En 1988 a Robert Anson Heinlein se le otorgó póstumamente la Medalla de la NASA por Servicios Distinguidos. En la ceremonia se dijo: “En reconocimiento de su meritorio servicio a la nación y a la raza humana por defender y promover la exploración del espacio. En sus docenas de novelas y ensayos excepcionalmente escritos y su película “Con Destino a La Luna”, ayudó a inspirar a la nación en su primer paso al espacio y la Luna. Incluso tras su muerte, sus libros perviven como testimonio a un hombre visionario y dedicado a apoyar a otros en sus sueños, exploraciones y logros”.
Lo que es cierto es que Robert A.Heinlein hizo más que ningún otro en el siglo XX para

Fue la ficción de Heinlein la que capturó la imaginación de los lectores desde finales de los cuarenta con sus relatos juveniles y su “Historia del Futuro”; y la que en los sesenta dio un giro sorprendente con su inquietante “Forastero en Tierra Extraña”, un libro que superó con creces

Pero en la última parte de su carrera, el ímpetu que le caracterizó empezó a perder fuelle y, como le había sucedido a otro grande antes que a él, H.G.Wells, las grandes ideas y las narraciones con pulso empezaron a dejar paso a lo que en buena medida eran ensayos en los que vertía sus opiniones sobre multitud de temas. Con el fallido “No Temeré Ningún Mal” (1970), Heinlein entró en esa fase final cuyos libros tenian poco que ver con aquellas dinámicas aventuras y thrillers que le granjearon la

Sus últimos libros vinieron lastrados por el tedioso ánimo sermoneador que el propio autor tanto había criticado en el pasado; la autoindulgencia; la autorreferencia; el solipsismo y los discursos hinchados, prepotentes y pedantes propios de un viejo cascarrabias. Paradójicamente, fueron también los libros más vendidos de su carrera. Pues bien, “Tiempo para Amar”, una de sus obras más extrañas, es un ejemplo de lo dicho, un compendio de todo lo que uno puede detestar de Heinlein y cuya lectura puede resultar difícil e incluso aburrida pese a sus destellos de brillantez.
Volvía el autor aquí a recuperar su cronología de la Historia del Futuro tejida en los años cuarenta y cincuenta y en cuyo cuento final, “Los Hijos de Matusalén”, se presentaba a Lázarus Long y las familias Howard. De hecho, su título completo es “Tiempo para Amar: Las Vidas de Lazarus Long”, el más “heinleniano” de todos sus personajes y al que volvería a retomar en otros libros posteriores, aunque ya solo como secundario.
Long es uno de los matusalénicos, individuos cuya extraordinaria longevidad fue producto de

Así que, contra la voluntad de Long, lo confina en una clínica de rejuvenecimiento y le propone un trato: durante un periodo determinado de tiempo, Long no intentará suicidarse de nuevo y, cada día, todos los días, dedicará un tiempo a contarle a Ira sus vivencias, que a su vez serán registradas para la posteridad por Minerva, la inteligencia artificial que supervisa el

Y de eso tratan la mayor parte de las casi 600 páginas del libro: Lazarus Long compartiendo condescendientemente su sabiduría en una serie de discursos, diálogos, parabolas y proverbios, todo ello salpicado con generosas dosis de sexo. La estructura que utiliza aquí Heinlein es un tanto desconcertante: un largo preludio que establece el marco general; dos historias independientes separadas por interludios tan extensos como ellas, y una tercera, la más larga, en la que el marco se convierte en una tercera historia que mezcla la clásica narración en tercera persona con cartas y un diario escritos por Lazarus.
A la novela le cuesta mucho arrancar. Nada menos que 86 páginas tarda en empezar la primera de las narraciones: “Historia del hombre que era demasiado perezoso para fracasar”, en la que se detectan tintes autobiográficos del propio Heinlein (el protagonista es un cadete y luego oficial naval antes y durante la Segunda Guerra Mundial) y que es un divertido canto a la pereza y la buena vida: “¿Qué: trabajar o madrugar? Ni lo uno ni lo otro es una virtud. No se produce más por levantarse antes: es como cortar un cabo

Es este un cuento que, como he dicho, ensalza la pereza como virtud y no entendida como vagancia sino como aplicación ingeniosa del espíritu práctico. David Lamb, el protagonista, se las arregla siempre para conseguir trabajar lo menos posible obteniendo el máximo beneficio: se inscribe en la Academia Naval, esquiva sus estrictas reglas y los obstáculos de la propia sociedad. Se casa con su novia embarazada como solución menos peligrosa para su presente y futuro, aprende a volar y acaba trabajando como burócrata militar, haciendo que su vida –y, de paso, las de los soldados en el frente- sea más fácil y segura. El tema subyacente es que reduciendo la burocracia y aplicando la astucia para hacer que las leyes trabajen a nuestro favor, podemos mejorar el crecimiento económico y el desarrollo tecnológico. La historia, en definitiva, de un hombre que decidió afrontar la vida con absoluto pragmatismo.
En “Historia de los Gemelos que no lo Eran”, Lazarus encuentra a un par de jóvenes hermanos diploides en el Mercado de esclavos de un planeta y a los que bautiza Estrellita y Joe. Los compra y, como un Pigmalión futurista, les enseña los rudimentos del comportamiento social y

Si bien el primer cuento era asimilable a una fábula con moraleja, este segundo es bastante más complejo. Los gemelos son personas decentes pero han sido criados como esclavos (para un hombre que fue acusado muchas veces de racismo, Heinlein se pasó la vida odiando la esclavitud). Son incapaces de sobrevivir en el mundo real y Lazarus se ve obligado a enseñarles como ser humanos libres. El asunto es todavía más complicado dado que los gemelos se vendieron como pareja reproductora, lo que significa que ambos pueden engendrar incestuosamente un niño genéticamente defectuoso.
Quizá el tema central de la historia sea el de la educación de los hijos, aunque en este caso no se trate ni de vástagos naturales ni de niños. Lazarus actúa como un padre para los gemelos,

“La Historia de la Hija Adoptiva”, es quizá la más floja de las tres narraciones que Lazarus refiere a Ira y Minerva. En esta ocasión recuerda cómo adoptó la función de banquero en un mundo recientemente colonizado. Accidentalmente, adopta a Dora, una niña única superviviente de un incendio que acaba con el resto de su familia. Conforme Dora crece, se enamora de Lazarus (lo único que salva al personaje de ser un pervertido que acogió a una niña para luego, cuando creciera, aprovecharse de ella, es que ni eran esas sus intenciones ni parecía darse cuenta de los sentimientos de ella hacia él).
Cuando empieza a hacerse patente que Lazarus no envejece y que ello va a levantar sospechas

A pesar de sus debilidades, excesiva longitud y ritmo lento, “La Historia de la Hija Adoptiva” funciona bien a dos niveles. Por una parte, resalta las obligaciones de un hombre hacia su mujer y su familia (si bien su enfoque machista ha envejecido bastante mal). Lazarus cree firmemente en poner por delante a los niños y mujeres en virtud del principio de que son ellos los que permiten sobrevivir a la especie. Por otro lado, es la historia de cómo una colonia puede fracasar o, al menos, corromper su esencia y desviarse del buen camino a causa de colonos que nunca debieron haber emigrado allí. Puede tratarse de idiotas que pensaron que se les daría todo hecho, o aspirantes a políticos que creen que el camino a la prosperidad puede legislarse.

Finalmente, Lazarus recupera el interés por la vida cuando Minerva le ofrece la posibilidad de

La parte final del libro sirve para contrastar el lejano futuro imaginado por Heinlein y la Norteamérica de principios del siglo XX (una época que él conocio dado que nació en 1907). Por una parte, encontramos un mundo en el que la tecnología ha permitido liberarse de las cadenas de la sociedad, desde los tabús del incesto y la homosexualidad a la guerra o el racismo. Incluso la muerte ha sido, en buena medida, dominada. Por otra, un país y un tiempo en el que esas cadenas continúan pesando sobre las vidas de todos los individuos. La gente del futuro, sencillamente, es incapaz de comprender el mundo en el que nació Lazarus. Heinlein subraya

En muchos sentidos, este es un tema que permea todos los libros que escribió Heinlein en esta última etapa. Los hombres y mujeres están constreñidos por ataduras sociales que han de existir para facilitar la convivencia, pero que son a su vez producto de las circunstancias; y cuando éstas cambian, las ataduras deberían también cambiar. En 1916, una mujer que disfrutaba de sexo antes (o fuera) del matrimonio corría el riesgo de quedar embarazada y, por tanto, marginada socialmente. Más tarde, cuando aparecieron formas baratas y eficaces de control de la natalidad, las mujeres se liberaron de esa restricción. Heinlein era consciente de esas cadenas y gustaba de imaginar futuros en los que éstas no existieran y cómo podríamos librarnos de ellas.
Pero esta parte del libro incluye también uno de los asuntos más espinosos de la trama: la relación sentimental y sexual que entabla Lazarus con su madre. Uno podría argumentar que, una vez que se ha separado el sexo de la reproducción, el incesto ya no tendría por qué seguir siendo el tabú que es hoy. Pero a mí tal posibilidad me sigue pareciendo difícil de digerir –podría discutirse si el incesto es un tabú social o un condicionante de nuestra propia genética- y ello aun cuando queda claro que existe una amplísima brecha entre el Lazarus que conoció a su madre en la infancia y el que se reencuentra con ella veinte siglos después. Todo ese asunto, no puedo evitarlo, me deja un mal sabor de boca.
(Continúa en la siguiente entrada)
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