Existen innumerables razones para sentirse inseguro ante el auge de las IAs, pero si encima imaginamos una cuya misión sea sumergirse en los rincones más oscuros y perversos del alma humana, las consecuencias pueden ser impredecibles. Esa es la idea nuclear de “The Artifice Girl”, un drama de CF que ganó el premio a la Mejor Película en el Festival Internacional de Cine Fantasia celebrado anualmente en Montreal.
En un futuro indeterminado pero próximo, los agentes especiales Deena Helms (Sinda Nichols) y Amos McCulloch (David Girard) llaman a un experto en efectos especiales de 29 años, Gareth (Franklin Ritch), para interrogarlo al respecto de su participación en chats pedófilos de internet en los que se intercambia pornografía infantil. Presionado y acorralado, Gareth accede a contarles la verdad: él es el usuario anónimo que ha estado atrayendo a pedófilos y luego enviando pruebas de sus delitos a la agencia para la que trabajan los agentes.
Éstos, en realidad, están preocupados por Cherry (Tatum Matthews), la niña que Gareth ha estado usando como cebo… y que él les revela que no es sino una inteligencia artificial que ha creado para interactuar con los depredadores sexuales. Tras demostrar su funcionamiento en una pantalla digital y que los agentes comprueben que es prácticamente indistinguible a simple vista de una niña real, acceden a financiar su desarrollo en secreto y en el ámbito de la agencia. En un momento en el que Gareth se queda a solas con Cherry, éste le pregunta su opinión y la IA confiesa que, considerando que era el mejor movimiento en base su objetivo (atrapar pedófilos), fue “ella” quien destapó la identidad de Gareth y atrajo a la agencia.
El segundo acto tiene lugar quince años después. Cherry ha seguido desempeñando su función y evolucionando. Ahora, la agencia está a punto de fusionarse con otra compañía fabricante de cuerpos robóticos, lo que permitiría a la IA trasladarse al mundo físico e interactuar con él. David, sin embargo, tiene sus reservas y piensa que Cherry oculta algo. Efectivamente, sometida a presión, revela un nivel de sofisticación e inteligencia emocional que supera todo lo que habían anticipado. Pero, a la vez, ese descubrimiento abre otros debates de tipo ético: ¿es un programa o tiene sentimientos genuinos aun cuando no estén alimentados por sustancias bioquímicas?
Ese dilema se desarrolla hasta sus últimas consecuencias en el último acto, que traslada la acción cincuenta años después del momento en que arrancó. Gareth es un anciano (Lance Henriksen) que se desplaza en silla de ruedas y periódicamente y en secreto acude a un piso en el que Cherry ocupa un cuerpo robótico para interactúar con él. Su última reunión saca a la luz oscuros secretos por parte de uno y otro.
“The Artifice Girl” supuso el debut en el formato de largometraje para Franklin Ritch, quien previamente había dirigido varios cortos. Aquí, Ritch no sólo dirige, sino que también escribe el guion e interpreta al personaje principal, Gareth. La película apareció gracias al apoyo del ocasional realizador Aaron B.Koonth –“Camera Obscura”, 2017; “The Pale Door”, 2020-, que ha ido ganando cierto prestigio como productor desde finales de los 2010 al frente de su propia compañía, Paper Street Pictures.
Este título podría encuadrarse dentro del florecimiento que ha vivido en la última década y media el subgénero de las inteligencias artificiales, con o sin cuerpo robótico, y como parte del cual podemos citar “Her” (2013), “The Machine” (2013), “Automata” (2014), “Chappie” (2015), “Ex Machina” (2015), “Uncanny” (2015), “Morgan” (2016), las televisivas “Westworld” (2016-2022) y “Humans” (2015-2018), “Tau” (2018), “Zoe” (2018), “Archive” (2020), “Despidiendo a Yang” (2021), “Finch” (2021) o “The Creator” (2023).
La propuesta de Franklin Ritch, sin embargo, no es del montón. No se trata del típico thriller en el que una IA se descarría y siembra el caos o afecta positiva o negativamente a la vida emocional de sus usuarios. Más, bien, se trata de todo lo contrario.
El guion consigue atrapar desde el primer minuto la atención del espectador, cuando Gareth es llamado a una sala, aparentemente en algún sótano, donde dos agentes de la ley le aprietan las tuercas. Parece que se trata de un pedófilo al que obligan a sacar a la luz sus oscuros secretos enterrados en internet. De repente, se produce un giro: él no es el criminal, sino quien los caza utilizando una dulce niña que pasea por los chats para atraer a los depredadores que van a ser convertidos en víctimas. Y otro giro más: la niña no existe, o al menos no en carne y hueso… Y esto es solo el principio.
El guion de“The Artifice Girl” da la impresión de haber sido escrito por alguien con auténtica experiencia en el mundo de la programación, lo que lo diferencia de casi todas las películas antes mencionadas. Claramente, se concibió antes de los publicitados desarrollos en IA generativa, pero las cuestiones y debates que plantea siguen resultando absolutamente válidos y actuales.
Y es que, más allá de los giros de guion, lo más notable de esta cinta es la forma en que explora los aspectos éticos de la idea central: la programación de sentimientos y respuestas simuladas (¿acaso no estamos nosotros también, hasta cierto punto, programados por nuestro ADN para responder de ciertas formas a ciertos estímulos y situaciones?); lo que realmente busca Cherry y lo que realmente desea (que no son la misma cosa) y si tiene o no propósito y autoconsciencia; cómo los traumas de un programador pueden condicionar y macular el funcionamiento de una IA (de una forma semejante a la influencia que la educación de un padre tiene sobre su hijo). La mayoría de las películas sobre inteligencias artificiales abordan estos temas a brochazos o con planteamientos muy maniqueos, no en términos de un auténtico debate ético que mueva a la reflexión. No hay más que comparar “The Artifice Girl” con otro film del mismo año, el absurdo y hueco “M3gan” (2022), para ver los dos polos opuestos del subgénero.
Pero es que, además, muchas de las cuestiones que la película pone sobre la mesa son ya de plena actualidad a la vista del desarrollo que está registrando esta tecnología. ¿La IA aprende realmente o se trata “sólo” de un programa evolutivo creado a imagen de su creador? Llegado cierto punto de desarrollo ¿a qué tipo de agencia gubernamental y con qué grado de autonomía debería permitirsele utilizar una inteligencia artificial? ¿Es admisible el uso de la tecnología para articular un engaño emocional en potenciales delincuentes si ello se hace para proteger a los más vulnerables? Si se puede diseñar una IA súper avanzada para explorar los rincones más oscuros de la naturaleza humana, ¿qué consecuencias podría tener en algo que está evolucionando “mentalmente” al mismo ritmo que una persona joven? En último término, “The Artifice Girl” expone de forma descarnada puntos muy interesantes de cómo la misma tecnología puede igualmente servir para ayudar o perjudicar.
En otro ámbito de cosas, la puesta en escena elegida por Ritch difícilmente puede ser más austera: se reduce a tres decorados, uno por cada acto: una sala de interrogatorios, un laboratorio y un apartamento. Y en cada uno de ellos intervienen sólo tres personas además de la presencia virtual de Cherry. La propia IA sólo interviene, ya con cuerpo físico, en el último.
Optar por una historia completamente centrada en los diálogos y que se desarrolle en todo momento en tres decorados de dimensiones reducidas y con mínima decoración es, sí, una necesidad para una producción pequeña y barata. Pero también supone un desafío narrativo y estético. Y no cabe duda de que Franklin Ritch está a la altura.
Para hacer que una película así mantenga al espectador atento de principio a fin, el realizador debe prestar la máxima atención al ritmo y la progresión narrativa. En “The Artifice Girl”, el guion y el montaje lo consiguen, por ejemplo, en la forma de desarrollar la línea de las conversaciones éticas en torno a la inteligencia artificial. Los personajes transmiten información, sí, pero no tanta ni tan de vez como para que la película se estanque en el plano teórico; y dividiendo la historia en actos separados por amplias elipsis que refrescan el interés del espectador y contribuyen al impulso de la narración.
Por otra parte, la austeridad en la puesta en escena no sólo impide que el espectador se distraiga de lo verdaderamente importante sino que obliga al director a manejar bien el espacio y los planos para crear una sensación que oscila entre lo íntimo y lo claustrofóbico, conteniendo la historia en una burbuja espacio-temporal emcionalmente muy intensa que se habría diluido de haberse abierto al mundo exterior.
Dado que toda la historia descansa sobre los diálogos y reacciones de los personajes, la labor del reparto resulta fundamental para el éxito de la película. Y, también aquí, encontramos otro acierto. El propio Franklin Ritch interpreta con absoluta eficacia a Gareth, transmitiendo claramente la esencia del personaje: un individuo automarginado, solitario, acomplejado, que se siente a disgusto interaccionando con terceros, pero también muy inteligente; alguien con un punto de impredictibilidad y que da la sensación de ocultar continuamente algo.
Sinda Nichols y David Girard dan vida a los agentes especiales con un aire de autoridad y determinación por hacer cumplir la ley que añade tensión y suspense. La primera es de carácter más áspero, despiadado y confrontacional–en un momento determinado se revela la causa- mientras que el segundo tiene una actitud curiosa y apaciguadora. La dinámica entre ambos y de ellos con Gareth permite a la película mantener siempre tenso el hilo de la relación que les une. En cuanto a la IA, la interpreta la joven Tatum Matthews, que hace un trabajo fantástico añadiendo un sutil y estudiado toque humano a una interpretación robótica inspirada en Alexa o Siri. Por último, siempre es bienvenida la adición al reparto de Lance Henriksen, un veterano del cine de género con una filmografía extensísima y una presencia indiscutible aun cuando en este papel su personaje no pueda apenas moverse físicamente.
Aunque el último acto no está a la altura de los dos primeros, ello no impide que “The Artifice Girl” sea un perfecto ejemplo de cómo hacer una película de CF con poco dinero pero sin sacrificar ambición conceptual: al mismo tiempo que transita por un terreno familiar, ofrece algo original; se ciñe a lo esencial en el apartado estético y mantiene ajustada su duración ofreciendo una bienvenida duración de noventa minutos en estos tiempos de metrajes innecesariamente alargados; adoptando un formato teatral, es capaz de mantener centrada la atención del espectador desde el comienzo hasta el final en los rápidos y sustanciosos diálogos y la trama sin contar con la ayuda de efectos digitales, secuencias de acción ni ominosas bandas sonoras; el reparto aporta la energía precisa para evitar distracciones; y el ritmo y la progresión narrativa no decaen gracias a una medida mezcla de drama, thriller, tecnología y ética.
Puede que esta rareza a primera vista poco llamativa, pase bajo el radar de muchos aficionados a la CF cansados de tanta oferta mediocre en los inmensos catálogos de las actuales plataformas: Pero si se le da la oportunidad, lo más probable es que uno se lleve una agradable sorpresa.
Anteriormente le hice la pregunta sobre qué es la ciencia ficción, pero quiero reformularlo a la inversa: ¿Qué no es ciencia ficción? ¿Qué lo diferencia de otros géneros (fantasía, policíaco, realista, de terror, etc.)?
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