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sábado, 12 de noviembre de 2011
1922- LA FÁBRICA DE ABSOLUTO - Karel Capek
En el periodo que medió entre las dos guerras mundiales, Checoslovaquia se convirtió en un lugar fascinante. Enclavado en el centro de Europa, había salido del acartonado imperio austrohúngaro y se tambaleaba hacia la modernidad representada por la Liga de Naciones, un recorrido que la invasión alemana primero y la tiranía comunista después, no le permitiría completar. A mitad de camino entre ambos mundos, entre la tradición y la renovación, entre las aberraciones del Antiguo Régimen y las amenazas que reservaba la Edad Contemporánea, vivió Karel Capek.
A menudo el único mérito que se suele atribuir a Capek suele ser el de creador del término “robot” (ya lo comentamos en una reseña anterior sobre el mismo autor, "R.U.R"), pero más relevante aún fue su compromiso con la democracia liberal, su recelo ante el comunismo y su oposición al fascismo. Los lazos de Capek con Tomás Masaryk, presidente de la primera república checa, y la censura de sus libros en Checoslovaquia durante la invasión nazi en 1938 y después bajo el yugo comunista, fortalecieron aún más su papel de defensor de la democracia.
Era un hombre racional, a quien le gustaba viajar y disfrutar de los placeres de la vida, y ello se reflejaba en sus escritos, optimistas y con un fino sentido del humor. Pero como su país en aquellos turbulentos años, Capek tenía también un lado pesimista y cínico. Su tesis doctoral, leída en la Universidad Carolina de Praga en 1915, giraba en torno a su escepticismo hacia el humanismo liberal de posiciones doctrinarias, su desconfianza de los partidos políticos y su apuesta por el pragmatismo. Su obra, pues, albergaba dos vertientes bien diferentes.
Sin embargo, los críticos de CF, en contraste con aquellos que contemplan una visión más global de la obra de Capek, nos han trasladado la imagen de un escritor radical, más preocupado por las vicisitudes de la lucha de clases propias del marxismo que con el problema epistemológico del autoconocimiento o la suspicacia humorística presente en muchos de sus cuentos. Esto es así porque su obra de CF, compuesta por la trilogía de novelas “R.U.R.”, “La fábrica de lo Absoluto” y “La guerra de las salamandras”, se compone siempre de relatos de destrucción, caos y apocalipsis provocados por la lógica interna del capitalismo industrial. Estos comentaristas han enfatizado la dialéctica marxista de "explotadores-obreros" que aflora en estos trabajos, mientras que otros han preferido destacar la tensión existente entre la utopía y la distopia. Quizá por haber dejado de lado otros trabajos del escritor, estos mismos críticos han encontrado la CF de Capek más compatible con los elementos marxistas que con el pragmatismo americano, así como imbuida de una visión apocalíptica y colectiva opuesta al individualismo y cotidianeidad que desplegaba en el grueso de sus ensayos o relatos de ficción detectivesca.
Después de "R.U.R.", su segunda obra de CF fue "La Fábrica de Absoluto", serializada en el periódico "Lidové noviny" a partir de septiembre de 1921. En ella, un ingeniero consigue construir un motor atómico, capaz de desintegrar la materia y extraer de ella hasta la última fracción de energía, con lo que su eficiencia va más allá de todo lo imaginado hasta el momento. Sin embargo, hay un efecto secundario inesperado: el proceso libera como subproducto, etéreo pero real, "el Absoluto" que toda materia contiene, una especie de entidad espiritual, la esencia de Dios. Este "Absoluto" fluye desde el motor atómico afectando a quien esté cerca, sumiéndolo en un éxtasis en comunión con la divinidad, permitiéndole ejecutar milagros, experimentar visiones, profecías y levitaciones y transformándolo completa y permanentemente en lo que entendemos como "buena persona" o incluso "santo". Los afectados abandonan sus trabajos, donan sus bienes al prójimo necesitado y pasan su tiempo orando.
El inventor, asustado ante tal fenómeno, le vende su creación a un empresario sin escrúpulos. En poco tiempo se enriquece fabricando miles y miles de esos motores, que alimentan desde automóviles hasta aviones, desde cuarteles hasta edificios civiles. Todos los que entran en los radios de influencia de esos generadores se transforman en fervientes creyentes que no tardan en caer en el fanatismo.
Pero las consecuencias de la liberación del "Absoluto" se extienden al campo material: acaba tomando el control del proceso productivo, fabricando en tal cantidad todo tipo de productos que su valor queda reducido a nada. Entre esa superabundancia que aniquila el comercio, y el fanatismo religioso creciente (que empuja a la guerra a facciones divididas por su divergente interpretación de las revelaciones que experimentan), el mundo se sume en el caos más absoluto.
El libro no sigue la estructura ortodoxa de una novela. Comienza presentándonos a los personajes que iniciarán el desastre (el empresario y el ingeniero) hilando esa acción durante varios capítulos para luego abrir el abanico y desenfocar la acción, deshaciendo la narración en una multitud de escenas independientes pero correlativas y relacionadas entre sí para formar una crónica del fin de la humanidad: desde las ceremonias religiosas organizadas por un feriante obrador de milagros a bordo de su tiovivo hasta el sesudo artículo escrito por un famoso teólogo; desde disquisiciones físico-místicas hasta explicaciones económicas, de reuniones masónicas a la historia de un aspirante a conquistador del mundo, de las tribulaciones de un mensajero a la redacción de un periódico…
Es un libro brillante y corrosivo que no deja títere con cabeza. Capek apunta y dispara con acierto e ingenio a todos los elementos de la sociedad: el empresario codicioso, la jerarquía religiosa, los militares, los masones, los políticos, los hombrecillos, los políticos, los periodistas… A través de todos ellos, Capek ridiculiza la confianza en "Absolutos" de cualquier clase, materiales o espirituales. Por un lado, la vertiente material del Absoluto, la producción ilimitada y sin coste, aparentemente la solución perfecta a los problemas prácticos y cotidianos de la humanidad, acaba aniquilando cualquier posibilidad de economía racional: la superabundancia reduce los precios a cero, por lo que no existe incentivo para vender o distribuir, provocando graves desabastecimientos en aquellos lugares alejados de los centros de producción. Por otro, en su vertiente espiritual, la fe firme, sin fisuras pero también sin tolerancia, acaba prendiendo en una guerra santa global de una ferocidad y devastación jamás alcanzada antes. Es un reflejo de la desconfianza que sentía Capek por los "ismos" ideológicos (fascismo, nazismo, comunismo, racionalismo, nacionalismo...) de cualquier signo. Pocos años después, estas corrientes empezarían a erosionar rápidamente la estabilidad europea.
Capek no era un reaccionario y creía en el progreso, pero le preocupaban las consecuencias que la lógica del capitalismo podían conllevar al entrar en contacto con la imperfecta naturaleza humana. Este libro, además de un ataque a la ceguera ideológica, es una inteligente e incisiva reflexión sobre las trampas del capitalismo y su culto a la eficiencia y el crecimiento sin sentido: el fabricante de carburadores atómicos sigue distribuyendo su producto aun cuando es sabedor -e incluso se siente aterrado- de sus consecuencias. Como planteaba en "R.U.R." y "La guerra de las salamandras", la raza humana no es capaz de sustraerse a la autodestrucción aún siendo perfectamente consciente de que sus actos le encaminan a ella. ¿No se parece demasiado al actual problema del calentamiento global?
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