El director canadiense Vincenzo Natali tomó al cine fantacientífico independiente por sorpresa en 1997 con “Cube”, una película conceptualmente sorprendente que se basaba prácticamente en su totalidad en la fuerza de sus ideas y que Natali supo rodar con una notable economía de medios en un solo set. Este film le proporcionó una considerable reputación y obtuvo espacio en múltiples festivales internacionales. Su siguiente película fue “Cypher”, con la que confirmó su aspiración de figurar entre los directores de género más prometedores del nuevo siglo y en la que volvía a afrontar el desafío de confinar una idea fascinante y la historia a la que da lugar en un espacio limitado, utilizando decorados minimalistas.
Morgan Sullivan (Jeremy Northam), un individuo apocado, servil y dominado por una mujer tan rica como insoportable, es aceptado para trabajar de espía industrial para Digicorp Technologies. Le dan una nueva identidad como Jack Thursby y lo envían por todo el pais para que asista a convenciones y seminarios de diferentes temas con instrucciones para que, durante las conferencias a las que asista, active una grabadora que lleva oculta en un bolígrafo.
En una de esas convenciones, conoce a la misteriosa Rita Foster (Lucy Liu), que le explica que su trabajo en Digicorp ese en realidad una trampa. Rompe el condicionamiento narcótico al que le habían sometido y le hace descubrir que todas esas convenciones no son más que montajes en el curso de los cuales los asistentes son sometidos a un lavado de cerebro para darles luego nuevas identidades a mejor conveniencia de Digicorp. También le urge a que mantenga el engaño de ser Thursby y no revele que conoce la verdad, dado que de otro modo Digicorp lo matará. Así que Sullivan asume la vida de Thursby, que incluye domicilio, esposa y trabajo.
Para complicar aún más su situación, se encuentra con que Sunway Systems, competidora de Digicorp, lo descubre y lo obligan a regresar como espía a ésta. Pero los responsables de seguridad de Digicorp detectan el engaño, averiguan que el condicionamiento ha desaparecido y, a su vez, le obligan a pasar información falsa a sus nuevos jefes. Atrapado entre Digicorp, Sunway y Rita y su enigmático jefe, el jamás visto Sebastian Rooks, Sullivan ya no puede estar seguro de quién es realmente, quién le está contando la verdad y cómo puede salir con vida de semejante embrollo.
Aunque debido al escaso rendimiento económico de sus películas y su preferencia por las buenas ideas sobre el impacto visual, Natali nunca ha llegado a ascender a las ligas mayores y ha permanecido confinado en proyectos menores o episodios televisivos, sigue siendo un nombre a tener en cuenta por los aficionados al género, como lo demuestran películas tan interesantes como “Nothing” (2003) o “Splice, Experimento Mortal” (2009).
Durante bastantes años, Natali estuvo asociado con sendos proyectos para adaptar “Rascacielos” (1975), de J.G.Ballard –que fue finalmente llevado a la pantalla por Ben Wheatley en 2015- y “Neuromante” (1984) de William Gibson –iniciativa finalmente abandonada-. No es difícil ver las huellas de esos escritores en el trabajo de Natali: ambos han abordado la paranoia, la identidad y el mal uso de la tecnología. Pero más allá de ellos, Natali es, sobre todo, uno de los directores modernos (y con ello me refiero a los surgidos desde finales de los 90 del pasado siglo) cuyos films no beben de los blockbusters más conocidos sino de la obra del escritor Philip K.Dick. La influencia de éste se deja sentir sobre títulos como “Abre los Ojos” (1997), “Dark City” (1998), “El Show de Truman” (1998), “Matrix” (1999) e incluso y hasta cierto punto, en películas de M.Night Shyamalan como “El Sexto Sentido” (1999), “El Protegido” (2000) o “El Bosque” (2004).
Son todas estas cintas que, más que al mero espectáculo visual, dan preferencia al cuestionamiento de la naturaleza de la realidad y la identidad personal, a menudo descubriéndose que una y otra no eran más que elaboradas ilusiones creadas para engañar al protagonista. Las películas de Natali adoptan también esos juegos de sueño, delirio e identidad que obsesionaban a Dick así como una idea muy propia de la Nueva Ola de la CF y que, bien manejada, siempre suele funcionar bien: ¿cómo sería el mundo si éste experimentara un cambio tecnológico fundamental?
“Cypher” se apoya también en aquella moda que surgió en el cine de los 60 y 70 del pasado siglo relacionada con el lavado de cerebro y el cambio de identidad: “El Extraño Caso del Doctor Longman” (1963), “La Cara de Otro” (1966), “¿Quién”? (1974) o ese thriller clásico que es “El Mensajero del Miedo” (1962). De hecho, “Cypher” casi podría verse como “El Mensajero del Miedo” reformulado en clave de la CF paranoide y laberíntica propia de Philip K Dick; o teñido de la influencia de “La Trama” (1997), de David Mamet, película que Natalia da la impresión de haber estudiado cuidadosamente para copiar el mismo sutil sentimiento de incomodidad que transmite y la estructura argumental de matrioskas rusas, escondiendo un misterio dentro de otro que a su vez oculta otro…
“Cypher” demostró que “Cube” no había sido una casualidad, la suerte del novato de Natali. De hecho, el director –que rodó la película en 35 días- pule aquí considerablemente su estilo visual, consiguiendo que sus continuos giros atrapen y desconcierten al espectador: la súbita relevación de que Rita es una espía que conoce todos los secretos, el descubrimiento de Sullivan de la mentira del bolígrafo y su terrorífica experiencia en la sesión de lavado de cerebro… Ciertamente, algunos de esos giros y sorpresas se tornan improbables o directamente inverosímiles, como cuando Sullivan descubre que es un agente triple reprogramado por otras tantas organizaciones que buscan socavar el poder de las demás. La solidez del argumento (firmado por Brian King, que solo tiene en su haber esta cinta y otra, “Haunter”, también dirigida por Natali) se agrieta cuando se considera la cadena de revelaciones desde el final hacia atrás –final por otra parte predecible si algo se conoce de las obras de Dick-; pero mientras la película avanza, es fácil dejarse llevar por esa ininterrmpida sucesión de sorpresas desconcertantes.
Pero, sobre todo, en una época como la actual, cuando el robo o usurpación de identidades digitales está siendo un serio problema, “Cypher” ha resultado ser una película avanzada a su tiempo. Natali explora lo que bien podría ser el peor terror de todos: olvidar quienes somos o descubrir que todo lo que dábamos por sentado es una elaborada mentira. La inmersión de Sullivan en una pesadilla en la que no puede siquiera confiar en sí mismo, es el núcleo emocional de la historia.
Natali adopta una estética fría, contenida y desasosegante, con un color desaturado y decorados minimalistas. Sobre todo en las primeras escenas, se hace hincapié en la banalidad repetitiva que rodea la vida de Sullivan (la estructura de bloques de un rascacielos de cristal, las formas que dibujan las calles de un barrio residencial o el cómico aburrimiento que provocan los temas de las conferencias a las que asiste. Es como si el protagonista estuviera asfixiándose en una vida hiperpautada, predecible y carente de estímulos.
Jeremy Northam interpreta su personaje como alguien tan pusilánime que bien podría confundirse con el Clark Kent de “Superman Returns” (2006) pero al que no resulta difícil ver también como un Cary Grant salido de una película de Hitchcock. El suyo no es un papel fácil porque le exige recorrer toda una serie de niveles conforme su personaje salta de identidad en identidad, desde el aburrido individuo anónimo al sofisticado ligón de bar de hotel, pasando luego al de angustiado peón involuntario y terminando en un varonil y confiado héroe. Northam y Natali describen esas transiciones no a base de llamativos fogonazos interpretativos sino con sutileza. Por el contrario, Lucy Liu, una actriz que quizá no tenga el talento que muchos le atribuyen y solo parece tener un único registro actoral, dispone aquí de un personaje que le brinda pocas posibilidades porque Rita es una presencia misteriosa, distante y ambigua más que una mujer con entidad propia. Eso sí, como mujer fatal y poseedora de la clave final del misterio, cubre perfectamente el papel.
Es una pena que este thriller ciberpunk estilizado e hipnótico al que el tiempo ha tratado mejor de lo que cabría esperar -y que, de hecho, puede que hoy sea más relevante de lo que fuera en su estreno- haya caído en un relativo olvido. Quizá la CF cerebral de “Cypher” haya quedado sepultada por otras películas, contemporáneas y posteriores, más vistosas, caras y publicitadas que trataban temas similares, pero merece la pena recuperarla. Exige del espectador atención absoluta para no perderse en el retorcido laberinto de identidades y facciones, pero ese esfuerzo recibe recompensa en la forma de una historia absorbente que valora más las ideas que los efectos especiales y que consigue aprovechar al máximo sus recursos.
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