaturga, activista radical en favor del feminismo, polemista, ensayista, crítica... En su faceta de escritora de CF, interpretó su función no como reformuladora de mitos heredados de la tradición o la literatura que nos hablan sobre el tipo de experiencias que creemos merecer sino como generadora de otros nuevos que nos sirvan para reflexionar sobre las experiencias que estamos viviendo hoy en el mundo real. Para ella, por tanto, el género debía aspirar no a la fantasía sino a la realidad.

 

Russ entró en la Universidad a los quince años; vendió su primera historia a los veintidós; se declaró lesbiana en un momento y entorno, la CF de los años 70, dominados por los hombres; y antes de su muerte en 2011 publicó varias novelas de CF, un puñado de libros de cuentos, un romance lésbico y una considerable cantidad de artículos y ensayos sobre diversos temas. Pero es que, además, su brillantez intelectual no podían negarla ni los detractores de su inflexibilidad y actitud provocadora. Su prosa era al tiempo pícara y seria, expresaba sus opiniones con absoluta confianza incluso cuando éstas se dirigían contra ella misma.  

 

Empezó a escribir y publicar en los años 50, pero su interés por el feminismo no emergió hasta finales de los 60, en la forma de los cuentos (luego recopilados como “Las Aventuras de Alyx”, en 1976) protagonizados por una independiente e inteligente mercenaria y asesina, originaria de una ciudad fantástica y que acaba trabajando para la Autoridad Trans-Temporal. A decir de la propia Russ, fueron las peripecias de esta mujer alejada de los parámetros de las heroínas de las space operas clásicas, las que le dieron la confianza necesaria para abordar en futuros libros los temas de género con un revestimiento de ciencia ficción.

 

Pero antes, en 1970, tomó un desvío hacia la ciencia ficción social con “La Muerte del Caos”, una novela difícil de abordar y exigente con el lector, con una trama y personajes sofocados por una estilizada prosa, la superposición de capas temáticas y el cambio de escenario y tono, que va de la descripción de un mundo utópico habitado por humanos con poderes psíquicos a la sátira feroz de una Tierra futurista arrasada por la superpoblación y la decadencia moral.

 

Russ comienza la novela con una cita de un cuento del filósofo de la antigua China Chuang Tzu, sobre cómo los dioses Alboroto y Enojo quisieron agradecer al dios Caos el haberlos tratado bien abriéndole agujeros, dado que éste no disponía de ninguno. Pero fue un regalo que no hizo sino causarle la muerte. El título está tomado de la última frase de esta siniestra fábula: “Le abrieron un agujero cada día, y al séptimo, Caos murió”. Se trata de una moraleja que conviene mantener en mente conforme se desarrolla la historia.

 

A raíz de un accidente en la nave en la que viajaba durante un viaje rutinario, Jai Vedh se ve arrojado a un planeta no cartografiado en compañía del arisco capitán de aquélla. Allí toman contacto con sus peculiares habitantes, descendientes de los miembros de una colonia terrestre largo tiempo extraviada que han desarrollado poderes mentales como telepatía, telekinesis o teleportación, lo que les ha alejado de la condición humana ordinaria. Sus dinámicas sociales son también ajenas a lo habitual en la Tierra: los niños se expresan como adultos, éstos no se comunican verbalmente, no existen familias, profesiones o rangos y se “fusionan” telepáticamente no solamente entre sí sino con elementos de la naturaleza como rocas o pájaros.  En resumen, que ese pueblo ha reordenado por completo sus objetivos y entrado en un estado de trascendencia.

 

La primera parte de la novela cuenta cómo, mientras el capitán, atrapado por la autocompasión, la ignorancia y los prejuicios, experimenta rechazo hacia estos seres, Jai, que venía siendo un individuo atormentado, siente una inmediata afinidad por ellos, se enamora de una nativa llamada Evne y adopta su forma de vida, desarrollando él mismo capacidades psíquicas. Estos capítulos son una desorientadora e incómoda –pero también fascinante- descripción de cómo se desintegran los esquemas mentales de una mente humana conforme trasciende su estadio inicial y luego se asoma a la demencia cuando se ve obligado a mirar a sus antiguos mundo y vida con nuevos ojos.

 

Y es que la segunda mitad del libro narra cómo, cuando llega una partida de rescate al planeta, Jai es forzado a regresar a la Tierra. Evne lo sigue y es capturada por las autoridades militares para estudiarla pero, tras someterse a un interrogatorio, se teleporta a la Tierra, seguida por Jai. Es a través de los ojos de ella que se nos muestra una Tierra superpoblada, escasa de plantas, animales e insectos y con una población hedonista, idiotizada y obsesionada por mantenerse saturada de entretenimiento y sensaciones.

 

Al sur, la raza humana se deslizaba más y más bajo el mar a lo largo de la placa continental del Atlántico; densamente establecida a quinientos, seiscientos o incluso setecientos kilómetros por debajo, y más allá aún, las «ciudades flotantes», aunque había pocas de éstas, y un pródigo esparcimiento de yacimientos, refinerías flotantes y procesadoras de alimentos. Hasta los ordenadores de la Luna, la línea del amanecer sólo revelaba más de lo mismo, y la línea del atardecer ocultaba aún más; la gente vivía, moría, se reproducía y se analizaba a sí misma hasta una altura de seis mil metros, y era lo mismo en Copérnico, en Ziolkovski y en los Apeninos Lunares. Las cumbres del Himalaya estaban cubiertas de hoteles, igual que el Gobi, igual que la Luna, igual que cada centímetro de costa en todos los continentes”.

 

Los hombres han perdido su individualidad y viven en un estado de opresión a todos los niveles: mental, físico, gubernamental… generado y propiciado por la omnipresente violencia (hay máquinas automáticas de dispensación de armas, por ejemplo). Jai Vedh vagabundea sin rumbo en compañía de un hombre llamado Ivat, contemplando este desolador panorama habitado por una humanidad vacía de emociones y consumida por los deseos: "se preguntó por qué la multitud-mente es tan llana, drogada, silenciosa, con la individualidad perdida, descubrió que no podía desconectar ni el silencio ni el estrépito del sonido, un desagradable asunto de hacer pedazos su cerebro, caídas sobre una pareja en orgasmo continuo, una droga dura horas y horas hasta que el sistema nervioso se agota”.

 

En la casa más cercana, una joven, quitándose las ropas, se mete con un guiño en azufre hirviendo y muere lascivamente; se trata de una fantasía y lo que está sucediendo realmente es que una docena de personas están derribando las paredes y alimentando el fuego con ellas; cuando acaben, no tendrán otra cosa que hacer. Un hombre cuya ropa está ardiendo entra en la siguiente casa, hacia los bailarines que no lo ven. Es un amasijo de caprichos. Jai se pregunta por qué los caprichos son tan imposibles de comprender. ¿Qué tiene de particular colgar por las rodillas de un tejado, como está haciendo alguien?

 

El lamentable estado ambiental y espiritual de nuestro planeta contrasta con el paraíso que es el hogar de Evne, donde “nadie trabaja, nadie hace nada, simplemente todo crece. ¿De dónde sacan el aceite? Lo encuentran. ¿De dónde sacan la comida? La encuentran. Todo está al alcance de la mano. Nada supone ningún problema. Incluso el clima es condenadamente bueno. Si llueve te mojas, eso es todo”.

 

Los capítulos de esta sección son, a su manera, tan incómodos como los de la primera parte… pero menos eficaces. Da la impresión de que Russ trataba de ofrecer su propia versión de “Forastero en Tierra Extraña” (1961), de Robert A.Heinlein, pero su tono se inclina hacia la parodia sarcástica de los medios de comunicación de masas y una sociedad obsesionada por la apariencia física, un terreno que no es el más adecuado para la elaborada y a menudo impenetrable prosa que despliega.

 

Ahora bien, describir “La Muerte del Caos” como una historia de post-humanismo o una sátira cultural es claramente insuficiente porque hay demasiadas cosas en ella, desde la estructura hasta la prosa, que no resultan fáciles de comprender o asimilar. En el primer capítulo, por ejemplo, Jai y el capitán ya están en el planeta y bajo ataque de los nativos, terminando el pasaje con ellos refugiados en la cápsula de salvamento, que Evne y su pueblo han convertido prácticamente en chatarra. Pero la primera frase del siguiente capítulo es: “descendieron en la cápsula de salvamento a la mañana siguiente: Jai Vedh bien atado dentro e intentando controlar su mareo”; y cuando emergen de la cápsula esta vez, Jai entabla una relación mucho más amistosa con Evne y su gente, relación que es la que domina la trama posterior de la novela. No vuelve a hacerse referencia a la situación presentada en el primer capítulo. Quizá Russ quería sugerir que el pueblo de Evne era psíquicamente tan poderoso que podían manipular el tiempo y el espacio, reiniciando un escenario que, a su modo de ver, se había torcido. Pero esto es sólo una hipótesis porque la autora deja al lector abandonado a su suerte en la interpretación de sus intenciones.

 

Y es que “La Muerte del Caos” es un libro extraño, psicodélico que, en varios aspectos, no ha envejecido bien. Por ejemplo, el comentario implícito respecto a la homosexualidad masculina, que la “avanzada” Evne interpreta como una enfermedad que debe curarse, una anormalidad incompatible con la mejora mental: “He venido aquí por curiosidad, de visita. También para curar (…) Exportan locura. Las cosas están a punto de explotar. Exportan estructura social, enfermedad, drogas, ropas bonitas. Esterilización. Arte. Homosex. Visiones. Castración…”. Volveré luego sobre eso.

 

“La Muerte del Caos” está claramente inscrita en el movimiento de la Nueva Ola en tanto en cuanto se centra en fenómenos psíquicos, imaginería alegórica y una prosa bella pero impenetrable así como una sensibilidad claramente inclinada hacia la experimentación en todos los órdenes. No es un libro fácil de abordar. De hecho, parece escrito por una persona completamente diferente que sus inmediatamente anteriores cuentos feministas de Alyx. Pero es precisamente este contraste lo que pone de manifiesto la versatilidad literaria de Russ: se siente tan cómoda con lo experimental como con la aventura de corte más clásico, adecuando su prosa al material que trata en cada momento.

 

Sin embargo, esta exhibición de capacidad literaria no está reñida con otras características de esta novela que para algunos lectores pueden resultar justificadamente problemáticas, particularmente el estilo de prosa, con pasajes en los que se exageran las florituras e imágenes hasta niveles ridículos, como si Russ se hubiera obsesionado tanto por desarrollar una narrativa experimental que todo lo demás acaba devorado por ella. El lector puede encontrar dificultades no ya en entender las metáforas y significados ocultos tras los bellos vocablos y frases sino en encontrar un asidero en la historia, una conexión emocional. Los personajes a veces parecen títeres sin expresión deslizándose por el escenario. La energía invertida en subrayar el tema devora el significado y el sentimiento.

 

Los vericuetos, desvíos, avances y retrocesos del argumento son otro problema. Justo cuando el lector está empezando a interesarse con el descubrimiento de un nuevo planeta o el regreso a la vieja Tierra, Russ toma otro camino. Después, lo mezcla todo con ramalazos de violencia y devaneos psicotrópicos. Autores tan dispares como Fritz Leiber, James Blish o Robert Silverberg alabaron su originalidad. Y puede que tengan razón, pero la originalidad y la belleza formal no garantizan el disfrute ni la conexión del lector. 

 

Lo cual no quiere decir que “La Muerte del Caos” carezca de méritos. Samuel R.Delany, otro esteta de la CF y, como Russ, destacado representante de la Nueva Ola, dijo del libro: “Muchas novelas han especulado con los fenómenos psíquicos, describiendo sus efectos sobre las personas y la sociedad. La señora Russ ha asumido la tarea de hacer vivir al lector esa experiencia”. Y, efectivamente, lo consigue. Las partes más intensas, vibrantes y extrañas de la novela son sus descripciones de los fenómenos psíquicos, con una imaginería visceral que corta el aliento y alimenta el cerebro de sensaciones. Sus frases contienen referencias y alusiones, capas y capas de significados en una construcción densa y cuidadosamente esculpida.

 

Aunque no se sea particularmente afín a la inclusión de capacidades psíquicas en la CF, es obligado admitir que Russ juega esa carta con inteligencia a la hora de describir las sensaciones que transmitiría un poder tal:

 

Primero es cuestión de prestar atención. Dicen que es la forma adecuada. No es hereditario. Siempre hablan de prestar atención. Yo mismo pienso que es una percepción directa de masa. Si la masa es energía, eso lo explica todo. Atienden exclusivamente, como en el hipnotismo; luego vas donde se encuentran lo objetivo y lo subjetivo. Entonces puedes hacer cualquier cosa, ¿comprende? No hay dentro; no hay fuera. La masa afecta instantáneamente al espaciotiempo y a distancia. Todo es instantáneo y a distancia. Hay que aprenderlo, crecer donde todo te hace prestar atención de la forma adecuada, a las cosas adecuadas. Creo que hay que empezar de niño, con otra gente a tu alrededor. Tienen que enseñarte. Es una habilidad. Está atada al cuerpo”.

 

Y más adelante: “Cree que si puedes controlar el calor puedes controlar el movimiento, si controlas el movimiento puedes controlar la masa, que el control de la masa significa control de la energía, y que ambas cosas significan el control de la gravedad”.

 

Aceptando este salto lógico, no solo resulta posible manipular las mentes sino la materia tanto a escala micro como macro, la inercia y, en definitiva, el propio espacio. Es una forma original e interesante de presentar los poderes psíquicos si bien, como apunta la propia autora, “es difícil distinguir las sensaciones de fantasías. Puede que sí, o puede que no”, por lo que el lector corre el riesgo de perderse en esa neblina conceptual que separa el control psi del caos psi.

 

Su visión del sexo es otro de esos elementos que puede suscitar un justificado rechazo entre un sector del público actual. Jai Vedh es el único protagonista masculino de la obra y se le presenta abiertamente como “homosexual”: “No me gustan las mujeres —dijo Jai Vedh, súbita y secamente—.Nunca me han gustado. Soy homosexual”. Inicialmente, parece que Russ va a explorar la homofobia y los prejuicios contra esa orientación sexual porque el oficial militar con quien se estrella Jai es el típico varón masculino que exhibe una actitud agresiva hacia su compañero. Hay una considerable tensión en el ambiente y en un momento determinado, Jai le asegura con sorna: “No le tocaré, ni siquiera cuando esté dormido. Cálmese”. La respuesta del capitán es la de sentirse todavía más acosado hasta el punto de tratar de expulsarle físicamente de la pequeña cápsula de salvamento en la que viajan.

 

Las cosas empiezan a descarrilar cuando entra en liza la sociedad de psíquicos, porque Jai termina relacionándose con una mujer que utiliza sus poderes para “curarle” de su sexualidad anómala, considerada en ese mundo como una disfunción. Se hacen amantes y en cuanto empieza a desarrollar habilidades mentales similares a las de ella, se vuelve heterosexual. En resumen, que su condición gay era un problema provocado por la sociedad de la que procedía y en cuanto éste se soluciona, pasa a sentirse atraído por las mujeres. Para Russ, por tanto –o así lo plasma en esta novela- heterosexualidad equivale a salud mental, a una mejor vida y a una auténtica igualdad de derechos entre los sexos, que es exactamente lo que defendían muchas asociaciones psiquiátricas de los años 60 y 70.

 

Resulta difícil de entender que Russ, que no mucho después se declararía públicamente lesbiana –aunque siempre protegió mucho su vida privada- y se convertiría en una firme defensora de las mujeres gay –ahí está su novela “El Hombre Hembra”, 1975, otro clásico de la CF feminista-, pueda proponer un argumento tan ofensivo para un colectivo con el que ella estaba relacionado: que todo lo que necesita un hombre gay es una buena mujer que lo pase al campo heterosexual. ¿Cuántas veces han tenido que escuchar las lesbianas la frase inversa, que todo lo que necesitan es un hombre que les enseñe las delicias del sexo heterosexual? ¿Se debe esa distinción a que Jai es varón? ¿Es su género un factor tan determinante en la sexualidad que elige? De alguna forma, parece una traición a los principios del movimiento gay.

 

A esto hay que añadir que en casi todas las escenas sexuales hay algún elemento de violencia, de no consentimiento pleno, por parte del hombre o la mujer. Jai no está precisamente entusiasmado con la idea de mantener sexo con una mujer por primera vez pero Evne fuerza la situación. Quizá esto pretenda subrayar la idea de que la sociedad de la que proviene Jai está socialmente tan deshecha que la agresión y la violencia son las únicas vías de relación interpersonal. Si eso es lo que pretendía Russ, lo único que consigue en lo que a mí se refiere es hacerme sentir incómodo e incluso disgustado aun cuando las escenas con sexo no parecen haber sido escritas con ese propósito y no hay señales en el texto de que la autora vea nada incorrecto en el ambiguo consentimiento que presenta entre las partes implicadas.

 

“La Muerte del Caos” es una novela meritoria e importante en la trayectoria de Joanna Russ como escritora de CF, tuvo una buena acogida cuando se publicó (fue nominada al Premio Nébula y al Locus). Y, sin embargo y por los motivos expuestos, puede ser un libro difícil y frustrante, tanto en su estilo como en su mensaje. El lector no debería sorprenderse por encontrarse indeciso a la hora de valorarlo y de cómo debería sentirse tras leerlo.

 

 

1 comentario:

  1. Pues la novelas es "caótica"... tiene ideas interesantes y bien expuestas, pero los personajes se sienten extraños... no pude simpatizar con ninguno de ellos.

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