La sensación que uno tiene mientras ve “Primer”, una película sobre viajes en el tiempo planteada desde el punto de vista de dos personas atrapadas en su propio experimento, la expresó muy bien Homer Simpson en aquel capítulo en el que, mientras veía el final de “Twin Peaks”, exclamaba: “¡Brillante! No tengo ni la menor idea de lo que está pasando”. Y es que “Primer” no es en absoluto un film tradicional que se conforme con seguir los tópicos de las historias de viajes en el tiempo.
Aaron
(Shane Carruth) y Abe (David Sullivan) son dos ingenieros y buenos amigos,
residentes en Texas y que, como se verá, son demasiado inteligentes para su
propio bien. Junto a otros dos colegas, se juntan en el garaje del primero
fuera de sus jornadas laborales en una gran compañía para realizar un proyecto casero
de ingeniería que puedan patentar. Tras construir un prototipo funcional de una
máquina pensada para reducir el peso de los objetos utilizando superconductores,
Abe descubre y le cuenta a Aaron que lo que en realidad tienen entre manos es
un artefacto que puede manipular el tiempo, pero de una forma muy específica,
porque solo permite viajar a un punto concreto del pasado: aquél en el que se
puso en funcionamiento por primera vez.
En este
punto, deciden utilizar el ingenio –una caja de apariencia muy sencilla en cuyo
interior apenas caben dos personas- para prescindir de la ayuda de los otros
dos amigos y enriquecerse en el mercado bursátil. La esconden en un trastero,
se encierran en una habitación de hotel, donde toman nota de los movimientos de
ciertas acciones en el mercado, vuelven al trastero, se meten dentro y tras
seis horas salen de ella, encontrándose exactamente en el mismo punto en el que
la activaron. Mientras sus versiones “pasadas” consultan en el hotel los datos
bursátiles, ellos invierten en las acciones que ya saben que van a subir.
Sin
embargo, la irrupción de uno de sus colegas, que encuentra la caja y descubre
lo que hace, interfiere severamente en todo el plan y Aaron y Abe acaban no
solamente discutiendo acerca de la moralidad de sus actos sino atrapados en una
pesadilla de paradojas, líneas temporales y versiones de sí mismos con sus
propias metas.
“Primer”,
que contó con un presupuesto minúsculo de 7.000 dólares y se rodó enteramente
en exteriores (y en la casa del propio director) en vídeo digital, fue el debut
como realizador de Shane Carruth, un antiguo ingeniero de software que a la sazón
contaba 32 años y que, además de interpretar a uno de los dos protagonistas, interviene
en casi todos los apartados de producción (música, guion, casting, edición,
diseño y sonido). La cinta ganó el premio al Mejor Drama en el Festival de
Sundance de 2004 y su recorrido comercial vino apoyado por unas críticas
mayormente laudatorias. Se trata de una película muy inteligente y original
cuyo tono, al menos en su primera parte, recuerda al de otras cintas como “Pi”
(1998) o “Startup.com” (2001). De la primera toma el concepto de un
descubrimiento científico que va a deformar la realidad pero cuya naturaleza no
es revelada del todo al público; y de la segunda, el tono frío, amateur y
documentalista sobre un importante desarrollo tecnológico.
“Primer”
es una película que dejó muy dividida a la opinión del respetable. Su mejor
público objetivo estaba entre los ingenieros entusiastas de la Ciencia y la
Ciencia Ficción además de las narrativas poco convencionales. Pero claro, este
es un nicho bastante acotado. Para muchos espectadores, probablemente la
mayoría, “Primer” resultó un film aburrido y oscuro que enseguida agotó su
paciencia y del que salieron confusos y preguntándose qué demonios habían
visto.
Desde
luego, es un film que exige del espectador atención y reflexión y no ayuda en
absoluto a aquellos que no puedan seguir la retorcida trama. Apenas hay pasajes
expositivos y sí momentos en los que parece que se han eliminado incidentes
cruciales o que la historia se ha condensado más de la cuenta. La sensación
global es que para entenderlo todo se necesitarían más aclaraciones y
respuestas. Por ejemplo, ¿quién fabricó el aparato que los dos protagonistas
encuentran en el almacén? ¿Qué importancia tiene la persona que los sigue? ¿Por
qué hay alguien inconsciente en el dormitorio de invitados? ¿Qué significa la
escena del tiroteo en la fiesta y qué papel juega en la historia?
El
problema es que hay algunos elementos importantes de la trama que se encajan de
forma tan rápida y desordenada que es difícil entender su importancia entre
toda la información que se ofrece y que se dejan colgando sin rematar. No se
aclara cómo hace la máquina su truco temporal y hay que abandonar la
expectativa de que baste un primer y único visionado para abrirse paso por la
maraña de paradojas, múltiples líneas temporales y diferentes copias de los
personajes que van apareciendo. Con toda seguridad, si no se hubiera tratado de
un film independiente hecho por alguien con poca experiencia y hubiera
intervenido un productor bregado en el cine comercial, todo habría resultado
más fácil de digerir.
A pesar
de ser difícil de seguir, “Primer” tiene un elemento de fascinación
indiscutible en la forma de ver a dos personas racionales tratando de
desentrañar un fenómeno científico que no comprenden. Shane Carruth deja la
cámara fija, como si fuera un observador neutro que contempla con distancia lo
que ocurre, tal y como haría un documental de Discovery Channel, mientras que
las reacciones emocionales de los personajes están muy atenuadas, todo lo cual
hace de ésta una película bastante fría.
Dado
que el increíblemente exiguo presupuesto no permitía florituras visuales,
Carruth se centra, además de en desarrollar las derivadas del concepto inicial,
en los personajes y sus diálogos, éstos y desde el principio, muy rápidos, científicamente
densos y enunciados por los actores como si verdaderamente creyeran cada
palabra de sus frases; hasta el punto de que son sus conversaciones las que acaban
fijando el ritmo de la película. Aaron y Abe viven en su propio mundo y tienen
sus particulares hábitos, rutinas y jerga, lo que puede parecer al principio
confuso para el espectador pero que funciona bien a la hora de sumergirlo en la
historia. Mientras tratas de entender lo que han puesto en marcha, vas
familiarizándote con ellos.
Las escenas
iniciales, con ambos ingenieros montando la máquina y confundidos ante las
lecturas cada vez más extrañas que registran, transmiten algo intensamente
cautivador, un sentimiento que aumenta aún más cuando empiezan a moverse por el
tiempo y modificarlo hasta que pierden el control y entran en pánico. Incluso
aunque uno no comprenda por qué, el final resulta desasosegante.
El
viaje en el tiempo se ha utilizado en el cine de ciencia ficción para conseguir
diferentes efectos y articular una variedad de mensajes. En este caso, Carruth
nos expone que los peligros de semejantes viajes no residen sólo en las
paradojas, sino en la variable más impredecible de todas: el propio hombre. El
universo de posibilidades que los protagonistas acaban destapando con sus
inconscientes jugueteos con la corriente temporal los engulle en un laberinto
de pesadilla que no hace más que agrandarse y complicarse con cada nuevo paso
que dan y cada nuevo intento para rectificar la situación. Cada uno de ellos es
su propia cinta de Moebius buscando desesperadamente una salida al bucle
evitando encontrarse consigo mismo. Al abrir una serie de líneas temporales,
Abe y Aaron crean también sus dobles en las mismas; tantos, de hecho, que al
final se pierde la cuenta.
Con
todo y aunque haga falta más de un visionado para entenderla, la lógica interna
de la trama permanece intacta. Lo cual, ojo, no quiere decir que podamos hablar
aquí de rigurosidad científica. En primer lugar porque no estoy seguro de que
tal cosa sea aplicable a algo tan irreal –al menos por el momento- como los
viajes en el tiempo. Y, después y sobre todo, porque no hace falta. Una
narrativa puede ser lógica y coherente en función de los propios parámetros que
ella determina sin necesidad de justificarse mediante la fidelidad a los principios
científicos conocidos. ¿Acaso no consiste en eso la mayor parte de la CF, por
mucho que los acérrimos a la facción más dura del género no estén de acuerdo? Al
fin y al cabo e históricamente, la mejor CF se ha apoyado en la deformación más
o menos severa de la Ciencia para articular lo que realmente le importa al
creador: el análisis o bien de temas sociales contemporáneos o bien de alcance
universal y eterno.
Por
otra parte, la película no es completamente impenetrable para quienes no dispongan
de conocimientos científicos. Puede que el espectador no comprenda por qué el
paladio es tan importante para Abe y Aaron, pero sí lo que ocurre una vez que
lo obtienen y lo utilizan para el experimento que llevan a cabo en su garaje. Y
también se entiende lo que su descubrimiento significa para ellos y por qué
chocan entre sí a la hora de aplicarlo en la práctica. “Primer”, en el fondo y
tras su fría fachada y densa tecnocháchara, versa sobre la ética y el impacto que
sobre ella tienen los descubrimientos científicos. Abe y Aaron podrían haberse
asegurado un lugar en los anales de la Historia haciendo público su hallazgo,
una recompensa a priori mucho más valiosa que el éxito material a través de las
inversiones bursátiles respaldadas por información privilegiada. Y, sin
embargo, es esto último por lo que se decantan: la explotación egoísta de su
invento en lugar de su uso para el bien común.
Tanto
como la avaricia, la paranoia es importante aquí como consecuencia inmediata de
aquélla. Abe y Aaron descubren que no pueden siquiera fiarse de sí mismos, que
hoy son unas personas diferentes de las que su propio invento creará “mañana”;
una realidad que aprenden a las malas. Si todas esas versiones ligeramente
diferentes de la misma persona pudieran interactuar, lo más probable es que
acabaran viéndose mutuamente como enemigas.
Compleja,
desafiante y original, “Primer” demuestra que para estimular la imaginación no
son siempre imprescindibles los efectos especiales, los paisajes exóticos y las
escenas apabullantes. Aunque podría encuadrarse en la línea de otros films que
mezclan terror y ciencia ficción, como los de David Cronenberg, a “Primer” le
falta la visceralidad de este realizador, pero a un nivel cerebral funciona
perfectamente como un puzle fascinante que, una vez completo, arroja una mirada
cínica y pesimista sobre la naturaleza humana.
Para espectadores bregados en ficciones de viajes temporales, con paciencia, capacidad de concentración, más interesados en los conceptos intrigantes y complejos que en la belleza de la imagen o la fuerza de las interpretaciones, que no se desanimen ante lo aparentemente incomprensible y que estén dispuestos a regresar las veces que sean necesarias para resolver el rompecabezas.
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