jueves, 1 de diciembre de 2016

2014- EL CASTILLO DE LAS ESTRELLAS – Alex Alice


El hombre de los Viajes Extraordinarios, Julio Verne, ha sido una de las personalidades literarias más influyentes de todos los tiempos, aun cuando sus libros fueran considerados en su momento simple material de evasión para las generaciones jóvenes. Innumerables escritores, cineastas, artistas y dibujantes de comic han hallado inspiración en las novelas de Verne, desde Georges Méliès (“Viaje a la Luna”, 1903) a Schuiten y Peeters (“La Ruta de Armilia”, 1988), de Antoine de Saint-Exupery (“Vuelo Nocturno”, 1931) a Hergé (“Objetivo: la Luna”, 1953). Grandes exploradores, científicos, inventores y filósofos, como Alberto Santos-Dumont, Robert Goddard, Richard Byrd, Edwin Hubble, Jacques Cousteau, Ernest Shackleton, Arthur Rimbaud, Jean Cocteau o Arthur C.Clarke, por nombrar sólo unos pocos, han reconocido su deuda con el escritor. Ray Bradbury afirmó: “Todos somos, de una u otra forma, los hijos de Julio Verne”.

Su legado, transcurridos más de cien años desde su muerte, sigue muy vivo, como lo demuestra la obra que ahora comentamos. Tanto en forma como en fondo, Alex Alice no sólo expresa en “El Castillo de las Estrellas” reconocimiento y admiración hacia su compatriota, sino que, como él, ofrece una narración que mezcla tradición y modernidad y que apela tanto a lectores maduros como juveniles.



El siglo XIX vio nacer a algunos de los más importantes exploradores y científicos de la Historia, personajes que ampliaron las fronteras del conocimiento y a los que debemos mucho. ¿Qué hubiera pasado si la conquista del espacio se hubiera conseguido entonces, un siglo antes de lo que sucedió en nuestra propia línea temporal? Yendo aún más allá: ¿Y si el cielo, el cosmos, fuera tal y como se imaginaba hace ciento cincuenta años: lleno de maravillas y promesas, alcanzable por medio de máquinas lujosamente ornamentadas, soñadas por un rey nostálgico y visionario? Esto es lo que nos propone “El Castillo de las Estrellas”, una ucronía retrofuturista que combina las fantasías tecnológicas de Julio Verne con las aventuras juveniles al estilo de Hayao Miyazaki en un universo rico y pletórico de poesía visual.

Norte de Francia, en el año 1869. Ha pasado un año desde la misteriosa desaparición de la científica Claire Dulac durante un ascenso en aeróstato para confirmar la existencia del éter, esa esquiva sustancia que, según se cree, llena el “vacío” interestelar. Su joven hijo Seraphin y su esposo, Archibald, un reputado ingeniero, reciben una carta anónima informándoles del hallazgo del diario perdido de Claire. Deciden acudir a la cita en
Baviera propuesta por el misterioso remitente y mientras se encuentran en la estación de ferrocarril escapan a duras penas de un intento de secuestro por parte de agentes prusianos.

Cuando llegan a Fussen, en Baviera, descubren que quien les ha convocado es nada menos que el rey Luis II, quien desde su maravilloso castillo de Neuschwanstein encabeza un proyecto para construir una nave espacial de bronce y madera que pueda salir de la Tierra. Padre e hijo se unen al equipo de ingenieros mientras los enemigos del rey, los prusianos de Bismarck que pretenden anexionarse el reino de Baviera, conspiran para derrocarlo. La carrera por el éter, la llave de la conquista del espacio, está servida…

Aunque Alex Alice (1974) se matriculó en la Escuela Superior de Comercio de París, su auténtica pasión siempre fue la del dibujo y la animación. Paralelamente a sus estudios, desarrolló con Xavier Dorison su primera serie, “El Tercer Testamento”, que vio la luz en 1997, una vez se graduó y pudo dedicarse exclusivamente al comic. Dicha serie llegó a totalizar cuatro álbumes y una colección derivada, “Julius”, lo que demuestra la buena aceptación de la que disfrutó. En 2003,
Alice comienza una nueva historia, “Sigfrido”, trilogía inspirada en la leyenda de los Nibelungos de Wagner y que contiene elementos de lo que será su obra más querida, “El Castillo de las Estrellas”, una saga que desde su concepción marcaba claras distancias respecto al comic franco-belga tradicional tanto en fondo como en forma. Así, por ejemplo, antes de su edición por parte de Rue de Sèvres en dos álbumes de exquisita factura, el comic fue inicialmente publicado entre mayo y julio de 2014 como seis gacetillas de gran formato al estilo de los folletines decimonónicos de Pierre Hetzel (el editor de Julio Verne), completado con artículos falsos firmados por Alex Nikolavitch.

Siendo aún un jovencito de edad similar a la de Seraphin, Alice visitó Baviera con su padre y allí, en un día tormentoso, tuvo su primer encuentro con el romanticismo alemán a través no sólo de los paisajes, sino especialmente de la figura del rey Luis II y su maravilloso castillo, Neuschwanstein. Para el joven Alex, aquel edificio se convirtió en la expresión suprema del romanticismo y la fantasía, una impresión que se vio magnificada por la coincidencia de hallarse leyendo “El Señor de los Anillos” y familiarizándose con el ciclo wagneriano del Anillo de los Nibelungos. De repente, toda aquella épica tomaba cuerpo en ese
castillo de cuento de hadas. Además, el autor se sintió impresionado por la figura de Luis, ese rey atormentado y consumido por el romanticismo hasta el punto de utilizar sus considerables recursos económicos para recrear a su alrededor la sustancia de sus ensoñaciones. Ambos elementos, el castillo y su melancólico creador, pervivieron en el recuerdo de Alice durante años hasta que decidió recuperarlos en una historia que les hiciera justicia.

Por supuesto, otra de las claras influencias de “El Castillo de las Estrellas” es, como apuntaba al
comienzo, la obra de Julio Verne. Evitando la letanía de clichés vernianos que proliferan en tantas ficciones retrofuturistas o steam-punk, Alice tomó de aquél, sobre todo, la mezcla de imaginación y ciencia, de extrapolación científica y realidad; pero también la ambientación decimonónica y el tipo de ingenios mecánicos que aparecieron en algunos de sus libros. El propio año en el que transcurre la acción, 1869, es otro guiño a Verne, puesto que fue entonces cuando apareció “Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino”, mientras que “Alrededor de la Luna” vio la luz tan solo un año después, 1870, que en el álbum es, precisamente, cuando los protagonistas llegan a la Luna.

De hecho, Alice trató con este comic de superar la decepción que en su día le supuso leer “Alrededor de la Luna”, novela que continuaba la aclamada “De la Tierra a la Luna” publicada cinco años antes. Contra todo pronóstico, sin embargo, aquellos pioneros de la astronáutica descritos por Verne no conseguían poner un pie en nuestro satélite. Alice quiso seguir los pasos del escritor y profundizar todavía más en el tipo de cosmos que habitaba en el imaginario colectivo del siglo XIX, en el que muchos científicos pensaban que podía haber vida en otros planetas del sistema solar (no cayendo, eso sí, en las desaforadas fantasías que lastraban, por ejemplo, la otra novela “espacial” de Verne, “Hector
Servadac”).

Sabedor de que para transgredir los códigos literarios de una época es necesario conocerlos a fondo, durante años Alice leyó tanto novelas de aventuras como libros de ciencia escritos en el siglo XIX, sumergiéndose en las teorías de aquel periodo histórico y dando forma a un mundo en el que se mezclaba la Historia y la ciencia ficción retrofuturista. Sin embargo, no conseguía encontrar el argumento que pudiera encajarse en ese decorado…hasta que allá por 2008, mientras se ocupaba de la serie “Sigfrido”, se dio cuenta de que el propio decorado era la historia: la conquista del espacio en el siglo XIX. Y que el gran personaje que impulsaría la trama sería nada menos que el rey Luis II, el excéntrico visionario capaz de soñar y financiar proyectos a priori estrafalarios.

“El Castillo de las Estrellas” es una obra que no oculta sus variopintas influencias, que bebe de muchas fuentes y que, mezclando “Ciencia” e Historia, no requiere ningún conocimiento previo de ambas para disfrutarla. La acción arranca en el pasado de nuestra propia línea temporal, entre 1868 y 1870, momento en el que, según el autor, convivieron brevemente el ímpetu y sentido práctico del progreso científico con el idealismo y la
fantasía del romanticismo, cohabitación que finalizó con la guerra franco-prusiana de 1870, antesala de lo que sería años más tarde la Primera Guerra Mundial.

Si bien es cierto que desde la primera escena se nos muestra un descubrimiento que cambiará la Historia tal y como la conocemos, los personajes históricos, los lugares o el contexto geopolítico son fieles a la realidad de la época. Así, el trasfondo histórico es el de una Europa en periodo de transición en la que van acumulándose las nubes de futuras tormentas políticas y bélicas, centrándose en el intento de anexión de Baviera que llevó a cabo el canciller Otto Von Bismarck –y que, efectivamente, acabaría teniendo lugar en 1870 tras la derrota de Francia por parte de los ejércitos prusianos- y la resistencia a tales aspiraciones por parte de los bávaros, con su monarca Luis II a la cabeza. Éste, por su parte, aunque en el comic se le presenta con una aureola de héroe romántico y atormentado, no elude otros rasgos de su verdadero carácter: fue un individuo melancólico, excéntrico, amante de las artes y de carácter solitario cuando no decididamente asocial e irresponsable con las tareas de gobierno. También auténtica fue la amistad –que no romance- que Luis mantuvo con su prima, la emperatriz Isabel (más conocida como “Sissí”), y que el comic reproduce en varias escenas muy acertadas.

Igualmente, el autor realizó una extensa investigación sobre los lugares físicos en los que transcurre la acción, aunque siempre prefiere retratarlos de acuerdo con su impresión subjetiva de los mismos (existe, eso sí, alguna alteración histórica totalmente intencionada, como la fecha de construcción del castillo, que Alice prefirió que estuviera terminado antes de la guerra franco-prusiana de 1870 para que así los personajes se lo encontraran en todo su esplendor a su llegada allí).

En cuanto a la ciencia, el autor trató de, siempre que fue posible, permanecer fiel a las hipótesis más o menos aceptadas en aquella época. Su objetivo era narrar una historia que pudiera haber parecido verosímil entonces, por lo que estudió la astronomía y la ciencia popular del siglo XIX. De todo ello, extrajo algunas de las teorías que le servirían para construir el argumento, como la existencia de una sustancia llamada “éter” Originalmente, Eter fue un dios primordial de la mitología griega que personificaba las capas superiores del cielo así como su brillo. Considerada durante mucho tiempo como un elemento enigmático que llenaba los espacios interplanetarios y que permitía la transmisión de la luz de las estrellas, fue analizado por eminencias como Descartes o Newton. Como le sucedió también a la teoría que contemplaba la existencia de una delgada atmósfera en la Luna, se trataba de una idea presente en los ensayos
científicos bastante antes de que el avance del conocimiento las relegara a la ciencia ficción más extravagante primero y a la fantasía después.

Otra de las influencias patentes y reconocidas presentes en “El Castillo de las Estrellas” son las películas de animación de Hayao Miyazaki. Dejando aparte el título (que remite a tres películas dirigidas por el japonés: “El Castillo de Cagliostro” (1979), “El Castillo en el Cielo” (1986) y “El Castillo Ambulante” (2004)), el grafismo, sentido del color y evidente amor por los ingenios voladores, Alice nos presenta aquí a un protagonista que, como los del animador japonés, es un preadolescente soñador y decidido que encarna las mejores virtudes de nuestra especie: es valiente, leal, ingenioso y tiene muy claro lo que está bien y lo que está mal. Carece, como los héroes de Miyazaki, de los vicios e inseguridades propios de la madurez y, también, de talla épica.

Ciertamente, Alice no se arriesga demasiado a la hora de construir sus personajes. Todos ellos son bastante predecibles hasta en su concepción gráfica (los buenos son físicamente agraciados
mientras que los malos tienen unas caras que no pueden ocultar su villana condición). Por otra parte, una de las virtudes de la historia consiste precisamente en desviarse de las directrices más tradicionales del género aventurero, en particular la de hacer pasar al protagonista por la progresión típica del “camino del héroe”: el rechazo inicial de su destino antes de la inevitable aceptación, el encuentro con un mentor que dirija sus esfuerzos y le descubra su potencial, embarcarse en una serie de aventuras en el curso de las cuales ganará aliados y enemigos y, finalmente, cumplir las hazañas y satisfacer los elevados ideales que de él se esperan. Desde Gilgamesh a Son Goku pasando por Spiderman, esta senda de construcción del héroe es la que rige la gran mayoría de la ficción fantástica en la actualidad, ya sea por la pereza creativa de los autores o por su deseo de atender las expectativas de lectores igualmente perezosos. En “El Castillo de las Estrellas”, Seraphin tiene desde el principio muy claras sus metas, metas que no tienen que ver con el heroísmo desinteresado o el afán justiciero. Lo que desea es conocer qué fue de su madre, descubrir el éter y cumplir así el sueño de ella. Por otra parte, y también en común con las historias imaginadas por Miyazaki, tenemos a un personaje femenino fuerte, Sophie, doncella del rey, leal defensora de su señor pero también de su propia independencia, con recursos a la altura de su valor y carácter.

Podemos rastrear otras influencias en “El Castillo de las Estrellas”, como la de Hergé, que en su imaginario reino centroeuropeo de Syldavia (“El Cetro de Ottokar”, 1938) homenajeaba uno de los espacios geográficos preferidos por la literatura romántica y de aventuras de finales del siglo XIX, como la Ruritania de “El Prisionero de Zenda” (1894), de Anthony Hope. Ese universo de ficción compuesto de bellos paisajes naturales dominados por las montañas y los bosques, la arquitectura medievalizante y las pequeñas y pintorescas monarquías, pasarían a formar parte del imaginario colectivo europeo, a partir del cual beberían autores como Franquin para su álbum "QRN en Bretzelburg" (1966), en el que su personaje Spirou viajaba a uno de estos minúsculos países centroeuropeos cuya monarquía estaba amenazada por el general de turno, tópico que retoma también Alice para “El Castillo de las Estrellas”.

También de Hergé tomó el autor la estructura básica de su díptico (y Hergé, antes que él, del propio Verne): como en “Objetivo la Luna” y “Aterrizaje en la Luna” (1950-1953), el primer volumen sirve para sentar las bases de la aventura, los principios científicos y los personajes, mientras que el segundo se centra en el viaje a la Luna, la peripecia que allí tiene lugar y el accidentado regreso. Eso sí, no hay aquí indicio de plagio alguno: mientras que Hergé anticipó los descubrimientos por venir, Alex Alice ofrece una vuelta a un pasado que nunca existió. Jacques Tardi y sus historias ambientadas a caballo entre los siglos XIX y XX (“Adele Blanc-Sec”, “El Demonio de los Hielos”) o las fantasías arquitectónicas de Schuiten y Peeters en su ciclo de “Las Ciudades Oscuras”, son citadas también como lógicas influencias.

A la original mezcla de elementos que forma el decorado de la historia y la muy entretenida trama se suma una belleza gráfica en absoluto habitual en los comics contemporáneos. En una época de producciones masivas y en muchos casos estandarizadas, los álbumes de “El Castillo de las Estrellas” están realizados con esmero e incluso meticulosidad en todos sus aspectos, desde el pequeño detalle de vestuario a tal o cual adorno arquitectónico. El estilo del autor, como la propia historia, es una fusión de diferentes tradiciones. Distanciándose del dibujo que había practicado en obras anteriores como “El Tercer Testamento”, se aproxima a la estética propia del manga japonés, limitándose a bosquejar las expresiones
faciales de algunos personajes (especialmente en lo que se refiere al pequeño Hans o al malvado chambelán) con el fin de transmitir de manera directa y muy sencilla ciertas emociones. Por otra parte, en el tratamiento gráfico de otros personajes y la importancia de los detalles en los fondos, mantiene sus raíces europeas

Sólo gracias a la experiencia acumulada en sus siete álbumes anteriores Alex Alice se atrevió a abordar el arte de “El Castillo de las Estrellas” con la técnica de la acuarela, un método que deja muy poco margen para el error. Exige tener las ideas muy claras a la hora de planificar la página, mantener la concentración en todo momento y ser consciente de que no se deben recargar demasiado las viñetas so pena de perder el impulso narrativo. Desde luego, en la época del coloreado por ordenador, optar por el color directo supone todo un desafío, pero el resultado compensa tanto al autor como al lector. Al primero, le permite tener en sus manos la página totalmente terminada y ejercer un control absoluto sobre todos los aspectos de la misma; al segundo, disfrutar de unas texturas y efectos que, con todas sus imperfecciones, transmiten más calor y emoción que el filtro aplicado por una máquina.

Así, el escaso y sutil entintado queda diluido en una paleta de colores pastel que da a las páginas una estética muy particular. Un entintado más evidente habría resaltado en exceso los aspectos más caricaturescos e irreales de determinadas situaciones. A esos aciertos se añaden, primero una composición de página que sorprende continuamente jugando sin miedo con el número,
distribución y forma de las viñetas; y, segundo, los extraordinarios diseños de las máquinas que aparecen en la historia, especialmente la Eternave, en el que también intervinieron colegas del autor. Por último, es ineludible resaltar las portadas de ambos álbumes que, como algunas planchas, remiten al estilo de los grabados, mapas e ilustraciones que, firmados por artistas como Édouard Riou o Alphonse de Neuville, adornaban las cubiertas y páginas interiores de las ediciones originales de Julio Verne.

Alice utilizó el primer álbum para dar forma a su particular universo: introducir los temas a tratar, los elementos importantes y la localización espacio-temporal en la que iba a transcurrir la
aventura, además de otorgar espacio a sus personajes para definirse en la mente del lector. El segundo álbum, por tanto, no necesita ya de preliminares y se sumerge en la acción desde el comienzo.

Seraphin y su padre, Sophie, Hans y el rey, habían terminado la aventura anterior tratando de escapar del ataque prusiano a bordo de la Eternave. Ahora averiguamos cómo efectivamente, consiguen huir, salir de la atmósfera y detectar el éter, con el que podrán alimentar los motores de la nave. Sin embargo, la desaparición de una pieza clave de la maquinaria –debido a un sabotaje cuyo responsable sólo más adelante se descubrirá- les deja a la deriva en el espacio entre la Tierra y la Luna. Será la fuerza gravitatoria del satélite la que finalmente los atraiga hasta estrellarse en la superficie de su cara oculta. Allí realizarán sorprendentes descubrimientos no sólo acerca de la naturaleza física de la Luna y los rastros de antiguos visitantes, sino sobre ellos mismos, mientras tratan de sobrevivir en un entorno hostil y dar con la forma de regresar a la Tierra.

Mientras que el elemento histórico había tenido un papel fundamental en el primer álbum, en esta ocasión será el espíritu de los descubrimientos y conceptos “científicos” que se nos habían presentado en aquel volumen los que cobren importancia, pues resultarán fundamentales para entender cómo los protagonistas pueden llegar a la Luna, visitar su superficie y regresar a la Tierra. Al fin y al cabo, si admitimos como cierta la existencia del éter, ¿por qué no imaginar el espacio y la Luna como lugares también diferentes a lo que conocemos? Alice sostiene su aventura con continuas apelaciones al sentido de lo maravilloso del lector: la atmósfera de la cara oculta de la Luna, las cavernas de hielo que esconden un fantástico secreto, las extrañas auroras boreales…

Eso sí, la historia de este volumen, aunque abundante en peripecias y sin abandonar los toques
puntuales de humor ligero, es considerablemente más oscura que la de la primera entrega. Los personajes revelan aquí sus verdaderos deseos, aspiraciones y sentimientos: hay esperanza, angustia, maravilla, terror…y mientras que en el primer álbum el enemigo era un agente exterior, aquí el auténtico peligro reside en el interior del grupo. Los personajes dividen sus lealtades, aparece la disensión e incluso la traición y la mentira mientras la amenaza de la muerte pende continuamente sobre ellos, ya sea en el éter interplanetario o la superficie de la luna.

La historia, más densa que la anterior y con un suspense mantenido con buen pulso desde el principio hasta el final, está narrada también en esta ocasión de forma muy dinámica gracias al montaje, en el que volvemos a encontrar todo tipo de insertos, primeros planos, páginas-viñeta, páginas dobles, viñetas de formas y disposiciones poco habituales… En realidad, nada nuevo puedo añadir a lo ya dicho respecto a la ejecución gráfica del álbum. Vuelve a ser impecable y cada página constituye una auténtica delicia digna de descubrirse. El cierre del álbum concluye de manera satisfactoria la aventura al tiempo que deja abierta la posibilidad de una futura continuación (de reciente aparición en Francia y ambientada en Marte).

“El Castillo de las Estrellas” es uno de esos raros comics que puede gustar tanto a adultos como a jóvenes, a padres y a hijos, puesto que tiene un poco para todo el mundo. Ofrece intriga, conspiraciones, huidas, ingenios asombrosos, héroes y villanos, comedia, ternura, viajes a lugares extraordinarios de dos mundos, espionaje, romance juvenil, maravillosos paisajes, giros inesperados… todos los ingredientes del folletín decimonónico, cuna de la aventura clásica. A los pequeños, les introducirá en el mundo de los adultos y en el estilo literario de una época pasada; a los mayores les devolverá el sabor de las aventuras con las que soñaron en su infancia siempre y cuando sean capaces de desechar, durante el tiempo que se prolongue la lectura, todo aquello que dan por sentado o creen saber acerca de ciencia, historia y astronomía, algo que, por otra parte, constituye un saludable ejercicio para la imaginación.

“El Castillo de las Estrellas” no es una historia compleja ni tiene personajes de un carisma irresistible, pero lo ingeniosamente con que se han combinado todos los elementos citados, la agilidad de su trama, patente amor por la tradición aventurera, belleza y osadía formal y concisión y accesibilidad (consta tan sólo de dos álbumes) hacen de esta obra algo muy superior al comic superheroico de turno o la enésima recreación histórica de duración ilimitada y, desde luego, una serie imprescindible para los amantes del comic de calidad, la aventura de sabor romántico y la ciencia ficción añeja.



2 comentarios:

  1. Impresionante ,una review hecha con pasión, creo que si Julio Verne vivera estaría orgulloso de esta redacción. Dan ganas de tenerlo entre las manos, esa mezcla de dibujo, detalles, acuarelas (o similar) y los colores dan un toque muy nostálgico y fantástico. Muchas garcias por mostrarme este título...ahora espero que no esté muuuuy caro en estos lares XD.

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  2. Gracias por tu comentario. No se desde dónde escribes tú. en España lo ha publicado Norma Comics y el precio por volumen es de 18 euros. No es barato, pero es que esta editorial nunca lo es. Con todo, la edición del álbum es impecable. Un saludo.

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