En la década de los treinta del siglo pasado el cine ya se había convertido en un medio de masas en todo el mundo, con 250 millones de personas acudiendo a las salas de proyección todas las semanas. Buscando entretener y emocionar al público –y de paso conseguir engordar las cifras de beneficios-, los estudios de Hollywood volvieron sus miradas hacia la ciencia ficción, comenzando a rodar películas que combinaban elementos de ese género con el del terror.
Muchos de estos híbridos se fraguaron en los Estudios Universal, una compañía modesta que en las dos décadas anteriores se había dedicado a producir películas de bajo presupuesto y sólo de forma puntual proyectos más ambiciosos (como fue el caso de "20.000 Leguas de Viaje Submarino",1929).
En 1929, sin embargo, el productor Carl Laemmle Jr. tomó el control del estudio que su padre había fundado en 1912 y comenzó a apoyar películas de mayor calidad y estilo más depurado. La culminación de sus esfuerzos vino en la forma de una serie de clásicos del terror cuyo mejor ejemplo lo constituye la celebrada versión de "Frankenstein" que en 1931 dirigió James Whale, con Boris Karloff encarnando al monstruo.
El tema del científico loco como núcleo de la historia, manipulando las fuerzas de la naturaleza y pagando un terrible precio por ello, sintonizó con el público de los años 30, que había estado sujeto a cambios tecnológicos y científicos de primer orden, desde la Teoría de la Evolución hasta la Relatividad de Einstein. Este público, además, deseaba una vía de escape a la dura realidad de la Gran Depresión (los años treinta fueron también la edad de oro de las comedias más enloquecidas, otro de los géneros favoritos de aquellos espectadores para olvidar las angustias de este período).
Tras el éxito de "Frankenstein", Universal quería que Whale realizara una secuela, pero éste no se mostraba muy entusiasmado. Su deseo era llevar a la pantalla una adaptación del éxito literario “Sin novedad en el frente”, de Erich Maria Remarque, con libreto de R.C.Sheriff, con quien ya había trabajado en los escenarios teatrales de Londres. Intentando llegar a un compromiso al tiempo que evitando regresar a Frankenstein, sugirió una película sobre otro personaje grotesco, el Hombre Invisible. Carl Laemmle accedió.
Wells había sido uno de los primeros en vaticinar el importante papel que el cine tendría en la cultura popular. Sin embargo, era reticente a permitir que sus obras se adaptaran a la gran pantalla. El año anterior había sufrido una gran decepción con la versión que la Paramount realizara de su “La Isla del Doctor Moreau” bajo el título de “La isla de las almas perdidas”. Y por eso, cuando entabló negociaciones con Universal para la cesión de los derechos de “El Hombre Invisible” insistió sobremanera en que los guionistas se ajustaran al texto original, reservándose el visto bueno final al guión.
Nada más lejos de la intención de Laemmle. Lo único que le interesaba era la fuerza publicitaria del título de la novela y el nombre del escritor. Se encargó a casi todos los guionistas del estudio que aportaran borradores para la historia, pero nada parecía viable. De hecho, muchas de esas propuestas (algunas de ellas firmadas por John Huston, Preston Sturges o el propio Whale) se desviaban de la novela de manera tan innecesaria como extrema –en una de ellas se situaba la acción nada menos que en la Rusia zarista-. Finalmente, la versión de R.C.Sheriff, más fiel al relato original, la seleccionada por Whale.

Como de costumbre, a H.G. Wells no le gustó nada la adaptación de su famosa novela ("El Hombre


Ignorando el pequeño detalle de la desestabilización mental, Griffin se había utilizado a sí mismo


Y, al final, de forma inesperada, el papel recayó en Claude Rains, cuya experiencia en el cine era

Afortunadamente, Whale mantenía excelentes relaciones con el dueño del estudio, quien siempre le dejó trabajar con un grado de autonomía poco habitual en el Hollywood de entonces. El director, pues, se salió con la suya y el resultado obtenido demuestra que tuvo razón. La formación y experiencia teatral de Rains le había proporcionado una habilidad específica que le daba ventaja sobre sus competidores cinematográficos y que le resultaría excepcionalmente útil para construir su invisible personaje: la modulación de la voz.
Efectivamente, la melodiosa voz de Rains y su gestualidad corporal fueron suficiente para cautivar a los espectadores y su llamativo aspecto -envuelto en vendas blancas, con una nariz postiza y gafas negras- pasó a formar parte inmediatamente de la iconografía clásica del cine fantástico. Puede que "El Hombre Invisible" fuera el debut de Claude Rains en la gran pantalla y que ni siquiera se le viera el rostro, pero no le hizo falta más para convertirse en estrella.
El buen ojo de Whale para las secuencias poco convencionales y visualmente impactantes también tuvo mucho que ver con el éxito cosechado por la cinta. La apertura del film es inolvidable -un extranjero con un abrigo cubierto por la nieve y su cara oculta tras las vendas emerge de la tormenta, anunciando de forma impecable que algo inusual va a suceder; he mencionado más arriba la escena en la que Griffin se retira el vendaje de la cabeza para mostrar el vacío; o ese hombre aterrorizado siendo zarandeado por manos invisibles y un par de pantalones persiguiendo a una mujer por un camino... Whale consiguió esas impactantes imágenes gracias a un ingenioso pero complicado proceso visual diseñado por John Fulton y que pronto adoptarían todos los departamentos de efectos especiales: la yuxtaposición de pinturas mate.

Universal retomó la figura genérica del maquiavélico científico loco muchas veces a lo largo de los años treinta en diversas películas. En el caso del Hombre Invisible, el éxito cosechado fue tal que inspiró toda una lista de secuelas y derivaciones: "El regreso del Hombre Invisible" (1940), "La Mujer Invisible" (1942), "El Agente Invisible" (1942) y "La Venganza del Hombre Invisible" (1944) que, aunque inferiores en calidad y a diferencia de otras secuelas que la Universal realizó de "sus" criaturas -Drácula, Frankenstein-, mantienen cierto grado de interés. Participó también en algunas de las improbables uniones de monstruos de la casa y, en un tono más ligero, intervino en "Abbot y Costello y el Hombre Invisible" (1951).
Curiosamente, la película original no ha tenido nunca un remake, aunque el concepto de “hombre invisible” haya continuado cosechando fortuna en la televisión (varias series en 1958, 1975 y 2000) y la gran pantalla ("Memorias de un Hombre Invisible" (1992), "El hombre sin sombra" (2002) o su inclusión como coprotagonista en "La Liga de los Hombres Extraordinarios" (2003)
Pero esta primera versión de James Whale supera claramente a todas ellas. Fue uno de los mejores intentos de adaptar una novela del género a la pantalla en estos tiempos aún pioneros y funciona tanto como estudio psicológico de un hombre enloquecido por su propio poder como fábula teñida de cinismo sobre el peligro del progreso tecnológico y la manipulación desconsiderada de la Naturaleza.
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