miércoles, 26 de noviembre de 2014

1938-1945 - TRILOGÍA CÓSMICA - C.S.Lewis (y 2)





(Viene de la entrada anterior)

La orientación cristiana de la cosmología de Lewis queda confirmada en el segundo libro de la trilogía, “Perelandra” (1943), una alegoría tranquila y didáctica. Si Malacandra era Marte, Perelandra es Venus. Y si aquél era un planeta masculino y anciano, éste es un mundo femenino y joven, un Jardín del Edén acuático en el que se recrea el episodio bíblico de la tentación de la mujer, con Weston adoptando el papel del Diablo y Ransom (que en inglés significa “redentor”) el de un Adán que debe rescatar a su “Eva”, la gobernante de ese planeta.



Ransom es transportado desde Thulcandra / La Tierra por medios sobrenaturales para cumplir una misión encomendada por Malendil. Encuentra a la Dama Verde en una de sus islas flotantes, sola, separada de su rey. Perelandra es un mundo sin pecado y la Dama Verde es su “Eva”. La serpiente llega en la forma del viejo enemigo de Ransom, Weston, poseído por el espíritu del Torcido, una versión del Diablo cristiano. Weston trata de tentar a la Dama para que permanezca en la Tierra Fija, algo que el espíritu supremo, Maleldil, le ha prohibido expresamente. La tentación se repite día tras día, tratando Ransom de contrarrestarla hasta que la situación degenera en una batalla cuerpo a cuerpo entre él y Weston que se resuelve a favor del primero. Ransom consigue de esta forma preservar el sistema solar ideado por Lewis de lo que amenazaba con convertirse en una necesaria multiplicidad de redentores para cada planeta.

Ransom corre luego algunas aventuras en un mundo subterráneo antes de reunirse con la Dama Verde y su rey en un gran final al que también acuden los Eldils. La inocencia de Perelandra ha sido salvaguardada y seguirá sin conocer el Mal.

Tanto la inventiva como la intención moralista son más intensas en este segundo volumen, aun cuando el escritor siempre negó categóricamente que su finalidad primordial fuera el didactismo. Las descripciones del planeta dejan claras las habilidades literarias de Lewis, que consigue transmitir tanto la sensación de terror de un Weston poseído y la maldad que lo rodea, como la belleza y la felicidad inherentes al planeta.

Pero como sucedía en el libro precedente, los aspectos científicos se pasan por alto. Es más, Lewis interpreta la Ciencia como una fuerza maléfica que, encarnada por Weston, intenta acabar con ese nuevo edén. Ransom lucha hasta la muerte contra el cientifismo satánico y la novela termina con una celebración exaltada del orden divino y la inocencia.

El libro que cierra la trilogía, “Esa Horrible Fortaleza” (1945)
completa el círculo, concluyendo donde empezó: en la Tierra. Es un libro considerablemente más oscuro que los precedentes y en el que Lewis lleva incluso más lejos su hostilidad hacia la Ciencia y la Tecnología. En esta ocasión no hay viajes interplanetarios y la lucha entre el Bien (un pequeño grupo de virtuosos) y el Mal (el industrialismo científico) se circunscribe a una Inglaterra contemporánea en tiempos de guerra.

Un pueblo arquetípico inglés, Edgestow, vive plácidamente sumido en su vida tradicional. Junto a él se halla un bosque ancestral en el que se funden historia y mito: Merlin, el mago de la leyenda artúrica, duerme en él. Pero el paraje es cedido al Instituto Nacional para Experimentos Coordinados (cuyo acrónimo en inglés es “NICE”, agradable), apoyado por un Devine convertido en Lord Feverstone.

Para los miembros de esa institución, el comienzo de sus actividades “marca el comienzo de una nueva era, la era realmente científica”. El proyecto
experimental consiste en desarrollar nuevos métodos que permitan controlar las respuestas humanas, incluyendo la vivisección y el condicionamiento prenatal. En palabras de los científicos: “Si se le da vía libre a la Ciencia, puede (…) hacer del hombre un animal auténticamente eficiente”. O lo que es lo mismo, separar al hombre de su propia naturaleza y transformarlo en algo equivalente a una herramienta valorable en términos económicos y de rentabilidad. Pero también, en un ámbito más general, Lewis interpreta tales aspiraciones como un deliberado y perverso intento de separar a Inglaterra de su tradición ancestral.

La modernización del pueblo de Edgestow oculta en realidad su destrucción por un equipo de ingenieros y sus rufianescos operarios. Mientras las botas de los obreros pisotean los parterres, la señora Dimble se lamenta: “Cecil y yo pensamos lo mismo: es casi como si hubiéramos perdido la guerra”. Evelyn Waugh ya había recurrido en “Regreso a Brideshead” a la misma imagen de las “botas proletarias”, pero solo Lewis se atrevió a establecer una equivalencia explícita con las masas fascistas.

La victoria habría recaído en N.I.C.E. de no haber roto la cuarentena de la Tierra establecida
por los Eldils de otros planetas. Su intervención se produce en alianza con las fuerzas opuestas a los científicos, encabezadas por Ransom quien, como un moderno Arturo Pendragón, llama a sus filas a Merlin. Todos juntos, utilizando la magia de la Tierra, vencerán a la malvada institución.

La ciencia ficción de Lewis es inseparable de sus disquisiciones teológicas; de hecho, “Esa Horrible Fortaleza” es en realidad una ficcionalización de su ensayo moral “The Abolition of Man” (1943), un ataque contra el relativismo filosófico que finaliza con una distopia futurista en la que se descarta el valor objetivo de las cosas. Lewis es, pues, un representante extremo de la dialéctica Ciencia Ficción-Religión

El retrato que hace el autor de los científicos y planificadores burócratas como seres malvados y carentes de Dios es extraordinariamente hostil. El personaje de Filostrato resume el proyecto NICE de la siguiente forma: “El Instituto es para la conquista de la muerte; o la conquista de la vida orgánica si prefiere… Se trata de extraer de ese capullo de vida orgánica (…) al Hombre Nuevo, el hombre que no morirá, el hombre artificial, libre de la Naturaleza”. Más adelante, el profesor Frost sugiere que la guerra en curso se está librando para “eliminar los tipos regresivos al tiempo que salvar la tecnocracia y aumentar su control sobre los asuntos públicos”.

Lewis obtuvo la inspiración para esta trilogía de escritores que le precedieron, como H.G.Wells u Olaf Stapledon, hacia los que guardó sentimientos ambivalentes. Del primero admiraba su capacidad de maravillar al lector tanto como rechazaba sus tesis morales. De hecho, el integrante más idiota de NICE, Jules, es un trasunto del primero y cuando la institución es derrotada por las fuerzas del Bien lideradas por Ransom, el vacuo discurso de aspiraciones didácticas de aquél se convierte en una cháchara sin sentido.

Wells, que había nacido y crecido en el entorno de las clases humildes de la época victoriana, vio el potencial que ofrecía la Ciencia para ofrecer un mundo mejor en el que la tecnología haría desaparecer las desigualdades sociales. Aquellos que se opusieron a sus ideas, como Lewis, Tolkien o Huxley, sólo tenían en cuenta la eterna condición humana, su vertiente espiritual, que la ciencia no podría mejorar. Wells no era ajeno a esta faceta y la despreciaba –de ahí su pesimismo en cuanto al futuro inmediato, plagado de guerras y destrucción- pero sí creía que podría moldearse con ayuda de los avances técnicos y científicos. Lewis trató de responder a las tesis de Wells en sus propios términos, no planteando distopias sino oponiéndose a la idea de una utopía. Fue, de todas formas, una postura claramente minoritaria.

En la cosmología de Lewis, la Ciencia es la adversaria del Cristianismo, dos fuerzas luchando
por el mismo recurso, tan preciado como escaso: el alma humana. Aunque Lewis afirmó estar atacando al cientifismo (“la creencia de que la moralidad suprema tiene como fin la perpetuación de nuestra especie”) más que a la Ciencia, no pudo ofrecer una idea de progreso que fuera más allá de la jerarquía y el orden establecidos por la tradición cristiana.

El núcleo temático de “Esa Horrible Fortaleza” es que el materialismo no sólo es incompatible con la ética, sino que debe ser totalmente eliminado (Lewis lo llama en la novela “objetivismo” y lo presenta claramente como un invento de Satán). Para Lewis, las “realidades espirituales” no eran imaginaciones: el mundo material es una especie de aberración, y centrarse en él (como hacen, por ejemplo, los modernos científicos) una blasfemia: “Las ciencias físicas, buenas e inocentes en sí mismas, habían ya en el propio tiempo de Ransom, comenzado a pervertirse… si esto se completa, el Infierno conseguirá al fin encarnarse”.

El problema es que NICE (un trasunto de la propia universidad de Oxford en la que enseñaba Lewis, aquí presentada como una metáfora del Mal) es una institución tan inundada de confusión kafkiana que resulta difícil creer que pueda constituir amenaza alguna para nadie. Además, la ciencia que describe Lewis resulta demasiado imprecisa para que sus practicantes resulten tan villanescos como se pretende. Devine visitó Marte y su objetivo era probablemente duplicar o controlar las fuerzas etéreas que allí conoció pero que en realidad no entendió. Y, por último, resulta escasamente verosímil el bando cristiano, supuesto heredero de los mitos artúricos (una correspondencia que Lewis introdujo para evitar problemas teológicos) y custodio de los más altos valores morales y el amor por la Inglaterra bucólica. Estos puntos y su evidente –y casi exclusivo- propósito moralizante hace de “Esa Horrible Fortaleza” la novela más floja de la trilogía.

En su discurso inaugural de 1955, Lewis postuló la existencia de una continuidad en la cultura
occidental desde los griegos al Romanticismo; después, también según sus tesis, en el siglo XIX, sobrevino una ruptura catastrófica provocada por el ascenso de la democracia, el declive de la religión y la “presencia liberada” de la Ciencia en la “vida cotidiana de todo el mundo” a través de la omnipresencia de las máquinas. La defensa de Lewis de lo que él llamaba “Vieja Cultura occidental” subraya que no consideraba la Trilogía Cósmica como una alegoría sobre los viejos buenos tiempos en los que Inglaterra se enorgullecía de ser el último reducto europeo contra el fascismo. Para Lewis, el resultado de la guerra fue irrelevante: “El proceso que (…) abolirá al Hombre continúa entre los Comunistas y los Demócratas en no menor medida que con los Fascistas”.

Paradójicamente, el desprecio que Lewis sentía por el historicismo sitúa su conservadurismo en un lugar muy concreto de la propia historia inglesa. Y es que el bosque de Edgestow en el que duerme el legendario Merlín, se inspira directamente en las campañas conservacionistas que durante el periodo de entreguerras lucharon por salvar el campo inglés. El mismo tono
elegíaco impregna la Comarca, la Inglaterra idealizada que Tolkien vertió en “El Señor de los Anillos” e igualmente amenazada por la modernización brutal al final de ese libro. En “Esa Horrible Fortaleza” la exaltación de Lewis de una vida social más espiritual y tranquila se había convertido ya en algo demasiado aparente.

Hablando de Tolkien, él y Lewis fueron grandes amigos y participaban de largas y animadas tertulias literarias en un pub de Oxford, The Eagle and the Child, donde se les bautizó como los Inklings. En “Esa Horrible Fortaleza” Lewis hace crípticas referencias a Numinor y el Verdadero Occidente, claro homenaje al universo de ficción imaginado por su colega. Por su parte, cuando unos años después apareció “El Señor de los Anillos”, resultó ser tan anti-Wellsiano como la trilogía de Lewis. Y, sin embargo, alcanzó también el corazón de los aficionados a la ciencia ficción, no por su actitud conservadora hacia la ciencia y la tecnología, sino por su sentido de lo maravilloso y la riqueza de su fantasía, algo que podían apreciar todos los entusiastas de la ficción no realista.

En este sentido, Lewis o Wells, Stapledon o Tolkien, Burroughs o Asimov, son todos iguales a los
ojos del lector, que valora más la imaginación y capacidad de seducción de los mundos creados que el pretendido mensaje que, intencionadamente o no, pretendan transmitir. Sí, en la obra de Lewis podemos encontrar personajes que representan a Cristo, Dios o el Diablo, pero en último término es el lector quien decide si los interpreta como dioses o como alienígenas, entendiendo y aceptando la alegoría religiosa, o dejándola de lado para disfrutar sencillamente de una historia de ciencia ficción fantástica.

La Trilogía de Ransom son libros difíciles de recomendar. La ciencia ficción rara vez se interna de forma tan abierta en el pantanoso terreno filosófico que plantean sus novelas. Ello hace que la obra de Lewis se aleje de los parámetros habituales en el género por un amplio margen.

El primer volumen es el más claramente relacionado con la ciencia ficción; el segundo se aproxima a la fantasía y el tercero se ajusta más al resto de la obra de Lewis, pero su orientación es más afín al misterio y el ocultismo que a la CF. En general, la
trilogía abusa de recursos completamente ilógicos e increíbles que ponen de manifiesto la desconexión de Lewis con la narración contemporánea de CF, siempre preocupada por guardar un cierto grado de verosimilitud. Sin embargo, sus excelentes descripciones de los paisajes alienígenas y el tono aventurero de los primeros dos volúmenes de la Trilogía son buenos ejemplos de un romance planetario de calidad superior, por ejemplo, a la saga de John Carter de Marte.

Son ese tipo de libros que quizá un adolescente pueda disfrutar plenamente por cuanto es aún capaz de sumergirse en los aspectos más visuales y maravillosos de la aventura sin dejarse distraer por un mensaje alegórico que no entiende. Pero para el lector con cierta experiencia y cultura, el trasfondo subyacente de Lewis resulta tan excesivamente obvio y proselitista como inútil en su pretensión de reorientar a los no creyentes.



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