lunes, 7 de marzo de 2016

1995- LAS NAVES DEL TIEMPO – Stephen Baxter





El viaje en el tiempo es uno de los temas de la ciencia ficción que ofrece mayores posibilidades no sólo para desarrollar argumentos interesantes, sino para especular y reflexionar sobre la naturaleza íntima del tiempo y de la propia realidad. Además, el choque cognitivo que se sufriría al trasladarse repentinamente de un periodo temporal a otro convierte a este tipo de narrativas en el paradigma de la ciencia ficción. Por si fuera poco, las historias de viajes en el tiempo también brindan muchas oportunidades para enfoques humorísticos y sátiras sobre nuestros usos y costumbres. Esta flexibilidad a la hora de incorporar múltiples elementos lo ha hecho uno de los subgéneros más populares de la ciencia ficción en todos sus formatos, ya sea la novela, el cuento, la televisión, el cine o los comics.



De hecho, las narraciones que incluyen viajes en el tiempo son más antiguas de lo que podría pensarse. Por ejemplo, “Rip Van Winkle” (1819), de Washington Irving, ya contiene una especie de viaje en el tiempo, puesto que su protagonista duerme durante veinte años para despertarse en un mundo muy cambiado en el que ya no encaja, un tema que se convertirá en recurrente en este tipo de historias. Varias de las novelas utópicas que se escribieron en el siglo XIX, como “El año 2000: una visión retrospectiva” (1888), de Edward Bellamy, adoptaron el mismo recurso e incluso H.G.Wells en su “Cuando el Durmiente Despierte” (1899) utilizó a un protagonista que despertaba tras un larguísimo periodo en coma. Algo parecido hizo Mark Twain en “Un Yankee en la Corte del Rey Arturo” (1889).

Ahora bien, el texto verdaderamente fundacional de este subgénero fue “La Máquina del Tiempo” (1895), de H.G.Wells. Fue la primera novela en la que el viaje temporal ocupaba el centro de la historia, si bien tratándose de una obra anterior a la revolución en la Ciencia que propició Albert Einstein, no pudo explorar adecuadamente la física del fenómeno. La historia imaginada por Wells ha subyugado a generaciones enteras de lectores, siendo trasladada al cine y utilizados sus conceptos en películas, comics y series de televisión de todo tipo. Incluso, algunos autores han tratado de continuar la novela original, como “The Space Machine” (1976), de Christopher Priest, en la que fusionaba “La Máquina del Tiempo” y “La Guerra de los Mundos”; o “Morlock Night”, de K.W.Jeter, que, en clave steampunk, trasladaba esas grotescas criaturas del futuro a un Londres victoriano.

Pero quizá el ejemplo más notable sea “Las Naves del Tiempo”, de Stephen Baxter, una secuela autorizada del libro de Wells que se publico con motivo del centenario del libro original y que fue recibida con gran éxito por la crítica y el público. Ganó el Premio Philip K.Dick de aquel año, el John W.Campbell, el BSFA y nominaciones a muchos otros como el Hugo. En ella, Baxter trata de capturar el estilo del original al tiempo que expandir lo que era esencialmente una novela corta a una narración mucho más extensa y sofisticada en la que se profundiza en la física del viaje en el tiempo de acuerdo a las teorías modernas mientras se guía al lector a través de un amplio compendio de temas propios de la ciencia ficción, diversas facetas del viaje temporal y referencias a otras narraciones de Wells.

Cien años atrás, un inventor de la Inglaterra victoriana fabricó una fantástica máquina que podía llevar a su pasajero a través de la cuarta dimensión: el Tiempo. Tras terminar su maravillosa aventura, regresar a su hogar y narrársela a sus amigos, el inventor desapareció para siempre
. ¿Qué fue de él? ¿Qué nuevas aventuras vivió? ¿Viajó al futuro o al pasado? Wells nunca nos lo reveló, pero en “Las Naves del Tiempo” Baxter responde a todas esas preguntas…y muchas más.

La novela comienza cuando el Viajero trata de regresar al año 802.701 para rescatar a Weena, la amable Eloi a la que perdió en la confusión de un ataque de los caníbales Morlocks. Pero en cuanto se adentra en el futuro y contempla desde la máquina la evolución de su entorno, se da cuenta de que la línea temporal en la que se está internando no era la que había conocido anteriormente. Confuso, se detiene en el año 657.208 para ver que la órbita de la Tierra se ha modificado y que el Sol está rodeado de una inmensa esfera Dyson que abarca toda la órbita de Venus. Una nueva raza de Morlocks, pacíficos e inteligentes, son los que habitan en esa colosal construcción producto de una inimaginable tecnología cósmica. Allí conoce a Nebogipfel, un científico Morlock que se convierte en su guía, mostrándole las bases de su civilización y permitiéndole ver un destello de lo que ha quedado de la raza humana, que habita ahora en la superficie interior de la esfera. La esfera Morlock es un vasto mundo de computadoras e información cuyo fin es la acumulación de todo el conocimiento posible. La Tierra, ahora sumida en una perpetua oscuridad, ha sido mayormente abandonada y se utiliza solamente como guardería para los Morlocks más jóvenes.

El Viajero se da cuenta de que su viaje anterior –o, más concretamente, el hecho de que regresara a su época y contara lo que había sucedido a uno de sus conocidos, un joven H.G.Wells que se ocuparía de difundirlo y abrir nuevas perspectivas- ha cambiado el futuro. El futuro en el que esperaba encontrar a Weena, aquel en el que Morlocks y Eloi vivían en una situación de siniestra codependencia, ha sido eliminado. Se las arregla para engañar a los Morlocks y hacer que le
conduzcan hasta su máquina, momento que aprovecha para saltar en ella y retroceder en el tiempo. Pero Nebogipfel reacciona con celeridad y consigue entrar en la máquina, acompañándole en su viaje al pasado.

Ambos regresan a 1891, un pasado en el que él mismo Viajero era joven. Éste pretende impedirse a sí mismo profundizar sus experimentos temporales, pero en ese momento es interrumpido por soldados enviados por un gobierno del futuro que ha desarrollado tecnología de viaje temporal y que trata de frenar cualquier intento de modificar la línea histórica.

A partir de ese momento, se sucede un apasionante y vertiginoso recorrido por las diferentes realidades que aparecen con cada viaje en el tiempo que los protagonistas realizan: un Londres que en 1938 está cubierto por una cúpula para protegerse de los ataques alemanes en una Europa en la que la Primera Guerra Mundial no terminó nunca; las playas del Paleoceno antediluviano, un tiempo en el que el Viajero y Nebogipfel deben arreglárselas para sobrevivir durante años; e incluso un universo en el que los humanos ocuparon la Tierra durante cincuenta millones de años. El desesperado Viajero se da cuenta de que cada salto temporal crea una nueva realidad de la que sólo puede escapar volviendo a saltar y, otra vez, provocando nuevos cambios que le alejan más y más de su propia línea temporal Jamás podrá volver a casa, a su tiempo tal y como él lo conoció.

El libro es un compendio de subgéneros: desde luego, el viaje en el tiempo, pero también la guerra
futura, el contacto con civilizaciones alienígenas –puesto que así podrían considerarse tanto los Morlocks pacíficos como los “mecánicos” Constructores- o la aventura planetaria –en la parte que transcurre en la prehistoria, con su fauna exótica y sus esfuerzos por sobrevivir en un entorno hostil-, ingeniería astronómica…. E incluso dentro del viaje en el tiempo, encontramos muchos de los escenarios que suelen contemplar este tipo de narraciones: desplazamientos hacia el pasado y el futuro, paradojas, encuentros con el propio yo más joven, multiplicidad de universos paralelos, realidades alternativas, “policías temporales”, física cuántica…

Baxter no solo aborda el viaje temporal desde el punto de vista de la CF “dura”, sino que también considera sus implicaciones desde un punto de vista metafísico, cómo podría utilizarse una tecnología tal como arma o las consecuencias que podrían derivarse de ella a la hora de provocar, tanto intencionadamente como no, un salto evolutivo en nuestra especie. Plantea cuestiones y presenta posibilidades que alimentan la imaginación del lector y le hacen reconsiderar lo que creía saber acerca del viaje en el tiempo y sus paradojas y le dejan indeciso acerca de si lo que está leyendo está más próximo a la Ciencia o a la Fantasía.

La bifurcación de universos que contempla la física cuántica aplicada al viaje temporal tiene, sin embargo, bastantes pegas como motor narrativo. La hipótesis del multiverso, esto es, la existencia de infinitos universos paralelos, le permite al escritor evitar las paradojas temporales a costa de restar dramatismo a la historia. De hecho, el viaje en el tiempo ya no es tal, sino una especie de
salto de universo a universo sin posibilidad alguna de regreso al punto de partida. Los viajeros se convierten en meros turistas, puesto que nada de lo que hagan en cada una de esas realidades tendrá efecto en la línea temporal de la que proceden. Baxter trata de evitar este inconveniente dándole al protagonista –y al lector- la ilusión de que sí está afectando a “su” realidad, pero al hacerlo atenta contra la propia infraestructura teórica de la historia. Muchos de esos lectores, al hacerse evidente que ninguno de esos universos pueden verse afectados por los acontecimientos de la narración, perderán quizá interés en la novela.

Dada esa limitación, el autor podría haberse concentrado en la construcción y desarrollo de los personajes, pero lo cierto es que Baxter, como Wells, nunca ha brillado demasiado en este apartado. El protagonista es el mismo que el de la novela original, si bien recibe una inverosímil capacidad aventurera (sus habilidades para sobrevivir cual Robinson Crusoe en el Paleoceno resultan poco creíbles); no hay subargumento romántico –la relación con la capitana Hilary Bond resulta decepcionante y ni siquiera se le da a Weena el papel que merece- y, en general, el tono emocional de la novela es muy frío.

Esta frialdad se hace aún más evidente en el último tercio del libro (ATENCIÓN: SPOILER), cuando la narración deriva hasta el comienzo del Tiempo, una especie de difusa Perfección Óptima que recuerda a las visiones metafísicas de Olaf Stapledon en, por ejemplo, “Hacedor de Estrellas” (1937), pero que aquí se antoja algo confuso e indigesto. El Viajero, con su conciencia expandida,
alcanza la singularidad del Tiempo y el Espacio pudiendo dispersar su Yo por la innumerable multiplicidad de universos que allí tienen su origen. El protagonista cumple el papel de mero testigo y narrador, sin que parezca sentir otra cosa que maravilla primero y aburrimiento después. Más tarde, la despedida del Viajero y Nebogipfel, tras tantos años de vivir aventuras juntos, se antoja igualmente fría y sosa (FIN SPOILER)

Aparecen muchos secundarios, pero siempre quedan borrosos y nunca permanecen lo suficiente en la narración como para retratarlos adecuadamente o que el lector les tome aprecio. Tampoco los principales quedan demasiado bien perfilados aun cuando la novela esté narrada en primera persona por el Viajero, lo que, a priori, debería permitir una mayor empatía con sus sentimientos y pensamientos.

A pesar de las muchas cosas que pasan, la novela no examina adecuadamente el aspecto humano de cada una de las realidades que presenta. Habrá muchos lectores a los que les parezca que cada nueva línea cronológica que van creando el Viajero y Nebogipfel merecería una más detallada exploración. Sin duda, tienen razón. Baxter no sabe o no puede recrear el espíritu de crítica social y política que subyacía en los escritos de Wells; pero aun en el caso de que lo hubiera intentado, ya no tendríamos que enfrentarnos a un único volumen de 600
páginas sino, probablemente, a una saga de novelas –sin duda, de calidad decreciente- que no harían más que expandir lo que ya es una lectura abultada, perdiendo de paso la originalidad y su carácter de homenaje puntual.

La narración se concentra principalmente en asombrar al lector con cada nueva realidad a la que llegan los viajeros y mantener la intriga acerca de cómo se las arreglarán para escapar de ella. Dicho esto, el elemento humano no está del todo marginado. El Viajero se presenta como un hombre admirable pero también constreñido por la visión del mundo que se tenía en su época. Mientras que su desaparición al final de “La Máquina del Tiempo” sucedía sin mediar explicación alguna, Baxter le da una motivación: el sentimiento de culpa que alberga por haber dejado a Weena en manos de los Morlocks. También la relación que establece con Nebogipfel está bien retratada, ya que el Viajero debe superar sus prejuicios hacia los Morlocks derivados tanto de su experiencia en su primer viaje como de la repulsión física que le provoca su compañero. Por su parte, Nebogipfel acaba desarrollando una auténtica lealtad hacia el humano a quien, al fin y al cabo, nunca deja de considerar un simpático ser inferior con excesiva propensión a la emotividad. Es también él quien se encarga de dar las explicaciones científicas que sustentan los giros del argumento, esto es, la física –teórica, claro- del viaje en el tiempo,

(ATENCION: SPOILER) En último término, el propio Viajero experimentará una epifanía cósmica
que le liberará de sus ataduras a una época y una forma de pensar determinada. De ser un individuo conservador, arrogante y moderadamente intolerante propio de la Inglaterra del siglo XIX, pasará al final de la novela a convertirse en un pionero filántropo que renuncia a las comodidades de su época –o de cualquier otra- para construir un mundo nuevo y liderar una revolución agrícola de los Eloi contra los Morlocks sin más ayuda que su determinación, sus manos y su ingenio. Es un final idílico, tranquilo y esperanzador –y también lo más parecido de la novela a lo que Wells podría haber escrito-, que contrasta con la inmensidad cósmica y complejidades físicas y temporales que habían acompañado al resto de la narración (FIN SPOILER).

La utilización de la primera persona del singular para contar la historia responde no sólo al intento de despertar la empatía del lector –intento, como he indicado, fallido- sino también al deseo de imitar el estilo de Wells en “La Máquina del Tiempo”, imitación que se extiende al uso de una prosa victoriana florida, algo rígida y que abunda en múltiples signos de exclamación. Hay también bastantes discusiones sobre la naturaleza del viaje en el tiempo y reflexiones filosóficas y científicas al respecto, poniéndose así en línea con el estilo seco y distante propio de Wells. A pesar de que escribir una novela moderna imitando la prosa de otras épocas resulta un ejercicio arriesgado por cuanto puede alienar o aburrir al lector, Baxter consigue mantener el equilibrio entre lo que supone escribir la secuela de un clásico sin que se aprecie en su estilo literario la brecha de cien años que las separa, y construir una aventura moderna muy entretenida en la que nunca decae el ritmo.

Es posible que Baxter no quedara totalmente satisfecho ni con el final de “La Máquina del Tiempo” ni con su ánimo moralizante. Por ejemplo, los Morlocks eran presentados como seres malvados y horribles en lugar de víctimas evolutivas de unas condiciones de trabajo inhumanas y explotadoras. Así que Baxter decidió corregir eso en su continuación, utilizando para ello las consecuencias que sobre el devenir de la historia podría tener un viaje temporal. De este modo, y gracias al primer viaje de la Máquina, los Morlocks del futuro son presentados como una especie casi alienígena: avanzada, pacífica, racional, serena, sabia y decidida, por mucho que algunas de sus soluciones –en especial lo que tiene que ver con el nacimiento y la muerte- le parezcan repugnantes al Viajero, todavía lastrado por sus prejuicios decimonónicos.

Los Morlocks o la propia Máquina del tiempo son sólo dos de los muchísimos homenajes y referencias a otras novelas y relatos de Wells que Baxter incluye en su continuación. Así, los
pesados tanques de la Inglaterra en guerra remiten a “Los acorazados terrestres”, cuento firmado por Wells en 1903; la ideología fascisto-utópica que defienden los británicos de esa época es la que el propio Wells defendía en novelas como “La Vida Futura” (1933); la idea de los universos paralelos aparecía en “Hombres como Dioses” (1923); el poder de la aviación en “La Guerra en el Aire” (1908), las bombas atómicas de inmenso poder destructivo en “La Liberación Mundial” (1914); el mineral que permite viajar en el tiempo, la plattnerita (cuyo nombre está a su vez tomado del protagonista del relato “La Historia de Plattner”, escrito por Wells en 1896), recuerda mucho a la cavorita que anulaba la fuerza de la gravedad en “Los Primeros Hombres en la Luna” (1901); también de esta última novela está tomada la mención a los selenitas; la maqueta que el viajero encuentra al final del libro en el Palacio de Porcelana es la de la ciudad descrita en “Cuando el Durmiente Despierte” (1899); Nebogipfel es el apellido de un inventor presentado por Wells en “The Chronic Argounauts” (1888)…

“Las Naves del Tiempo” es, sobre todo, una novela que pretende y consigue estimular el sentido de lo maravilloso y subrayar la capacidad sin límite del ser humano para adaptarse y sobrevivir –lo que no deja de ser irónico, puesto que “La Máquina del Tiempo” defendía precisamente lo contrario-. No hay personajes memorables, comentario social, momentos con verdadera pasión o una prosa que sepa aprovechar la poesía de las grandiosas imágenes que se describen, pero sí una gran aventura.

Aunque muchos fruncirán el ceño ante la recomendación de que lean una secuela a una obra clásica, especialmente si no viene firmada por el mismo autor, lo cierto es que “Las Naves del Tiempo” es un libro de ciencia ficción que satisfará tanto a los aficionados a Wells como a los de Baxter. Éste recoge el estilo, ideas y universos de Wells, los hace suyos y los actualiza a la luz de las teorías más modernas. Ciertamente, nunca será una novela tan influyente como la de Wells (carece de auténtica innovación, le falta alma y le sobra ciencia), pero ello no mengua su carácter de obra ambiciosa cuya trama teje un tapiz tan extenso y grandioso que deja al lector sin aliento al término de la misma, tales son las posibilidades que plantea sobre la naturaleza de nuestro universo. Como afirma Nebogipfel al final: “No hay descanso. No hay límite. No hay final para el más allá, ningún límite que la vida y la Mente no puedan desafiar y atravesar”.


2 comentarios:

  1. Siempre es un agrado leer todos tus reseñas, ya sea de libros o películas. Visito el blog constantemente para ver si hay nuevas actualizaciones y poder ampliar mi poco conocimiento sobre el tema.

    Saludos desde Costa Rica!

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  2. Gracias por tu comentario anónimo. Espero seguir manteniendo la regularidad de publicación y compartir lo que se con vosotros. Un saludo!

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