En 1973, Arthur C.Clarke enunció la que hoy es conocida como Tercera Ley de Clarke: “Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Efectivamente, para los hombres primitivos o pertenecientes a antiguas civilizaciones –o no tan antiguas-, cosas como el avión, los ordenadores o el rayo láser no serían sino producto de fuerzas mágicas o manifestaciones de un poder superior. Científicos comportándose como sacerdotes custodios de un conocimiento arcano que permanece vedado al resto de los mortales es un escenario muy tratado en la ciencia ficción desde bastante antes de que Clarke pusiera por escrito la ley mencionada.
Efectivamente, imaginar un mundo postapocalíptico reducido al primitivismo en el que los gobernantes se sirven de la tecnología disfrazada como magia para dominar al pueblo ha sido un recurso argumental utilizado en bastantes libros, desde “El Señor de la Luz” de Roger Zelazny, un pasaje de la saga de la “Fundación” de Asimov, “El Libro del Sol Nuevo” de Gene Wolfe, la trilogía de “Mundo Muerto” de Harry Harrison o esta que ahora comentamos, un clásico menor del género.
La acción se sitúa en el en el año 2305, trescientos sesenta años después de que un holocausto

Lo que comenzó siendo una argucia bienintencionada de la que servirse para reconstruir el mundo a partir de las cenizas de la guerra atómica, se ha convertido en una opresiva tiranía que se niega a evolucionar más allá de un feudalismo rígidamente estructurado que somete a los plebeyos a un trabajo agotador y los condena a la ignorancia mientras sus líderes se dedican a intrigar por el poder.

Jarles no es el único interesado en sembrar la disensión y sabotear la falsa teocracia en el poder.

Fritz Leiber es sobre todo conocido hoy por sus historias protagonizadas por Fafhrd y el Ratonero Gris, cuentos de espada y brujería narrados con un humor socarrón que han mantenido intacta su frescura a pesar de contar –los primeros de ellos- con más de setenta años a sus espaldas. Leiber creó aquellas narraciones para satisfacer la ávida demanda de los lectores de las dos principales revistas pulp de la época, “Unknown”, centrada en el terror y la fantasía, y “Astounding Science Fiction”, dedicada a la ciencia ficción. Ambas cabeceras estaban dirigidas por John W.Campbell, el editor más influyente de la historia de la ficción especulativa. A su alrededor reunió a un plantel de escritores que reinventaron los parámetros de todos esos géneros en los años cuarenta: L.Ron Hubbard (luego fundador de la Cienciología), Theodore Sturgeon, L.Sprague de Camp, Robert A.Heinlein, Isaac Asimov, A.E.van Vogt, Jack Williamson, Clifford Simak, Henry Kuttner, C.L. Moore… y Fritz Leiber.
“¡Hágase la oscuridad!” fue la segunda novela de Leiber (tras “Esposa Hechicera”, una

Aunque se encuadra claramente en la categoría de novela de ciencia ficción, “¡Hágase la Oscuridad!” se apoya en buena medida en la imaginería propia del género fantástico o el terror gótico. Toda la charada escenificada por el perverso gobierno clerical está basada en la superstición y fanatismo que rodeaban la religión cristiana de la Edad Media. La Ciencia es utilizada bajo la fachada de la Magia, como una manifestación de las fuerzas divinas… o diabólicas. Porque, como hemos dicho, los rebeldes que luchan contra la tiranía teocrática juegan al mismo juego y también utilizan la mascarada “religión-ciencia” como arma propagandística, haciéndose pasar por brujos que manipulan fuerzas demoniacas más poderosas que las divinas. Una de las escenas más interesantes es aquella en la que un grupo de sacerdotes intentan exorcizar una casa encantada, que no es sino un inmueble trucado mecánicamente por el Hombre Negro para aterrorizar a los incrédulos. El lugar se convierte así en un campo de batalla entre ingenios y tecnologías.

“(…) la luz de su halo osciló en la calle poco iluminada y su campo de inviolabilidad chocó con el de su compañero.
—Resbalé —dijo sin gran convencimiento—. Uno de esos sucios fieles debe haber dejado caer alguna porquería.
(…) Era como una ciudad de muertos. Nadie, ni una luz, ni un sonido. Evidentemente, todas las reglas habían sido impuestas por la Jerarquía, recordó de mala gana, pero al menos habrían podido prever casos como aquel. Una ley, por ejemplo, que exigiera a los fieles estar atentos al paso de los sacerdotes durante la noche y apresurarse a iluminar su camino con antorchas. La escasa luz de su halo no era casi suficiente para evitar chocar contra las paredes”
Si se hubiera escrito hoy, “¡Hágase la Oscuridad” habría sido un abultado libro de cientos de páginas o incluso dado inicio a una saga multivolumen. Ciertamente, Leiber tenía en ese mundo y esos personajes material más que suficiente para desarrollar una aventura de dimensiones épicas, pero consigue encajar toda la historia en menos de trescientas páginas. La economía de medios narrativos, la capacidad para servirse de la elipsis cuando es necesario y las decisiones

Por otra parte, hay que ponerse en la piel de un lector de la época para comprender la osadía

Desde un punto de vista técnico, la novela dista de ser una obra maestra. Leiber retrata bien muchos de los personajes, dándoles personalidades bien diferenciadas, pero otros caracteres y pasajes adolecen de cierto esquematismo, como la potencial heroína que nunca llega a desarrollarse plenamente, o la súbita irrupción del aspecto interplanetario en el último momento. La Brujería parece demasiado bien organizada teniendo en cuenta su situación y las dificultades que arrostra. Y, por último, el autor inserta al final una pequeña relación de los hechos históricos anteriores a lo narrado en la trama, aclarando y matizando ésta, pero se trata de una información que podría y debería haberse presentado antes.

No obstante, es necesario subrayar que no todos los defectos apuntados son achacables enteramente al autor. Es probable que algo tuvieran que ver las restricciones de formato y extensión a las que debía ajustarse Leiber dada su publicación seriada en una revista. Asimismo, la obligación de dar a todos los fenómenos una detallada explicación científica provoca a veces una merma en el carácter misterioso de ese mundo ficticio; pero, una vez más, ello respondía a la política de estricto racionalismo que John W.Campbell imponía a sus autores. Con todo, es muy interesante, por ejemplo, el tratamiento que Leiber da a los “Familiares”, criaturas clonadas semi-inteligentes diseñadas como complementos de sus “padres” genéticos y con los que mantienen un nexo telepático. Estos seres, que al principio son tomados como engendros demoniacos que se alimentan de sangre –lo que, efectivamente, hacen- son uno de los mejores elementos de la narración.
Y, como curiosidad, comentar que una de las armas con que cuenta la Jerarquía son los

Los fallos de la obra, por tanto, son los propios de muchos relatos que vieron la luz en la época pulp y no empañan la originalidad de una historia que se narra con pulso y dinamismo. Con toda probabilidad, de haberla escrito treinta o cuarenta años después, Leiber habría cambiado muchas cosas. Pero en la época en la que apareció la ciencia ficción aún estaba llegando a su madurez, no se tomaba a sí mismo tan en serio como en décadas posteriores y primaba la diversión y la acción sobre otras consideraciones. Puede que con “¡Hágase la Oscuridad!” Leiber no hubiera alcanzado aún la plenitud como autor, pero sin duda estaba camino de ello.
“¡Hágase la Oscuridad!” es una obra que despertará opiniones encontradas. Por un lado, la historia es una sólida –aunque algo estereotipada- crítica a los peligros inherentes en cualquier organización que detente algún grado de poder, especialmente aquellas compuestas por individuos que se creen en posesión de la verdad. Por otro, la narración se antoja algo hueca, incluso pueril, particularmente en su tópico retrato de la religión organizada (una visión simplista por otra parte muy extendida entre los anglicanos como Leiber –recordemos que había sido predicador laico-). Pero incluso en sus peores momentos, Leiber es un estilista que sabe narrar con ritmo y sin caer en esa autoindulgencia tan común en las interminables sagas que nos ofrecen los autores modernos. Que cada lector decida hacia qué lado se decantan sus gustos.
Uno de mis escritores más queridos. Fascinante y de gran lirismo. Se nota que venía de padres que representaban las obras de Shakespeare. Además Leiber realizó pequeños papeles para el cine. Me encantan las historias de Fafhrd y El Ratonero Gris y El planeta errante, que anticiparía la novela y el cine de catástrofe y Nuestra señora de las tinieblas, junto a Las crónicas del Gran Tiempo. En fin, qué te voy a decir.
ResponderEliminarQue tengas unas felices fiestas y buen año.
Abrazos
La saga de Fafhrd y el Ratonero Gris me gusta bastante -especialmente las primeras historias y aunque alguna de las novelas me aburrió mucho- pero en cambio "Nuestra Señora de las Tinieblas me pareció un soberano tostón. No le encontré la gracia por ninguna parte pese a su reputación de gran clásico del género fantástico. Respecto a los otros títulos de ciencia ficción, irán desfilando por aquí. Un saludo y feliz año para tí también!...
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