El de Mundos Perdidos fue un subgénero inmensamente popular en la literatura de aventuras y ciencia ficción allá por el siglo XIX y principios del XX, cuando todavía se estaba en pleno proceso de descubrir nuestro planeta, conquistando sus cimas y tocando sus rincones más inaccesibles. Los exploradores de la vida real eran celebridades tanto científicas como sociales, individuos inquietos, curiosos, carismáticos y experimentados que fascinaban a la opinión pública. No es de extrañar que la ficción creara sus propias versiones para zambullirlos en aventuras todavía más fantásticas que las de encontrar las fuentes del Nilo o llegar al Polo Sur. Ahí tenemos a Julio Verne, H.Rider Haggard, Joseph Conrad o Arthur Conan Doyle que, entre muchos otros, legaron a la literatura insignes exploradores de tinta y papel. Pero conforme avanzaba el siglo XX, los mapas se fueron rellenando, los medios e infraestructuras de transporte mejoraron y el cine facilitó el acceso del público a lugares hasta entonces inaccesibles. La aventura de explorar, de imaginar maravillas tan grandes como el riesgo de descubrirlas, hubo de salir de nuestro planeta para trasladarse a otros mundos poblados por criaturas tan exóticas para nosotros como en su momento lo fue el canguro o el hipopótamo para nuestros antepasados. Lo que la Aventura perdió en la literatura y el cine, lo ganó la Ciencia Ficción.


El primer volumen de esta serie publicada en Francia por Humanoides Asociados, “La Laguna de la Fortuna” arranca en 1991. El comandante Bertrand (una suerte de Jacques Cousteau) se retiró de la investigación oceánica tras descubrir algo fantástico durante una inmersión en solitario en el golfo de Tadjoura, en Djibouti, mientras buscaba el origen de una leyenda local sobre una criatura a la que los nativos ofrecían sacrificios.
En 1993, en una prospección submarina en el Pacífico Sur en busca de yacimientos de gas natural, unos buzos de la poderosa corporación Carthago descubren al perforar el lecho oceánico una gruta submarina en la que, al entrar a explorar, son atacados por un animal que ulteriores investigaciones determinan como un megalodón, una colosal especie de tiburón antediluviano. Sin embargo, el presidente de Carthago (un hombre con el rostro desfigurado siempre oculto tras un pasamontañas negro), en connivencia con el consejo de administración, deciden mantener el hallazgo en secreto para proteger sus inversiones. Si la UNESCO o la comunidad científica internacional llegaran a saberlo, cerrarían el complejo de Sedna, un conjunto de perforaciones gasísticas en pleno océano, del que la corporación obtiene la mayor parte de sus ingresos.
Sin embargo, esa información secreta no tarda en filtrarse y, ya en la actualidad, ha caído en

Y un tercer jugador sobre el tablero es el excéntrico millonario conocido como “El Centenario de los Cárpatos” –por residir en un lúgubre castillo en esa zona de Europa-. Es un coleccionista de rarezas que utiliza sus inmensos recursos para contratar a London Donovan, un cazador de tesoros mercenario, para que le capture un megalodón, cuya existencia ha conocido a través de un reciente descubrimiento arqueológico. Mientras tanto, los megalodones empiezan a

Tras haber puesto sobre el tablero a los jugadores, el segundo volumen, “El Abismo de Challenger”, los hace interactuar al tiempo que retrocede en el tiempo para ir completando el rompecabezas. En 1915, durante la Primera Guerra Mundial, la tripulación de un submarino alemán es testigo de la aparición espectacular de un gigantesco depredador antediluviano. En 1987, en el Tíbet, Feiersinger, el Centenario de los Cárpatos, acude al Tíbet para cazar al Yeti, encuentro a resultas del cual perderá el uso de su cuerpo. Ya en el tiempo actual, mientras los expertos del mundo debaten sobre el fenómeno de los miles de ballenas y delfines varados en las playas de todo el mundo y los megalodones se hacen visibles conforme causan más muertes, Kim es chantajeada por Feisersinger con el secuestro de su hija para que colabore con el excéntrico millonario; el presidente de Carthago planea amenazar a la oceanógrafa con la extraña fisiología de su hija; y el comandante Bertrand avanza en la resolución del enigma de la Atlántida, un enigma del que quizá los aborígenes australianos sepan más de lo que nadie imagina…
Es difícil contar más sin arruinar la emocionante y sorprendente trama de este comic en el que

Ciertamente, no es este un comic de personajes. Éstos resultan planos y poco interesantes desde el punto de vista psicológico. Apenas tienen una evolución emocional que merezca tal nombre. Pero no importa. Porque “Carthago” es sobre todo un comic de aventuras absorbente y ciencia ficción dura llena de imágenes impactantes ¿A quién no le fascinan los tiburones y los dinosaurios y le aterrorizan y maravillan por igual los ignotos abismos del océano, a todos los efectos asimilable a otro mundo distinto al que conocemos? Por otra parte y aunque el guión no entra verdaderamente a analizar en profundidad estos asuntos, sí se apuntan bastantes temas dignos de reflexión, como el poder de las corporaciones; las rencillas personales y disensiones académicas entre científicos que impiden los debates sosegados; el delicado equilibrio entre ecología y economía; y entre la búsqueda de conocimiento y el deseo de fama; nuestra insignificancia y debida humildad frente al poder e inmensidad de la Naturaleza y, al mismo tiempo, el inmenso don que supone nuestra curiosidad y nuestra capacidad para investigar a costa incluso de nuestras vidas…
Un tebeo, en suma, muy bien realizado, quizá un poco frío desde el punto de vista emocional pero que garantizará entretenimiento a los lectores que busquen ciencia ficción seria y adulta.
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