El final de la Segunda Guerra Mundial, marcado por la detonación de dos bombas atómicas, trajo alivio a muchos estadounidenses. Pero ese sentimiento duró poco, siendo sustituido por otro mucho menos reconfortante. El poder desatado por aquellos ingenios era algo que había resultado inimaginable incluso para los científicos que los crearon. Empezó a calar el desasosegante sentimiento de que habíamos creado una tecnología, la atómica, que independientemente de las buenas intenciones que pudieran albergarse al principio respecto a su uso y utilidades, podía acabar trayendo el desastre. Una idea, por otra parte, que ya jamás desapareció del todo de nuestro pensamiento y que ha sido uno de los temas recurrentes de la Ciencia Ficción.
Uno de los que reflexionó sobre ella fue Jack Williamson, que esbozó una historia sobre un

Y eso es precisamente lo que volcó en el cuento “Con Las Manos Juntas”, publicado en el número de julio de 1947 de “Astounding Science Fiction”, a la sazón la mejor revista de CF de su era
En el cuento, un hombre llamado Underhill, comerciante en “mecánicos” –robots muy toscos diseñados para ejecutar tareas domésticas- se topa el mismo día con un nuevo negocio llamado “Instituto Humanoide” y un científico en mala racha, Sledge, que resulta ser el inventor de los avanzados a

Los Humanoides habían sido creados en Alas IV, un planeta desconocido para Underhill, presumiblemente una colonia humana porque Sledge procede de allí y es tan humano como cualquier terrestre. Él fue el descubridor del rodomagnetismo, una fuerza que propició una guerra total en Alas IV y en el curso de la cual feneció toda la población. Esperando compensar lo que él considera su gran error, Sledge diseña los Humanoides para que sirvan a la humanidad siguiendo una directriz principal: “Para servir y obedecer, y guardar de todo daño al Hombre”.
Conforme se desarrollaba la trama, los robots se tomaban esa programación demasiado en serio y terminaban creando un estado totalitario que vigilaba el comportamiento de todos los humanos y drogaba o lobotomizaba a aquellos que se negaban a evitar el riesgo de dañarse a sí mismos o a los demás. El resultado fue la prohibición de multitud de actividades, llegando a

“Con Las Manos Juntas” era una visión oscura y tecnofóbica del delicado equilibrio entre seguridad y libertad. Este relato fue uno de los más famosos de Williamson y el que seguramente más veces ha sido incluido en antologías. Tanto es así que en 1973, los miembros del Science Fiction Hall of Fame la votaron como una de los mejores cuentos publicados hasta 1965.
Como suele ser el caso de las obras pioneras y muy influentes, aquellos que después la tomaron como modelo e inspiración, no tuvieron, en general, ni la sutileza ni la imaginación del autor original. En los años 50 del pasado siglo se estrenaron muchísimas películas de ciencia ficción de serie B que abundaban en el tema de los peligros de la ciencia y la tecnología. Todos estos productos, incluido “Con Las Manos Juntas”, eran los herederos de

Décadas después, pocas de aquellas producciones cinematográficas pueden presumir de haber aguantado bien el paso del tiempo. No es el caso del relato de Williamson, cuyos estilizados androides negros y su amable tiranía sobre unas víctimas que piden a gritos dejar de ser libres y someterse a su supervisión, nos recuerdan lo fácilmente que aún hoy podríamos caer en tal situación. Puede que nuestros gobernantes actuales no sean robots –aunque a veces lo parezcan-, pero el mundo está lleno de monstruos bien parecidos dispuestos a vendernos tranquilidad a cambio de renunciar a nuestra libertad o nuestro pensamiento crítico.
Los resultados de “Con Las Manos Juntas” habían sido tan satisfactorios que, atendiendo a la

En esta versión, los Humanoides fueron creados más de diez mil años en el futuro, después de que el ser humano se hubiera expandido por otros sistemas estelares dando forma a multitud de culturas planetarias. Este tapiz de fondo no aparecía descrito en el cuento original, pero en ambas versiones sí se menciona que los robots fueron creados tras una devastadora guerra en el planeta Ala 4. En esta ocasión, no obstante, el inventor de los Humanoides pasa a llamarse Warren Mansfield y deja de jugar un papel relevante en la trama.

El protagonista es el doctor Clay Forester, un astrofísico que es el mayor experto mundial en rodomagnetismo, y la trama arranca cuando un grupo de individuos con poderes psíquicos contacta con él a través de una niña, Jane Carter, que puede teleportarse a través de grandes distancias, y le avisan de que los Humanoides están a punto de llegar. Forester es escéptico respecto a los fenómenos psíquicos y desconfía de ese grupo, liderado por el carismático Mark White, que tanto parece saber de sus investigaciones ultrasecretas y que ha conseguido penetrar en el complejo militar en el que trabaja, el Observatorio Starmont.
White explica al astrónomo que noventa años antes, el planeta Alas IV alcanzó, como toda

Cuando los Humanoides llegan al planeta y se hacen con el control, Forester no interviene. Al fin y al cabo, dicen haber venido a ayudar y eliminar cualquier peligro para la especie humana, incluida la inminente amenaza de la Confederación Triplanetaria, que ha desarrollado un conversor de materia que podría aniquilar todo el planeta en un suspiro y sin previo aviso. Cegada por lo que consideran una

El discurso de los Humanoides puede resultarnos familiar porque es el mismo que a lo largo de la Historia han articulado tantos hombres y organizaciones bienintencionados y que a la postre han causado muerte, destrucción y sufrimiento: “Nuestra única función es la de promover el bienestar humano. Una vez establecido, nuestro gobierno eliminará todas las distinciones de clase junto a otras causas de infelicidad y sufrimiento, como la guerra, la pobreza, el trabajo duro y el crimen. No habrá clase obrera porque no habrá trabajos duros”. Y cuando Forester cuestiona su autoridad, los Humanoides le recuerdan rápidamente que “Todos los derechos necesarios para establecer y mantener nuestro gobierno nos han sido concedidos libremente”.
En este punto y según la circunstancia personal, social e incluso nacional de cada lector, habrá quien reaccione preguntándose: “¿Y qué hay de malo en ello?”. Williamson se explaya detallando a qué extremos puede llevar ese régimen paternalista y tiránico. Cuando Forester vuelve a casa, se encuentra a su mujer

—¡Pero le han hecho perder la memoria! —protestó vehementemente el astrónomo—. ¡Yo quiero que se la devuelvan!
—No es necesario. Nosotros la protegemos y la ayudamos a ser dichosa, doctor. Tal vez usted también necesite una inyección de la droga...”
Se trata de una sustancia que “libera del dolor producido por recuerdos innecesarios y la tensión inútil del miedo. Detener toda corrosión del estrés y el esfuerzo hace que se triplique la esperanza de vida de los seres humanos”. Cuando Forester les pregunta a los androides si fue su mujer la que pidió sumirse en el olvido, le responden que no corresponde a los humanos preguntar. Si las máquinas deciden que alguien tiene que ser drogado y anulado como persona, lo harán. No habrá discusión ni derecho de apelación. Ante semejante amenaza, Forester se verá obligado a fingir contemporización con los nuevos amos.

“Hemos descubierto que el conocimiento torna desdichados a los hombres y la ciencia se utiliza generalmente para la destrucción. Se ha intentado muchas veces atacar nuestro planeta con armas derivadas de inocentes investigaciones...
Mudo de espanto, Claypool se estremeció.
—Tiene que olvidar todos sus intereses científicos —prosiguió aquella voz metálica y bondadosa—. Debe buscar una actividad más inocente. Le sugiero que se dedique al ajedrez.
Es más, en el nuevo orden, los humanos ni siquiera tienen el derecho a la soledad. Cuando Forester pide que le dejen dar un simple paseo por los alrededores, se lo niegan: “¡Debemos acompañarlo constantemente, señor! Nuestra única misión consiste en servirlo y evitarle todo daño”.
Privado de sus dos pasiones, la investigación científica y su bella mujer, la única esperanza de

Y sí, al final lo que tenemos es una batalla de psíquicos contra robots. Y la trama, conforme avanza hacia su resolución, no hace sino caer más y más en lo extravagante, encadenando un disparate tras otro. Puede ser este un ejemplo de historia serializada que pierde el foco debido a una falta de planificación. O quizá se debiera a la naturaleza ecléctica de la ciencia ficción americana de estos años, en la que autores y editores no tenían inconveniente en mezclar elementos de lo más dispares, algo especialmente cierto en el caso de Jack Williamson, que se había curtido en la primera época del género en formato pulp. Había publicado su primera historia en 1928 y durante los años treinta y cuarenta escribió varias novelas hoy consideradas clásicas. El género había experimentado una importante evolución hacia el realismo y la contención en los años cuarenta gracias a autores

Pero más probablemente en ello tuvo que ver la intromisión del editor, John W.Campbell, que en los años treinta empezó a interesarse por los poderes psíquicos y que en 1949 ya colaboraba con L.Ron Hubbard y apoyaba las bases de lo que se iba a convertir en la Dianética y luego la Cienciología. No es de extrañar que tendiera a orientar a sus escritores para que introdujesen poderes psíquicos en sus historias.
Sea por la razón que fuere, “Los Humanoides” tiene un ritmo extraño que solventa apresurada e insatisfactoriamente momentos claves de la trama, como la toma del Observatorio Starmon por parte de los robots; los personajes desaparecen (los psíquicos se esfuman tras una profusa presentación y no vuelven a aparecer hasta bastante después) y las tramas se esbozan sin profundizar debidamente en ellas (hay varias sugerencias

En el haber de Williamson puede citarse que subvirtiera las expectativas de los muchos lectores que entonces esperaban encontrarse con una historia tradicional de humanos contra robots malvados (como la que el mismo autor había escrito en 1939, “After World´s End”). Pero en esta ocasión, las máquinas no se presentan como artefactos malignos sino bondadosos y serviciales. El único problema, claro, es que esa benevolencia acaba matando el espíritu humano y convirtiéndose en una maldición.
Por otra parte, es interesante que el “héroe” protagonista sea alguien al que no identifiquemos como tal inmediatamente. Al comenzar la acción, resulta fácil pensar que sería Ironsmith,

Hay quien ha calificado a “Los Humanoides” de obra magna de Jack Williamson. Yo no iría ni mucho menos tan lejos. Como muchas de sus novelas de la época, no ha envejecido bien. Pero a pesar de los defectos apuntados, sigue siendo no solo uno de los títulos más importantes a la hora de entender la literatura pulp sino un divertimento aceptable. Su ritmo es tan rápido que, bien entendidos su origen, naturaleza y propósito, no resulta difícil pasar por alto los inconvenientes citados.
Pero, sobre todo, su importancia radicó en plantear, sin un explícito ánimo moralizante, cuestiones y conceptos muy interesantes que, como he mencionado, a la postre resultarían influyentes en muchas obras posteriores: ¿Deberíamos delegar en una autoridad superior la toma de decisiones trascendentales en aras del bien común? ¿O debería dejarse que la gente corriera el riesgo de equivocarse? ¿Qué valoramos más: la libertad o la seguridad? ¿El libre albedrío y las ansiedades que conlleva o el bienestar físico y psicológico a costa de perder la individualidad? Por no hablar de la idea de un mundo en el que los humanos han sido invadidos, dominados y esclavizados por las máquinas, premisa que sigue explotándose en la saga “Terminator” o en la próximamente resurrecta “Matrix”.
Personalmente disfruté mucho esta novela. Quizá porque no conocía el cuento original. Pero principalmente por su agradable sabor a cosa "añeja". Tiene un agradable y fascinante aire anticuado que no lo siento caduco ni viejo, sino más bien clasico. La descripción del planeta de los robots es fascinante y el desenlace deja un sabor amargo bastante agradable.
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