(Viene de la entrada anterior)
Quizá el aspecto más chirriante de “Blade Runner 2049” –al menos en lo que a mí respecta- es el de la replicante embarazada. La idea de que los humanos y las máquinas puedan reproducirse ha sido siempre muy común en la ciencia ficción pese a lo absurdo de la premisa. Ahí están, por nombrar sólo unos ejemplos, “Engendro Mecánico” (1977), “Cyborg 3: The Recycler” (1994) o la televisiva “Battlestar Galactica” (2003-9). Que un humano orgánico pueda mezclarse con un androide (o ginoide), que no deja de ser una criatura mecánica, para engendrar un híbrido dotado de ADN es científicamente absurdo.
Pero, por otra parte, tanto “Battlestar Galactica” como las
películas de Blade Runner sugieren que esas máquinas han evolucionado tanto que
ya son indistinguibles de los humanos incluso a nivel de ADN. En uno de los
cortos mencionados, se presentaba al nuevo modelo de replicante fabricado por
Niander Wallace, una mejora respecto a los de Tyrell en el sentido de que les
proporciona una esperanza de vida humana y una obediencia –supuestamente- a
toda prueba. Lo cual plantea otro problema: dado que ya no tenemos una máquina
sino una nueva forma de vida orgánica inteligente y humanoide (e incluso
superior a los humanos en, por ejemplo, fuerza y resistencia), se hace
imperativo abordar las implicaciones legales, éticas e incluso
metafísicas. Algo
que no parece preocupar a Wallace, que nos recuerda que las grandes
civilizaciones siempre se levantan sobre las espaldas de fuerza de trabajo
prescindible. En 2049, Wallace no puede satisfacer la demanda de replicantes
para la colonización de otros planetas y busca la forma de producir modelos que
puedan autoreplicarse (valga el juego de palabras). De ahí su interés por el
resultado de la investigación de K.
Si se piensa bien, la idea de que humanos y máquinas
pudieran desear emparejarse y tener bebés tiene más que ver con nuestro
irredento antropocentrismo que con la evolución lógica de una máquina. Nos
gusta pensar que las máquinas inteligentes considerarán el cúlmen de su
existencia desarrollar emociones como las nuestras, experimentar el sentimiento
del amor y, a partir de ahí y como natural paso posterior, tener bebés humanos.
El día que llegue la revolución de los robots, lo más probable es que no vean
la necesidad de dotarse ni de cuerpos orgánicos imperfectos y con obsolescencia
de serie, ni de algo tan visceral, conectado con nuestras hormonas e instintos
más básicos y a menudo ineficiente como son las emociones. Si necesitaran
reproducirse, les bastaría con conectar la cadena de montaje y fabricar más
unidades.
Merece la pena ahondar un poco en lo que esta película
parece pero en realidad no es. Y es que el trasfondo de “Blade Runner 2049”
tiene todos los ingredientes para conformar una aventura épica. Aunque el gran
panorama, de todas formas, queda siempre en los márgenes -como ya sucedía en el
primer Blade Runner-, queda claro que las cosas en la Tierra no han hecho sino
empeorar, algo que se sugiere más por aquello que no se ve en pantalla: el
color verde, familias, espacios abiertos, cielos despejados… Hay diversas
referencias a acontecimientos de gran alcance que modelaron el mundo que se nos
muestra en pantalla: la destrucción de Las Vegas por una bomba sucia; el borrado
de todos los archivos digitalizados de Los Angeles durante algo llamado el
Apagón (y que en los cortos se explica fue un atentado terrorista de los Nexus)…
Todos estos hitos se exploraron más ampliamente en los tres cortos antes
mencionados, pero la película propiamente dicha sólo da detalles vagos y de
pasada, algo parecido a lo que hizo George Lucas en su trilogía inicial
mencionando, por ejemplo, “la Carrera de Kessel” o “Las Guerras Clon”, lo que
hace parecer a ese universo más grande invirtiendo muy poco esfuerzo.
Durante dos horas, “Blade Runner 2049” juega con los
clichés del ya aburridamente familiar “Viaje del Héroe” tal y como fue descrito
por Joseph Campbell y codificado para varias generaciones de espectadores por George
Lucas en su “Star Wars”. Hay incluso menciones a una resistencia replicante
organizada por Freysa (Hiam Abbass) y que incluyen a Mariette (Mackenziej
Davis) y Sapper Morton, un concepto que, aunque sin desarrollar, es más
ambicioso que los cinco replicantes fugitivos de “Blade Runner”.
Sin embargo, en sus 45 minutos finales, la película vira
bruscamente, esquivando los desenlaces propios de la narrativa épica. Niander
Wallace no paga por sus crímenes y es fácil deducir que el desenlace no le va a
suponer más que una leve molestia; el movimiento de resistencia de Freysa no
sale de la clandestinidad y, a pesar de los temores de la teniente Joshi, el
“milagro” del nacimiento de un híbrido humano-replicante no atiza los fuegos de
la revolución ni echa el mundo abajo. De hecho, nos encontramos con que “Blade
Runner 2049” es una película mucho más íntimista de lo que aparenta.
Cuando se estrenó “Blade Runner 2049”, tal y como aún sucede
hoy, el mercado cinematográfico estaba dominado por las franquicias y el
reciclaje de propiedades intelectuales, así que es posible que todos los
elementos antedichos se hubieran incluido como preparación para una posible
secuela. En entrevistas previas al estreno, Denis Villeneuve dejó caer que
“Blade Runner podría continuar” e incluso tras el decepcionante recorrido en
taquilla y la consecuente renuncia a cualquier perspectiva de secuela,
Villeneuve confesó que no había abandonado del todo la idea: “A veces me despierto
por la noche soñando con ello”.
Pues bien, el caso es que “Blade Runner 2049” se niega a
abrazar el más obvio de los clichés de la narrativa épica: el del “Elegido”. K
se pasa buena parte de la película creyendo que es el hijo “milagroso” de Rachel
y Deckard, sólo para ver al final esa ilusión brutalmente desmantelada. K no es
alguien especial, no es un mesías de su pueblo. Es sólo otro “pellejudo” más.
En este sentido, “Blade Runner 2049” es una película muy de su tiempo. Aunque
las narraciones protagonizadas por un “Elegido” se remontan –como mínimo- a la
Antigua Grecia, han sido muy comunes en la cultura pop de los 80 y 90 del
pasado siglo y hasta hoy. Quizá esa proliferación fuera una respuesta a la
desilusión que invadió la sociedad norteamericana tras el escándalo Watergate y
la guerra de Vietnam de los 70; o quizá derivaba de ese lema esperanzado, “Morning
in America” que utilizo Ronald Reagan en su campaña presidencial de 1984; o
puede que reflejara la creciente influencia de la derecha religiosa...
Pero el caso es que la tendencia se prolongó hasta la
década de los 90. Tanto los libros de Harry Potter como la trilogía de Matrix
actualizaron la figura del Elegido para una nueva generación. “Star Trek:
Espacio Profundo Nueve” convirtió al comandante Benjamin Sisko en un “Emisario
de los Profetas”; en “Expediente X”, la subtrama de la gran conspiración se
entrelazaba con el árbol familiar de Fox Mulder, que en cierto momento era
incluso crucificado en una mesa de laboratorio… En una década marcada por
aquella tediosa hipótesis de “El Fin de la Historia” promulgada por Francis
Fukuyama en 1992, estas historias de destino y misión resultaban
reconfortantes. Pero con el cambio de siglo y milenio, empezó a evidenciarse un
creciente movimiento opuesto. “El Club de la Lucha”, por ejemplo, renegaba de
la idea de que sus personajes no fueran algo más que “los hijos intermedios de
la Historia”, con Tyler Durden asegurándole al espectador que no se engañe
pensando que es “un hermoso y único copo de nieve”. En las precuelas de “Star
Wars”, George Lucas se ocupó también de deconstruir el tropo del Elegido.
Resulta interesante que muchas de las secuelas tardías de películas
y franquicias de los 80, se hayan dedicado a minar el concepto de “El Elegido”,
desde “Bill y Ted Salvan el Universo” (2020) a la propia “Star Wars”, en la
que, pese a las especulaciones sobre la relación de Rey con algún personaje ya
veterano de la franquicia, resultó que no era así. Esto nos dice mucho de las
ansiedades de los Millenials. Aunque la generación que creció con la cultura de
los 80 y 90 a menudo se ha identificado con los valores de los baby boomers (remisos
al trabajo y al matrimonio), lo cierto es que sus miembros han ejercido una
gran influencia sobre la cultura, la economía e incluso la política del siglo
XXI. Por el contrario, los Millenials se han encontrado braceando desesperadamente
por mantener la cabeza fuera del agua: han vivido dos profundas recesiones
económicas, tienen problemas para formar un hogar y una familia, los trabajos
que encuentran son a menudo basura… no es de extrañar que se cuestionen los
supuestos valores que sostienen la cultura americana, entre ellos que una sola
persona de grandes virtudes pueda cambiar el sistema.
“Blade Runner 2049” es una película que comprende y refleja
ese malestar de una generación educada para sentirse excepcional y que luego
comprende a las malas el engaño a la que ha sido sometida. Hay un cinismo
recurrente en la historia que aquí se nos cuenta. Cuando K le pregunta a
Stelline por qué le dio recuerdos de una infancia que nunca vivió, ella le
explica que esas fantasías “mantienen el producto estable”. K se enamora de
Joi, pero ella no es más que un producto, no una persona; una fantasía que le
vendieron ofreciéndole la ilusión de intimidad y calor doméstico. Ese simulacro
de una vida humana normal mantiene a K obediente y conforme con lo que sus amos
le ordenan. No es un Elegido, sino un instrumento del que se sirven otros, el
engranaje de la historia de terceros: Joshi lo quiere utilizar para asesinar al
híbrido milagroso y Wallace espera seguirlo para hacerse con la misma presa; incluso
hacia el final, Freysa trata de utilizarlo como arma, manipulándolo para que
asesine a Deckard y proteja a la criatura.
“Blade Runner 2049”, por tanto, reniega deliberadamente del
mito épico. Pero a la hora de la verdad, no importa que K no sea un mesías
replicante ni el líder de una revolución. Se compromete a cumplir una misión
más modesta y alcanzable, pero también importante: decide, sin intervención de
nadie, sacrificar su vida para que un padre y una hija largo tiempo separadosy
a los que no conocía puedan reencontrarse. K se pasa la mayor parte de la
historia esperando encontrar evidencias que demuestren que es un humano
auéntico (“nacido, no fabricado”), pero es ese “pequeño” acto lo que, al final,
lo define demostrando, como dije, que es tan humano como cualquier otro
personaje. Y eso es lo que de verdad importa.
En cuanto al reparto, llama la atención la diversidad del
mismo. Se diría que Villeneuve buscó por todo el mundo para encontrar la mezcla
adecuada de actores, desde la actriz cubana Ana de Armas al islandés Tomas
Lemarquis; de la palestina Hiam Abbass a la suiza Carla Juri; del somalí
Barkhad Abdi a la finesa Krista Kosonen. Merece la pena destacar a la holandesa
Sylvia Hoeks como Luv, sicaria y agente de Niander Wallace. Aunque siempre va a
quedar a la sombra de la extraordinaria interpretación de Rutger Hauer en
“Blade Runner”, Hoeks le da a su personaje una intensidad fría y terrorífica que
atrapa la atención del espectador siempre que aparece en pantalla. Harrison
Ford regresa como un Deckard crepuscular que apela a la nostalgia de los fans
más veteranos.
Y en cuanto a Ryan Gosling y como es su costumbre, pasa
toda la película sin apenas variar un ápice su expresión de serena indiferencia
o, si se prefiere, hieratismo. Algunos lo consideran carismático, sutil y
minimalista; otros un incapaz interpretativo. Las limitaciones –o estilo- del
actor no desentonan del todo con el tono frío y desapasionado de la película.
Dado que Villeneuve ya había demostrado ser capaz de transmitir una gran intensidad
emocional en sus films (ahí están “Prisioneros” o “La Llegada”), podemos
suponer que esa frialdad que empapa toda la cinta es algo deliberado,
probablemente tratando de transmitir la idea de una sociedad emocionalmente
muerta, en la que los individuos se relacionan más fácilmente con la tecnología
que con sus semejantes y donde ya resulta difícil distinguir los humanos de las
inteligencias artificales o los androides.
Lo cual está muy bien de no ser porque, al hacer del
protagonista un androide que no refleja pasión alguna, se aliena al espectador
al dificultarle la identificación con el personaje principal. En la primera
película, Rick Deckard era un humano (aunque nos hayan modificado tal idea en
posteriores montajes) que claramente estaba profesionalmente quemado y que
tenía una visión cínica del mundo y la sociedad, pero que acababa reencontrando
su propia humanidad tanto en la atracción que sentía por Rachel como en el acto
de compasión del replicante Roy. La interpretación de Harrison Ford nos
transmitía todo eso: desapego, cansancio, sufrimiento, preocupación, miedo, confusión…
Pero en “Blade Runner 2049”, el protagonista es un androide diseñado para
obedecer y no sentir –o, al menos, no parecer que siente, lo cual Gosling hace
muy bien-. Así que cuando emprende la búsqueda de su auténtico origen e
incluso, quizá, de su propio padre, la importancia de la investigación no
parece afectarle demasiado ni, por consiguiente, al espectador.
Cuando se estrenó “Blade Runner” –y cuando hoy las nuevas
generaciones acceden a ella por primera vez- el público se dividió de manera
radical entre quien se enamoró de ella y quien pensó que era ridícula,
pretenciosa y aburrida. Pues bien, treinta y cinco años después, “Blade Runner 2049”
consiguió reproducir el mismo fenómeno. Algunos la odiarán por su largo metraje
sin el convencional alivio de intervalos de comedia o acción. Como hizo Scott
en la original, Denis Villeneuve se recrea en largos planos y escenas solemnes
con las que ir esculpiendo el mundo en el que discurre. Es un tipo de cine que
exige no sólo paciencia del espectador, sino que utilice ese tiempo que se toma
el director para sumergirse en el futuro que propone.
Hay multitud de personajes e hilos argumentales, algunos
más desarrollados y otros apenas mencionados. Y mientras el argumento de “Blade
Runner” era sencillo de resumir, el de su secuela está tan disperso y abarca
tanto que no es fácil definirlo en un par de frases (algo que sin duda complicó
las cosas al departamento de marketing). Además, su buena dosis de guiños,
referencias y homenajes pueden alienar a quien no haya visto la primera
película o no la tenga fresca en la memoria. Eso por no hablar de que su
excesivo metraje a causa de esas escenas visualmente hermosas pero con poca o
ninguna sustancia relevante para la trama, provoca problemas de ritmo.
Pero es que no hay forma de separar las partes menos
interesantes de “Blade Runner 2049” de las que lo son más. Es un todo que hay
que abrazar y dejarse fascinar por él… o no. La reacción de cada cual a la
película dependerá de su sensibilidad, gusto y expectativas, como suele ocurrir
cuando se trata de una película de autor que se aleja de los convencionalismos
del cine comercial moderno. Probablemente, cualquiera podrá encontrar aquí
conceptos, escenas e imágenes que le resultarán fascinantes y otras que le
dejarán frío. Eso sí, a diferencia de “Blade Runner”, no vamos a encontrar
personajes memorables o carismáticos a la altura de Roy Batty.
En lo que a mí respecta, “Blade Runner 2049” es es una mezcla exuberante, ambiciosa y algo más larga de lo conveniente de cine negro, nostalgia y distopía postmoderna. Aborda temas interesantes que llaman al debate y la reflexión y, por tanto, es imprescindible para cualquiera que se considere aficionado a la CF. Para los demás, la recomendación es menos clara.
Joder macho que blandurrio eres con el cine comercial de Ciencia Ficción. Esta peli es una mierda. Falla en todo porque Villeneuve es un incapaz para este tipo de cosas.
ResponderEliminarLo de la replicante embarazada me molestó bastante como mujer. Estoy cansada del tópico del robot obsesionado con la humanidad, y del culto al embarazo. Sí, esa es la forma en que nos reproducimos, pero hay que ser hipócrita sumo para considerarlo un estado "divino" y deseable. Si el cine imagina que se pueden crear copias humanas casi perfectas, ¿por qué no imagina también úteros artificiales que se encarguen de ese incómodo trabajo? ¿Cuál es la idea real detrás de la insistencia en mantener a las mujeres sometidas a esa tarea tan desgastante y agobiante? Lamentablemente esas cosas van haciéndose realidad. Ya se están fabricando "muñecas" de un plástico similar a la piel humana para disfrute de los hombres. Ellos tendrán el placer, las mujeres la gestación.
ResponderEliminarYa hay una continuación, de animación, "El loto negro"; y si no es una continuación, la historia forma parte del mismo universo.
ResponderEliminarDe 2049 rescato la fotografía, la ambientación, poco más fuera de eso.
Saludos,
J.
Pues yo la he visto ya tres veces y cada vez me gusta más. Y con respecto al antropocentrismo, hay que tener en cuenta que los replicantes han sido creados para replicar humanos. Los hace menos interesantes pero no deja de ser coherente.
ResponderEliminarPuessss, sssiii.... Pero es que me hago viejo y estas preguntas me acosan... ¿Por qué querrían desarrollar seres con emociones? ¿Acaso no sabemos que eso suele puede acabar mal, que no son la virtud más deseable para un esclavo?
EliminarEso sí. La premisa es la que resulta poco plausible
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