(Viene de la entrada anterior)
El mundo de Gibson, contemplado tanto desde sus niveles más miserables como desde los estratos más privilegiados, es un futuro nocturno iluminado por las luces de neón, una pesadilla postindustrial y consumista en la que resulta difícil imaginar viviendo a una familia normal. Las calles y los establecimientos parecen estar frecuentados sólo por desarraigados y criminales sea cual sea su poder o estatus económico. Sí, el ciberespacio ha proporcionado un ámbito utópico a una parte muy pequeña de la población, pero el individuo corriente no ha visto necesariamente mejorada su calidad de vida y, de hecho, ésta parece considerablemente peor que la de sus antepasados de la década de los ochenta del siglo XX.
Las artes están muertas y reemplazadas por la efímera, chillona y manipulada cultura pop fusionada con el orientalismo. El interés por el espacio exterior ha sido sustituido por el interior y la nueva frontera se ha trasladado a los mundos virtuales generados por computadoras. La identidad individual y colectiva se ha perdido en la marea de tecnología e información.

No es que Gibson inventara este entorno oscuro, mezcla de decadencia y avance tecnológico (recordemos, por ejemplo, “Cuando el Destino Nos Alcance”), pero sí que -junto a “Blade Runner”-, ofreció una visión diferente, más vibrante y acorde con las nuevas tecnologías y la sociedad que las utiliza. Fue una ruptura radical respecto a esa otra línea de la ciencia ficción distópica que imaginaba mundos inmaculados de acero y cristal, habitados por individuos esterilizados (“La Fuga de Logan”, “THX 138…). Y, además, constituía un agudo contraste con la limpieza, amplitud y claridad del ciberespacio.

En “Neuromante” es difícil descubrir quién es propietario de qué, quién se beneficia de tal o cual acción. Las corporaciones se esconden tras otras empresas que actúan de fachada, mercenarios que no saben para quién trabajan matan a individuos sin conocer exactamente la razón. Incluso, algunos individuos como Armitage no saben siquiera quiénes son ellos mismos. Es una forma de reproducir nuestra incapacidad para abarcar y comprender la compleja red global de intereses, flujos de capital e información en la que ya hoy estamos atrapados.
En realidad, bajo la superficie de tono un tanto alucinatorio, el futuro de Gibson no se diferencia tanto de nuestro presente y, como la mayor parte del género ciberpunk, no contempla cambio alguno en el orden social. El suceso más importante de la trama, la unificación de Wintermute y Neuromante, albergaba un potencial de transformación, pero a la

En resumen, puede que los seguidores del ciberpunk se postulen como contraculturales, pero en el fondo aceptan el status quo que les define. Esta falta de compromiso político, de pasividad incluso, le ha granjeado a Gibson críticas por parte de algunos comentaristas, que también subrayan su incapacidad para imaginar evoluciones históricas o culturales que desafíen las fuerzas dominantes de nuestra sociedad. Los ciberpunks han respondiendo que no pretenden, como sucede en las distopias tradicionales, avisar sobre lo que nos aguarda para así poder evitarlo, sino preparar al lector para el cambio que se avecina: “La Distopia está aquí, y más vale acostumbrarse”.
La corrupción en el futuro imaginado por Gibson está muy relacionada con la impenetrable muralla que han formado a su alrededor las multinacionales o, en su denominación nipona, zaibatsus: megacorporaciones que, gracias a la fe ciega en el libre mercado y el capitalismo, han trascendido sus antiguos límites hasta situarse más allá de la influencia de gobiernos e

El individuo autónomo, por tanto, es una víctima de la tecnología en “Neuromante”. Ha sido

Pero aún hay una tercera amenaza, quizá más inquietante, sobre la identidad del individuo: la clonación. El clan corporativo Tessier-Ashpool, por ejemplo, maneja su imperio empresarial mediante Inteligencias Artificiales supervisadas por una o más generaciones de clones que son criogenizados y despertados una y otra vez conforme su presencia sea requerida. El resultado es que los representantes y señores de ese clan no son sino un grupo de lunáticos y depravados.
De hecho, las IAs Wintermute y Neuromante parecen más humanas que los propios personajes de la novela, la mayoría de ellos emocionalmente paralizados. Se manifiestan en el ciberespacio con apariencia humana y exhiben cualidades supuestamente exclusivas de los humanos, como el deseo de autonomía. Como resultado de la programación original diseñada por Marie-France Tessier-Ashpool, Wintermute está dispuesto a hacer lo que sea necesario para romper las barreras que coartan su libertad, incluyendo el

Similares a las Inteligencias Artificiales son los ROM, una suerte de pautas cerebrales de un difunto, grabadas y preservadas digitalmente. Uno de esos dispositivos, correspondiente a la personalidad de un legendario cowboy fallecido, Dixie Flatline, ayuda a Case en su misión una vez se le conecta al ciberespacio. A pesar de su condición digital, Dixie tiene autoconciencia y se comporta como un humano.
Otro ser de naturaleza mixta humana-artificial es Armitage, el supuesto líder del equipo al que

Todo ese complejo y rico retrato de la sociedad distópica que acabo de esbozar hacen de “Neuromante” uno de los libros más revolucionarios de la historia de la ciencia ficción. Su impacto se puede medir no sólo por la infinidad de novelas y comics que han adoptado sus directrices conceptuales y estéticas, sino también por el ingente número de estudios, tesis y análisis que ha generado, no sólo en el ámbito de la CF, sino también en la literatura generalista. Su relevancia fue reconocida inmediatamente y se convirtió en el primer libro que ganó el mismo año los premios Philip K.Dick, Nébula y Hugo.

El ciberpunk siempre fue algo más amplio que “Neuromante”. De hecho, el otro pionero del subgénero, Bruce Sterling imaginó un mundo no menos violento y pícaro, pero sí más colorido y ambientado en espacios abiertos. Pero sí es cierto que la mayoría de las obras adscritas a esa denominación tendían a ser claustrofóbicas, oscuras y ancladas a un entorno urbano, todo ello sintomático del pesimismo que generó entre ciertos autores tanto los peligros del boom informático de los ochenta como una vida moderna cada vez más focalizada y autoconfinada en las ciudades.

Desde mediados de los ochenta parecía que el ciberpunk era lo único de lo que se hablaba en el ámbito de la ciencia ficción. Existía el presentimiento –activamente alimentado por la mayoría de escritores militantes en esa tendencia- de que la ciencia ficción se encontraba en el umbral de una nueva era, de una nueva revolución literaria tras el éxito de la Nueva Ola a mediados de los sesenta. Ya en los noventa, el ciberpunk se había transformado en un tópico visual utilizado profusamente en publicidad y vídeos musicales, y su fuerza inicial se había diluido en obras firmadas por autores con menos talento que utilizaban su imaginería y temas con propósitos meramente cosméticos. Para entonces, sus principales gurús, William Gibson, Bruce Sterling o Pat Cadigan, ya hacía tiempo que habían emigrado a otros territorios.
Pero mientras duró el torbellino cyberpunk, Gibson se encontró en su centro: modesto, amable,

Tres décadas después, la capacidad de asombro que generó inicialmente “Neuromante” se ha diluido un tanto. Sigue siendo una historia entretenida y, desde luego, nadie le puede negar su importancia a la hora de reinterpretar con frescura viejos temas del género bajo la óptica de las nuevas tecnologías y la sociedad que emergía de ellas, sacudiendo de paso buena parte de la somnolencia en que se había sumido la ciencia ficción de los ochenta. Pero en la era de Internet, las redes sociales y la realidad virtual, “Neuromante” –que desempeñó su propio papel en la creación de esos lugares inmateriales- ha perdido parte de su pegada. Una parte muy importante de su relevancia para el género radica en que fue la puerta necesaria para que autores posteriores, como Greg Egan o Neal Stephenson ayudaran a renovar la ciencia ficción hard en los noventa.

Ninguna de las dos secuelas tiene una estructura única y secuencial ni ofrece una resolución al argumento. “Conde Zero”, además, introdujo una técnica que Gibson volvería a utilizar más veces: segmentos narrativos desarrollados en capítulos alternos que acaban convergiendo al final. Por otra parte, ambas novelas son menos frenéticas que “Neuromante” y los personajes disfrutan de una mayor sutileza y profundidad; pero las tramas también devienen más melodramáticas y estereotipadas. Además, contienen un profundo sentimiento de tristeza y la patética desesperación de los personajes es menos seductora que la que se pudo leer en “Neuromante”.
Incomprensiblemente habida cuenta de su popularidad, “Neuromante” no ha recibido hasta la

“Neuromante” es un desconcertante comentario sobre nuestros tiempos así como una ácida mirada sobre las nuevas psicología y sociología que están cambiando el mundo y su futuro. Mucho antes de que la sociedad empezara a preocuparse sobre los problemas que podrían derivarse del rápido desarrollo de la informática, William Gibson ya estaba formulando preguntas fundamentales: ¿Puede internet convertirse en algo adictivo? (Case, por ejemplo, sufre de síndrome de abstinencia cuando se ve forzado a permanecer fuera del ciberespacio) ¿Hay alguna forma de legislar los nuevos

Sin embargo y a diferencia de otros libros de la época que han conservado la categoría de

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