sábado, 12 de febrero de 2022

1990-EL CUENTO DE LA DONCELLA - Volker Schlondorff


La autora canadiense Margaret Atwood se ha convertido en una celebridad literaria mundial gracias tanto a sus novelas como a su poesía. Aunque ella ha negado reiteradamente ser una escritora de ciencia ficción y que, de hecho, sus novelas de este género no constituyen el grueso de su bibliografía, lo cierto es que ha sido una de ellas, “El Cuento de la Criada”, la que ha hecho su nombre conocido entre el público generalista y no particularmente cercano a los círculos literarios.  

 

Sobre el libro ya hablé en una entrada anterior y a ella me remito para profundizar en sus influencias, temas, estilo y estructura. Prueba de su buena recepción y popularidad es que su versión cinematográfica llegó tan solo cinco años después de su publicación.

 

En el futuro, en la fundamentalista república de Gilead –antiguamente Estados Unidos-, el 99% de la población es estéril. Una mujer, Kate (Natasha Richardson), es capturada mientras intenta escapar a Canadá. Su marido muere abatido por los soldados y el destino de su hija pequeña queda en el aire. Ella es perdonada al descubrirse que es fértil y se la destina a una institución de tipo conventual donde, junto a muchas otras mujeres en su misma condición, es sometida –infructuosamente- a un lavado de cerebro y adiestrada en lo que va a ser su nueva función: doncella, un término eufemístico para ocultar lo que no es sino una madre forzosa. Se la va destinar al hogar de uno de los comandantes del gobierno, donde una vez al mes, será “impregnada” por éste con el fin de que quede embarazada y geste a un niño que luego le será arrebatado para ser educado como miembro de la nueva élite. Su nuevo amo será el Comandante Fred (Robert Duvall) y ella, mientras esté bajo su techo y como parte del proceso de despersonalización al que someten a estas mujeres, responderá al nombre de Defred.

 

Allí, Defred tendrá que lidiar con la celosa e infértil esposa del Comandante, Serena Joy (Faye Dunaway) y los esfuerzos de aquél no ya para preñarla sino para ganarse su afecto mediante dádivas, estableciendo una relación que, de ser descubierta, puede acarrearles a ambos la desgracia. Al mismo tiempo, Defred entra en contacto con un grupo rebelde clandestino que trata de reclutarla para que les proporcione información sobre el Comandante.

 

El productor de “El Cuento de la Doncella”, Danny Wilson, llevaba en activo desde finales de los años sesenta, pero su carrera se había limitado a la televisión y esta fue su primera incursión –y la última- en la pantalla grande. Por alguna razón, quizá el prestigio de la novela, consiguió reunir a su alrededor a un buen puñado de nombres de peso, empezando por el célebre dramaturgo y guionista Harold Pinter, el compositor Ryuichi Sakamoto o los actores Faye Dunaway y Robert Duvall. Y, sin embargo, la película no consigue cuajar. La sutileza y penetración del monólogo interno de la protagonista de la novela es transformado aquí en el retrato poco sutil de una sociedad distópica pintado a base de trazos gruesos y colores chillones.

 

“El Cuento de la Doncella” fue la película más comercialmente accesible del director alemán Volker Schlondorff, más conocido por “El Tambor de Hojalata” (1979). Siendo un director más interesado en las imágenes de una historia que en su drama, Schlondorff se halla aquí un tanto fuera de lugar. Hay unos pocos momentos inspirados en los que la dirección cobra ritmo y despliega su talento visual, por ejemplo, el plano aéreo que sobrevuela el suelo del dormitorio comunal de las aspirantes a doncellas, donde por la noche ellas se susurran sus nombres unas a otras; o la primera Ceremonia, con Defred cubierta por un velo siendo aferrada por las muñecas por Serena Joy para que su marido la viole en un desagradable y desapasionado acto sexual.

 

Pero en general, ya lo he dicho, la película no consigue crear y transmitir la misma emoción de la novela. A Schlondorff éste era un material que le venía grande y, para colmo, no contaba con el presupuesto necesario para modelar en pantalla una versión realista de un futuro cercano. Ahí están, por ejemplo, los condenados a trabajos forzados que se ven picando en los campos y con los que quizá el director quería evocar los campos de concentración nazis, pero que es una imagen que está muy lejos de las aterradoras “Colonias” radioactivas de la novela, donde las mujeres rebeldes eran enviadas para morir agotadas y descompuestas por el cáncer.  

 

La distopía fundamentalista que nos presenta el guion existe en un vacío cultural que le resta verosimilitud. Es inevitable preguntarse –sin obtener respuesta de la película- cómo fue posible tal transformación en la sociedad norteamericana y mediante qué proceso tuvo ésta lugar. No parece haber una razón clara de por qué en la celebración de ciertos rituales las mujeres vestidas de diferentes colores ocupan ciertos lugares o adoptan esta o aquella postura. La serie de televisión iniciada en 2017, disponiendo de más metraje, profundizaría mucho más en estos aspectos y podría permitirse dar una forma más definida al horror imperante en ese mundo futuro y los orígenes y desarrollo del mismo.

 

Pero el peor atentado contra la novela es la alteración de su final. Éste llega de forma abrupta, recordándonos que han pasado casi dos horas y no hay nada en marcha que apunte a una próxima resolución. (ATENCIÓN: SPOILER) De repente, Defred siente una poco explicada necesidad de escapar, consigue la ayuda de Nic (Aidan Quinn), el chófer del Comandante, que le proporciona un cuchillo; la heroína apuñala a su amo –que, por alguna razón explicada quizá en alguna escena eliminada- tiene un arma en su mano mientras se encuentra en su estudio, es “secuestrada” por unos rebeldes disfrazados de soldados y puesta a salvo en las montañas. Es un intento forzado de introducir algo de suspense y acción hollywoodiense al uso, poniendo la guinda con un remate optimista poco verosímil (FIN SPOILER).

 

Es un final atroz porque prescinde completamente del espíritu de la novela, un relato en primera persona de una mujer aplastada y humillada por una sociedad opresiva y un gobierno autoritario, para convertirlo en una secuencia de acción. Sin la narración en primera persona de la novela, la protagonista es una mera cifra, una víctima pasiva que salta de una escena a la siguiente sin brindar una opinión, una reflexión o, simplemente, dar muestras de comprender lo que le ocurre.

 

Igualmente inverosímil es el romance entre Nick y Offred: apresurado, pasado de rosca y sin la debida justificación. Los dos flirtean desde que se ven y se comportan como adolescentes atolondrados en cuanto se cruzan, haciendo manitas e intercambiando miradas cómplices. Es una actitud que parece fuera de lugar ante una situación tan terrorífica como la que se vive en Gilead.

 

La novela de Atwood iba más allá del feminismo. Sí, el control de la sexualidad –y la vida- de las mujeres y la supresión de sus derechos estaban en el centro de la historia, pero Gilead no era sólo una pesadilla para las Doncellas sino para todos los que vivían bajo su bota autoritaria. La serie de televisión, quizá en aras de las políticas inclusivas tan en boga, optaría por una Gilead post-racial en la que no parecía existir el racismo, la xenofobia o el antisemitismo que suelen ir asociados a ciertas posturas de extrema derecha. La película, en cambio, tiene menos reparos al respecto y, en mi opinión, esto es un acierto. En una de las primeras escenas, se muestra una despiadada criba de ciudadanos en función de su “utilidad”. Todas las minorías raciales son empujadas a jaulas y alejadas para no volverlas a ver interactuar con el resto de la sociedad. No hay solo machismo e intolerancia religiosa en Gilead, sino también genocidio.

 

Independientemente de su capacidad como actriz, en esta ocasión la interpretación de Natasha Richardson no se ajusta al espíritu del personaje ni al tono de la historia. Defred debería ser una mujer anónima y sumisa, siendo sus únicos conatos de insubordinación sus reflexiones interiores; en cambio, Richardson la interpreta en demasiadas ocasiones como coqueta y con un espíritu rebelde a flor de piel. Robert Duvall, por su parte, está perfecto como jerarca amable pero sutilmente manipulador, un pícaro paternalista que no tiene inconvenientes en proponer una partida de Scrabble a la mujer a la que acaba de violar. Lo mismo puede decirse de Faye Dunaway en el papel de una mujer infeliz y ambiciosa, a su manera tan atrapada por el sistema como Defred y que oscila en su actitud hacia ésta entre la complicidad y la vileza. Mientras que en la serie de televisión Serena y Defred son aproximadamente de la misma edad, en la película aquélla es considerablemente mayor, lo cual genera una dinámica diferente, no sólo entre ellas sino también entre el Comandante y Defred. Destaca también Elizabeth McGovern interpretando a Moira con una chispa de pasión y cinismo muy humanos. Por desgracia, la película que se desarrolla alrededor de estos actores de peso nunca llega a adquirir la vida que merece.

 

Como adaptación, “El Cuento de la Doncella” no hace merecida justicia a la obra en que se basa; y ello no tanto por las desviaciones de la historia (excepto en su decepcionante final, prácticamente todas las escenas están extraídas de la novela) como por la incapacidad de su director para asimilar el tono lírico del libro y la conmovedora vida interior de la protagonista. No llegaría al extremo de calificarla como una mala película, pero sí irregular y a la que el tiempo no ha tratado del todo bien. Por otra parte, es perfectamente posible que –como haría la serie televisiva casi tres décadas después- impresione y satisfaga a espectadores que no conozcan el libro de Atwood por sus crudas escenas y la valentía que demostró en su momento a la hora de retratar los peligros de la derecha religiosa.

 

Como he mencionado, en 2017 HBO estrenó la adaptación en formato televisivo de la novela, en esta ocasión con Elisabeth Moss en el papel de Deffred y Joseph Fiennes como Comandante. La primera temporada ganó ocho Emmys, incluyendo el de Mejor Serie Dramática y Mejor Actriz, y en sus diez episodios se desarrollaba –con ciertas adiciones nuevas para rellenar la extensión habitual de una temporada- lo narrado en la novela. Siguieron otras cuatro temporadas en las que se expandía la historia nuclear.

 

 

3 comentarios:

  1. Esta versión llegué a verla antes de que hicieran explotar a zoowoman. No vi la serie ni leí la historia original, por lo que no puedo comparar, pero comparto la opinión general sobre la película, hay algunas cosas bien hechas y otra no tanto...

    Saludos,
    J.

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  2. Irónico que Margaret Atwood, quien niega escribir ciencia ficción, sea todo un referente del género.

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    1. Deja de ser irónico cuando la serie que adapta su relato tiene éxito y le ofrecen un contrato millonario para que escriba una continuación y lo acepta, y esto a pesar de que en el pasado ya había dicho que es no le interesaba...

      O tal vez no, no deja de serlo.

      Saludos,
      J.

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