Como ya dije en la entrada correspondiente a esa película, Boyle y Garland se apropiaron de demasiadas ideas ajenas, tanto literarias como cinematográficas, como para que pueda atribuírsele una “reinvención” del género. Pero ello no es óbice para que la cinta sea interesante y ofrezca momentos muy conseguidos. Sea como fuere, al público le encantó y como en el cine a nadie le gusta matar la gallina de los huevos de oro, enseguida se empezó a pensar en una secuela, aunque tardó cinco años en llevarse a término.
Para decepción de muchos, Boyle y Garland dieron un paso atrás en la segunda parte (Boyle estaba ocupado con “Sunshine”) y se limitaron a ejercer de productores ejecutivos, cediéndole la silla de dirección al relativamente desconocido director y guionista español Juan Carlos Fresnadillo. Éste había firmado anteriormente “Intacto” (2001), una historia construida sobre la intrigante premisa de la existencia de un submundo en el que la gente apuesta sobre la suerte de los demás. Pero fue sin duda “28 Semanas Después” la película que lo ascendió de categoría e hizo pensar –injustificadamente por el momento- que estaba dando inicio a una prometedora carrera.
La premisa original que Boyle y Garland idearon para la secuela incluía utilizar a los mismos personajes supervivientes de la primera parte, Jim, Selena y Hannah, pero dado que los actores ya estaban comprometidos con otros proyectos, cambiaron a una historia sobre un equipo de las fuerzas especiales enviado a Londres para rescatar al Primer Ministro o a la Reina. Finalmente, decidieron ampliar el tiempo transcurrido entre los acontecimientos narrados en la primera y la segunda parte, lo que les permitiría profundizar en el impacto que el virus de la Furia había tenido sobre la sociedad en general y sobre algunos individuos en particular.
Así, la película comienza durante el estallido del virus de la Furia en Inglaterra, cuando Donald Harris (Robert Carlisle) y su esposa Alice (Catherine McCormack) se refugian en una casa con otros supervivientes. Consiguen permanecer a salvo hasta que la llamada de auxilio de un joven les hace pasar por alto la prudencia y el sentido común y abren la puerta, viéndose inmediatamente asaltados por una horda de zombis. En mitad del caos, Donald huye aterrorizado abandonando a su esposa Alice.
Veintiocho semanas después, los infectados con el virus de la Furia han muerto de hambre y fuerzas militares de la OTAN han ocupado Inglaterra y delimitado una Zona Verde alrededor de Londres a la que empiezan a regresar los primeros civiles. El peligro más allá del área controlada por los militares ya no son los infectados sino las ratas, perros salvajes y enfermedades producto de los miles de cadáveres que aún hay por todo el país. Vemos que Donald ha sobrevivido y ahora trabaja como responsable de mantenimiento del recinto donde se acantonan militares y civiles. Allí se reúne con su hija adolescente Tammy (Imogen Poots) y su joven hijo Andy (Mackintosh Muggleton), que se encontraban de vacaciones fuera del país cuando surgió la epidemia. Donald les cuenta cómo vio a su madre devorada por los zombis y que no pudo hacer nada para salvarla, algo de lo que él mismo no está seguro y que le atormenta, pero que no se atreve a confesar a sus hijos.
En un movimiento bastante predecible, los niños escapan de la Zona Verde para volver a su antiguo hogar, puesto que quieren recuperar objetos y recuerdos de su madre, poniendo en marcha los acontecimientos que dominarán el resto de la trama. Andy y Tammy, aunque trastornada, encuentran viva a Alice. El ejército los lleva de vuelta a la base y los sitúan en cuarentena. La oficial médico, Scarlet (Rose Byrne) se sorprende al descubrir que aunque Alice está infectada tiene una inmunidad natural al virus que le salva de desarrollar la enfermedad. Cuando un angustiado Donald trata de hablar con ella y pedirle perdón, Alice le muerde deliberadamente y le infecta. Éste, ya convertido en un zombi enloquecido, siembra el caos en el hospital desencadenando una reacción de infectados en cadena.
La situación pronto queda fuera de control y los militares se ven obligados a establecer una cuarentena de emergencia. El General Stone (Idris Elba) ordena a sus francotiradores que disparen a todo el que salga del edificio principal, sea infectado o no. En mitad de esa locura, Scarlet trata de huir con Tammy y Andy para ponerlos a salvo, pues como hijos de Alice, piensa que sus genes pueden tener la clave para la cura del virus. Se les une el sargento Doyle (Jeremy Renner), incapaz de obedecer las órdenes de matar a gente inocente. Los cuatro tratarán de escapar tanto de las hordas de zombis como del bombardeo masivo ordenado por los militares sobre Londres para tratar de contener el desastre.
“28 Semanas Después” es uno de esos raros casos en los que una segunda parte no sólo dispone de mayor presupuesto (15 millones de dólares frente a los 8 de la primera), sino que su resultado puede ser calificado de superior a su predecesora. Fresnadillo conserva parte del “look digital” y de cámara en mano que tanto había gustado en “28 Días Después”, pero en general abre la película al formato de pantalla completa. Mientras que “28 Días” sólo mostraba los efectos de la devastación mediante tomas de zonas de Londres a primera hora de la mañana o reteniendo con apuros el tráfico durante unos minutos, la secuela ofrece panorámicas más amplias de la ciudad y podemos ver varios elementos icónicos en estado de ruina mientras Tammy y Andy conducen una scooter de camino a su antiguo hogar. Cuando la cámara sale más allá del perímetro de la Zona Verde, se puede distinguir claramente el estado de abandono en el que han quedado sumidas las calles. Esto se consiguió con una mezcla de filmación sobre el terreno y un cuidadoso trabajo de retoque digital a cargo de varios estudios que, más avanzada la película, obtendrían también un notable resultado en las escenas de la destrucción de Londres con bombas incendiarias.
“28 Semanas Después” mejora al original en muchos campos. Las ideas que aquélla había adoptado de otras fuentes son aquí extrapoladas a un nuevo escenario ampliado a partir del final de la anterior película. Fresnadillo y sus coguionistas, Rowan Joffe, E.L. Lavigne y Jesus Olmo demuestran tener buen ritmo, mejor incluso que Danny Boyle aun cuando éste era un cineasta más experimentado cuando rodó la primera cinta. “28 Días Después” transmitía la impresión de ser un film muy competente rodado por semiprofesionales con cámaras digitales, mientras que su continuación tiene toda la base dramática y la fuerza de un film con más recursos, mejor guión y hasta mejor director.
La película se abre con una secuencia muy potente, mostrando la tranquila pero tensa intimidad entre Donald y Alice conversando a la luz de las velas en su refugio, viéndose interrumpidos, como decía al principio, por la voz de un niño tras la puerta y sus golpes desesperados rogando que le dejen entrar. Inmediatamente, el grupo que allí se encuentra escondido empieza a discutir sobre la conveniencia o no de abrir la puerta. Al final, lo hacen, lo que provoca una invasión de zombis. El momento más intenso es cuando Donald se escapa por una ventana del piso superior, abandonando conscientemente a su mujer para que sea devorada por los enloquecidas infectados. Fresnadillo construye una escena escalofriante en la que Donald corre a través de la campiña tratando de huir de una horda de zombis, consiguiéndolo a bordo de un bote y no sin antes sacrificar al otro superviviente que le acompaña. Es un comienzo que en tan solo cinco minutos pasa de la serenidad y el cariño al más feroz y egoísta instinto de supervivencia. Aún más, se trata de una apertura que nos presenta el resbaladizo terreno moral del mundo postapocalíptico, presentando a la presunta estrella del film –por entonces Robert Carlyle era el nombre más conocido del reparto- llevando a cabo acciones difícilmente justificables fuera de la más primitiva ansia por sobrevivir.
“28 Días Después” parecía la visita casual al género de terror de un director no particularmente ducho ni aficionado al mismo. Los ataques zombis estaban montados en ese estilo rápido y borroso que le suele gustar a Boyle, pero resultaban tibios en comparación con los sangrientos extremos a los que llegaban los modelos en los que se apoyaba el film: las películas de zombis de George Romero. Había también escenas que debieran haber transmitido un mayor grado de suspense. Fresnadillo, por su parte, consigue todo aquello en lo que Boyle se quedó a medio gas. Hay algunos momentos bastante gore, especialmente cuando Donald acude a ver a su esposa al laboratorio. Incluso se permite superar a la clásica escena de decapitación de un zombi por un aspa de helicóptero en “Zombi. El Regreso de los Muertos Vivientes” (1978) poniendo en cuadro todo un campo lleno de infectados siendo masacrados por el mismo tipo de aeronave.
En otras partes de la película, el director crea una tensión genuina, como aquellas que transcurren en el aparcamiento subterráneo, rodadas bajo la parpadeante luz de emergencia, en las que los civiles atrapados en el recinto tratan de escapar mientras los infectados hacen estragos entre ellos; o la impactante salida a la calle de la muchedumbre, zombis y supervivientes, sólo para ser tiroteados indiscriminadamente por los francotiradores.
El recorrido del grupo encabezado por el sargento Doyle por las calles de la ciudad están también muy conseguidas, como cuando han de atravesar una calle barrida por un francotirador escondido en los tejados; cuando el coche que consiguen debe escapar del ataque con gases o el descenso a los subterráneos de un fantasmal estadio de Wembley, donde Scarlet debe guiar a los otros en una total oscuridad con la sola ayuda de la mira infrarroja de un rifle y sabiendo que un zombi les acecha.
Fresnadillo y los guionistas no tienen ningún problema en infectar y matar a personajes que, en otras películas, habrían sobrevivido redimidos por su comportamiento heroico, atractivo físico o el nombre de los actores que los interpretaban. En esta, nunca se sabe quién va a morir y, de hecho, puede que lo hagan todos.
En general, “28 Semanas Después” es un film que supera a su antecesora en pericia cinematográfica y en su fusión de puro suspense, violencia descarnada y dramatismo y acción a gran escala, aunque ciertamente carece de la personalidad de aquélla. Por otra parte, la película no está exenta de defectos. Encontramos aquí fallos de guión un tanto inexplicables, como que Donald tenga acceso ilimitado a todas las instalaciones militares, especialmente las áreas de cuarentena, aun cuando sea un simple civil.
Pero, sobre todo, en “28 Días” los momentos de calma servían para presentar al espectador los motivos y sentimientos de los personajes, conectándolo con la desesperación y miedo que éstos sentían por la nueva situación en la que se veían obligados a vivir. Además, esa alternancia de acción y ruido con otros pasajes dominados por el silencio y el lento discurrir, permitía al espectador un respiro para reflexionar sobre lo mucho que la epidemia había cambiado la vida que damos por sentada y en la que nos sentimos tan seguros.
En “28 Semanas”, en cambio –y con la excepción de la emotiva charla de Donald con sus hijos explicándoles el destino de su madre-, las escenas no de acción son sólo meramente descriptivas o expositivas de la postura de algún personaje (como la de la doctora Scarlet, el general Stone o el sargento Doyle), sirviendo de meros hiatos entre escenas de acción o suspense. Y una vez que la acción empieza de verdad después de que el virus entre en la Zona Verde, ya no se detiene. Hasta cierto punto y salvando las distancias, es algo parecido al salto que se produjo entre “Alien” y “Aliens”. Como sucede en esa mítica franquicia, para disfrutar de “28 Semanas” también aquí conviene aceptar la brusca transición del terror psicológico a la acción que se produce entre la primera y segunda películas.
Fresnadillo introduce también un cambio considerable en los zombis respecto a la primera parte. En ésta, quedaba claro que el virus de la Furia no convertía a la víctima en un ser inhumano, sino que sólo la enloquecía hasta límites escalofriantes al tiempo que aceleraba el metabolismo para que el cuerpo alcanzara proezas no al alcance de alguien normal. Los infectados eran más fuertes y más rápidos que los supervivientes porque no se cansaban. Exprimían sus cuerpos hasta, literalmente, el límite.
En la secuela, sin embargo, los infectados tienden a ser indistinguibles de los que no lo están excepto por la coloración roja de los ojos, la espuma en la boca y la compulsión a morder. Asimismo, son más lentos que en el primer film y los francotiradores se ven en problemas para decidir a quién tienen que disparar cuando ven una multitud de infectados y sanos corriendo juntos por la calle. Y, también se acercan más al concepto de zombi tradicional: hay una escena en la que un infectado al que le falta una porción considerable de su torso aún camina.
Personalmente, me gustaba más el tipo de zombi planteado por Boyle: era algo nuevo y muy potente. Pero al final, lo más interesante de las películas de zombis no son los monstruos en sí, sino los cambios que su presencia provocan en las comunidades humanas. ¿Hasta dónde puedes llegar impulsado por el miedo? Ante la perspectiva de la aniquilación global, ¿qué estarían dispuestos a hacer los gobiernos? Al final, las películas de zombis más interesantes son aquellas que sugieren que la amenaza de la muerte no es nada comparada con los horrores que los humanos perpetramos para escapar de ella. En este caso, esa falla de nuestra psique es explorada en el comienzo de la película, pero luego el potencial del subgénero para incluir comentarios sociales e incluso políticos se queda reducido a momentos episódicos sepultados por la acción. No hay nada tan inquietante y opresivo como la secuencia de los embrutecidos militares dispuestos a violar a una niña escudándose en la “continuación de la especie” que podíamos ver en la primera parte.
Como sucede en muchos casos, ésta es también una película que pertenece a su tiempo. La llegada de los primeros civiles a la zona de desastre recuerda al inicio de la recuperación de Nueva Orleans tras la catástrofe del huracán Katrina. Por otro lado, la apropiación de términos como “Zona Verde”, que hace referencia directa al perímetro de seguridad establecido por los norteamericanos y británicos en Bagdad durante la Segunda Guerra del Golfo, tiene una clara intencionalidad política. El film parece establecer una analogía/crítica de ese conflicto, en el que Gran Bretaña participó como socio político y militar de Estados Unidos. La desconfianza hacia los militares -que también aparecía en “28 Días”- se hace patente en las escenas en las que el general Stone ordena que se abra fuego indiscriminadamente sobre un grupo de civiles y zombis, unas terribles imágenes que remiten a las numerosas acusaciones de muertes de inocentes causadas por las tropas aliadas en diferentes escenarios de Oriente Medio.
Aunque el film nunca fuerza la crítica política más allá de estas tímidas referencias –algo que probablemente sí habría hecho George Romero-, basta para situarlo en línea con otras películas distópicas ambientadas en Inglaterra que estaban estrenándose por entonces, como “Hijos de los Hombres” (2006) o “V de Vendetta” (2005), las cuales se sirven de Inglaterra para hacer una declaración política sobre los peligros de la suspensión de libertades civiles y el auge de las tendencias totalitaristas.
Por otra parte y en mi opinión, examinadas fríamente, las acciones de los militares no vienen explicadas por el sadismo, el desprecio a la vida humana o siquiera un gobierno totalitario, sino por su entrenamiento y la angustia de contener a toda costa una situación que puede convertirse en todavía más catastrófica. La intervención del ejército en la trama plantea otras cuestiones interesantes. ¿Cuánto “daño colateral” es aceptable si está en juego el futuro del mundo? ¿Es siempre admisible negarse a obedecer las órdenes si se consideran crueles o injustas? ¿Y bajo qué criterios se llega a esa conclusión? Luchar contra zombis en un entorno urbano se parece mucho al combate contra “insurgentes”. Es guerra de guerrillas y los civiles y los enemigos se parecen mucho, al menos desde la distancia de un tirador.
Paradójicamente y al mismo tiempo que lanza el mensaje implícito de la ineptitud de los militares para manejar la situación y la brutalidad de sus métodos, la película hace gala de una especial fascinación por el armamento y tácticas militares, ocupando éstas un considerable metraje. Y, al final, el propio ejército, en toda su burocrática e impersonal gloria, termina siendo el verdadero héroe del film. Si la historia no acaba bien no es por culpa de los militares, sino por la ceguera y desobediencia de algunos de los protagonistas, incapaces de anticipar las consecuencias bien de su cobardía bien de sus insensatos actos, aunque vengan guiados por buenas intenciones.
En definitiva, la película nos presenta un entorno en el que todos los sistemas (moral, judicial, policial) que damos por sentados en la civilización han desaparecido, lo que obliga a quienes se hallan en tal situación a tomar una serie de decisiones muy difíciles. Lo que decidan raramente conduce a un buen resultado. De hecho, cada decisión que se ajusta a lo que la mayoría calificaría como “moralidad”, acaba creando un problema mayor del que existía previamente. Las otras opciones disponibles no son necesariamente mejores, ya que conducen a la pérdida de aquello que nos hace humanos. Por ejemplo, si hay que elegir entre morir con honor y valentía junto a otros o abandonarlos para sobrevivir, probablemente lo más inteligente, independientemente de cualquier consideración moral, es lo segundo. El problema será tener que vivir con ello.
Danny Boyle no ha descartado realizar una tercera entrega algo que, tal y como termina la segunda, no solo es perfectamente factible sino que puede aumentarse aún más la escala de la historia. El guionista Alex Garland, sin embargo, ha negado tal posibilidad argumentando algún tipo de desencuentro serio entre quienes tendrían que desarrollarla.
Quizá “28 Semanas Después” no tenga unos personajes tan atractivos como su predecesora, ni un comentario sociopolítico tan acerado como los que se encuentran en las cintas dirigidas por George Romero, pero desde luego es una película muy disfrutable y bien realizada, que se puede recomendar sin reservas a todos los amantes de los zombis y las historias postapocalípticas.
Supongo que si hay algún comentario social en "28 Semanas Después" sería la incapacidad de ¿los gobiernos? Para prevenir catástrofes. El hecho de que la epidemia haya sido controlada al principio de la película solo para después sufrir un brote aún más devastador por culpa de una pésima infraestructura (dada su situación única, la esposa de Donald debería haber tenido una cuarentena más estricta con mucha más seguridad a su alrededor, y encerrar a los civiles amontonándolos en un refugio completamente a oscuras no fue algo bien planeado). El hecho de que las acciones de los militares, aunque moralmente cuestionables, fueran efectivas concuerda con la idea de que a muchos gobiernos modernos reaccionar ante un problema cuando surje (por ejemplo, la delincuencia, las catástrofes naturales o incluso las crisis económicas) se les da mejor que tomar acciones para prevenir que surja el problema en primer lugar.
ResponderEliminarAún así, son interpretaciones subjetivas, lo objetivo sería decir que la película es un viaje extremadamente emocionante, tanto en lo que respecta al suspenso como a la acción