“El Hombre Invisible” (1897), de H.G.Wells, es una de las obras seminales de la ciencia ficción. La novela fue adaptada por primera vez a la gran pantalla en 1933 por James Whale, encarnando Claude Rains al maniaco protagonista. Fue ésta una de las mejores cintas del director, un thriller que mezclaba terror y comedia y que ofrecía algunos de los más conseguidos efectos visuales de la época. Recordando el éxito que había obtenido el film, Universal recicló años más tarde el concepto en una cadena de secuelas cuyo título ya da una idea de la decreciente calidad y escasez de ideas que los sustentaban: “El Regreso del Hombre Invisible” (1940), “La Mujer Invisible” (1940), “El Agente Invisible” (1942) o “La Venganza del Hombre Invisible” (1944), antes de culminar con la inevitable “Abbot y Costello contra el Hombre Invisible” (1951).
Después vinieron otras versiones más o menos
fieles con la obra original. Hubo una versión turca en 1955, una rusa en 1984
y, ese mismo año, una adaptación de la BBC como miniserie televisiva en seis
partes, ambientada en la época de la novela y que pasa por ser la más
respetuosa con el texto de la misma. Y siguiendo con la televisión, con el
correr de las décadas se produjeron diversas series que se aprovecharon en su título
de la fama de la creación de Wells, pero que poco tuvieron que ver con el
espíritu de la misma. Las series de 1958, 1975 y 2000 no son más que peripecias
y aventuras ligeras de diferentes héroes con la capacidad de volverse
invisibles.
En los 80 del pasado siglo, el tema del hombre
invisible había degenerado en carnaza para la serie B como en la sórdida “El
Maniaco Invisible” (1990); o servido de base para comedias tontas como “El
Hombre Que Nunca Estuvo Allí” (1983), “The Invisible Kid” (1988), “Mamá es
Invisible” (1996) o “The Erotic Misadventures of the Invisible Man” (2003,
basado en los comics de Milo Manara). Hubo otros intentos de recuperar cierta
dignidad para el personaje aprovechando las posibilidades que brindaba la nueva
tecnología CGI, como “Memorias de un Hombre Invisible” (1992), “El Hombre sin Sombra” (2000) o “The Unseen” (2016). El último y más reciente intento ha
llegado de la mano de la productora Blumhouse.
Cecilia Kass (Elisabeth Moss) escapa de la
casa de su novio, Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen), un ingeniero millonario
especializado en óptica, que ha estado maltratándola psicológicamente
ejerciendo sobre ella un control obsesivo. Cecilia se esconde en el hogar de un
amigo policía, James Lanier (Aldis Hodge) y algunas semanas después recibe la
noticia de que Adrian se ha suicidado. El hermano de éste, Tom (Michael
Dorman), es el abogado que gestiona su testamento y le comunica que le ha
legado a ella una fortuna de cinco millones de dólares.
La vida de Cecilia, ahora aliviada y libre
económica y emocionalmente, da un vuelco y comienza a recuperar el ánimo. Pero
tras unas semanas, empieza a sentir que Adrian, de alguna forma, sigue vivo y
la vigila. En vida, le había prometido que siempre la acecharía, aunque fuera
de manera invisible, y Cecilia cree que pequeños fenómenos que ocurren a su
alrededor son obra de aquél. Pronto, ese acoso aumenta su intensidad,
carcomiendo su vida y alienándola de quienes le rodean, que piensan que está
sufriendo algún tipo de trastorno mental.
“El Hombre Invisible” fue anunciado originalmente
como parte del publicitado “Dark Universe” que quiso poner en pie Universal
imitando lo que había hecho con tanto éxito Marvel con sus superhéroes. En este
caso, los personajes con los que el estudio quería construir ese marco
narrativo compartido eran los monstruos que habían cimentado su fama allá por
los años treinta y cuarenta del pasado siglo: Drácula, la criatura de
Frankenstein, el Hombre Lobo, la Momia y el Hombre Invisible. Ahora bien, las
películas que fueron emanando de ese proyecto, como “Drácula: La Leyenda Jamás
Contada” (2014) o “La Momia” (2017), no convencieron a nadie. Tras el fracaso
de la última –pese a contar en su reparto con actores como Tom Cruise o Russell
Crowe-, Universal decidió tirar la toalla del Dark Universe.
Y entonces entra en juego la productora
Blumhouse, que compra los derechos para hacer un remake de “El Hombre
Invisible”, eso sí, liberado de la esclavitud que suponía el integrarlo en un universo
más amplio. Blumhouse venía destacando desde mediados de la década anterior
gracias a un sólido y asombrosamente rentable conjunto de películas de terror
de presupuesto medio, como “Paranormal Activity” (2007), “Insidious” (2010),
“La Purga” (2013) o “Feliz Día de tu Muerte” (2017), todas las cuales generaron
su propia franquicia.
Para dirigirlo se escogió a Leigh Whannell,
que había llamado la atención por primera vez en 2004 como coguionista y
coprotagonista de “Saw” (2004). Junto a su amigo James Wan, firmó el guión de
“Silencio desde el Mal” (2007), “Insidious” (2010) e “Insidious: Capítulo 2”
(2013), todas ellas con dirección de Wan y con Whannell también participando en
el reparto actoral. También escribió libretos para otros realizadores (“Dulces
Criaturas”, “The Mule”, ambas de 2014) y apareció como actor en otros films. Su
debut como director llegó en la tercera parte de “Insidious” (2015) y se
confirmó y brilló especialmente en “Upgrade” (2018), una inteligente y dinámica
aportación al tema de la Inteligencia Artificial producida por el sello
Blumhouse.
Como mínimo, “El Hombre Invisible” puede
considerarse una rareza. Es importante entender la película en el contexto de
la estrategia que sigue Blumhouse para hacer negocios. La directriz que impone
a sus directores es la de respetar un presupuesto de cinco millones como máximo
(aunque algunas veces ese límite puede sobrepasarse, como es el caso que nos
ocupa, al que se dedicaron siete millones). Una restricción que parece un grave
impedimento a la hora de abordar una película como “El Hombre Invisible”, en la
que el espectador espera ver unos buenos efectos especiales. Lo que hace
Whannell es esquivar esas expectativas para ofrecer una historia que no toma
prácticamente nada de la novela de Wells o de cualquiera de los productos
audiovisuales con hombres invisibles que le precedieron.
Sí, tenemos un científico apellidado Griffin
que crea un sistema para volverse invisible –la fórmula química de Wells es
aquí sustituida por un traje de alta tecnología que refleja la luz-; como en la
novela original, el Hombre Invisible es un individuo mentalmente inestable. Si
en encarnaciones anteriores del personaje la droga de invisibilidad provocaba o
aumentaba su megalomanía y psicosis, en esta ocasión se nos presenta un Griffin
no tanto loco como dominante, controlador y maltratador, rasgos que ya
“adornaban” su personalidad antes de que diseñara el traje que le permite dar
rienda suelta a sus fechorías. Mientras que en la novela el Hombre Invisible
quedaba reducido a la miseria y pasaba auténticos apuros para sobrevivir, aquí
nunca deja de ser un millonario con múltiples recursos; en el libro, se
convertía en la presa de una caza policial, mientras que en la película de
Whannell las autoridades no creen en su existencia y piensan que todo está en
la cabeza de la heroína. Es más, la protagonista de esta nueva historia es la
víctima, mientras que el Hombre Invisible no es más que un personaje
secundario, una especie de némesis fantasmal que interviene de vez en cuando
para atormentarla.
Pero quizá lo más chocante de esta película
sea que, ya lo he dicho, no ofrece lo que uno podría esperar de una historia
con Hombre Invisible, a saber, objetos levantándose de sus sitios y haciendo
movimientos inusuales, o efectos especiales llamativos que revelen la presencia
de un individuo al que no podemos ver. Whannell elimina prácticamente todos
esos recursos, probablemente porque el presupuesto disponible en Blumhouse no
le permitía acceder a ellos.
Hay momentos aislados con algún efecto visual
(huellas en una alfombra, una sábana que se desliza aparentemente sola de una
cama…), pero en general éstos se hallan ausentes de la película. El director
recurre en cambio a construir el suspense jugando con los silencios, los
movimientos de cámara y los espacios vacíos, dejando que el espectador sienta
la amenaza en su imaginación sin mostrar nada explícitamente. Uno podría pensar
que la casa de Adrian, amplia, minimalista y con unos grandes ventanales que
dan al oceáno Pacífico, transmite sensación de espacio y libertad, pero tal y
como está fotografiada, iluminada y rodada, no queda duda alguna de que se
trata de una prisión.
Incluso cuando Cecilia escapa de allí y se
instala en la casa de James, la cámara transmite el miedo y la inseguridad que
siente una mujer maltratada en una situación tan cotidiana como es encontrarse
sola en una casa en silencio. Ver a Cecilia andar por los pasillos y
habitaciones, sospechando ya lo que ocurre y preguntándose si hay alguien que
no puede ver sentado en la silla de la esquina o mirándola fijamente desde un
pasillo aparentemente vacío, es verdaderamente terrorífico.
En mi opinión, Whannell utiliza bien las
herramientas que se le dan y los recursos narrativos delcine de suspense. Es
una aproximación diferente que prescinde de algo que, en el fondo, está muy
visto como son los efectos de invisibilidad en el cine. Eso sí, si lo que uno
espera encontrar en esta película es un despliegue visual, se sentirá sin duda
decepcionado por mucho que en la segunda mitad los efectos menudeen algo más,
como en esa violenta escena en un pasillo del hospital en la que los policías
son zarandeados y asesinados por armas flotantes y el traje especial de Griffin
se deja ver parcialmente.
Conforme Cecilia va deduciendo lo que ocurre
y, simultáneamente, fracasa a la hora de convencer a los demás de ello, la
película toma una dirección bastante convencional para cualquiera que haya
visto otras películas estilo “Luz que Agoniza” (1944). Cada persona a la que la
protagonista intenta explicar la situación, le replica diciendo que necesita
ayuda psicológica. En una película que supera las dos horas de metraje, esta
dinámica resulta algo repetitiva. El tercer acto revela por fin el misterio que
a esas alturas ya no lo es para cualquier espectador mínimamente avispado.
El género de Terror siempre ha funcionado bien
cuando se lo utiliza como alegoría para representar aquello que una sociedad
teme, ya sean las ansias sexuales de Drácula o la monstruosa perversión de la
Ciencia de la que nació la criatura de Frankenstein. Así, Whannell reformula
“El Hombre Invisible” para llevar a la pantalla un tipo de terror que hasta
hace poco había permanecido invisible (perdón por el juego de palabras).
Y es que, como ya he apuntado antes, aunque el
título de la película es “El Hombre Invisible”, éste, muy apropiadamente,
apenas hace acto de presencia. En los primeros minutos lo vemos de pasada
durmiendo en su cama y poco después como un rostro desenfocado a través de un
cristal húmedo. No vuelve a hacerse “visible” hasta la escena final. En
realidad, todo el peso dramático de la historia recae sobre una mujer
maltratada, Cecilia. De hecho, este thriller, más que con las anteriores
películas sobre hombres invisibles, tiene más que ver con otras como “Durmiendo
con su Enemigo” (1991) o “Nunca Más” (2002), protagonizadas por mujeres que
tratan de escapar de esposos abusadores y psicópatas. Así, el corazón de este
“El Hombre Invisible” se ha reformulado como la ordalía de una mujer para
deshacerse del hombre que la subyuga y recobrar su propia identidad. La
invisibilidad de su acosador no es más que una herramienta narrativa para
empeorar su situación psicológica y social.
El voyeurismo asociado al concepto de un
Hombre Invisible siempre ha llevado implícito un cierto grado de acoso
potencial a las mujeres. En el año 2000, Paul Verhoeven lo dejó bien claro en
“El Hombre sin Sombra”, cuyo protagonista se dedicaba a manosear a mujeres
dormidas, espiar a vecinas desnudas e incluso violar y asesinar al objeto de su
deseo. Ahora bien, para el director holandés la idea de una mujer atacada por
algo que no puede ver suscitaba más excitación morbosa que terror. Whannell
hace en esta película un mejor trabajo a la hora de representar el miedo, la
angustia y la paranoia de la víctima.
Encarnando a Cecilia, Elisabeth Moss consigue
transmitir esos sentimientos generados a partir de una situación que mezcla la
realidad con la ciencia ficción. La heroína pasa del terror a la agonía
llegando a rozar la locura, pero encuentra en su interior la suficiente firmeza
de carácter como para transformar esas emociones en ira y determinación. El
desenlace, hasta cierto punto previsible, aporta la necesaria catarsis para la
heroína y el público que la ha acompañado en su via crucis.
Moss también hace que resulte verosímil su
relación tóxica con Adrian Griffin, un individuo de mente privilegiada que
podría tener a cualquier mujer a sus pies, pero tan orgulloso y obseso por el
control que no puede aceptar que su pareja lo abandone y deje de ejercer su
dominio sobre la vida de ella. El hermano de Adrian expone sucinta pero
claramente el por qué de la obsesión de éste por Cecilia: “No lo necesitas”.
Adrian deseaba más que ninguna otra cosa controlar y dominar a Cecilia porque
ella se resistía, porque era perfectamente capaz de vivir fuera de la burbuja
que él quería imponerle. E incluso una vez “muerto”, consigue dominarla por su
mera presencia: legándole un dinero sólo para hacer que luego se lo arrebaten;
o haciéndola pasar por loca con sus maniobras. Hay un irónico momento en el que
Tom manipula a Cecilia con el argumento de la “Navaja de Occam” tantas veces
utilizado por los escépticos: “Lo único más brillante que inventar un traje que
le hace invisible es no inventarlo y hacerte creer que lo ha hecho”. En otras
palabras, el auténtico genio de Adrian no reside en el campo de la óptica sino en
su habilidad para “meterse en tu cabeza”.
Dado que el cine ya ha tenido un buen puñado
de mujeres glamourosas que se vengan de los hombres que las perjudicaron, desde
Farraw Fawcett a Jennifer Lopez, el director trata de infundir a la película
una sensibilidad y estética más modernas, más progresistas si se quiere. Por
ejemplo, Cecilia no es una mujer particularmente bella ni la cámara la muestra
demasiado favorecida. Cuando se siente acosada de nuevo por su supuestamente
difunto novio, sus amigos no la creen y la tratan con una extraña frialdad, lo
que quizá represente lo poco que hemos cambiado como sociedad en lo que se
refiere al trato que dispensamos a las víctimas de violencia de género.
Sólo dos semanas después de que Cecilia huyera
de la casa de Adrian y se refugiara en el hogar de James y su hermana Emily
(Harriet Dyer), éstos ya esperan que empiece a comportarse con normalidad,
incapaces de comprender el trauma al que aún está sometida. Y cuando empiezan a
suceder cosas extrañas, como ese email malintencionado que le envían a Emily,
la primera reacción de la hermana de Cecilia es recriminarle que se vinculara
sentimentalmente a un sociópata.
Los personajes secundarios en ningún momento toman en consideración los argumentos de Cecilia y, para colmo, ésta no tiene ocasión para recriminarles su insensibilidad. Hoy, en la era post-Weinstein y con un goteo constante en las noticias de casos de maltrato a mujeres en diferente grado, pervive un sector de la opinión pública que sigue tendiendo a culpabilizar a las mujeres por abandonar relaciones tóxicas o acusar públicamente a sus ofensores, especialmente si éstos son famosos.
“El Hombre Invisible” no es precisamente sutil como alegoría. Pero tampoco necesita serlo porque Whannell demuestra ser un depurado narrador que suministra al espectador todo lo que necesita saber rápida y eficientemente sin recurrir a artificios. Por ejemplo, una de las escenas con mayor suspense de la película no incluye elementos sobrenaturales o fantacientíficos. Los minutos de apertura narran la sigilosa huida nocturna de Cecilia de la casa de Adrian. No hace falta insertar diálogos expositivos o voces en off para entender perfectamente lo que está ocurriendo y por qué: las pastillas de diazepam con las que Cecilia droga a su novio, las cámaras de seguridad que graban todos sus movimientos dentro de la casa, el sistema de alarma diseñado no tanto para impedir la entrada como la salida… La secuencia es una clase magistral de cómo generar tensión. Mientras el monstruo duerme, la cámara de Whannell le presta una especial atención a los espacios negativos, recorriendo horizontalmente el amplio y moderno interior de la casa para sugerir que Adrian podría estar acechando en las sombras aun cuando un vistazo a su teléfono móvil le confirma a Cecilia que sigue dormido. Ese es el poder que Adrian tiene sobre ella –y el espectador-: aun drogado e inconsciente, su presencia se deja sentir.
La película volvió a demostrar lo acertado de la política de Blumhouse. Con un presupuesto, ya lo he comentado, de 7 millones de dólares, “El Hombre Invisible” recaudó en el primer fin de semana 29 millones, convirtiéndolo oficialmente en un éxito. Y dado que el final deja abierta la posibilidad de una secuela, enseguida se empezó a hablar de la misma.
Whannell consiguió con este “remake” algo a priori complicado: rescatar a un mito clásico como el del Hombre Invisible y hacerlo terrorífico en un contexto actual y con una problemática y terrores muy vigentes. Y ello sin recurrir a los efectos especiales de siempre sino demostrando que muchas veces basta con los recursos más clásicos: la cámara, el tempo narrativo y la interpretación.
He visto la película y en lo que a mí me concierne se aparta mucho del mensaje de Wells. Un científico no creo que se haría invisible para atormentar a su mujer, el enfoque de esta publicidad feminista hace que se pierda interés en un título tan imponente. No hace falta la presencia de un personaje secundario para contemplar los horrores por los que pasa una mujer. Para mi resultó una película demasiado boba con esa visión típica del yanqui que carece de sentido. Saludos desde Argentina.
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