miércoles, 22 de junio de 2022

2018- MEGALODÓN - Jon Turteltaub


El género de tiburones asesinos registró un nuevo florecimiento en la segunda década del presente siglo, si bien la mayoría de los productos estuvieron al nivel de calidad de “Sharknado” (2013). Ahí están films como “Sharktopus” (2010), “El Ataque del Tiburón de Dos Cabezas” (2012), “Avalanche Sharks” (2013), “90210 Shark Attack” (2014), “Roboshark” (2015), “Tiburón Zombi” (2015) o “Sharkansas” (2016), por nombrar sólo un puñado. Como ya puede deducirse de los títulos, son películas que consisten en mezclar los tiburones con la premisa o los elementos más ridículos que quepa imaginar.

 

Desde los años 90 del pasado siglo, las películas de tiburones de gran presupuesto y destinadas a estrenarse en la gran pantalla han sido muy escasas. Entre ellas han sido más las risibles que las terroríficas, como “Deep Blue Sea” (1999), “Tiburón 3D: La Presa” (2011) o “Bait (Carnada)” (2012). Hubo, sí, algunos éxitos moderados, como “Open Water” (2003) o “A 47 Metros” (2017), pero que entraban más en el género de supervivencia con tintes terroríficos que en el de tiburones asesinos propiamente dichos. La única producción que se tomó a sí misma en serio y lo hizo con cierta eficacia fue “Infierno Azul” (2016).

 

Y entonces, en 2018, llega “Megalodón”, toda una superproducción con participación china. Como era de esperar, cuando se estrenó” la crítica la defenestró, comparándola en no pocas ocasiones con “Deep Blue Sea” en el sentido de que ofrecía una trama minúscula que sólo servía para encadenar escenas de acción y efectos especiales, dando como resultado un producto exagerado hasta el ridículo. Y, como era de esperar teniendo en cuenta la masiva campaña de promoción y la respuesta del público chino, la recaudación ascendió a 530 millones, que cubrió con creces el presupuesto de 130 millones invertido.

 

El multimillonario Morris (Rainn Wilson) viaja a una plataforma de investigación oceánica que ha estado financiando, Mana One, no lejos de Shanghai, para asistir a un gran acontecimiento: un equipo, a bordo de un batiscafo muy avanzado, se sumerge en la Fosa de las Marianas para explorar una corriente de agua templada que parece formar una suerte de barrera en el fondo. Tras atravesar lo que se descubre es una suerte de frontera gaseosa, el vehículo lo atraviesa para entrar en todo un nuevo ecosistema antes de ser atacado y averiado por un megalodón de 30 metros que habita en esas zonas abisales.

 

La única persona que ha demostrado ser capaz de efectuar misiones de salvamento a esas profundidades es el especialista Jonas Taylor (Jason Statham), que se retiró cinco años atrás después de que un salvamento saliera mal y se le culpara oficialmente de ello. Varios miembros del equipo de investigación viajan urgentemente a Tailandia, donde está residiendo Jonas, para intentar convencerlo de que comande el rescate. Éste se niega hasta que le informan de que, a bordo del submarino, ahora posado en el fondo abisal a la espera de ayuda, está su exmujer Lori (Jessica McNamee).

 

Jonas tiene éxito en la misión pero abre accidentalmente un pasaje en la capa térmica que permite al Megalodón salir de lo que había sido su hábitat, sembrando el caos y la muerte a su paso. Dejados a su suerte por Morris, que pretende capturar vivo a la bestia por su cuenta, el personal de la plataforma se prepara para seguir la pista al colosal asesino y detenerlo.

 

“Megalodón” está dirigida por Jon Turteltaub, que empezó haciendo películas ligeras para niños, comedias y films románticos como “Tres Pequeños Ninjas” (1992), “Elegidos para el Triunfo” (1993) o “Mientras Dormías” (1995), antes de dar la campanada acompañado de Nicolas Cage en las dos películas de “La Búsqueda” (2004 y 2007). Había hecho ya alguna incursión en el cine de género con “Phenomenon” (1996), en la que John Travolta obtenía superinteligencia; “Instinto” (1999), con un Anthony Hopkins antropólogo convertido en asesino; “El Chico” (2000), donde Bruce Willis se encontraba a sí mismo de niño; o “El Aprendiz de Brujo” (2010), de nuevo con Nicolas Cage. Turteltaub también produjo una serie postapocalíptica “Jericho” (2006-8) y otra de terror, “Harper´s Island” (2009-10).

 

El recurso del megalodón no es ni mucho menos nuevo y ya lo habían utilizado películas como “La Caza del Tiburón” (2001), “Megalodón” (2002), “Terror en el Abismo” (2002), “Megatiburón contra Pulpo Gigante” (2009) y sus secuelas, “Super Tiburón” (2011) o “Jurassic Shark” (2012). Ninguno de esos títulos resulta recomendable, a diferencia del comic “Carthago” (2007), que cuenta con una historia mucho mejor trabajada y que bien podría haberse llevado al cine o la televisión.

 

Pero “Megalodón” sí fue la primera de las películas modernas de tiburones asesinos pensada para impactar al público que acudía a las salas de cine gracias al uso extensivo de efectos digitales. Buena parte del film consiste en una serie de escenas de acción y suspense alimentadas y sostenidas por grandes dosis de CGI y que resultan bastante eficaces en su propósito. Por ejemplo, aquella en la que Jonas pilota su sumergible en el rescate inicial y el Megalodón surge de la oscuridad abisal; esa otra en la que nada frenéticamente hacia el barco con el monstruo persiguiéndolo y subiendo a bordo sólo un instante antes de que las mandíbulas se cierren en torno a él; el momento en el que Suyi (Li Bigning) hace una inmersión en alta mar dentro de una jaula de plástico y el megalodón trata de tragársela y Jonas ha de acudir en su ayuda; o cuando el tiburón se acerca a una playa abarrotada en la costa china, con su sombra silueteada bajo los bañistas hasta terminar arrastrando una serie de plataformas flotantes con sus aletas provocando el pánico general. El hiperbólico y ya absolutamente inverosímil climax hace que Jonas se enfrente “cuerpo a cuerpo” con el tiburón cuchillo en mano…

 

Y es que si por algo destaca “Megalodón” es por ser una película comprometida con la idea de “más”. Quizá esto sea una consecuencia inevitable de la “carrera de armamentos” entre blockbusters intensivos en unos efectos especiales que impelen a guionistas y directores a poner en escena destrucción y acción a escalas cada vez mayores. Los presupuestos son asimismo más grandes, como también alargados los metrajes….

 

“Megalodón” es el ejemplo perfecto de esta nueva realidad. Es una película convencional en términos de género, una historia mil veces contada sobre un grupo de esforzados aventureros y exploradores en el mar que se encuentran enfrentados a un monstruo. El elemento diferenciador en esta ocasión ha sido la decisión de aumentar la escala todo lo posible. Todo es exageradamente grande, empezando por la propia bestia. Los guionistas Dean Georgaris, Erich Hoeber y Joe Hoeber (a partir de una novela de Steve Alten) aumentaron el tamaño de la criatura que conocemos por los registros fósiles y que, hasta donde sabemos, alcanzaba “solamente” unos 20 metros.

 

También es una película grande en términos de escala narrativa porque sus tres actos abarcan otros tantos climax característicos de los films de tiburones. No es infrecuente que las películas cambien de premisa o ambientación a lo largo de la historia que narran (el mismo “Tiburón” lo hace a mitad de metraje); pero es que “Megalodón” pasa de un rescate a grandes profundidades oceánicas en una zona inexplorada al ataque de la criatura contra una base de superficie, luego la clásica caza del tiburón y un enfrentamiento final apocalíptico. El director y los técnicos de la película pueden permitirse todos estos cambios en parte gracias a la tecnología de efectos especiales, que proporciona mayor capacidad de procesamiento que nunca antes; y, en parte, gracias a las expectativas del público de este tipo de blockbusters modernos: una narrativa consistentemente rápida e intensa en toda su duración que desemboque en un crescendo épico. “Megalodón” es un intento de hibridación entre las películas clásicas de tiburones y la sensibilidad moderna del blockbuster.

 

Su premisa de una feroz criatura prehistórica castigando la arrogancia de unos  humanos insensatos, recuerda inevitablemente a “Parque Jurásico” (1993), una de las películas con las que renació no sólo el cine espectáculo en los 90 sino el subgénero de monstruos de la CF. Sin embargo, los blockbuster modernos parecen olvidar aquellas sabias palabras del doctor Ian Malcolm en esa cinta: “Sus científicos estaban tan preocupados por si eran o no capaces de hacerlo, que no se pararon a pensar si debían”. Parece que “Megalodón” nunca se molestó en preguntarse si debía doblar la escala y hacerlo tan rápidamente. Y es que para ofrecer al espectador todo lo que había prometido y en el metraje establecido, la película de Turteltaub debe imprimir un ritmo frenético a la historia. La premisa básica se establece con dos pinceladas, se dedica un tiempo mínimo a crear suspense a partir de una situación interesante antes de saltar a la siguiente. De hecho, cada uno de los tres grandes actos de la película podría haber conformado en sí mismo un film autónomo de haber dispuesto de más espacio para desarrollarse. En vez de eso, guionistas y director optan por correr rápidamente de una escena a otra sin dar tiempo a asentar lo ocurrido.

 

Y claro, hay cosas que se pierden por el camino en esa frenética carrera por llegar al clímax. Lo más obvio es el sentido de lo maravilloso y la escala. Unas semanas antes aquel mismo verano, “Jurassic World: Reino Caído” supo transmitir mucho mejor ese sentimiento de grandeza y maravilla que el cine espectáculo está olvidando en estos tiempos de épica digital. Los blockbusters modernos concentran tanta acción y a tanta velocidad que el espectador no tiene ocasión de dar un paso atrás para poder apreciar la maravilla que los personajes experimentan de primera mano. 

 

Por ejemplo, al comienzo de la película, se descubre que el lecho oceánico de la fosa abisal que están explorando los protagonistas no es tal sino una nube de hidrógeno que protege y aisla todo un mundo nuevo repleto de misterios. La expedición atraviesa esa barrera gaseosa y empieza a explorar. Solamente esto ya debiera ser un momento de gran maravilla y emoción, un descubrimiento que cambia por completo el conocimiento que tenemos de nuestro planeta, un paso que nos interna en un paisaje casi alienígena, un momento terrorífico y excitante al mismo tiempo. Por el contrario, el guion lo trata como un mero trámite para llegar a la siguiente escena.

 

Escena que incluye, naturalmente, la presentación del tiburón gigante. De nuevo, se trata de una criatura que se consideraba extinta, el tipo de monstruo que sólo los lunáticos más extravagantes habían soñado que aún podía vivir libre, escondido en algún remoto paraje. Debiera haberse mostrado por primera vez de una forma que evocara aquellos planos maravillosos de dinosaurios en “Parque Jurásico”, invitando al público a entrar en el cuadro y tomar conciencia de la majestad de esta bestia. Por el contrario, tras un impresionante plano del tiburón nadando elegantemente sobre la cabeza del protagonista, luego la historia se abandona a lo convencional (que no por ello mal rodado, ojo).

 

Los personajes de “Megalodón” reaccionan a lo imposible con una increíble serenidad. Después de que uno de los batiscafos atraviese el umbral de un mundo del que sólo unas horas antes nadie sabía nada, un par más de sumergibles siguen el mismo camino sin dedicarle un solo pensamiento a tal hecho. Una vez el megalodón se ha dado a conocer, se inserta un pasaje explicativo utilizando una presentación informática. Ninguno de los presentes parece demasiado sorprendido de que en el fondo del mar exista un ecosistema inmenso habitado por tiburones monstruosos.

 

Pese a la inclinación que había demostrado Turteltaub en algunos de sus films anteriores favoreciendo la acción o el sentimentalismo facilón sobre los puntos más interesantes de cada guion, hay que decir que aquí se adapta a los nuevos tiempos y saca adelante con profesionalidad todas escenas de gran intensidad física y visual. Tal y como recuerdo, mantuvo a los espectadores que fueron a ver “Megalodón” a las salas de cine sentados al borde de la butaca y mordiéndose las uñas. Los efectos especiales están bien confeccionados e integrados en la acción para lograr el máximo efecto dramático…aunque sin acabar de encontrar un tono coherente.

 

Y es que la película nunca está del todo segura sobre lo en serio que se toma a sí misma. Buena parte de ella es absurda, casi risible, como la participación de esa precoz niñita china que hace de celestina entre la pareja protagonista. Por otra parte, la historia también incluye desafíos, situaciones y emociones genuinos y adultos. La película se ve obligada a pivotar entre ambos extremos demasiado rápidamente.

 

La taquilla china es un factor esencial para el éxito financiero de cualquier superproducción actual de Hollywood y muchos estudios tratan de incorporar en la historia o el reparto localizaciones o actores de ese país con el fin de atraerse el favor o al menos la atención de su público. Así, además del dinero chino, la película cuenta entre sus actores con estrellas como Li Binbing o Winston Chao. Pero más allá de los chinos, “Megalodón” acoge en su reparto una poco habitual diversidad de etnias y nacionalidades, como el maorí Cliff Curtis, el australiano Robert Taylor, el islandés Olafur Darri Olafsson o el japonés-americano Masi Oka.

 

Dicho lo cual, hay que decir que la caracterización de todos los personajes tiene el grosor del papel de fumar. Desde la primera escena en la que aparece, Morris se encasilla en el arquetipo caricaturesco del hombre de negocios codicioso que pone en peligro a todos con su plan para capturar al tiburón (igualmente tópico es su destino, escrito en su frente desde el principio). Jason Statham (que, por cierto, fue miembro del Equipo Nacional de Submarinismo británico antes de pasarse al cine) es un profesional consumado en este tipo de películas de acción, aportando toda la fisicidad necesaria y un equilibrio (probablemente más mérito suyo que del guion) entre el cinismo y el humor. Del resto del reparto sólo me atrevería a mencionar a Ruby Rose, que consigue darle a su personaje algún filo. 

 

Tampoco es que los actores pudieran hacer más con el guion del que disponían. De hecho, éste parece un esqueleto esperando a que algún escritor le añada carne y órganos. Los personajes no conversan con diálogos sino que se lanzan frases y sentencias. Todo lo relativo a los personajes es muy tosco y arquetípico; ni siquiera tienen un arco definido. La película no se molesta en mostrar al público quién es en realidad Jonas Taylor y deja que otros personajes nos lo describan repetidamente como alguien egoísta y emocionalmente distante, definiciones que luego no hallan reflejo en absoluto en el comportamiento de aquél.

 

¿Es “Megalodón” una mala película, tal y como la calificaron la gran mayoría de los críticos –pese a que el público, ya lo dije, acudió en masa a verla-¿ Pues eso depende, como suele suceder, de lo que esperes encontrar en ella. No tiene un argumento sofisticado, personajes carismáticos, ideas originales o grandes interpretaciones. Ahora bien, cabe preguntarse, ¿quién esperaba realmente encontrar cualquiera de esas virtudes en una película de monstruos que, además, no sólo no prometió nada de lo antedicho sino que dejó bien claro lo que ofrecía en su tráiler y material promocional? En este sentido, “Megalodón” no engaña y ofrece lo que anuncia: un par de horas de suspense y acción articulado en escenas bien resueltas visualmente. Punto.

 

En este sentido, conviene recordar, además, que el subgénero de monstruos dentro de la CF ha solido transitar por las mismas líneas que “Megalodón”. Desde los años treinta, el público acudía a las salas a ver “King Kong” (1933),  El Monstruo delos Tiempos Remotos” (1953), “La Humanidad en Peligro” (1954), “Tarántula” (1954) o “Godzilla” (1954) cautivado por el sentido de lo maravilloso y el terror que les provocaban las enormes criaturas que aparecían en la pantalla y no tanto por el mensaje anticientífico que solía acompañarlo –y que también está presente, aunque muy de pasada, en “Megalodón”- en forma de moraleja admonitoria acerca de los peligros de internarse en misterios de la Naturaleza que mejor harían en permanecerían ocultos. Un espíritu y planteamiento que no ha perdido vigencia ni siquiera en el nuevo siglo, como demuestra el éxito del Monsterverse de Legendary/Warner o la franquicia jurásica.

 


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