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jueves, 23 de febrero de 2012
1916-EL CONTINENTE PERDIDO - Edgar Rice Burroughs
En 1916, Edgar Rice Burroughs ya era un autor enormemente popular gracias a sus series de John Carter, Tarzan y Pellucidar. Sin embargo, además de esas sagas multivolumen firmó muchas otras historias hoy menos conocidas y pertenecientes a géneros diversos, desde las aventuras exóticas hasta el western. “El continente perdido”, publicado en la revista “All-Around Magazine” bajo el título “Beyond Thirty” (“Más allá de los Treinta”), es quizá su historia de ciencia-ficción más pura, mucho más que sus series marcianas o de reinos perdidos.
En buena medida, es un libro típico de Burroughs y en sus elementos esenciales se diferencia bien poco de las historias de John Carter en Marte, los científicos Innes y Perry en el mundo prehistórico de Pellucidar o Carson Napier en Venus: un héroe valiente, fuerte y de altos ideales, exuberantes princesas a las que rescatar, fieras salvajes a las que matar, ciudades en ruinas testigos de antiguas glorias, traidores, leales seguidores… son las piezas típicas y tópicas del folletín que Burroughs colocó durante toda su carrera una y otra vez para jugar la misma partida aunque utilizando diferentes tableros.
Lo que diferencia a esta obra del resto de su bibliografía es su entorno temporal y geográfico: el futuro europeo, un futuro apocalíptico inspirado por la Primera Guerra Mundial que entonces estaba librándose en Europa. El discurso acerca de la decadencia de Europa y su inevitable hundimiento es algo recurrente a lo largo del último siglo, como demuestra “El Continente Perdido”. En aquellos años, la concreción de esos negros augurios parecía incluso más próxima. Europa se debatía en un conflicto destructor que parecía arrastrarla a un abismo de destrucción y deshumanización del que sería imposible sacarla. Mientras tanto, Estados Unidos permanecía expectante, pero sin intervenir, al otro lado del Atlántico, protegido por la distancia y el talante aislacionista de su pueblo.
Y ese es el punto de partida de la historia que ahora comentamos. Mientras Europa continuaba librando su guerra intestina durante décadas, América levantaba una barrera total para evitar el contagio bélico. Se cortan las comunicaciones, las relaciones diplomáticas y comerciales y se establecen patrullas navales a lo largo de los meridianos 30 y 175 oeste (de ahí el título original, “Más allá de los Treinta”) que impidan el paso a cualquier embarcación marina o submarina que procediese de Europa –por aquél entonces no existían los vuelos transatlánticos-. Transcurren doscientos años. No se tienen noticias del destino final del viejo continente. La prohibición de traspasar el meridiano 30 es tan estricta que nadie conoce qué ha sido de las antiguas potencias. Europa se ha convertido en Terra Incógnita mientras el continente americano se unía política y económicamente siguiendo las directrices de la Doctrina Monroe. Panamérica crece, se desarrolla, avanza e inventa. La tecnología proporciona nuevas comodidades y paz social.
Y es entonces, en el año 2137, cuando entra en escena el protagonista, Jefferson Turck, último de un prestigioso linaje militar, oficial al mando de un buque de la Armada que, empujado por una tormenta y con los motores averiados, se sale de su curso y traspasa el meridiano prohibido. Junto a otros tres hombres, llega en un bote a las costas de lo que un día fue Gran Bretaña. No es que sienta mucho transgredir el tabú: no sólo es un aficionado a la historia antigua, sino que suspira por aquellos tiempos en los que era posible correr aventuras lejos de la protección de un mundo civilizado: “¡Más allá de los treinta! Romance, aventura, gentes extrañas, bestias terroríficas… toda la emoción y el vértigo de los antiguos del siglo XX que se nos ha negado en estos grises días de paz y prosaica prosperidad…todo, todo se encuentra más allá de los treinta, esa barrera invisible entre la estupidez, el presente mercantilista y el pasado despreocupado y bárbaro”. Esa añoranza por un ayer idealizado es común a sus otras series, un pasado de violencia y gestas heroicas: “¡Qué chico no ha suspirado por los viejos tiempos de las guerras, las revoluciones y los disturbios (…) aquellos queridos días cuando los trabajadores marchaban armados a su trabajo, cuando caían unos sobre otros con pistola y bomba y daga y las calles se teñían rojas de sangre. Aquellos eran los tiempos en que merecía la pena vivir la vida”.
Lo que encuentran Turck y sus hombres está dentro de lo que podía esperarse en una novela de Burroughs: Gran Bretaña se ha convertido en una tierra que ha revertido a su estado natural, escasamente poblada por tribus salvajes enfrentadas. Eso sí, en su calidad de europeos y miembros de la raza blanca, han conservado cierta nobleza en su primitivismo. Por supuesto, el héroe no tarda en encontrar y salvar de sus secuestradores a Victoria, una princesa bárbara, heredera del trono. Tenemos también, ya lo he dicho, los evocadores restos del palacio londinense de Buckhingam y cientos de leones y tigres que campan a sus anchas amenazando a los humanos.
Las posibilidades épicas de este relato pulp escrito según las estrictas reglas del género se ven coartadas por las restricciones de extensión que impuso la revista en la que se publicó. En la última parte, de una forma un tanto apresurada, Turck y sus hombres se trasladan a Europa continental para encontrar que sus vacíos territorios se están convirtiendo en el campo de batalla de imperios africanos (los etíopes liderados por Menelek XIV) y asiáticos (chinos bajo el mando del inevitable emperador de turno).
El relato, y no es raro tratándose de Burroughs, está lleno de inverosimilitudes que desafían nuestra capacidad de suspensión de realidad. Las ciudades, incluso las más grandes, han desaparecido totalmente –algo imposible en doscientos años- pero el idioma inglés sigue siendo un vehículo válido de comunicación. Gran Bretaña está infestada de leones, presumiblemente descendientes de aquellos que en su día fueron cautivos en los zoos… Tampoco es que se le pueda pedir más a un autor famoso por repetirse a sí mismo, a quien nada importaba la coherencia o el fundamento científico y que, al fin y al cabo, escribía para una revista popular en absoluto interesada en los experimentos formales o conceptuales. Eso sí, no se puede negar que ese batiburrillo de personajes y escenarios es sumamente evocador, como lo atestigua la inmensa obra gráfica de gran calidad que ha inspirado.
La Primera Guerra Mundial marcó profundamente el alma y la cultura europeas. Pero su influencia se extendió más allá, incluso en países que, como Estados Unidos, se mantenían al margen. Escrita entre julio y agosto de 1915, “Más allá de los treinta” es una obra producto de la guerra. Sus cicatrices salen al paso del protagonista continuamente en la forma de tribus viviendo en los restos de antiguas trincheras, campos sembrados de viejo equipo militar o restos de metralla en las ruinas de los pocos edificios que aún levantan del suelo. “La vida humana tiene muy poco valor más allá de los treinta; es la herencia de los sangrientos días en los que miles de hombres morían en las trincheras entre el amanecer y el ocaso de un solo día. Cuando los muertos permanecían tirados en aquellas mismas trincheras con un poco de tierra por encima, cuando los alemanes hacían hatillos con los cadáveres y les prendían fuego; cuando masacraban a las mujeres y los niños y los ancianos y torpedeaban los grandes transatlánticos sin previo aviso”. Y hacia el final del libro: “Las naciones beligerantes no obtuvieron más que la aniquilación. (…) no existe victoria posible para una nación inmersa en una guerra de aniquilación”.
Pero la guerra es también la excusa para el aislacionismo en el que se encierra América… al menos de momento, porque, como todo buen americano, Burroughs se debatía entre el dilema histórico propio de su pueblo: la neutralidad o el expansionismo, ocuparse de sus asuntos y dejar a su suerte al resto de las naciones o convertirse en la luz del mundo y el portador de la civilización a los pueblos necesitados de ella. La solución para Burroughs está clara: optar por el aislacionismo como solución temporal a la espera de satisfacer su auténtico destino. El protagonista exclama: “Me alegra que me fuera dado ser el instrumento que cayera en manos de la Providencia para el alzamiento de la ignorada Europa y el alivio del sufrimiento, la degradación y la abismal ignorancia en la que la encontré”, una frase que bien podría haber acompañado las cajas del Plan Marshall treinta años después. “Se ha abierto una nueva época para Europa, con la cultura china al este y la cultura panamericana al oeste; las dos grandes potencias pacificadoras que Dios ha preservado para revivir la castigada y olvidada Europa”.
Ucronía inserta en una premisa postapocalíptica, “Más allá de los treinta” es algo así como una novela catastrofista de H.G.Wells pasada por el colador pulp, un relato ligero e intrascendente de aventuras que oculta tras las formas de sus princesas en taparrabos y las bravatas de sus aguerridos héroes el auténtico espíritu de una época y de un pueblo.
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Curiosa obra no cabe duda, sobre todo por que presenta un futuro post apocalíptico que no es el cliché de la guerra nuclear que en la época en que Burroughs lo escribió seguramente nadie se imaginaba, como dato curioso mencionas que es este libro la desolada Europa se le disputaban africanos y chinos, existe un comic llamado “Elephantmen” que presenta un futuro donde ejércitos Africanos de supermutantes invaden Europa devastada por un virus y se la disputan con los Chinos, tal vez el escritor también leyó a Burroughs y de allí se inspiro.
ResponderEliminarLos panoramas postapocalípticos eran ya un tema recurrente en la CF desde hacía años, aunque, efectivamente, el tema nuclear no aparecería hasta cuarenta años después. Hasta cierto punto la obra de Burroughs era reflejo especular de otra obra comentada aqui, "El Último Americano" (1889), de John Ames Mitchell, en el que un iraní del futuro visita una olvidada América, caída en la ruina y la desgracia. Un saludo y gracias por tu comentario.
ResponderEliminarEstrictamente hablando, sí existen antecedentes de armas atómicas explosivas en la literatura de esa época —incluso previos a la publicación de la propia novela de Edgar Rice Burroughs que aquí comentamos—. Y es que, ya en su novela de 1914 "El Mundo Liberado", el escritor británico H. G. Wells se imaginó precisamente una granada de mano de uranio que "seguiría explotando indefinidamente". El escritor británico incluso pensó que dicha arma sería arrojada desde aviones, tal como lamentablemente ocurriría en agosto de 1945, cuando dos aviones bombarderos estadounidenses modelo Boeing B-29, el Enola Gay y el Bockscar, lanzarían sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, apodadas respectivamente 'Little Boy' y 'Fat Man', causando así la tremenda mortandad humana y la enorme destrucción que H.G. Wells ya avizoraba en 1914.
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