Tras los cinco tomos de “Lupus” (2003-2006), el autor suizo Frederik Peeters regresa a la CF con “Aâma”, una serie de cuatro volúmenes que ganó el Premio de Angouleme de 2013 a la mejor serie, con un planteamiento original en el que se mezclan la aventura planetaria, la búsqueda del sentido de la vida y el ciberpunk en un espectáculo visual que alterna la aventura y el drama intimista.
Según declaró el propio autor, en los años que siguieron a “Lupus” y mientras se sumergía en otras obras, siempre conservó un agradable recuerdo del proceso de creación de aquélla. Había ido improvisando la historia sobre la marcha durante su largo desarrollo, introduciendo en la trama experiencias de su propia vida, como el embarazo de su mujer, por ejemplo. El experimento funcionó particularmente bien en el marco de la CF, dado que es un género que permite una amplia dosis de contemplación y ensimismamiento y deja rienda suelta a la imaginación.
Tras algunos comics de temática ajena a la CF, Peeters sintió la necesidad de recuperar aquella sensación de libertad. Pero mientras “Lupus” había sido un comic con sesgo irónico que jugaba con los tropos de la CF, quería que su siguiente obra fuera un homenaje a ciertos autores clásicos del género que le habían dejado una profunda huella, como Ray Bradbury o Stanislaw Lem. Deseaba también hacer una reflexión sobre la relación entre los hombres y la invasiva tecnología que hemos inventado. Añadió además su deseo de escribir sobre el amor de un padre por su hija. Luego empezó a perfilar la biografía de los personajes principales, un argumento muy básico y, a partir de ahí, empezó a improvisar.
El primer álbum, “Olor a Tierra Caliente”, arranca con un hombre que recobra la consciencia, boca abajo, una lágrima resbalando por su cara. Está en la cima de un promontorio, en un paisaje montañoso y árido. No sabe dónde está, ni cómo ha llegado allí. Ni siquiera su nombre. Entonces, un recuerdo asalta su mente: su pequeña hija. Y a continuación llega un gorila-robot fumador de puros que le llama por su nombre: Verloc Nim. Churchill, que es como se llama el peculiar robot (“Soy un robot, fabricado a medida. Un modelo único. Primeros cometidos: protección personal, búsqueda, persecución, vigilancia, exploración, negociación y diplomacia”) le dice que están en el planeta Ona(ji) y, para ayudarle a recordar mientras caminan hacia un asentamiento, le entrega un diario en el que Verloc vertió sus experiencias de las pasadas semanas.
En el flashback subsiguiente vemos a un Verloc que ha tocado fondo en el planeta Radiant. Tirado en el suelo, completamente drogado, es encontrado por su hermano menor, Conrad, que se encuentra allí de paso acompañado de su guardaespaldas Churchill. Hacía varios años que Verloc no veía a su hermano, un ingeniero tan brillante como arrogante y sin escrúpulos, y le cuenta que lleva trece meses separado de su esposa, Silice, y que ha perdido el derecho a ver a su hija muda, Lilja, lo que le ha llevado a sumergirse en las drogas para intentar olvidar su desesperada situación.
Una reciente infracción en la restricción a acercarse a su hija le ha generado problemas con unos guardias privados que le persiguen. Conrad ordena a Churchill que detenga a éstos y, compadeciéndose de su hermano, lo convence para que le acompañe en la misión que le ha encomedado la corporación para la que trabaja, Muy-Tang Robotics: restablecer el contacto con una colonia científica enviada por aquélla al remoto planeta Ona(ji) y con la que, a causa de una crisis empresarial, se ha estado cinco años sin comunicación.
Una vez en su destino, descubrirán que las cosas no han ido demasiado bien allí. Parte del reducido grupo de científicos se han marchado sin volver a dar señales de vida; los que han permanecido en la colonia están claramente desequilibrados o inmersos en unas dinámicas autodestructivas. Para colmo, sufren ataques regulares de algún tipo de criatura.
Lo que había ido originalmente a probar ese grupo a tan aislado lugar era el Aâma, una sustancia revolucionaria con la capacidad de alterar los seres orgánicos y con la que Muy-Tang pretende obtener una fusión completa entre el hombre y la tecnología. Ona(ji) tiene una vida equivalente a la de la Tierra en el periodo Cámbrico, muy primitiva y limitada al medio acuático. La idea era soltar allí el Aâma y monitorizar el experimento, pero antes de darle inicio ocurrió la crisis mencionada en la empresa. Los científicos de la colonia fueron olvidados y nadie les transmitió instrucciones precisas. Viéndose abandonados, se abrió un cisma en el equipo y la descubridora del Aâma, la doctora Woland, abandonó la colonia meses atrás con algunos acólitos para llevar a cabo sus pruebas. Conrad se propone recuperar para sus jefes lo que sea en lo que se haya convertido ahora el Aâma.
Y así, Verloc, Conrad, Churchill, un par de científicos y una niña salida de la nada que resulta ser una copia perfecta de la hija de Verloc, emprenden, ya en el segundo álbum, “La Multitud Invisible”, un viaje a lo desconocido utilizando como medio de transporte una especie de trípodes robóticos que les permiten salvar todos los obstáculos. La historia se divide aquí en dos. Por una parte, los descubrimentos que van haciendo los expedicionarios conforme se aproximan al paradero exacto de Aâma: ésta transforma la vida orgánica a gran velocidad, mutándola hacia formas más complejas y fusionándola con la tecnología de los robots que pertenecieron a la colonia.
Por otra parte, Verloc le narra a una de sus compañeras de viaje, una científica que ha tomado a la misteriosa niña muda bajo su protección, su drama personal: cómo conoció a Silice; cómo se enamoraron y decidieron tener una hija al margen del sistema establecido (sin planificación genética, sin implantes ni biomodificaciones) sólo para que la niña naciera muda; y la desesperada búsqueda de ambos de una cura que, a la postre, sólo llevará a la ruptura de la relación. (Recordemos en este punto que esto es un flashback dentro de otro flashback, puesto que el presente es la lectura que un amnésico Verloc Nim está haciendo de su propio diario).
En el tercer volumen, “El Desierto de los Espejos”, las cosas se ponen verdaderamente complicadas para los viajeros. Si habían empezado avanzando por un desierto rocoso, poco a poco los organismos van adueñándose del paisaje hasta un punto en el que, indistinguibles ya si de naturaleza vegetal, animal o tecnoorgánica, forman una red densa repleta de peligros ocultos, un entorno pesadillesco en el que perecen varios personajes de formas horribles.
Al mismo tiempo y simultáneamente a la complejidad de las formas de vida que encuentran, la trama se espesa. Se desvelan más cosas de los personajes supervivientes y, por primera vez, asistimos a momentos no directamente vividos por Verloc, concretamente el paradero de Silice y Lilja, engañadas y atrapadas en una conspiración dentro de la propia multinacional que financió el Aâma. Hay también desconcertantes pasajes oníricos o alucinatorios y muchas de las cosas que podrían haberse tomad por elementos aleatorios, meros adornos narrativos, ahora se revelan conectados a una historia mucho más amplia de lo que parecía inicialmente. La salvación, tanto personal como universal, aflora como el tema principal y Verloc avanza hacia la culminación de su transformación final, que le alejará de casi todo lo que había formado parte de su vida hasta ese momento.
En el tomo cuarto y último, “Serás Maravillosa, Hija Mía”, Verloc se da cuenta de que ha sido en todo momento un peón manipulado primero por una especie de visionario científico que utilizó la Muy-Tang para hacer realidad sus delirios; y luego por la propia Aâma, que se apodera de toda vida, orgánica o no, con la que entra en contacto. La entidad que ahora es Aâma-Verloc, regresa a Radiant, se adapta a las circunstancias transformando su cuerpo en lo que sea necesario y con el único limite –temporal- de la conciencia de Verloc, que ahora comprende todos los enigmas que habían rodeado a Aâma. Se introducen algunas ideas interesantes sobre los efectos alienadores de la tecnología que supuestamemente debería acercar a todos (lo que no es difícil relacionar con las actuales redes sociales). Aunque toda esta resolución sea consistente, se reduce a confrontaciones físicas bastante ordinarias (muy al estilo de “Akira”, por ejemplo, con abundante destrucción y metamorfosis), incluyendo el obligado cara a cara de Aâma con su creador.
El concepto tras las escenas finales no está tan alejado de “Píldoras Azules” (2001), la obra autobiográfica de debut de Peeters donde aparecía su hijastro, que había nacido siendo positivo en HIV. Es una secuencia muy simbólica sobre lo que un hijo absorbe de sus padres y cómo en él cobra nuevas posibilidades que, en el caso de Lieja, son infinitas. Es el comienzo de un nuevo mundo y, aunque no esté claro lo que esto significa, sí da la impresión de que la conclusión es más optimista que lo contrario. Cualquier nuevo orden será impredecible e incomprensible para aquellos que vivieron antes de su advenimiento.
El autor combina en su narrativa la aventura pura (exploración de territorios ignotos repletos de peligros, descubrimiento de maravillas y nuevas formas de vida, lucha por la supervivencia) con el intimismo (los flashbacks que cuentan el pasado familiar de Verloc) y lo salpica con toques autobiográficos y referencias a la cultura popular que sorprenden y desconciertan por igual. Frederik Peeters es un autor muy peculiar que suele jugar con metáforas visuales, referencias, simbologías, sueños e imágenes extrañas a las que a veces cuesta sacarles el sentido y en las que da su propia versión de experiencias y vivencias personales. Es lo que ocurría, por ejemplo, en “Lupus”. También en “Aâma” pretende Peeters suscitar en el lector visiones y sensaciones extrañas. Pero ojo, no se trata del caso de un autor que se sirva de la ciencia ficción como mera excusa para exponer los temas que le interesan de verdad, sino de una historia que no podría contarse fuera del género porque en ella juega un papel nuclear la tecnología en sus múltiples formas, desde el diseño genético a la robótica pasando por la xenobiología o la cibernética.
Como ya he mencionado, el argumento de “Aâma” va cobrando densidad conforme avanzan los volúmenes. Se alternan los momentos de acción y suspense (liderados por el imparable Churchill) que impulsan el argumento con otros más íntimos, contemplativos o incluso oníricos que perfilan a los personajes y las relaciones que los unen. De esta forma, el comic difumina constantemente las fronteras entre el sueño y la “realidad”, lo científico y lo espiritual, para llevar al lector mucho más lejos que el otro extremo de la galaxia. Dice mucho en favor de Peeters que, aun cuando juega continuamente con la estructura temporal, las cosas se van poniendo cada vez más extrañas y la propia realidad parece romperse, la historia siempre resulte sencilla de seguir a diferencia de otros autores que gustan de utilizar fórmulas parecidas, como Alejandro Jodorowsky en los comics o David Lynch en el cine (lo cual, ojo, no significa que no haya que poner cierta atención en la lectura).
A decir de Peeters, “Star Wars” o “Dune” no son CF. Estos productos son, para él, historias de corte mitológico trasladadas a un escenario cósmico. Según su criterio, la “auténtica” ciencia ficción deriva de H.G.Wells o Julio Verne en el sentido de que trata de estudiar cómo la ciencia y la tecnología cambian al hombre y/o ofrece reflexiones sobre nuestro futuro, como “2001: Una Odisea del Espacio” (1968). También hay una CF crítica, como la de Philip K.Dick o John Carpenter; y, finalmente, otra que se aproxima a las ensoñaciones alegóricas, como las “Cronicas Marcianas” (1950) de Ray Bradbury. Peeters quería trabajar en “Aâma” con todas estas aproximaciones: planteando cuestiones sobre el mundo en que vivimos –o hacia el que previsiblemente nos dirigimos- pero también ofreciendo un espectáculo visual poco habitual. Mezcla influencias de diferentes campos y disciplinas (el psicoanálisis, la poesía, la pintura clásica, la filosofía…) para ilustrar un viaje tanto exterior como interior que fusione diferentes niveles de percepción de la realidad.
Al comienzo, hay evidentemente un espíritu crítico que quizá bebe de la ciencia ficción cinematográfica de los 70. El futuro en el que se ambienta la obra es uno lejano en el que se mezclan rutinariamente humanos, alienígenas y robots. No parece haber prejuicios de raza ni divisiones religiosas, aunque sí permanece la eterna brecha entre ricos y pobres. A pesar de todas las oportunidades disponibles gracias a la tecnología, algunos humanos siguen cultivando una vena autodestructiva y rebelde. Para ellos, el futuro no es más que un lugar más extenso que el presente para perderse en sí mismos.
Puede que Verloc Nim no sea exactamente un tecnófobo furibundo, pero sí alguien que enmascara su espíritu inconformista y eternamente descontento argumentando que se niega a entregar su humanidad a una tecnología omnipresente que lo controla todo, que hace del mundo un lugar predecible y seguro, sin belleza ni misterio. Por ello, se ha retirado todos los implantes y ha renunciado a las mejoras biológicas. Sin embargo, cuando su apuesta vital reaccionaria tiene como consecuencia la discapacidad de su hija y la ruina de su matrimonio, se sumerge en una espiral autodestructiva que, probablemente, revela su auténtica naturaleza.
Sin embargo, como sucede en la propia vida, no hay historia sin personajes que evolucionen, y eso es lo que experimenta Verloc cuando, a instancias de su pragmático hermano, acomete con él un viaje en el que conocerá a gente tanto amigable como hostil, se enfrentará a sus demonios internos y los monstruos creados por la naturaleza. Y en el proceso, limpiará primero su cuerpo y luego su mente, cambiará, se redimirá, abandonará su antigua inclinación anti-sistema, entrará en contacto con un plano espiritual y decidirá adaptarse a la nueva realidad (aunque ésta sea una que le ha sido impuesta y que nunca quede muy claro qué parte de esa decisión la toma él y qué parte la entidad Aâma).
Para Peeters, todo el poder que nos brinda la tecnología es sólo una herramienta, y los humanos siempre hemos fabricado herramientas. Su preocupación es que en la actualidad los fines ya no deciden los medios, sino que son éstos los que han tomado el control. Estamos fascinados, obsesionados y absorbidos por nuestros propios inventos y hemos olvidado preguntarnos para qué sirven realmente y qué consecuencias pueden derivarse de su uso inapropiado.
Por otra parte, toda la historia utiliza como motor emocional la responsabilidad y el amor que un padre siente hacia su hija (y que, en último término, será lo que Aâma utilizará para propagarse). Pero sobre ello, la gran pregunta es ¿qué nos hace humanos? ¿Podemos ser duplicados y/o mejorados? Los implantes cibernéticos, generalizados en toda la población, son un paso en ese camino. El robot simio Churchill (que Peeters creó inspirado por un juguete chino de plástico de su hija) es una especie de desvío intrigante, porque, siendo una máquina que obedece a una programación, hace observaciones propias de una mente que va más allá de la estricta lógica y demuestra cierta creatividad, por no hablar del gracioso toque del cigarro, quizá una necesidad de dotarse de un detalle personal y diferenciador.
El último escalón en ese proceso de “mejora” del ser humano, la meta que busca la Muy-Tang Robotics, es Aâma, que de sustancia catalizadora pasa a entidad autoconsciente fuera del control de sus creadores. ¿Es su fusión de lo orgánico y lo tecnológico la solución al callejón sin salida en el que parece haber quedado atascado el hombre? Peeters no da respuestas, porque no las tiene. Como toda buena CF, “Aâma” sólo plantea preguntas y muestra caminos para que el lector reflexione sobre ello.
La imaginación visual de Peeters parece no tener fin y su destreza gráfica es la propia de un virtuoso. A diferencia del estilo sencillo, suelto y caricaturesco que había utilizado en “Lupus”, aquí nos encontramos con unas páginas que beben directamente de la tradición visual de la CF norteamericana (Williamson), europea (Mezieres, Bourgeon, Moebius, Leo) y japonesa (Otomo). Pero Peeters no se limita a copiar a unos u a otros, sino que sólo los utiliza como inspiración para crear un híbrido muy personal. Consciente de la endogamia existente en el género, no se resigna a apoyarse en conocidos diseños anteriores, sino que inventa sus propios aparatos y tecnología adoptando no la visión de un ingeniero, sino la de un artista.
De ahí sus conceptos y formas poéticos, incluso abstractos, que fusionan lo orgánico con lo tecnológico (algo que, además, está en línea con el espíritu de la propia historia), como esas naves que exteriormente parecen una geoda pero cuyo interior se asemeja al de un ser vivo; los deambuladores que utilizan para viajar por el planeta, una especie de cápsulas unipersonales levantadas sobre tres largas patas hidráulicas; los nanoinsectos que se mueven a velocidades hipersónicas perforándolo todo a su paso… A pesar de lo extraña que resulta la tecnología, de alguna manera Peeters consigue que resulte verosímil.
Lo mismo puede decirse de las inquietantes formas de vida que surgen en Ona(ji) propiciadas por Aâma, que de coloridos adornos pintorescos en el paisaje pasa a una acumulación de formas palpitantes que lo invaden todo, como una pesadilla salida de los peores rincones de la mente de David Cronenberg. Para su creación, Peeters se basó en todo tipo de referencias: recuerdos de viajes a la India y Egipto, instalaciones de arte moderno, fotografías microscópicas de algas o insectos, cualquier cosa que le llamara la atención en la naturaleza o las calles.
El diseño de la ciudad de Radiant, en la que vivía Verloc, es también fruto de un proceso de reflexión, no una mera copia de otras megalópolis vistas en el cine o los comics. Gracias a los implantes cerebrales, todo el mundo está permanentemente conectado a una gran red global. La gente, por tanto, vive en una realidad material –salen a la calle, van de un lado a otro, trabajan, comen...- pero también están constantemente en otro sitio, recibiendo una corriente ininterrumpida de información sensorial. Por eso en las calles hay pocos anuncios publicitarios o neones y los edificios de apartamentos parecen enormes pantallas de teléfonos móviles apagados: nadie les presta atención.
En el último álbum, Peeters se desmelena con el dibujo y la composición en planchas simples y dobles que representan la expansión de consciencia de Verloc tras la fusión con Aâma; y, más adelante y de vuelta al planeta Radiant, jugando y adaptando las convenciones propias de los superhéroes cuando el protagonista utiliza sus nuevas capacidades de alterar la realidad de las más imaginativas formas, enfrentándose a otra criatura superpoderosa.
“Aâma” es un tebeo tan original e intenso como sutil, que ofrece un retrato muy crudo y al tiempo poético de aquello en lo que podríamos convertirnos los humanos si caemos víctimas de nuestras propias creaciones. Por una parte, Peeters construye un guion inteligente en el que crea todo un universo coherente y rico y en el que además de una aventura que suscita a la vez maravilla y terror, plantea profundas cuestiones filosóficas; por otra y sin perder un ápice de legibilidad, da forma gráfica a una imaginería desbordante, original, elegante y asombrosa digna de las mejores películas de CF.
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