martes, 18 de enero de 2022

1993- EL MARTILLO DE DIOS – Arthur C. Clarke


“El Martillo de Dios”, la última novela que escribió Arthur C.Clarke en solitario, tuvo una génesis curiosa. En 1972, su clásica y multipremiada “Cita con Rama” había comenzado con la historia de la colisión de un asteroide contra la Tierra, catástrofe que lleva a la creación del sistema Guardián Espacial, cuya misión es la de catalogar todos los asteroides y cometas del sistema solar que pudieran constituir una amenaza en el futuro (y que llevaría al descubrimiento de Rama).

 

Cuando Clarke inventó Guardián Espacial, la idea de que la Tierra corriera auténtico peligro de sufrir el impacto de un meteorito no estaba en la conciencia pública como hoy sí sucede. Sin embargo, cuando en los años 80 quedó bastante claro que los dinosaurios habían sido exterminados por un meteorito, la gente empezó a mirar al cielo con creciente preocupación. Tanta, de hecho, que, en 1992, el Congreso de los Estados Unidos ordenó a la NASA implementar precisamente ese mismo programa de detección y lo bautizó Guardián Espacial en honor al escritor británico.

 

Así que no es de extrañar que poco después de esa lisonja, Clarke decidiera revisitar su idea del Guardián Espacial. Escribió primero un cuento (que se publicó en la revista “Time” en octubre de 1992) y luego y a partir de él, una novela dedicada íntegramente a describir qué podría hacer la Humanidad, utilizando la ciencia y una tecnología avanzada pero no implausible, ante el ominoso escenario del impacto inminente de un asteroide destructor. Su solución depende en primer lugar de un sistema de alerta temprana y es de una sencillez elegante, aunque no olvida las complicaciones potenciales que pueden surgir por el camino.

 

La aproximación que hace Clarke al tema es muy básica, casi se podría decir convencional. En el año 2110, se detecta un asteroide al que se bautiza como Kali (el dios de la muerte hindú) y cuyo rumbo es de colisión con la Tierra; se envía una nave, la Goliath, para interceptarlo y durante 243 días, trata de modificar su trayectoria; cuando esto falla, se lleva a cabo un intento de destruirlo con armamento nuclear; consiguen romperlo en pedazos y minimizar los daños. Como suele ser frecuente en este tipo de historias, se ensalza el sacrificio: la tripulación de la nave está dispuesta a dar sus vidas por salvar el planeta. También hay un sabotaje perpetrado por un grupo de extremistas religiosos que interpretan al asteroide como herramienta de la voluntad de Dios y esperan que aquél vaporice a la especie humana. Se mezcla todo esto con unos –breves- pasajes que describen escuetamente la reacción social a semejante desastre inminente y otros –menos breves y más aburridos- detallando la tecnología y los principios físicos que utiliza la Goliath para alterar el rumbo de Kali, y ya podemos hacernos una idea de lo que vamos a encontrar en este libro.

 

En otras palabras, no hay nada especial en lo que nos propone Clarke. Es una novela competente con un sólido trasfondo científico. Pero esto ya nos lo podíamos esperar de un escritor con su bagaje y trayectoria. El problema es que no consigue suscitar sorpresa ni emoción, no hay giros ni componente humano que hagan sobresalir a este libro respecto a otras tantas novelas y películas que han abordado el tema de los meteoritos catastróficos. Todo es predecible, los personajes son sosos y no se presentan ideas que hagan abrir los ojos, activar el cerebro y detenerse a pensar. Incluso el protagonista, cuya vida se nos describe con cierto detalle, Robert Singh, me ha dejado bastante frío, no teniendo los episodios que se narran de su pasado demasiada relación ni influencia sobre el conflicto central. El tono de aventura ligera no parece muy adecuado habida cuenta de lo que está en juego. En resumen, da la sensación de que, más que una novela, “El Martillo de Dios” es un borrador que está aguardando a que el autor encuentre la intensidad y calor emocional que esperaríamos encontrar en una historia sobre la destrucción de la especie humana.

 

Por otra parte, es un texto ágil y sencillo de leer estructurado en 46 capítulos que no suelen exceder las dos o tres páginas de extensión. En unas pocas horas, cualquier lector medianamente experimentado podrá recorrerlo de principio a fin sin demasiado esfuerzo. El problema, otra vez, es que este es un atributo demasiado común como para que pueda ser el único motivo de elogio para alguien de la talla de Clarke.

 

Sin embargo, fue precisamente ese ritmo ágil, la potencia de la premisa, lo fácil que resulta entender el conflicto y la emoción de la última parte lo que llamó la atención de otro narrador de primer orden, esta vez en imágenes: Steven Spielberg, que compró los derechos de adaptación del libro y empezó a pensar cómo llevarlo al cine. La intrahistoria es un poco complicada, pero baste decir que las presiones para estrenar una película capaz de competir con “Armaggedon” (1998), de Michael Bay, obligaron a Spielberg a fusionar su proyecto original con otro guion que narraba el choque de un cometa contra la Tierra (básicamente un remake de “Cuando los Mundos Chocan”, 1951) y el mediocre resultado, dirigido por otra profesional, Mimi Leder, en un plazo muy ajustado, fue “Deep Impact” (1998). La compañía de distribución de Spielberg, Dreamworks, utilizó el nombre de Clarke en los materiales de promoción, pero no pudo acreditarlo en la película propiamente dicha. Todo lo cual fue una lástima porque pocos podrán dudar que, de haber dirigido Spielberg una adaptación de “El Martillo de Dios”, el resultado habría sido muy superior a “Armageddon” y “Deep Impact”.

 

Volviendo al libro, más interesante que la trama, son esas ideas y predicciones –muchas teñidas con su seco humor- con las que Clarke salpica la novela y que ayudan a dar forma al mundo del futuro. Sugiere, por ejemplo, que en ese siglo XXII se habrán fusionado las religiones cristiana e islámica para crear el Crislam, compartiendo las creencias de ambas y convirtiéndose en la cuarta fe con más devotos del planeta. Clarke dedica varios capítulos a este asunto en lo que parece un relleno algo innecesario y desconectado de la trama principal hasta que cerca del final lo imbrica en la misma a través de una de sus sectas radicales.

 

La Tierra ha colonizado con éxito la Luna y Marte. El gobierno de aquélla corresponde al tecnocrático Consejo Mundial y, sirviéndose de algún tipo de ambiguo socialismo (se dice que tanto el capitalismo como el comunismo se han extinguido) todas o casi todas las penurias y taras de la sociedad han sido erradicadas. Los ordenadores forman parte de la vida cotidiana, si bien y teniendo en cuenta que el libro se escribió en 1993, Clarke no supo ver el fenómeno de las redes sociales y la verdadera importancia que la red global de información tiene a todos los niveles de la existencia individual y social. La nave Goliath, por ejemplo, está dirigida en parte por una inteligencia artificial llamada David, una versión bastante más amigable que su funesto e ilustre antecesor, HAL 9000. También los hogares cuentan con Inteligencias Artificiales que ayudan a quienes viven bajo su techo. La tecnología de realidad virtual ha avanzado mucho y a través de un ingenio portátil llamado “Brainman”, pueden revivirse, como experiencia sensorial plena, momentos de la propia vida grabados tiempo atrás. Como ese aparato se conecta directamente al cráneo, en aras de su efectividad y debido a su popularización, la gente ha pasado a raparse la cabeza haciendo de la fabricación de pelucas una industria boyante.

 

Encontramos también aquí una lista de los intereses de Clarke entonces y desde siempre: los fenómenos misteriosos (en 1980 había presentado una serie de documentales para la ITV británica titulada “Arthur C Clarke’s Mysterious World”, en la que, por ejemplo, se abordaba el suceso de Tunguska, mencionado también en la novela), los estudios sociales, Religión versus Ciencia, la colonización del Sistema Solar y la diseminación de la especie humana… y, sobre todo, la importancia de la investigación científica y la idea de que la Ciencia lo puede todo y que no solo es nuestra llave para el progreso sino nuestro escudo frente a las catástrofes. 

 

Es innegable que “El Martillo de Dios” es una obra menor dentro de la bibliografía de Clarke y, aunque no voy a decir que es un trabajo alimenticio –porque a esas alturas de su vida, el autor no tenía necesidad de ello- sí recupera y expone todos juntos muchos de los temas y lugares comunes que pueden reconocerse en todo su trabajo anterior. No es esto algo necesariamente malo, pero es cierto que esta lectura, sin ser una absoluta pérdida de tiempo –al menos desde el punto de vista del entretenimiento-, no ofrece un ejercicio de iluminación ni es un libro que aporte algo nuevo. Para verdaderos aficionados al estilo e ideas de Clarke y completistas de su obra.

 


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