Tanto la Fantasía como la Ciencia Ficción son géneros no realistas, esto es, construyen para sus historias mundos claramente diferentes al nuestro, bien sitúen la acción en un pasado que nunca existió en nuestra línea temporal, en un presente que no se corresponde al que vivimos o bien en un futuro que probablemente nunca se materializará. Lo que marca la adscripción de cada narración a uno u otro género –aunque esto muchas veces no resulta fácil de determinar- es si en ese universo en particular tienen preeminencia la ciencia y la tecnología (aun cuando éstas no sean las nuestras) o bien los elementos sobrenaturales (magia, misticismo o fenómenos inexplicables desde un punto de vista racional).
Según esas definiciones, casi todo el trabajo del dibujante Francois Schuiten puede incluirse en el campo de la CF, si bien a menudo sus historias –sea cual sea el guionista con el que colabore- flirteen con el surrealismo y la fantasía. Ése es el caso de la obra que nos ocupa.
Schuiten nació en Bruselas en 1956. Tanto el país como la familia marcarían sin duda su destino.

En la escuela, conoció a Benoît Peeters. Ambos realizaron entonces su primer fanzine sin saber que un día, en el futuro, formarían uno de los equipos artísticos más formidables de la historia del comic europeo. A los dieciséis años, Schuiten tuvo la oportunidad de ver publicada su primera historieta, “Mutaciones”, en la edición belga de la mítica revista “Pilote”. En 1975, se matriculó en el prestigioso Instituto Saint-Luc, una escuela de artes que desde 1969 venía impartiendo especialidades en comic (tampoco podía saber el joven Francois que años más tarde él mismo acabaría dando clase en esas aulas). En ese momento, el profesor responsable de comic era Claude Renard, quien anunció a sus alumnos la próxima salida

Para Schuiten y sus compañeros aquello fue toda una sorpresa. Por entonces, el comic belga, focalizado en las cabeceras de “Tintín” y “Spirou”, estaba dirigido sobre todo a un público infantil-juvenil, con todas las restricciones que ello conlleva. Por eso, la libertad gráfica y argumental que prometía esa nueva revista (entre cuyos autores ya se anunciaban gente como Jacques Tardi o Hugo Pratt) supuso un soplo de aire fresco. Así, Claude Renard y Francois Schuiten (que ya habían colaborado juntos en la revista de la escuela, “Le 9ème rêve”), presentaron a los editores de “(A Suivre)” la historia “Las Medianas de Cymbiola”, pero su tratamiento gráfico no les convenció, por lo que se la ofrecieron a continuación a Humanoides Asociados que, esta vez sí, la compraron y serializaron en su revista “Metal Hurlant” antes de lanzarla como comic (el primero de una serie de dos, siendo el segundo “El Raíl”, 1981).
“Cymbiola” es una revisión poética del mito de Icaro, mezclándolo con la filosofía geomántica y

En la ciudad de Cymbiola Norte, un extranjero ha reunido a su alrededor a un grupo de fanáticos obsesionados por volar. Un aterrorizado voluntario, con ayuda de unas alas planeadoras artificiales, consigue sobrevolar parte de la ciudad hasta que el choque contra un edificio pone fin a su experimento. Dado que el “piloto” consigue, no obstante, sobrevivir, el vuelo se considera un éxito y los ancianos gobernantes de la ciudad encargan a un reducido grupo que emprendan un viaje atravesando el desierto para alcanzar un punto en el que, supuestamente, encontraran un lugar en el que podrán pasar al siguiente estadio de conocimiento en el arte de volar. Su destino resulta ser un extraño y enorme edificio parcialmente derruido. Los viajeros creen que su misión consiste en restaurar la cúpula de la estructura, pero cuando se van acercando a la terminación del trabajo, el entorno (la fauna, los misteriosos hombres zombificados que pululan por los alrededores) se vuelve contra ellos…

El problema de “Cymbiola”, y no es uno pequeño, reside en el guión. Ya sea por inexperiencia o


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