viernes, 25 de febrero de 2022

2017-BLADE RUNNER 2049 – Denis Villeneuve (y 2)

 


(Viene de la entrada anterior)

Quizá el aspecto más chirriante de “Blade Runner 2049” –al menos en lo que a mí respecta- es el de la replicante embarazada. La idea de que los humanos y las máquinas puedan reproducirse ha sido siempre muy común en la ciencia ficción pese a lo absurdo de la premisa. Ahí están, por nombrar sólo unos ejemplos, “Engendro Mecánico” (1977), “Cyborg 3: The Recycler” (1994) o la televisiva “Battlestar Galactica” (2003-9). Que un humano orgánico pueda mezclarse con un androide (o ginoide), que no deja de ser una criatura mecánica, para engendrar un híbrido dotado de ADN es científicamente absurdo.

 

Pero, por otra parte, tanto “Battlestar Galactica” como las películas de Blade Runner sugieren que esas máquinas han evolucionado tanto que ya son indistinguibles de los humanos incluso a nivel de ADN. En uno de los cortos mencionados, se presentaba al nuevo modelo de replicante fabricado por Niander Wallace, una mejora respecto a los de Tyrell en el sentido de que les proporciona una esperanza de vida humana y una obediencia –supuestamente- a toda prueba. Lo cual plantea otro problema: dado que ya no tenemos una máquina sino una nueva forma de vida orgánica inteligente y humanoide (e incluso superior a los humanos en, por ejemplo, fuerza y resistencia), se hace imperativo abordar las implicaciones legales, éticas e incluso metafísicas. Algo que no parece preocupar a Wallace, que nos recuerda que las grandes civilizaciones siempre se levantan sobre las espaldas de fuerza de trabajo prescindible. En 2049, Wallace no puede satisfacer la demanda de replicantes para la colonización de otros planetas y busca la forma de producir modelos que puedan autoreplicarse (valga el juego de palabras). De ahí su interés por el resultado de la investigación de K.

 

Si se piensa bien, la idea de que humanos y máquinas pudieran desear emparejarse y tener bebés tiene más que ver con nuestro irredento antropocentrismo que con la evolución lógica de una máquina. Nos gusta pensar que las máquinas inteligentes considerarán el cúlmen de su existencia desarrollar emociones como las nuestras, experimentar el sentimiento del amor y, a partir de ahí y como natural paso posterior, tener bebés humanos. El día que llegue la revolución de los robots, lo más probable es que no vean la necesidad de dotarse ni de cuerpos orgánicos imperfectos y con obsolescencia de serie, ni de algo tan visceral, conectado con nuestras hormonas e instintos más básicos y a menudo ineficiente como son las emociones. Si necesitaran reproducirse, les bastaría con conectar la cadena de montaje y fabricar más unidades.

 

Merece la pena ahondar un poco en lo que esta película parece pero en realidad no es. Y es que el trasfondo de “Blade Runner 2049” tiene todos los ingredientes para conformar una aventura épica. Aunque el gran panorama, de todas formas, queda siempre en los márgenes -como ya sucedía en el primer Blade Runner-, queda claro que las cosas en la Tierra no han hecho sino empeorar, algo que se sugiere más por aquello que no se ve en pantalla: el color verde, familias, espacios abiertos, cielos despejados… Hay diversas referencias a acontecimientos de gran alcance que modelaron el mundo que se nos muestra en pantalla: la destrucción de Las Vegas por una bomba sucia; el borrado de todos los archivos digitalizados de Los Angeles durante algo llamado el Apagón (y que en los cortos se explica fue un atentado terrorista de los Nexus)… Todos estos hitos se exploraron más ampliamente en los tres cortos antes mencionados, pero la película propiamente dicha sólo da detalles vagos y de pasada, algo parecido a lo que hizo George Lucas en su trilogía inicial mencionando, por ejemplo, “la Carrera de Kessel” o “Las Guerras Clon”, lo que hace parecer a ese universo más grande invirtiendo muy poco esfuerzo.

 

Durante dos horas, “Blade Runner 2049” juega con los clichés del ya aburridamente familiar “Viaje del Héroe” tal y como fue descrito por Joseph Campbell y codificado para varias generaciones de espectadores por George Lucas en su “Star Wars”. Hay incluso menciones a una resistencia replicante organizada por Freysa (Hiam Abbass) y que incluyen a Mariette (Mackenziej Davis) y Sapper Morton, un concepto que, aunque sin desarrollar, es más ambicioso que los cinco replicantes fugitivos de “Blade Runner”.

 

Sin embargo, en sus 45 minutos finales, la película vira bruscamente, esquivando los desenlaces propios de la narrativa épica. Niander Wallace no paga por sus crímenes y es fácil deducir que el desenlace no le va a suponer más que una leve molestia; el movimiento de resistencia de Freysa no sale de la clandestinidad y, a pesar de los temores de la teniente Joshi, el “milagro” del nacimiento de un híbrido humano-replicante no atiza los fuegos de la revolución ni echa el mundo abajo. De hecho, nos encontramos con que “Blade Runner 2049” es una película mucho más íntimista de lo que aparenta.

 

Cuando se estrenó “Blade Runner 2049”, tal y como aún sucede hoy, el mercado cinematográfico estaba dominado por las franquicias y el reciclaje de propiedades intelectuales, así que es posible que todos los elementos antedichos se hubieran incluido como preparación para una posible secuela. En entrevistas previas al estreno, Denis Villeneuve dejó caer que “Blade Runner podría continuar” e incluso tras el decepcionante recorrido en taquilla y la consecuente renuncia a cualquier perspectiva de secuela, Villeneuve confesó que no había abandonado del todo la idea: “A veces me despierto por la noche soñando con ello”.

 

Pues bien, el caso es que “Blade Runner 2049” se niega a abrazar el más obvio de los clichés de la narrativa épica: el del “Elegido”. K se pasa buena parte de la película creyendo que es el hijo “milagroso” de Rachel y Deckard, sólo para ver al final esa ilusión brutalmente desmantelada. K no es alguien especial, no es un mesías de su pueblo. Es sólo otro “pellejudo” más. En este sentido, “Blade Runner 2049” es una película muy de su tiempo. Aunque las narraciones protagonizadas por un “Elegido” se remontan –como mínimo- a la Antigua Grecia, han sido muy comunes en la cultura pop de los 80 y 90 del pasado siglo y hasta hoy. Quizá esa proliferación fuera una respuesta a la desilusión que invadió la sociedad norteamericana tras el escándalo Watergate y la guerra de Vietnam de los 70; o quizá derivaba de ese lema esperanzado, “Morning in America” que utilizo Ronald Reagan en su campaña presidencial de 1984; o puede que reflejara la creciente influencia de la derecha religiosa...

 

Pero el caso es que la tendencia se prolongó hasta la década de los 90. Tanto los libros de Harry Potter como la trilogía de Matrix actualizaron la figura del Elegido para una nueva generación. “Star Trek: Espacio Profundo Nueve” convirtió al comandante Benjamin Sisko en un “Emisario de los Profetas”; en “Expediente X”, la subtrama de la gran conspiración se entrelazaba con el árbol familiar de Fox Mulder, que en cierto momento era incluso crucificado en una mesa de laboratorio… En una década marcada por aquella tediosa hipótesis de “El Fin de la Historia” promulgada por Francis Fukuyama en 1992, estas historias de destino y misión resultaban reconfortantes. Pero con el cambio de siglo y milenio, empezó a evidenciarse un creciente movimiento opuesto. “El Club de la Lucha”, por ejemplo, renegaba de la idea de que sus personajes no fueran algo más que “los hijos intermedios de la Historia”, con Tyler Durden asegurándole al espectador que no se engañe pensando que es “un hermoso y único copo de nieve”. En las precuelas de “Star Wars”, George Lucas se ocupó también de deconstruir el tropo del Elegido.

 

Resulta interesante que muchas de las secuelas tardías de películas y franquicias de los 80, se hayan dedicado a minar el concepto de “El Elegido”, desde “Bill y Ted Salvan el Universo” (2020) a la propia “Star Wars”, en la que, pese a las especulaciones sobre la relación de Rey con algún personaje ya veterano de la franquicia, resultó que no era así. Esto nos dice mucho de las ansiedades de los Millenials. Aunque la generación que creció con la cultura de los 80 y 90 a menudo se ha identificado con los valores de los baby boomers (remisos al trabajo y al matrimonio), lo cierto es que sus miembros han ejercido una gran influencia sobre la cultura, la economía e incluso la política del siglo XXI. Por el contrario, los Millenials se han encontrado braceando desesperadamente por mantener la cabeza fuera del agua: han vivido dos profundas recesiones económicas, tienen problemas para formar un hogar y una familia, los trabajos que encuentran son a menudo basura… no es de extrañar que se cuestionen los supuestos valores que sostienen la cultura americana, entre ellos que una sola persona de grandes virtudes pueda cambiar el sistema.

 

“Blade Runner 2049” es una película que comprende y refleja ese malestar de una generación educada para sentirse excepcional y que luego comprende a las malas el engaño a la que ha sido sometida. Hay un cinismo recurrente en la historia que aquí se nos cuenta. Cuando K le pregunta a Stelline por qué le dio recuerdos de una infancia que nunca vivió, ella le explica que esas fantasías “mantienen el producto estable”. K se enamora de Joi, pero ella no es más que un producto, no una persona; una fantasía que le vendieron ofreciéndole la ilusión de intimidad y calor doméstico. Ese simulacro de una vida humana normal mantiene a K obediente y conforme con lo que sus amos le ordenan. No es un Elegido, sino un instrumento del que se sirven otros, el engranaje de la historia de terceros: Joshi lo quiere utilizar para asesinar al híbrido milagroso y Wallace espera seguirlo para hacerse con la misma presa; incluso hacia el final, Freysa trata de utilizarlo como arma, manipulándolo para que asesine a Deckard y proteja a la criatura. 

 

“Blade Runner 2049”, por tanto, reniega deliberadamente del mito épico. Pero a la hora de la verdad, no importa que K no sea un mesías replicante ni el líder de una revolución. Se compromete a cumplir una misión más modesta y alcanzable, pero también importante: decide, sin intervención de nadie, sacrificar su vida para que un padre y una hija largo tiempo separadosy a los que no conocía puedan reencontrarse. K se pasa la mayor parte de la historia esperando encontrar evidencias que demuestren que es un humano auéntico (“nacido, no fabricado”), pero es ese “pequeño” acto lo que, al final, lo define demostrando, como dije, que es tan humano como cualquier otro personaje. Y eso es lo que de verdad importa.  

 

En cuanto al reparto, llama la atención la diversidad del mismo. Se diría que Villeneuve buscó por todo el mundo para encontrar la mezcla adecuada de actores, desde la actriz cubana Ana de Armas al islandés Tomas Lemarquis; de la palestina Hiam Abbass a la suiza Carla Juri; del somalí Barkhad Abdi a la finesa Krista Kosonen. Merece la pena destacar a la holandesa Sylvia Hoeks como Luv, sicaria y agente de Niander Wallace. Aunque siempre va a quedar a la sombra de la extraordinaria interpretación de Rutger Hauer en “Blade Runner”, Hoeks le da a su personaje una intensidad fría y terrorífica que atrapa la atención del espectador siempre que aparece en pantalla. Harrison Ford regresa como un Deckard crepuscular que apela a la nostalgia de los fans más veteranos.  

 

Y en cuanto a Ryan Gosling y como es su costumbre, pasa toda la película sin apenas variar un ápice su expresión de serena indiferencia o, si se prefiere, hieratismo. Algunos lo consideran carismático, sutil y minimalista; otros un incapaz interpretativo. Las limitaciones –o estilo- del actor no desentonan del todo con el tono frío y desapasionado de la película. Dado que Villeneuve ya había demostrado ser capaz de transmitir una gran intensidad emocional en sus films (ahí están “Prisioneros” o “La Llegada”), podemos suponer que esa frialdad que empapa toda la cinta es algo deliberado, probablemente tratando de transmitir la idea de una sociedad emocionalmente muerta, en la que los individuos se relacionan más fácilmente con la tecnología que con sus semejantes y donde ya resulta difícil distinguir los humanos de las inteligencias artificales o los androides.

 

Lo cual está muy bien de no ser porque, al hacer del protagonista un androide que no refleja pasión alguna, se aliena al espectador al dificultarle la identificación con el personaje principal. En la primera película, Rick Deckard era un humano (aunque nos hayan modificado tal idea en posteriores montajes) que claramente estaba profesionalmente quemado y que tenía una visión cínica del mundo y la sociedad, pero que acababa reencontrando su propia humanidad tanto en la atracción que sentía por Rachel como en el acto de compasión del replicante Roy. La interpretación de Harrison Ford nos transmitía todo eso: desapego, cansancio, sufrimiento, preocupación, miedo, confusión… Pero en “Blade Runner 2049”, el protagonista es un androide diseñado para obedecer y no sentir –o, al menos, no parecer que siente, lo cual Gosling hace muy bien-. Así que cuando emprende la búsqueda de su auténtico origen e incluso, quizá, de su propio padre, la importancia de la investigación no parece afectarle demasiado ni, por consiguiente, al espectador.

 

Cuando se estrenó “Blade Runner” –y cuando hoy las nuevas generaciones acceden a ella por primera vez- el público se dividió de manera radical entre quien se enamoró de ella y quien pensó que era ridícula, pretenciosa y aburrida. Pues bien, treinta y cinco años después, “Blade Runner 2049” consiguió reproducir el mismo fenómeno. Algunos la odiarán por su largo metraje sin el convencional alivio de intervalos de comedia o acción. Como hizo Scott en la original, Denis Villeneuve se recrea en largos planos y escenas solemnes con las que ir esculpiendo el mundo en el que discurre. Es un tipo de cine que exige no sólo paciencia del espectador, sino que utilice ese tiempo que se toma el director para sumergirse en el futuro que propone. 

 

Hay multitud de personajes e hilos argumentales, algunos más desarrollados y otros apenas mencionados. Y mientras el argumento de “Blade Runner” era sencillo de resumir, el de su secuela está tan disperso y abarca tanto que no es fácil definirlo en un par de frases (algo que sin duda complicó las cosas al departamento de marketing). Además, su buena dosis de guiños, referencias y homenajes pueden alienar a quien no haya visto la primera película o no la tenga fresca en la memoria. Eso por no hablar de que su excesivo metraje a causa de esas escenas visualmente hermosas pero con poca o ninguna sustancia relevante para la trama, provoca problemas de ritmo.

 

Pero es que no hay forma de separar las partes menos interesantes de “Blade Runner 2049” de las que lo son más. Es un todo que hay que abrazar y dejarse fascinar por él… o no. La reacción de cada cual a la película dependerá de su sensibilidad, gusto y expectativas, como suele ocurrir cuando se trata de una película de autor que se aleja de los convencionalismos del cine comercial moderno. Probablemente, cualquiera podrá encontrar aquí conceptos, escenas e imágenes que le resultarán fascinantes y otras que le dejarán frío. Eso sí, a diferencia de “Blade Runner”, no vamos a encontrar personajes memorables o carismáticos a la altura de Roy Batty.  

 

En lo que a mí respecta, “Blade Runner 2049” es es una mezcla exuberante, ambiciosa y algo más larga de lo conveniente de cine negro, nostalgia y distopía postmoderna. Aborda temas interesantes que llaman al debate y la reflexión y, por tanto, es imprescindible para cualquiera que se considere aficionado a la CF. Para los demás, la recomendación es menos clara.

 


6 comentarios:

  1. Joder macho que blandurrio eres con el cine comercial de Ciencia Ficción. Esta peli es una mierda. Falla en todo porque Villeneuve es un incapaz para este tipo de cosas.

    ResponderEliminar
  2. Lo de la replicante embarazada me molestó bastante como mujer. Estoy cansada del tópico del robot obsesionado con la humanidad, y del culto al embarazo. Sí, esa es la forma en que nos reproducimos, pero hay que ser hipócrita sumo para considerarlo un estado "divino" y deseable. Si el cine imagina que se pueden crear copias humanas casi perfectas, ¿por qué no imagina también úteros artificiales que se encarguen de ese incómodo trabajo? ¿Cuál es la idea real detrás de la insistencia en mantener a las mujeres sometidas a esa tarea tan desgastante y agobiante? Lamentablemente esas cosas van haciéndose realidad. Ya se están fabricando "muñecas" de un plástico similar a la piel humana para disfrute de los hombres. Ellos tendrán el placer, las mujeres la gestación.

    ResponderEliminar
  3. Ya hay una continuación, de animación, "El loto negro"; y si no es una continuación, la historia forma parte del mismo universo.

    De 2049 rescato la fotografía, la ambientación, poco más fuera de eso.

    Saludos,
    J.

    ResponderEliminar
  4. Pues yo la he visto ya tres veces y cada vez me gusta más. Y con respecto al antropocentrismo, hay que tener en cuenta que los replicantes han sido creados para replicar humanos. Los hace menos interesantes pero no deja de ser coherente.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Puessss, sssiii.... Pero es que me hago viejo y estas preguntas me acosan... ¿Por qué querrían desarrollar seres con emociones? ¿Acaso no sabemos que eso suele puede acabar mal, que no son la virtud más deseable para un esclavo?

      Eliminar
    2. Eso sí. La premisa es la que resulta poco plausible

      Eliminar